domingo, 23 de diciembre de 2018

el robo en la feria

Al llegar a la feria de Chantada, Romero y sus hombres, se separaron para tener más posibilidades de obtener un buen botín. La intención era mezclarse entre la multitud y vigilar los tratos que se hacían con el ganado, hasta dar con un bolsillo lleno de dinero de alguna buena venta para robarle.
Elegida la victima, la seguían con disimulo esperando la ocasión, y la mayoría de las veces, sin usar la fuerza, simulando un empujón la manos hábiles del gitano vaciaba cualquier bolsillo que se pusiera delante. 

Después de dar varias vueltas por la feria el zamorano descubrió la venta de una buena yunta de bueyes: eran dos machos castrados que por su corpulencia y musculatura podían arrastrar una piedra de más cinco mil kilos cada uno. El hombre después de cerrar el trato marchó a comer el pulpo con el tratante de ganado, y cuando se despidieron, al marchar este para llevar los animales recién comprados, continuó bebiendo celebrando de manera innecesaria la buena venta.
Cuando salió de la feria, el gaitero y el zamorano, fueron detrás de él, siguiéndole disimuladamente; el hombre tomó la dirección hacia el río, donde la gente, después de beber copiosamente, bajaba para orinar a escondidas entre los árboles, y cuando estaban lo suficiente mente alejados de la multitud, se aproximaron junto a él y rodeándolo por los dos lados le empujaron hacía un lugar donde no podían ser vistos; entonces, el zamorano que era el más fuerte de los dos asaltantes, lo arrimó dejándolo, con la espalda pegada contra el grueso tronco de un árbol, y poniéndole una navaja en el cuello le amenazó con degollarlo allí mismo si hacía el más mínimo movimiento; mientras que el gaitero, el otro asaltante, comenzaba a cachear los bolsillos hasta que le sacó la abultada cartera y una navaja que tenía para defenderse y que afortunadamente, dado la rapidez del asalto, no tuvo tiempo de sacarla, pues sin vacilar lo más mínimo, le habrían dado muerte para robarle.
Al terminar el cacheo, el zamorano, que mantenía a la victima contra el árbol, le puso la mano en la boca para que no chillase y después de mostrarle la hoja de la navaja delante de sus ojos, le dio un certero golpe, con ella en una pierna, hiriéndole para que no les pudiera perseguir mientras huían; al caer el hombre al suelo, dolorido por la cuchillada recibida, los asaltantes se dieron a la fuga.
Ya más tarde, cuando estuvieron seguros, detrás de los puestos de pulpo, el gaitero sacó la cartera robada, para ver entre los dos el botín conseguido, pero al abrirla no encontraron el fajo de billetes esperados, solo había unas cartas y algo de dinero: un billetes de peseta, algunos reales y varias perras* céntimos.

Seguramente la victima llevaba el dinero de la venta de los bueyes en algún bolsillo secreto del forro de la chaqueta o del pantalón, que no supieron encontrar cuando le cachearon.

En un ataque de rabia, el zamorano arrancó la cartera de la mano del gaitero y después de meterse en el bolsillo, el escaso dinero que tenía, maldiciendo la suerte que tuvieron, la tiró lejos de donde estaban; y aunque el primer impulso era ir a ajustar las cuentas con la victima, al final decidieron que ya era tarde para volver al lugar del robo; después de darse a la fuga la victima, habría gritado pidiendo ayuda y a estas horas ya habría sido socorrido por cualquiera y estarían siendo buscados por la guardia civil.
 

Después de su fracaso, no les quedaba más remedio que ocultarse y esperar hasta que apareciesen los demás.


mvf.

domingo, 2 de diciembre de 2018

con una holgaza de pan y un trozo de salchichón

Al llegar la noche los miembros de la banda se reunieron alrededor de una pequeña hoguera y se repartieron alimentos para cenar cada uno. Entonces el bandido que lo trajo al refugio se acercó junto a Max con una hogaza de pan y un trozo de salchichón; después de entregárselo se sentó a su lado y se presentó: se llamaba Alonso, aunque todos le apodaban el zamorano, y mientras devoraban la porción de alimento que les había tocado, le fue contando como se llamaban los demás; aunque la mayoría llevaban nombres que no eran como habían sido bautizados sino motes o alias que podían cambiar en cualquier momento para dificultar que los encontrase la justicia.

El gaitero, que ya conocía de la romería, se llamaba Melias y como pudo enterarse era de Celanova. El gitano era de un pueblo del Norte de Lugo; le llamaban así a pesar de que todas las trazas de su fisonomía: su nariz aguileña, ojos negros y piel morena, apuntaban a que entre sus antepasados había tenido sangre árabe. El hombre que salió de la casa, cuando el zamorano fue visto por los suyos al llegar diera la señal de la banda con dos fuertes silbidos, de que todo estaba bien, le apodaban el abuelo; no tendría más de cuarenta años pero la dura vida del campo y la miseria de la posguerra le hacia aparentar bastante más edad. Mucha gente del campo no llegaba a vivir más allá de los cincuenta años de edad. El cojo era conocido por ese nombre por la secuela que tenía en una pierna de un accidente ocurrido en su juventud, cuando trabajaba para los alemanes en las minas de Freixo. Los hermanos, Mateo y Martín, eran de la coruña y estaban perseguidos por la justicia por prender fuego al pazo de uno de los señores de las tierras de Vimianzo, y por asesinos.
Por último, el jefe de la banda era de Asturias y se llamaba Romero. Romero era hijo de un alcalde republicano fusilado tras la victoria de Franco, y para no sufrir la represión franquista, antes de que fueran a buscarlo a su casa para darle el mismo destino que su padre, se echó al monte. Fiel en sus convicciones familiares, reunió otra gente otra gente perseguida como él y formó una banda para mantener la resistencia antifascista. Durante más de una década pudieron vivir, escondiéndose por los montes de León y Asturias, protegidos por la gente de los pueblos que les daban comida y les alertaban de las patrullas que andaban buscándolos, mientras ellos, dando pequeños golpes, mantenían la lucha anti-franquista; hasta que una vez, la guardia civil dio con la amante de uno de la banda y después de violarla y someterla a todo tipo de vejaciones, consiguieron saber el paradero de la banda y tenderles una trampa, de la que apenas pudieron escapar con vida un puñado de hombres. Uno de ellos Romero, mal herido, consiguió huir a los montes de Galicia; y de nuevo, ocultándose de la justicia en el monte, conoció a los hermanos, Mateo y Martín, y volvió a dar múltiples robos, formando la banda que tenían ahora. Romero, mantenía orgulloso su nombre sin tomar ninguna prudencia en ocultarlo; y junto a los hermanos, estaba buscado y era perseguido con ahínco por la guardia civil, por criminal y por rojo. 

Después de varios días dedicados a haraganear y a beber terminaron agotando los víveres que tenían y entonces no les quedaba más remedio que abandonar el refugio, donde estaban a salvo, para volver a sus fechorías. 
Romero reunió a sus hombres y les dijo que partirían al día siguiente, antes de que amaneciese, para llegar antes del mediodía a la feria de Chantada. Después de deliberar entre ellos, pues todos querían salir del escondite para ir de tropelías, acordaron que solo quedase en el refugio uno de ellos y el nuevo; el abuelo permanecería en el puesto de vigía y Max se encargaría de un par de mulas que quedaban en el corral y que guardaban de repuesto.

mvf.

viernes, 9 de noviembre de 2018

la banda


-¡Vuélvete muy despacio sin hacer ninguna tontería!

Al oír esto, se dio la vuelta con las manos en alto y descubrió que tras él había un hombre montado a caballo, apuntándole con una escopeta de cartuchos.

- ¿ Que haces aquí ? -  le  preguntó el hombre.

Max, escondiendo parte de la verdad, empezó a contar como había caído al río y que se había perdido y vagado toda la noche por la ribera del río. Al final había cruzado por el puente de los caballos y  andando por el camino empedrado había llegado hasta donde estaban ahora.

-¿Eres pescador?- le preguntó de nuevo el hombre sin dejar de apuntarle con la escopeta.

Max asintió con la cabeza, mintiendo, pues no quería contar nada de lo que había ocurrido la noche anterior en la que había matado a un hombre de una pedrada.

-¿Como puedo saber que dices la verdad ? - preguntó de nuevo el hombre, sin dejar de encañonarle con la escopeta, pero esta vez, al ver el nerviosismo de Max, sin esperar respuesta continuó - ya entiendo; tu tienes algo que ver con lo ocurrido anoche en la casa del puente del pueblo.

Entonces al verse descubierto, agotado por el cansancio y todo lo pasado durante la noche anterior,  Max se vino abajo cayendo de rodillas al suelo, y desesperado contó todo lo que todo lo que le había sucedido, explicando entre sollozos que de ningún modo había pretendido matar a nadie.

Al terminar de contar la verdad se hizo el silencio y durante un tenso instante vio en el rostro meditabundo, del hombre que le encañonaba, que su vida pendía de un hilo pero finalmente este guardó su escopeta en la funda de cuero que llevaba en la montura del caballo; y le echó un brazo para que se cogiera a el; después de agarrarse, de un golpe lo subió a la grupa del caballo, sentándolo a sus espaldas; entonces el hombre encaminó el caballo hacia la espesura del bosque que había detenido a Max, y ante ellos se descubrió un estrecho sendero que estaba oculto entre la maleza, para cualquier persona que no supiese de su existencia. Lentamente comenzaron a ascender por el sendero, teniendo que cruzar en al algunos tramos entre las piedras que el agua había dejado descubiertas al caer torrencialmente. Al cabo de un buen rato, con la montura extenuada por el peso de los dos, llegaron al alto del monte, donde había oculta una vieja casa de piedra que en su día fuera usada por los pastores de cabras para pasar allí la noche; la casa tenía unos pequeños ventanucos y una puerta de madera y su tejado estaba cubierto con losas de piedras, y por lo inaccesible del lugar era idonea para albergar gente que buscaba esconderse.

El hombre metió dos dedos, de su mano, en la boca y dio dos largos silbidos.

Al oír la señal, se abrió la puerta de la casa piedra asomando un hombre que saludo al recién llegado, mostrando su sorpresa por su acompañante.

Cuando bajaron de la grupa del caballo, Max observó que desde lo más alto de los risco que rodeaban la casa, había otro hombre que había permanecido escondido hasta oír la señal, desde donde estaba podía ver la gente que subía por el camino y alertar a los de la casa antes de su llegada. Al ver allí los dos hombres que estaban vigilando el lugar, enseguida supuso que el sitio era el refugio de una banda de asaltadores de caminos y que en algún momento aparecería más gente.

A medía tarde el hombre que estaba subido en el risco hizo una señal desde donde estaba, advirtiendo que subía gente, y al cabo de un rato, aparecieron por donde habían llegado ellos por la mañana,  cuatro jinetes que traían con ellos otros tres caballos más y comida: chorizos y pan de viaje que se suponía que habían sido de los propietarios de los caballos, que habían asaltado en alguna parte. Entre los recién llegados Max reconoció al gaitero que había encontrado durmiendo en la iglesia después del día de la procesión, y que le había enseñado el himno de Galicia. Pero este no hizo señal de conocerle.

Uno de ellos, un hombre bajito y nervioso, con el rostro lleno de surcos hechos por el sol y la tierra; que tenía un bigote negro y una mirada cenicienta que imponía pavor; preguntó, mirando a Max:

-¿Quien es este y que hace aquí?

El hombre que le había traído explicó que lo había encontrado cerca de la entrada del camino que conducía al escondite que tenía la banda, y  repitió la historia que Max le había contado.

 - ¿Y como sabemos si podemos fiarnos de él?- preguntó alguien que estaba más atrás.

- No le queda otro remedio o es amigo nuestro o de la guardia civil.

Después de oír esto, el hombre de la mirada cenicienta, que sin ninguna duda era el jefe de todos, dijo:

 - Creo que este joven nos podría ayudar en nuestro trabajo

Al oír esto descabalgaron de sus monturas y todos dieron por bien llegado a Max. Entonces le entregaron las cinchas de sus monturas y de los animales que habían traído, para que los llevase a las caballerizas: un pequeño corral próximo a la casa, hecho con troncos de árboles de los alrededores, les límpiese el sudor de la jornada y les diera de comer.

mvf







jueves, 18 de octubre de 2018

La huida

Al oir los gritos de las mujeres Max salió de debajo del árbol donde estaba escondido, cerca de la casa, y echó a correr en dirección al rio, ocultandose entre la maleza próxima a la orilla para desde allí, sin riesgo de ser descubierto, poder enterarse de lo que pasaba en las inmediaciones de la casa. Cuando los gritos de las mujeres se trasladaron a la carretera, pidiendo auxilio a quien pudiera pasar a esas horas, salió de su escondite y amparado por la obscuridad se alejó corriendo.


-¿Dónde iría ahora? - se dijo para si - al molino no podría regresar, allí sería el primer lugar donde irían a buscarlo, si alguien sospechase, pues por la mañana había estado preguntando en el pueblo por el paradero de la joven.


 Al cabo de un buen rato, agotado por la carrera que había echado huyendo del lugar, se detuvo sudoroso y jadeante, para recuperar la respiración; tenía todo su cuerpo arañado pues había escapado ocultandose entre  la vegetación poblada de zarzas que había a lo largo del curso del rio, precaviendose de que cualquiera pudiera notar su presencia en la noche mientras huía.

La luna brillaba en la noche.
Su pecho subía y bajaba para recuperar la respiración del esfuerzo que acababa de realizar. Entonces se dió cuenta de que a su alrededor todo había quedado en silencio y pensó que el silencio podría deberse a que escondida en la obscuridad, en medio de la noche, acechaba algún peligro: podría ser una loba llena de rabía, porque sin saberlo se había acercado a su madriguera y creyendo que su presencia era un peligro para los lobeznos de su camada, estaba esperando el momento idoneo para abalanzarse sobre él y protegerlos; también podría ser, se dijo acordandose que en el molino había oido contar que en la ladera del monte, de este lado del rio, aparecieran destrozadas y devorados sus panales cargados de miel, de algunas colmenas de abejas, y que se achacaba la culpa a algún oso hambriento que merodease por estos lugares; esta fiera bien podría haber bajado a beber al rio, a estas horas de la noche, y tras haberle descubierto, hambriento y furioso, estuviese esperando el momento idoneo para atacarle. Con estos nefastos pensamientos, acompañados por el fuerte palpitar de su corazón en el silencio de la noche, le entró el panico y volvió a echar a correr de nuevo, tan desesperadamente que en su carrera resbaló entre las zarzas y rodando con su cuerpo, acabó cayendo al rio, perdiendo el petate donde llevaba su gaita.


Braceó desesperademente dentro del agua durante un interminable instante en que temió perder la vida allí ahogado, hasta que finalmente consiguiò salir a flote y al asomar su cabeza en el agua, iluminada por la luz de la Luna, pudo vislumbrar una enorme roca que sobresalía en medio del rio; viendo en ella su salvación decidió echar a nadar en su dirección; consiguió subir a ella a duras penas, y se quedó echado de espaldas, jadeante, tirado encima de su duro suelo. 


Cuando la Luna trazó su arco sobre la boveda celeste y finalmente desapareció tras la cima del monte, la noche quedó más fria. Max tenía la ropa calada de agua y sus dientes castañeaban de frio, pero aún así, rodeado por las mansas aguas del rio, lejos del alcance de cualquier alimaña, recuperó su serenidad y decidió pasar allí la noche hasta el amanecer.
 
Al día siguiente, con la llegada de los primeros rayos de luz Max abandonó la roca y a nado, regresó de nuevo a la orilla rio. Allí, se desnudó para escurrir el agua de su ropa y con ella aún mojada se volvió a vestir y continuó su fuga. Ya había perdido la noción de donde estaba cuando dió con un viejo camino de tierra y piedras que le llevó hasta el puente de los caballos: era  un puente de piedra lleno de maleza que solo conservaba sus dos arcos desnudos y que la gente había usado en otro tiempo para pasar con las caballerizas de un lado al otro del rio.


Al cruzar al otro lado, continuó la senda del viejo camino de tierra y piedras, vigilando a los lados por si tuviese que ocultarse para evitar ser visto por alguna gente que podría sospechar algo al cruzarse y verle con su ropa mojada.
Era un camino poco frecuentado, pues la gente creía que por esta zona vivía alguna bruja, o algún diablo, o algun tipo de ser maligno que hacían que los viajeros que osaban andar por este lugar desaparecieran y nunca más se volviese a saber de ellos; el camino le condujo a la entrada de una fraga, de dificil acceso por lo cerrado de la espesura del bosque que aparecía frente a él, y al verse obligado a detenerse sintío de repente un golpe en su hombro y una voz grave y firme a sus espaldas:


-¡Alto. Levanta las manos y no te muevas!


mvf.






martes, 11 de septiembre de 2018

Nueva historia de Marisé

* esta historia salió al blog sin permiso, siendo todavía un borrador; la he completado rapidamente. y  vuelto a editar.



Es verano. La mañana del día está fresca y la luz brilla nueva en el cielo. La tarde seguramente será muy calurosa.
Salimos de casa, mi madre y yo. Vamos a hacer compras y después tomaremos un café en alguna terracita.
Caminamos juntas. La calle está llena de gente que viene, de no se sabe donde, para disfrutar unos días de vacaciones en el pueblo, con los suyos, y reencontrarse con las amistades de juventud.

Nos paramos delante del escaparate de una tienda de ropa y de repente oímos que gritan detrás nuestra.
- ¡Dolores de Marise!
Nos giramos para encontramos con unas amigas de mi madre. Son tres y vienen vestidas con prendas ligeras para soportar el calor de la mañana.
 Una de ellas, la más alta, gesticula y mueve sus brazos huesudos, para acercarse y envolver a mi madre con ellos. Después le estampa dos sonoros besos. 
Las otras dos, son primas de esta; quedan detrás de ella viendo como suelta a mi madre y se lanza a buscar otra victima.
- ¿Y esta? - pregunta mirando para mi. 
Se hace un corro entre todas, y repiten besos las primas, a modo de saludo. 
- No conocías a mi hija ?
-¿ Eres marise?
No me da tiempo a responder, ya han sonado dos besos en mis mejillas.
- Pues íbamos a tomar un café - dice mi madre colapsada por la alegría- ¿Si queréis acompañarnos... ? 
La fiesta está servida. Aceptan la invitación.
 ¡Hay, Dolores, te veo como siempre; no has cambiado nada!
Continua la conversación mientras comenzamos a andar.

Son las doce y media y estamos tomando sentadas en una de las terrazas de las cafeterías del centro.

- Con el tiempo se descubre que la pasión es una idiotez; lo importante son las cotidianidades que se crean y te acompañan siempre - decía la amiga soltera de mi madre -
Con la soltería se descubre la buena vida, lo que pasa, es que a las mujeres nos han adecuado con miedo a vivir libremente. ¡Ni que hubiera que ser un hombre para ser libre!

Risas

- Afortunadamente la naturaleza es muy sabía y ha inventado la menopausia para que descubramos
, aunque tarde, que los hombres no sirven para nada, y si una se empecina en no ser descubridora,  queda la viudez para bajar de la burra, por que el burro se murió; eso, sino es una muy cabezona para entenderlo y prefiere morirse antes que descubrir lo que te digo. Claro.

Nos reímos todas. 

Mientras nos reíamos sentía el pensamiento que rondaba la cabeza de mi madre:

- Una hija sin casar.
una hija sin casar.
una hija sin casar...


- ¡Que suerte tiene tu, hija, de estar soltera!- salió su amiga en el momento oportuno - sin tener a nadie esperando que regrese a casa porque es inútil para `poner una lavadora.

Pensé en mi padre, que quedó en casa buscando la manga de la camisa.

 - ¿Seguramente que has tenido muchos novios?

En ese momento me vino a la memoria... 


 Cogí el pocillo y me lo acerque a la boca como si fuera un escudo. Di un sonoro sorbo de café con leche, poniendo punto y aparte; y la amiga solterona calló, sorprendida.

- Si. Varios - respondí sin titubear, poniéndome a la defensiva. 

Al ver lo ocurrido, mi madre lanzó una mirada, ladeando la cabeza, diciéndome que no quedara mal delante de sus amigas. 


- ¿Y qué ? - le devolví la mirada, diciéndole -  no iba entrar en mis años oscuros.

En las piedras del puente viejo, no se puede acerrojar un candado, pero entre sus huecos está escondido el candado secreto del primer amor de Marise.


mvf.



jueves, 9 de agosto de 2018

La noche

Max había regresado al molino con su madre y continuó encargandose de los trabajos habituales de  la molienda y las labores del campo, sin que entre los dos mediase ninguna palabra sobre su escapada. Pero la madre sabía que su hijo estaba despertando a la vida y aunque hubiera regresado al molino, de un momento a otro, volvería a desaparecer.
No tardó en ocurrir lo que la madre fingía ignorar delante de su hijo y una mañana Max regresó al pueblo para enterarse de quien era la joven que había visto el día de la procesión y que se había adueñado de su pensamiento.
La joven se llamaba Laura y vivía a solas con su madre, en una de las casas a las afueras del pueblo, pues su padre había desaparecido sin dejar rastro cuando los republicanos habían perdido la guerra. 
Trás enterarse del paradero de la joven Max estuvo merodeando por las inmediaciones del pueblo, esperando que anocheciera, y entonces se dirigió a la casa de la joven con la intención de tocar bajo su habitación y hacerla asomar a la ventana para volverla a ver.
La casa estaba próxima al rio y era una vivienda de dos plantas, de paredes blancas, encalada, con algunos desconchones por el que se entreveían las piedras de la construcción de sus muros. Tenía un balcón de madera, a lo largo de su fachada, desde donde se podía ver, después del cruzar el puente que había a doscientos metros de la casa, a la gente que pasaba por el camino para ir al pueblo, o la gente que pasaba de regreso para sus casas, en dirección al otro lado del rio; delante de la casa se erguía un viejo roble centenario que daba sombra durante el día a la vivienda, bajo el que se habían puesto dos bancos de madera y una pequeña mesa de piedra para merendar en las tardes de verano, próximo a ellos y pegado a los lados del portón que cerraba la entrada de la casa, tenían modesto jardincillo, que se veía cuidado con esmero, lleno de geranios y malvas reales. Por la parte de atras, la casa tenía una huerta donde se cultivaban hortalizas, y una finca con árboles frutales, que se extendía hasta alcanzar la orilla del rio. 


Llegada la noche, amparandose en la obscuridad Max, se había acercado por la parte de atrás de la casa y escondido trás uno de los árboles cercanos a la a las ventanas de las habitaciones donde suponía que dormía la joven; para desde allí tocar la gaita y esperar que al oirle, la joven que le tenía hechizado, asomará a una de las ventanas de las habitaciones.

Cuando se apagaron las luces de la casa, Max sacó la gaita de su petate y cuando la Luna llena iluminaba la noche estrellada empezó a tocar una dulce melodía que había inventado mientras suspiraba por la joven.

No pasó inadvertido el embeleso de su gaita enamorada, tras sonar las primeras notas, y la ventana como había previsto se abrió al oirse la musica, pero en vez de asomar la joven, como esperaba, asomó la silueta negra, recortada en el fondo de luz de la habitación, de un hombre armado con una escopeta de perdigones, preguntando quien era el que entrada la noche tocaba en la oscuridad despertando a los de la casa.
Y dicho esto, sin mediar más palabra, el hombre disparó dos cartuchazos en la obscuridad para amedrentar a quien fuese que estaba tocando la gaita.
Al oir los tiros y los golpes que los perdigones dieron en las ramas de los árboles, por encima de su cabeza, Max se asustó e instintivamente cogió una piedra en el suelo, para defenderse, lanzandosela al hombre con tal buena puntería y mala fortuna que la piedra, después de volar en el aire, terminó dando de lleno contra la frente de este, produciendo un ruido sordo en ella. El hombre después de recibir la pedrada, se balanceo de pie unos instantes y finalmente su cuerpo cayó en el suelo de la habitación.
Al empezar a oirse los gritos que daban las mujeres en el interior de la casa Max supo que algo tragico había ocurrido y que le perseguiría la justicia por ello.

 mvf

viernes, 27 de julio de 2018

La resaca.

Después de tocar en el campo de la iglesia, Max regresó con su amigo al lugar donde había pasado la noche. Al llegar ya no encontraron a nadie, hacía rato que los que habían quedado allí se habían despertado y marchado; pero hasta donde estaban llegaba el ruido distante de alguien que golpeaba de manera ritmica en la corteza de un árbol, y  como si fuera una señal que les llamara se dirigieron en esa direcciòn. Tuvieron que vadear el rio y a medida que se aproximaban al lugar de donde provenían los golpes, les fue llegando un olor a carne asada, que recordó a sus estomagos lo vacios que estaban, y entonces empezaron a oir las voces de sus compañeros. Cuando llegaron descubrieron que sus amigos habían robado un cordero, como pago de sus servicios gratuitos por haber amenizado con su presencia la fiesta del dia anterior; y después de desollarlo y asarlo encima de las brasas de una hoguera, lo estaban devorando avidamente. Y así que estos les vieron llegar les alzaron una bota de vino en señal de amistad, invitandoles a que comieran con ellos lo poco que quedaba.
El tamborilero, no se sabe si por que era hombre de poco apetito o por que se había saciado, con el remordimiento de los últimos balidos que diera el animal pidiendo socorro a su amo, al verse acorralado y próxima su muerte; repiqueteaba con sus baquetas encima del tronco de un árbol, haciendo bailar con su ritmo los pies de los presentes mientras estos comían y bebían sentados en el suelo.
Al mediodía ya no quedaba nada más que comer del sacrificio que se habían regalado y antes de que algún vecino del lugar viniese a preguntar por el paradero del cordero, ofrendado al hambre que moraba permanentemente en sus estomagos vacios, los musicos de los caminos se despidieron, dandose cita en las próximas fiestas y ferias venideras que conocían, e invitando a Max a que fuese a ellas para tocar juntos. 
Al terminar cada uno marchó para su lugar.

mvf.

jueves, 19 de julio de 2018

nación de Breogan.



Mientras los fieles en el interior de la iglesia hacían las últimas manifestaciones de devoción al santo, fuera, la gente comenzaba a dirigirse para el lugar de la feria. 
Los musicos de la banda de tambores y cornetas, después de dar por terminado su trabajo, se dirigieron hacia la salida del campo de la iglesia para subir al autobus, un hispano-suiza de aquella epoca, que les estaba esperando para llevarles de regreso a la capital, de donde habían venido.
 Por su parte los gaiteros partían también con la gente en dirección a la carballeira*robledal, donde tenía lugar la feria, dispuestos a tocar por unas monedas o simplemente por un vaso de vino, un rabo de pulpo o un trozo de empanada.
El resto de la  gente que aún quedaba en la iglesia ya vendrían detras de ellos.

Es verdad que Max desentonaba entre los gaiteros: hombres correosos y flacos, curtidos por los caminos y el sol; pero desde el primer momento fue tratado como uno más y por ello a lo largo de la jornada, durante la fiesta, todo el mundo fue a invitarlo a que bebiera aguardiente para probar su hombria, sin preguntarle quien era ni de donde venía. Y Max feliz de tanto agasajo bebió y tocó hasta bien entrada la noche, en que los ruidos de la fiesta se fueron apagando, y rendidos por el alcohol y el cansancio acabó durmiendo en un pajar, junto con otros que como él habían pasado toda la jornada bebiendo y tocando.
Al día siguiente, con los primeros rayos del sol, Max se despertó y descubró que había gente durmiendo al lado de él. 
Sin hacer ruido salió fuera del pajar y vió que cerca había un pozo de donde se sacaba el agua con roldana, con un caldero de zinc atado a una cuerda. Echó el caldero al pozo y sacó agua para lavarse y beber. El agua estaba fresca y limpia, y bebió abundantemente; después se mojó la cara para terminar de despertar. A continuacíon se quitó su chaleco y se abrió su camisa, mostrando un pecho joven y vigoroso, de piel blanca, limpio de pelo; para echarse agua por encima y limpiar el sudor de su cuerpo. Luego se volvió a abotonar la camisa y a ponerse el chaleco, y sacudiendose los restos de paja que aún llevaba encima, remató su aseo mesando sus cabellos con las manos mojadas con agua.

Una vez hecho esto, Max regresó de nuevo al pajar y descubrió que encima de la paja, tirada por el suelo a modo de cama, aún permanecían dormidas tres personas más: eran dos gaiteros y un tamborilero, que junto con él habían pasado allí la noche, metidos entre la hierba seca, para protegerse del frio del alcohol y de la noche. 

 No sabía como había terminado durmiendo en un pajar, lo único que recordaba eran los ojos verdes de la joven que había visto en la procesión, y ese recuerdo le hacía sentir un gran vacio que solo se llenaría volviendo a verla. 

 Se puso a revolver entre la paja buscando el petate en el que guardaba su instrumento y despues de encontrarlo, volvió a salir del pajar y se encaminó para el campo de la Iglesia, donde había visto a la joven por última vez.

El lugar estaba desolado, y el silencio reinaba allí después de haber soportado la multitud el día anterior, y al acercarse a la iglesia descubrió que uno de los gaiteros, que habían estado a su lado acompañando al santo en su procesión, había regresado también al lugar y había pasado allí la noche durmiendo, refugiandose bajo el portico de la iglesia.

Trató de no hacer ruido pero este despertó al sentir su proximidad y se levantó. Después de desperezarse se dieron las presentaciones que no habían hecho el día anterior, preocupados más en el festejo que en la vida social; pues los gaiteros venían de todas partes a la feria de San Isidro para tocar y beber el día entero del santo hasta el amanecer.

El gaitero se llamaba Toribio y había nacido en un pueblo proximo a la frontera con Asturia y sin saber en que día estaba, ni quitarse la mugre de haber dormido en el suelo; como si no hubiera terminado la fiesta, con los ojos entrecerrados se llevó el puntero a la boca y empezó a tocar su gaita haciendo sonar el himno de Galicia.

Al oir sonar las primeras estrofas Max se puso a tocar con él y al cabo de un rato, bajo las columnas que apoyaban el portico de la iglesia, los dos juntos tocaban el himno de Galicia.

Max que nada sabía de politica se había olvidado que era molinero y se había convertido en un gaitero de la nación de Breogan.



mvf.









sábado, 7 de julio de 2018

Las bendiciones

Al terminar de dar las bendiciones para que la tierra fuera generosa y fecunda, y los animales procreasen abundantemente, la procesión volvió a ponerse en marcha para descender de la cima del monte. Ahora la gente que acompañaba al santo, cargada con sus bendiciones, iba más ligera en la procesión de regreso a la iglesia. Cuando llegaron, el paso del santo se detuvo y los músicos se apartaron para colocarse en lado izquierdo de la entrada de la iglesia desde donde seguirían tocando desde allí; mientras los costaleros, entre la multitud que había vuelto a agolparse alrededor de ellos, iniciaban la ardua tarea de regresar, con el paso al hombro, al interior de la iglesia.
Ya habían abocado el santo a la entrada de la iglesia, cuando entre tanto gentio Max descubrió una joven que tendría la misma edad que él; llevaba un traje verde, adornado con piezas de azabache, que al recibir los rayos del sol destellaban en medio de la multitud. La joven, tal vez sitiendo que era mirada, giró su cabeza y cuando sus miradas se encontraron, Max quedó sin respiración al ver sus ojos clavados en él.
De repente Max no pudo seguir tocando y empezó a sentir que un ardor recorría todo su cuerpo y que la sangre golpeaba bajo sus sienes al ritmo del latido de su corazón desbocado. Solo volvió a recuperar su tranquilidad cuando la joven desapareció consiguiendo entrar en la iglesia tras el santo.
Lo que había sentido le había dejado perplejo pues nunca hasta ahora sintiera nada parecido. Sin saberlo había quedado prendado de esa joven que en nada se parecía a las jóvenes curtidas en el campo, lozanas y fuertes, que él conocía.




mvf


martes, 26 de junio de 2018

La procesión de San Isidro.

El día comenzó con una ligera neblina que con los primeros rayos del sol se transformó en un rocio brillante y transparente sobre la hierba del campo.
Max había terminado de dar de comer a los animales de la granja y de llevar al campo a la burra del molino para que pastase.
 Se lavó en el rio y regresó a casa. 
Encima de la cama había dejado cuando se levantó, la ropa con la que se vestiría para ir a la feria: una camisa blanca, un chaleco negro por el que sobresalían las mangas blancas, al ponerlo por encima de la camisa, y unos calcetines largos, de color blanco, que se dejarían ver entre el calzado, unos zuecos de cuero, betuneados de negro, hechos de madera de chopo; y los pantalones, del mismo color que el chaleco, que terminaban a la altura de los tobillos.
 Complementaba su vestimenta un sombrero chacó de color  azul de prusia, ribeteado de blanco, que en alguna época podría haber pertenecido a algún soldado. 
Cuando terminó de vestirse se dirigió a un pequeño mueble de madera, que estaba cerca de la ventana, donde recogió una saca, en la que había guardado la gaita para protegerla de los posibles avatares que pudieran ocurrirle en la feria, y colgándosela al hombro, sin hacer ningún ruido que despertara a su madre, cerró la puerta de la casa del molino y tomó el camino del pueblo para ir al campo de la iglesia, donde de otros años que había ido con su madre sabía que a primera hora se juntaban los músicos que acompañarían al Santo en la procesión.

Formaban el grupo de los músicos: una banda de tambores, cornetas y trompetas,  y varios gaiteros que habían llegado de distintos lugares para acompañar al santo y hacerse unas pesetas que acaso pudieran ganar. Al ver llegar aquel joven rubio engalanado, con su traje de gaitero y su gorro azul prusiano, los  gaiteros hicieron señas a Max para que se colocase junto a ellos, seguros de que vestido de esa manera les iba traer buena fortuna.
El lugar estaba abarrotado pues la gente ya había empezado a llegar desde primeras horas de la mañana para coger los primeros bancos de la iglesia para ellos y sus familiares.

Sonaron las campanas y aunque alguna gente logró entrar aún en el  abarrotado interior de la iglesia, la gran mayoría tuvo que esperar fuera, desde donde tendrían que ir imaginándose  lo que se decía dentro. 
Al terminar de tocar las campanas la misa comenzó. Y mientras fuera se espera que saliera el Santo de la procesión aún fue llegando más gente que vendrían de los lugares más lejanos.
Tocaron las campanas de nuevo y la gente que estaba dentro comenzó a salir arremolinándose delante de la boca de entrada de la Iglesia; entonces asomó el Santo del interior de la iglesia, llevado a hombros por seis hombres fornidos del campo, que apenas podía avanzar en lenta lucha contra la multitud. Llegado un momento unos y otros se fueron haciendo a sus lugares, como antes habían hecho los abuelos y antes los bisabuelos  y antes los tatarabuelos de la multitud; como se había hecho desde siempre. Los músicos y los gaiteros irían en la cabecera, abriendo el paso, detrás de ellos irían el santo patrón, con su buey y su vara , y después toda la demás gente.

Se tiraron tres bombas al aire seguida de otra que reventó produciendo un sonido atronador que se alejó en la lejanía de los campos. Era la señal.
Sonaron cuatro golpes del bombo, a la vez que empezaron a redoblar los tambores; acto seguido se escucharon las cornetas de la banda y tras sus primeras notas y escucharse el sonido de las gaitas, la procesión comenzó su andar en dirección al monte que daba nombre a la comarca; desde su cima se podía ver todas las tierras de los alrededores.
Tardaron unos cuarenta minutos en llegar y casi otro tanto tiempo para  que la gente del final abarrotase las inmediaciones de la iglesia congregandose todos alrededor del santo. Entonces se hizo el silencio entre el gentio para oir a duras penas, al párroco oficiar las bendiciones del Santo Patrón a las tierras que se alcanzaban a ver con la vista y la fe. Cuando terminaron las bendiciones de los campos y sus animales, se continuó con las bendiciónes de San Isidro a los acompañantes de la procesión; la gran mayoría de los presentes labradores de la tierras con sus familias. 

mvf. 

viernes, 8 de junio de 2018

El gaitero del molino



Al ver la gaita frente a él, los ojos de Max se iluminaron completamente. Entonces se irguió de la silla y echando una larga sonrisa cogió la gaita colocándosela con el roncón por encima del hombro y el odre bajo el brazo, como había visto que la llevaba el gaitero de la feria; después, tapando los agujeros del puntero con sus dedos, metió el soplete de la gaita en la boca y sopló sin obtener apenas sonido.
 Sorprendido lo volvió a intentar de nuevo, soplando ahora mas fuerte, pero la gaita se le resistió nuevamente, para su decepción, dejando escapar unicamente un ruido ronco y sordo por el roncón.

-Esto- se dijo para si- era más difícil de lo que creía.

Volvió a llenar de aire sus pulmones y sopló con todas sus fuerzas; sus carrillos se hincharon con el esfuerzo y el odre que sujetaba bajo el brazo se llenó medianamente, consiguiendo que la gaita produjera un sonido agudo, que apenas se mantuvo en el tiempo.
 
Max no estaba dispuesto a rendirse y ahora volvió a soplar fuertemente por el soplete de la gaita, pero esta vez lo hizo varias veces hasta que llenó el odre de aire, y apretando suavemente el odre colocado entre su brazo y su costado, el puntero de la gaita empezó a sonar, alzando en el aire un sonido agudo semejante al que hacían las ruedas de madera de los viejos carros de bueyes, que se mantuvo durante un tiempo, hasta que el odre se deshinchó.
 Acababa de descubrir como funcionaba el instrumento.

 Acompañado del sonido del triquitraque del molino, que repiqueteaba como un tambor, mientras iba empujando el grano para caer entre las dos piedras del molino, Max no tardó en coger el ritmo y a sacar las distintas notas de los agujeros del puntero de la gaita, con sus dedos.

Al oirle tocar la gaita, mientras esperaban que se hiciera la molienda, la gente que venía a moler el grano acabó pidiendole que se uniera con ellos a la hora de la comida o la merienda para que después tocase la gaita y juntos bailar o cantar haciendo más grato esperar que el molino hiciera su trabajo.

El ruido del triquitraque del molino y el sonido del agua que lo movía, en aquellos tiempos podría ser suficiente para hacer feliz a cualquier persona con pocas necesidades y escasos vicios de la vida, pero admirados de la rapidez con que Max aprendía a tocar la gaita y viendo las gentes como iba creciendo su repertorio, con las muiñeiras gallegas que con solo oírlas tararear acababa aprendiendo a tocarlas completamente, fueron llevando su fama  a los distintos lugares de donde venían con el grano para moler en el molino, y llegado un momento, la gente empezó a animarle a que fuera al pueblo a tocar la gaita a la feria de San Isidro para que lo escuchasen los que no le habían oído tocar.


mvf.

lunes, 14 de mayo de 2018

La feria



Cada dos o tres semanas, la molinera y su hijo, bajaban al pueblo con los sacos de harina cargados en un carro que tiraba la burra que tenían en la casa, para vender en la fería la harina obtenida en pago de la molienda del grano de cereal, pues era costumbre después de moler el grano, cobrar una doceava parte de la harina molida. Después de la venta de la harina se surtían de productos de los que no podían abastecerse mediante la huerta y el corral, o cualquier otra cosa necesaria, para continuar con la vida que madre e hijo llevaban en el molino.
 
La feria del pueblo se realizaba en un viejo robledal al que sin más delimitación se accedía pasando bajo un arco de piedra centenario de cuatro metros de altura y anchura suficiente para pasar por el del los carros y el ganado. Una vez cruzado el arco se abría una pequeña explanada en la que se encontraba a uno de los lado un estanque de piedra, con cuatro caños de agua, en el que abrevaban por turnos los animales de tiro; avanzando partían dos caminos de tierra: uno a la derecha de la fuente que se extendía  bordeando la arboleda de robles, y bajo el que se colocaban los puestos de pulpos, con sus toldos, sus mesas y bancos; en los que había enfrente de cada uno  una pulpera con su enorme perola de cobre donde se cocía el pulpo; en el otro camino, a la izquierda se iban poniendo los puestos de venta de los vendedores ambulantes que de lugar en lugar, y de feria en feria, vendían aperos de labranza, ropa, cueros curtidos ... y según la temporada simiente para el campo. Ambos caminos de tierra, de la fuente, abrazaban la sombra de los robles centenarios bajo los que se entremezclaban los tratantes del ganado y la gente de la comarca, dandose cita allí, unos para comprar y otros para vender a buen precio para cada cual, los animales nacidos y criados en los corrales de las haciendas.

Ese dia la feria estaba muy concurrida.
¡Max!! - le dijo la madre a su hijo - tu vete a ver que hay en la fería, que yo voy a vender la harina al almacen. Al medio día quedamos frente a la fuente y compramos un par de gallinas ponedoras.

El hijo asintió y los dos se separaron. 

A esas horas ya había gente bajo los toldos, apoyadas sobre los mostradores de pino, lijados de tanto restregarse con las cerdas de los cepillos de madera. Eran los primeros que habían terminado sus compras o sus ventas y estaban allí para celebrarlo cerrando el trato con una jarra de vino y una ración de pulpo.

La molinera se dirigió con el carro al almacén del pueblo y allí tras pesar los sacos que llevaba obtuvo por ello cuatrocientas pesetas; aunque era una cantidad nada despreciable para la epoca era un precio irrisorio pues en el mercado negro llegaba a alcanzar un precio exhorbitante, maxime cuando la harina escaseba, porque se hacia acopio de ella para ser vendida en el extranjero pues europa acababa de salir de la segunda guerra mundial.

Cuando regresó la molinera al lugar de la feria, su hijo no estaba esperandole donde habían convenido, frente a la fuente a la salida del arco de piedra. Al cabo de un rato de espera empezó a impacientarse por la tardanza de su hijo, y entonces decidió meterse en el bullicio de la fería e ir en su busqueda. Después de dar varias vueltas, la molinera encontró a su hijo, estaba metido en un corro de gente que bailaba y aplaudía al ritmo de la gaita de un hombre menudo y flaco, de barba blanca y ojos vivaraces, que tocaba en la feria por unas monedas.

Max estaba allí, junto a otras personas presentes, coreando con sus palmas el ritmo del gaitero.

Al verlo, la molinera llamó varias veces a su hijo que no se enteró de su presencia pues, sin perder de vista el gaitero y el instrumento que tocaba, estaba hipnotizado oyendo la musica de la gaita.
Su madre, ya enfadada, con gesto malhumorado, se acercó junto a él y lo cogió de la mano, y de un tirón lo sacó del corro de gente que seguía aplaudiendo y bailando alrededor del gaitero.

La molinera y su hijo volvieron al lugar donde habían quedado de encontrarse y después de recoger el carro que había quedado, con la burra atada, a la entrada de la fería, terminaron de comprar un par de gallinas camperas y tomaron el camino para el molino, dejando atras los gritos de las gentes y los buhoneros que ascendían hacia el cielo danzando al son de la melodía de la gaita que se había echo dueña del bullicio de la feria.

Al día siguiente tuvieron mucho trabajo, pues les habían traido para moler, entre trigo y centeno, una partida de sesenta fanegas de grano - la fanega, muy popular en su tiempo como medida de peso, oscilaba entre treinta o cuarenta kilos de grano, pues no erá igual, dependiendo del cereal que  fuese y el lugar del que se trataba.

Durante los dias siguientes Max se mostró taciturno. Su madre al verlo de esta manera, le mandó realizar todo tipo de trabajos para sacarlo de su pensamiento absorto; y aunque lo mando subir al tejado de la casa a cambiar las tejas rotas, por donde podría entrar el agua cuando llovía; reponer los cristales agrietados de alguna ventana de la casa o picar leña para la cocina, su hijo, sin que hubiese trabajo que pudiera distraerle de sus pensamiento, paso toda la semana languideciendo, con la vista perdida en el camino del pueblo. 
 
El domingo, dia en que por lo general no se realizaba ninguna actividad en el molino salvo dar de comer a los animales o llevar a la burra al campo, la molinera sin soportar más la aflicción de su hijo, después de la hora del mediodia subió al desván de la casa y bajó con un viejo saco de esparto lleno de polvo, que puso delante de Max y después de abrirlo, sacó de su interior una gaita negra que durante mucho tiempo había estado olvidada en la guardilla.

- ¡Toma| - dijo entregando la gaita a su hijo - ¡tu padre era gaiteiro y tu tendrás que ser también gaiteiro!


mvf.

viernes, 30 de marzo de 2018

El molino


Llovía y por momentos las ráfagas de viento arreciaban la intensidad de la lluvia.

En el recodo del rio había construida una presa con rocas y tierra creando una pequeña laguna en la que se retenía el agua para ser utilizada por un molino. El agua tenía como única salida una acequia por la que transcurría cerca de trescientos metros para llegar al depósito del molino; allí se colaba en el interior de la construcción de piedra, por un conducto hecho de silleria, para salir por la parte inferior del molino, regresando al rio en ese lugar.
El agua salía por una abertura en la parte inferior del molino golpeando las aspas del rodezno o rodicio, haciéndolo girar con el golpe de su fueza, antes de regresar al cauce del rio. 

El rodezno y la muela de piedra que estaba en la sala del molino, se movían a la vez, pues uno y otra estaban unidos a los extremos del  un tronco de roble que como un eje vertical subía desde el nivel del rio hasta el interior de la sala del molino; el tronco pasaba por el interior del mueble del molino y por la piedra fija que descansaba encima de el, y se ensartaba en la piedra volandera a la que hacía girar esclava con la rueda con aspas que estaba en contacto con el agua.

Así, cuando escapaba el agua, al mover la rueda del molino para volver al rio, hacia girar la piedra volandera deslizándose encima de la muela fija, en la sala del molino, y al ir cayendo el grano y pasar por entre las dos lo molían convirtiéndolo en harina.

Fuera seguía lloviendo a raudales.


El molino era una construcción de piedra con tejado de pizarra y tenía en su interior la sala del molino y un  almacén donde se guardaba con llave la harina. A pocos metros del molino, unidos por un pequeño sendero de tierra encharcado por la lluvia, estaba la casa de la molinera una vivienda de planta baja, hecha también de piedra con tejado de pizarra. En el interior de esta vivienda estaba la cocina, en donde se hacía el fuego, que daba luz y calor a sus moradores; encima del fuego
colgaba una pota grande del techo; alrededor de la cocina estaban las habitaciones de los habitantes del molino. Por detrás de la casa había un pajar y un establo, donde dormían juntas una vaca y una burra, que con frecuencia se usaba para tirar de un pequeño carro con el que se bajaba hacer las compras al pueblo.
La molinera, una mujer de manos grandes, llevaba recogido el pelo con una pañoleta y estaba sentada en una pequeña banqueta de madera, frente al fuego, mientras revolvía con un cucharon de cobre en el interior de la pota donde se estaba haciendo un cocido con verdura y unto. 
Cerca de ella, con las piernas recogidas, dormitaba encima de una estera pegada al lado del fuego, el hijo de la molinera.

A la molinera en sus buenos tiempos no le habían faltado pretendientes pero ella los había desdeñado a todos. Decían las malas lenguas que una  mañana de marzo la molinera había ido a ver a la mujer que hacía de comadrona en el pueblo, con dos sacos de harina, y había regresado al molino con un niño en el regazo.

Era un joven rudo de ojos azules y pelo de color amarillento pajizo. Las gentes del lugar decían que el hijo de la molinera era hijo del trigo y que había crecido en el interior de la molinera mientras esta dormía con el ruido del agua y el golpe del triquitraque que empujaba el grano entre las muelas del molino


El hijo de la molinera creció en el molino hasta que a la edad de ocho años, por las moliendas que se había hecho sin cobrar a la casa del cura de la parroquia, fue mandado a estudiar al seminario menor, pero no tardó mucho tiempo en regresar a su lugar en el molino, pues, como habían dicho, su naturaleza no daba signo de interesarle los estudios ni la mortificación.


Fuera seguía lloviendo y en el lugar del rio donde estaba la presa el agua rebosaba escapando por encima de las piedras.

De repente la cocina se iluminó dejando ver las paredes anegradas por el humo del fuego; la obscuridad regresó acompañada del ruido del trueno y esta historia comenzó.


 mvf.

martes, 13 de febrero de 2018

era un mundo frio y viejo



Por la ventana de la clase entraba la primavera en un haz de luz.
La clase, es la clase de literatura castellana de doña Matilde.

Doña Matilde es muy puntillosa y lleva cuentas de todo.
   
- ¡Marise, tienes tres faltas de asistencia!
- No puede ser profesora, este mes solo he faltado dos veces a clases.
 - ¡Tres!.

Marise, sentada al lado de la ventana, se frota el mentón con la mano izquierda, y mientras la vista se le escapa, desde su pupitre, para recorrer las viejas casas de piedra con balconadas y galerias de cristal que hay frente al colegio, trata de recordar.

- A ver, falté a clases cuando fui al dentista; el segundo miércoles del mes hice huelga... y nada más.

- ¡Pues estoy segura de que vine a clases y que falté solo dos veces, doña Matilde!

- ¡Pues piensa bien, que a mi clase no viniste tres días! - le responde sentada doña Matilde, con su libreta encima de la mesa de cerezo.

- ¿Pues usted dirá profe, por qué yo no me acuerdo?

- ¿Y no será que marchaste con alguien y no volviste?

Marise sigue haciendo memoria -  bueno, la otra semana acompañé a Luis al medico.

Doña Matilde repasa su libreta.

- Aquí está. Luis trajo justificante de haber ido al medico el jueves.
¿Y tú, trajiste justificante?
 
- ¡No! – Marise calló
 
Desde la ventana se veía el vallado que delimitaba el recinto del centro. Fuera del recinto estaba el mundo exterior. Era un mundo sin nada nuevo; un mundo por hacer, en el que había que hacerse un lugar a pesar de la protección que daban a los alumnos, con la puerta cerrada del recinto pasada la hora de entrada al colegio.

Marise cogió el bolígrafo y escribió en su libreta:

- Era un mundo frio y viejo,  ... que estaba por comerse a base de disgustos, y de esfuerzos, y de riñas en casa...

Sonó el timbre y todos los alumnos salieron de clases.


- ¡Ainda nos vos dixe que a clase rematou! 

Gritó quedandose sola, doña Matilde y su libreta de alumnos.



mvf.



Siento mucho no estar más aquí, pero a veces
 no puede ser.






















viernes, 12 de enero de 2018

Correos : ensayo sobre la novela de Adelaida

Tras ver la luz nuestro ensayo sobre la novela de Adelaida, comenzamos a recibir correos en nuestro buzón en los que algunos lectores mostraban interés por conocer el título de la obra en cuestión.
Lamentamos decepcionar las expectativas generadas en vuestros amables correos. Sin embargo, sinceramente creemos que con nuestro ensayo hemos contribuido, a que la obra de Adelaida alcance un interés mayor que la del reducido circulo de sus amistades más intimas y la casualidad. Aunque Adelaida  piense lo contrario
y relacione la escasa venta y difusión de su novela con nuestro ensayo y las sanas advertencias sobre los riesgos de su lectura que en el hemos incluido.

 Para evitar enfados y malas caras de mi amiga, que pudieran impedir la tranquilidad y el olvido de la novela, más allá de su lectura,  me siento obligada a mantener y guardar con celo el silencio sobre el titulo de la obra.

- cosas de amigas, ya me entendéis.

Para nuestra sorpresa, algunos lectores entienden que la pelea en se relata en la novela tiene el origen en la vida real de la autora. Insinuando a que  Adeladia hace referencia a cuando zurró a sus primos Caramalos, por no dejar que su ex les metiera un gol, en un partido de fútbol local. No vamos a dar más pistas.

Algunos lectores han preguntando por el wasapeo de los vecinos mientras la victima se preparaba unos chorizos con patatas cocidas. Pensamos que la asesina podría haber enviado a los vecinos unas fake new para entretenerlos con su lecturas mientras agonizaba la victima.

 ¿Que si la novela tendrá segunda parte? 

No sabemos que puede estar pasando por la cabeza de la autora en estos momentos,  pero recordamos que antes de comenzar la lectura de su obra, advierte al los lectores que tiene en sus manos la primera edición de la novela.

 Adelaida tendrá muchos defectos pero no tiene el de mentirosa, y no dudamos que la victima no se quedara sin tomar venganza. Por lo que enseguida, a más tardar, tendremos la continuación de su novela.


 
mvf

martes, 2 de enero de 2018

Final del ensayo sobre la novela de Adelaida


Después de varios intentos, en la lectura de la novela, se descubría el móvil del crimen.

La asesina, como se describe en la novela y del mismo nombre que la autora, debía ser como Adelaida porque sus compañeros de trabajo, en la ficción, le regalan un frasco de perfume y su jefe manda poner en su puerta un ambientador de limón solo para ella.

La víctima, un joven con importantes posibilidades de ascender en la vida acababa de ser fichado por el equipo de fútbol local con la promesa de recibir una prima de cinco euros por gol metido;  y después de una relación de varios años de noviazgo con la asesina se separaron por una pelea que ella tuvo con dos de sus mejores amigos, dejando KO a uno de ellos.

 Cuando se separaron, la víctima fue colgando de manera temeraria, en internet lo mal que la asesina hablaba de sus amigas.

En esto yo estoy con Adelaida

"No hay que ser muy perspicaza para entender los sentimientos naturales que conducen al desenlace

La asesina estaba con su mejor amiga en un bar de parque. Ignoraba la publicación de sus comentarios en una pagina de relación social. 
 Hacía sol y su luz rebotaba en el aluminio de las mesas metálicas, mientras espera tomando una horchata.
Cuando llega, su amiga se sienta frente a ella y pide otra horchata. Comienzan a hablar y llegado un momento de la conversación esta para de sorber su horchata y le dice:


 -Yo también hubiera preferido otra amiga, pero tu eras la que estaba siempre conmigo.

Al escuchar lo que acaba de decir su amiga, la asesina descubre entonces que su ex ha colgado en internet sus confidencias,  y mientras sorbe con toda la naturalidad su refresco jura vengarse de él


En este momento la lectura se hace fácil y ágil, y saltando una decena de capitulos - lo más recomendable para no volver a perderse - se llega al desenlace, cuando el cartero descubre a la asesina echando matarratas en una bolsa de pienso para animales y pregunta:


- ¿Para quien son esos pasteles?

- ¡Son para el perro de mi ex!

- ¡Pero tu ex no tiene perro!

O algo a así.


mvf.