miércoles, 30 de junio de 2021

Anduriña

 

La punta de la Barca, y más al norte el cabo Vilan, arrebatan un trozo de mar al oceano llamado la ría de Camariñas. En el interior, como hija en el seno de su madre, se encuentra la ria do porto, donde el rio Grande vierte sus aguas recogidas en su curso, desde el monte Meda, a una veintena de kilometros hasta este lugar.  Antiguamente, se encontraba aquí el puerto de los pescadores de estás tierras a resguardo de los ataques por mar de los ingleses.

Muxia tiene el puerto, protegido de las olas del mar abierto, por la cara interior a la ria y desde sus casas, los días claros y de cielo limpio, frente a ella se puede ver Camariñas, situada en la otra punta de la ría. Por la parte de atrás de Muxia, las rocas de su pequeña costa, se encaran  directamente a la fuerza del oceano atlantico.
Sus calles como si fuera un trozo alargado de red de pescador, estirado en el suelo, paralelas entre la ria y el oceano Atlantico, se extiende desde la tierra adentro hasta la punta de la Barca.

Al llegar al puerto, si uno no se detiene y se continua avanzando, dejando a la derecha los antiguos secaderos de congrio, se llega de esta parte, al termino de la tierra, y ver el faro de Muxía y de allí acabar donde yace partida la piedra de abalar; que impulsada por el venir de la olas, en las horas de pleamar,  martilleaba con su cuerpo la roca del suelo, produciendo un sonido grave y fuerte, que daba fé de la fuerza del mar. En ese lugar estropeado por la multitud no nos cabe duda que antaño los primeros moradores de estas tierras adoraban el océano.

Es día de feria y desde primeras horas de la mañana hay movimiento en las cafeterias del puerto. Paralelas a las primeras casas que muestran su fachada al mar, discurren las calles de Muxia. La calle de la feria arranca desde la plaza del cabo, antes de subir para la iglesia de Santa María, y a poco de comenzar su trayecto, la cruza oblicuamente otra calle, que separandose de ella asciende en sentido contrario,  mientras que la calle de la fería, alejandose del puerto, que da refugio a los navegantes, avanza hasta cruzar al otro lado la tierra de Muxia, y llegar a una playa de rocas redondas y grano pedregoso, bañada por el Atlantico, llamada la playa del coio.

Por el estrecho espacio que los puestos de la fería, colocados a ambos lados de las aceras de la calle, dejan de separación entre ellos para el caminante, apenas se puede transitar, y entre empujones y rempujones se oyen los gritos de los feriantes y compradores

Son las once y medía de la mañana, y la fería está abarrotada de gente.

 - ¡Buenos dias Anduriña! ¿Ah, como tienes el rape?

En el cruce de las calles, un puesto de pescado está cerca de la plaza. Tiene una carpa de lona que mece una suave brisa marina que corre por la calle en ese momento, y un mostrador de madera de pino, cubierto por una tela blanca, donde se muestra encima la pesca reciente,  en grupos de pescado de especies diferentes, y en una esquina una caja de madera está llena de pulpo.

Hay lirios, a la noche un banco de peces cruzó la ría y llenando las redes de los pescadores.

-¡Son del día!

Mas adelante, está el puesto de Anduriña. Allí una señora y la pescadera discuten sobre el precio del pescado.

-¿Pero a como cobras el rape?.

-¿Te pongo este, que está muy bien?

Encima de la boca entreabierta de sapo, escondidos sus ojos vidriosos de pez, parecen estar mirando impacientes la decisión del cliente. Pero el rape, asido por su cola ya vuela por el aire...

Anduriña ya cogió una hoja de papel encerado, del que se utiliza para envolver los alimentos, y el rape acabó encima suya, depositado en una bascula blanca con cabeza de reloj.

- Un kilo ochocientos - gritó para que se le oyese - ¿lo lleva?

La clienta, una mujer de piel morena, que oculta su edad imprecisa en los surcos que el aire marino y el sol labraron sobre su rostro, asiente con una inclinación de la cabeza.

- ¿Quieres algo más?

Uno de los dedos huesudos de la mujer señala a un grupo de peces de lomo rosado y ojos cristalino, encima del mostrador.

- Un kilo de fanecas

Anduriña cogió dos presas de fanecas, a ojo; los echó encima del papel encerado que ya esperaba sobre la bascula, y la aguja roja de la cabeza de reloj marcó su hora en kilogramos, apenas pasandose una pizca del peso del kilo.

- ¡Adios Anduriña!

 - ¡Pulpo de la ria ...!

Anduriña nació en una de las casas de piedra, próximas a la zona de los secaderos de congrio y a los pocos años de empezar a andar quedó huérfana, por un naufragio en Finisterra del que no regresó su padre.

Su madre, vendiendo pescado consiguió que su hija fuera a estudiar  a Santiago. Quería que fuera maestra para que supiera de números y pudiera enseñar a leer y a escribir a sus hijos. Pero la hija solo quería ser como la madre que esperaba de madrugada, el regreso de los pescadores con sus redes cargadas, para comprar en la lonja el pescado recién capturado por la noche. Tras acabar sus estudios y regresar a Muxia, con el ruido de las olas y el olor marino, que al nacer el día entraba por la ventana de su habitación, Anduriña olvidó los números y las letras que aprendió de maestra, en unas semanas, y se puso hacer lo mismo que durante generaciones habían hecho las madre e hijas de su familia.

Un día la madre le dijo :

- Anduriña tienes que buscar un hombre que te quiera, por que pasan los años y después vas andar apurada y te vas a conformar con cualquier cosa.

mvf.