miércoles, 18 de marzo de 2015

La vida natural 9




Al llegar la perra al prado,  no tardaron en volver aparecer sus pretendientes; allí aparecieron también Melquiades, el perro de los de la labrada, y su hermano el perro pastor de la mujer del herrero. 
Ahora, bajo el roble centenario, y los campos de maizales, se reanudó de nuevo la competicion para ganar los favores de la perra. Los perros que se veían con más posibilidades se mostraban zalameros cuando los miraba la hembra y enseñaban sus caninos a los demás cuando se acercaban. Pero la hembra ya había elegido a su favorito; era un perro con un pelo rudo y color pajizo, que cubría su cara pareciendo un espantapájaros, y cuando estuvo lista quedó quieta delante de su elegido. Entonces retiró la cola mostrando su vulva húmeda y dulzona al macho para que la penetrase.

Los demás pretendientes al ver que los dos amantes se habían unido, mostraron su frustración dando ladridos y peleando algunos entre ellos. Uno de los perros en su desaforo le dio un mordisco a melquiades produciéndole un desgarrón en la oreja. El animal chilló dando un ladrido lastimero, giró su cabeza y lanzó una dentellada al aire, sin alcanzar al otro perro, que corría con el rabo bajado al ver lo que había hecho.


Finalmente los perros, viendo que ya nada tenían que hacer, decidieron abandonar el lugar dejando atrás a la hembra y su amante, copulando. Nuestros dos perros pastores marcharon también, y se fueron en dirección al río para sofocar sus ardores y calmar la sed de la jornada perdida.


Se abrieron paso con sus hocicos por entre la maleza y llegaron a un pequeño escampado al lado del rio, lleno de hierba fresca, donde hacían sus posturas los pescadores en las largas tardes de verano. Las ranas sorprendidas al llegar los perros a la orilla saltaron buscando cobijo en el rio. Con su lengua arqueada a modo de vasija apaciguaron la sed dando profundas lametadas en el agua, mientras los ojos saltones de una rana, que sobresalían en el agua a una distancia segura,
al lado de unas espadañas cercanas a donde estaban bebiendo los animales, les vigilaba; cuando los perros terminaron de saciar su sed y se apartaron de la orilla, desapareciendo en la espesura de la maleza de la ribera, croó avisando a sus congéneres de que había desaparecido el peligro.

El atardecer volvía el cielo rojizo y la luz aún destellaba sobre el agua, cuando los dos hermanos recordaron sus obligaciones y  regresaron desde allí a buscar a sus rebaños para conducir las ovejas a sus establos.



mvf.

martes, 10 de marzo de 2015

La vida natural 8


El dueño de la perra en celo regresó con el animal a casa y la dejó atada, con una cuerda al cuello, en el cobertizo donde se guardaba la paja para el ganado. Así que el amo desapareció, tras pasar un tiempo, el instinto del animal le empujó a mordisquear la cuerda para liberarse y regresar lo antes posible con sus amantes; finalmente consiguió soltarse.
Con su cuerpo pegado al suelo y sin apenas levantar la cabeza, fue arrastrándose hasta fuera del cobertizo; allí, estuvo un rato simulando estar dormida,  moviendo los ojos de un lado al otro del patio, mirando si había alguien. Cuando se cercioró que su amo no volvería a aparecer continuó arrastrándose, lentamente, hasta llegar al corral de las gallinas que estaba en el otro extremo del patio. El corral de las gallinas tenía un gallinero de color oscuro, con unas aberturas por las que entraban y salían las gallinas, y estaba adosado a un pequeño muro que hacia de cierre del recinto del patio.
 

Al ver a la perra que se movía sigilosamente sin levantar su cuerpo del suelo, el gallo, un ave campera fuerte y vigorosa, de plumaje de color leonado oscuro, sospechando que tuviese malas intenciones, echó a correr hacia ella cacareando amenazadoramente. La perra al verlo correr hacía ella lo miró enseñandoles sus dientes, rosmando* gruñendole, y el gallo al ver que le enseñaba sus dientes, cambió de dirección y se apartó aleteando, alejándose de su destino, deteniendose a una distancia prudente. Cacareando, arañó la tierra con su pata; y estiraba su cuello, excitado; miró de lado con uno de sus ojos verde amarillo, donde acababa de escarbar había algo que parecía comestible. El gallo levantó su cabeza, pero tras su descubrimiento se olvidó de la perra, dio unos golpes al aire sacudiendo sus crestas rojas, y apuntando con su pico al cielo cantó un sonoro kikiriki; al oírlo las gallinas aparecieron corriendo, cacareando, y empezaron a picotear en el suelo, en el lugar que les terminaba de señalar su macho.

La perra si inmutarse de la escena que terminaba de ocurrir, continuó moviéndose hasta llegar a un pequeño muro, que hacía de linde, y al ver libre el camino, saltó escapándose en dirección a dos encinas centenarias, que se veían a lo lejos, donde estaba el prado en que había estado con sus amantes, antes de que apareciese su amo.



mvf.