martes, 31 de diciembre de 2013

Esa noche




Don Sebastián tuvo una hermana que murió de unas fiebres desconocidas, en los cincuenta, sorprendiendo a todo el mundo. Cuando le dieron la noticia a don Sebastián empezó a jurar y blasfemar, y a dar gritos y golpes contra las paredes y los muebles, como un poseso, produciendo un gran pavor entre sus familiares que se habían juntado para darle la mala nueva; dado que sabían de los fuertes lazos que le unían con su hermana.

En la misa del funeral por la hermana, allí estaban todos de pie, graves, silenciosos;  mientras ella, en su caja, permanecía inmóvil con su piel blanca como la nieve. La difunta había sido vestida, por deseo de su hermano, sin que nadie le llevase la contraria, con el vestido blanco de novia con el que él la había llevado al altar el día de su boda para ser entregada a su futuro marido.
La gente iba pasando y dando el pésame y don Sebastián rompió a llorar con el corazón roto de dolor. Fue la única vez que la gente pudo decir que don Sebastián tenía corazón.
El marido de la difunta, encumbrado por su cuñado había sido un prometedor teniente de la guardia civil hasta que cayó en deshonra en el cuerpo. Había certificado la muerte de un buscado bandido republicano que merodeaba por la sierra de los Ancares. Después de una reyerta de la guardia civil con los maquis; suponiendo que habían dado muerte al perseguido, llamaron a la hermana del bandido, para que viese el cadáver y lo reconociese. La hermana a ver el error de la guardia civil certificó pícaramente, a sabiendas de que no era él, que el difunto era su hermano.
Al correr la noticia de la muerte del famoso perseguido todos los participes en la batida, incluyendo a sus superiores,  fueron felicitados y recompensados por su logro hasta que se descubrió el error; entonces todas las burlas y las iras cayeron, cebándose, sobre el teniente.  El teniente agraviado, juró por su honor que no pararía hasta dar caza y captura al bandido; desde esas se obcecó endiabladamente en encontrar y dar muerte al bandido, escondido por la sierra de los Ancares;  pero no pudo cumplir su promesa pues fue muerto de un tiro a bocajarro, en otra reyerta contra los maquis, cerca de las minas de Villablino, un pueblo de León.
Tras la muerte de su cuñado Don Sebastián visitaba a su hermana y su sobrino todas las semanas llevándoles regalos. Hasta que la muerte de la difunta cogió de sorpresa a todos.
Al entierro asistieron mucha gente importante de la nueva España. Faltaron la gente humilde y entre ellos los caseros; no porque no tuvieran cabida en la Iglesia, ni su sentimiento por el dolor de su amo fuera menor, que el de las gentes que asistieron,  sino porque de aquellas no se les permitía a los humildes estar presentes en los momentos en que todos nos igualamos, como aquel ante la muerte.
Después de las exequias y que toda la gente importante se había marchado, de regreso a sus casas,  el matrimonio y los criados se fueron a la cama. 
En la casa de don Sebastián eran las doce de la noche y ya hacía rato que se había hecho el silencio. En la obscuridad las lagrimas de don Sebastián volvieron a brotar sin parar. 
Esa noche, don Sebastián, cuando todos se habían dormido, entró sigilosamente en la habitación de Abelarda, la criada, para buscar el placer de hacer un nueva vida después de sentir el dolor de la muerte.


mvf.
 


lunes, 23 de diciembre de 2013

Feliz navidad y tal ...

La navidad es una cosa que me repugna. Para mi pasan los días del año y llegan los de navidad, como pasan las horas sin enterarte y de repente suena el despertador para levantarte a trabajar.

Suena el despertador -  Con lo calentita que se está en la cama, sacas el brazo de debajo de las mantas, a fuera, para morirte de frio,  - y le atizas al pulsador del despertador para que calle. El despertador sonará después de otros cinco minutos más ... ..

Suena el teléfono. El teléfono no tiene pulsador de otros cinco minutos más; se inventó en una época que era todo un lujo su 
adquisición y a nadie se le ocurrió que podría querer no cogerse.
 

- Si alguien después de leer estas palabras se le ocurre hacer realidad la idea de poner a los teléfonos un botón de cinco minutos de espera, que recuerde que se inspiró en una idea de marise.
Si inventas algo gratis para los demás, me hace feliz que lo use todo el mundo, pero si desarrollas una actividad comercial con la idea del botón y tienes que pagar a hacienda por un trozo de tu sudor, acuérdate de lo mio.

Como íbamos diciendo:
Está una en el aseo haciendo sus abonos y suena el teléfono. Te levantas muerta de frio y echas a correr en zapatillas y camisón.
En la habitación hay un teléfono supletorio encima de un mueble grande, con cajones, donde guardo las camisas y la ropa interior.
-Se oye una voz.


La voz es de mi madre: - ¡Mariseeeeeee, llega la navidad! Me tienes que comprar unas cuantas cosas.
- Mi madre me lo pudo haber dicho ayer a la noche pero no lo hizo para que no me desvelase.

le gusta el dramatismo.
Y mientras tratas de no perder el calor de tu cuerpo apretándote el camisón,  empieza la retaila…
-Acuérdate de comprar ... turrón del blando y del duro, mazapán, polvorones, garrapiñadas …
Aún no he despertado. Me duele la cabeza.
- y no te olvides… y tienes que comprar  el bacalao…   

Aquí es lo que se lleva-

- seguro que se me olvida algo. ¡Y no te olvides del ¡CHAMPAN!

- Maldición: - ¡ ESTOY DE BURBUJAS HASTA EL MOÑO!

El Lunes Negro de 1987,
 yo siempre he odiado todos los lunes

La burbuja bursátil mundial de octubre de 2008.



La burbuja inmobiliaria.
LA BURBUJA de la deuda ENERGÉTICA

 La burbuja punto.com 

 ¡ ODIO LAS BURBUJAS!.

A lo sumo si algo bebo yo en navidad es una copita de sidra de ese chico tan mono que tiene una gaita en las manos.  Eso y ver la abeja maya, que la han repuesto en youtube, me resarce de las penosas navidades .


Le devuelvo el telefonazo a mi madre , al regresar a casa por la noche, para preguntarle si está despierta . Ella estaba dormida

-¡Venganza!

 Seguro que mi padre está durmiendo y después lo tiene que aguantar. 


 - ¡ Mama! ¿ Hay leche de soja en casa ?


- ¡Claro marise! ¡ Hay leche de soja y zumo de vaca!


Bueno amigos que tengáis un añazo. Lo otro vendrá después
Un abrazo a todos y todas los que me leeis y en especial a los del canal irc poesía
sin los que no podría vivir sin darles la vara.

 
mvf.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

marcelino pan y vino






A primera hora de la tarde, después del comedor, todos los alumnos del seminario menor salían a correr y a jugar en el recinto cerrado de los exteriores del colegio, hasta la hora de ir a clases por la tarde. - estos exteriores del edificio eran los opuestos a los del  lateral en que estaban las huertas, los establos y otras dependencias y que estaban incomunicados -.
Ese día no había clases, y a las cuatro tenían una película de cine.
Al aproximarse la hora todos fueron llamados por el silbato del padre prefecto y los niños echaron a correr regresando de nuevo al interior del edificio por una puerta lateral, corriendo por un pasillo de piedra, para juntarse en un patio en el interior del edificio donde formaban habitualmente, colocándose cada cual en sus filas por edades y clases, esperando el momento para entrar al cine.
Ya habían entrado todos los niños y en el exterior, ahora sin un alma, se adueñó un ruido a vació.
Una vez habían formado en sus filas todos los niños, hasta los más rezagados,  no tardó en abrirse la puerta de la entrada de la sala de cine. Un olor penetrante les dio de lleno en las narices a los más próximos a la puerta.  El interior de la sala olía fuertemente a melisa, pues don Galvino, después de que Martinuka estuviese limpiando el polvo de las butacas,  había pulverizado horas antes un
ambientador, con un tubo largo con un embolo rematado en un bote, para que el lugar no oliese a cerrado.
Los niños empezaron a entrar, descendiendo ordenadamente por el pasillo del cine hasta el patio de butacas  y así según iban entrando desde el patio de butacas para arriba se iban sentando, en las hileras de butacas que había a los lados del pasillo, hasta completar el llenado del local.
 Mientras algunos niños se empujaban y se peleaban para sentarse unos juntos con los otros. El sisa se había sentado en el medio de la tercera fila, entre sus compañeros de clases.
Sisa -  ¿Quien es Marcelino? 
Niño 1º- Es un niño huérfano...
Niño 2º - ¿ Pero tu no vistes la película ?. 
Sisa – Yo no; es la primera vez que vengo al cine.
Niño 2º- Yo ya la he visto tres veces.
Niño 3º ( Arrimándose desde el asiento de la fila de butacas de atrás ):
 - Chist ... es la historia de un niño huérfano ... que se llama Marcelino. 

El padre prefecto que vigilaba todo desde el patio de butacas, al entrar la última fila de niños, mandó hacer silencio y  anunció el titulo y el comienzo de la película, que apenas se oyó con tanto barullo.
Sisa - ¿Que dijo?
Niño 3º (  haciendo un embudo con las manos, con forma de megáfono,  y apuntando a la cabeza del sisa  ) :
- ¡ M  A  R  C  E  L  I  N  O     P  A  N    Y    V  I  N  O !
 Entonces, el padre prefecto,  levantando la mano dio una señal a don Galvino, que estaba pegado a las puertas de la entrada del cine. Al verlo este tocó un pulsador escondido haciendo sonar un timbre, y las cortinas del cine empezaron a recogerse y a dejar al descubierto una pantalla grande de lona blanca estirada en un bastidor metálico por unas cuerdas entrecruzadas que se apretaban para mantener la lona tensa y sin arrugas. Mientras tanto don Galvino cerraba las puertas de la entrada y corría unos cortinones que había para que los que quisiesen entrar o salir, pudieran hacerlo sin dejar pasar la luz . 
Cuando ya estaban recogidas las cortinas y descubierta toda la pantalla; desde el patio de butacas llegó otra señal a don Galvino que volvió a tocar otra vez el pulsador, esta vez dos toques.
Mientras se apagaban las luces de la sala, quedando todo a oscuras, desde un ventanuco pequeño que había en la pared de la entrada salió un rayo de luz acompañado de un ruido de carraca.
Sisa - ¿ Y si en clases le pongo pan a jesucristo en la cruz?
Niño 2 º - ¿Que dices?.
Niño 1º - Si haces eso el padre mano te mete una hostia...
Niño 2º - Ya veras la película y lo entenderás
Sisa - ¿ Y el vino de donde lo saca ?.
Niño 3 ( desde detrás ) - Lo robaría en la sacristía como hizo el monaguillo para probarlo él y sus amigos.
Sisa - Pero eso es pecado mortal
Niño 2º - Si pero no se muere. Tu, aún, no lo comprendes ya veras la película. ¡Y cállate por favor, que nos van a tirar de las orejas!. 
Ya  en  la oscuridad, con la luz de una linterna, don Galvino remataba a los niños que continuaban hablando a oscuras, mientras el haz de luz cambiante empezó a estrellarse convirtiéndose en imágenes contra la pantalla. 
Niño 3º (levantándose desde atrás, aprovechando la oscuridad, para hablar en el oído del sisa. ) 
 - Sisa. ¿Y al final sabes cuantas canicas hay en el tarro de cristal?
Sisa - Está claro, 1577
Niño 2 - ¿Y como lo sabes?
Sisa - No sé.
El haz de luz de la linterna de don Galvino ilumina al sisa y sus amigos.
 Don Galvino - ¡Psssttttttttttttttt. callaros de una vez!. ¡Que va empezar la película!

Sisa  ( a sus compañeros )
         - ¡Q  U  E   O  S   C   A   L   L   E   I  S !. 
Como me castiguen por vuestra culpa  os vais enterar.





mvf.-



martes, 3 de diciembre de 2013

el reloj dorado 2.







Aquella mañana el ovejero, el abuelo del sisa, bajó a la feria para vender algunos corderillos con tres meses de vida, la edad mejor para que la carne este tierna y blanda para los asados. Después de la venta se dirigió a la casa del administrador de las tierras para hacer cuentas. Allí le dieron la noticia de que las tierras y las casas en las que vivían habían cambiado de manos, y ahora el nuevo amo parecía ser un importante falangista de la capital.
 Cuando subía de regreso para la casa por el viejo camino de tierra, marchaba lento, pensativo con la nueva noticía, caminando con su burra cargada de simiente y algunos aperos que había comprado. 
 Un movimiento entre las zarzas del camino y asomó la cabeza un conejo; olisqueó el aire con su húmedo hocico, entonces dio dos saltos y ya estaba en medio del camino de tierra. Desde allí miró para el hombre y su animal, mientras estos subían por el camino en su dirección y cuando ya se aproximaban a tiro de una piedra, se dio la vuelta y saltando se volvió a internar en la espesura de la zarza.
 Cuando llegó a la casa ya había pasado el mediodía, dejó las simientes y los aperos, en el pequeño huerto que tenía al lado de la vivienda, para la mujer; y después fue abrir a las ovejas, más de cuarenta cabezas que esperaban ansiosas en su corral,  cogió la burra y llevó a los animales a comer al monte.
 La vida de los caseros seguiría igual que siempre, simplemente que ahora en vez de don Agustín seguiría siendo el amo don.
 Mientras los animales comían la hierba y los brotes tiernos de los arbustos, el ovejero se sentó dentro de un refugio que tenía construido de piedra para los dias de lluvía, o para los dias de sol como el que hacia esta tarde. De un bolsillo de su pantalón saco un pañuelo cuidadosamente doblado y desenvolvió sus puntas descubriendo una piedra aplanada, redonda y pulida de río, atada a un cordón de los zapatos, que estaba detalladamente dibujada con sus manecillas, y pintada a su alrededor como un reloj dorado de bolsillo. Entonces se la llevo al oído, y mientras cerraba sus ojos para oirlo mejor, el reloj de piedra hacía tic-tac en su oído. 
El ovejero sabía bien a que hora salía el sol y a que hora se acostaba a lo largo del año. Sabía cuando crecía la luna para hacer injertos o para recoger frutos; y cuando menguaba para sembrar o para podar. Sabía cuando abría sequía o cuando vendrían las lluvias con solo mirar el vuelo de los pajaros. Nadie sabía de donde venía, nadie recordaba quien le había puesto un nombre, ni cual era su nombre de pila, ni cuantos años tenía. Era uno de los hombre de las tierras. Había sido parido en los montes y se había criado con las ovejas. Era el ovejero.



Un mañana llegó un coche arrastrando tras de si una gran polvareda. Un hombre bajó, y gritó: - ¡ Yo soy don Sebastián ¡

Con las manos detrás de la espalda esperó, caminando en círculos y dando patadas en la tierra, hasta que se formó un pequeño corrillo de hombres, niños y mujeres alrededor de él.

- ¡ Y desde hoy estas tierras y todo lo que hay en ellas son mías ¡
Dicho esto volvió a montar en el coche y marchó llevandose con el la polvoreda detrás. 

Después de la partida los hombres, mujeres y niños volvieron cada cual a lo suyo. Solo eran los braceros y sus familias con el derecho a la vivienda y al escaso fruto de su trabajo que les permitía vivir, sin poder escapar de su destino, en las tierras de Labregos;  y como afortunadamente ninguno de los caseros había tenido hijo en edad de filas, para estar reclutado sin querer en el bando perdedor, nadie les podía reprochar nada.


mvf.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

El reloj dorado

Mi madre  me contó muchas cosas de familia. Por ella sé que mi bisabuelo nació en algún lugar de Montana, el 25 de junio de 1876; el mismo día que el general Custer murió en la batalla de la gran trompetilla,  Little Big Horn.

 Mi tatarabuela, madre de mi bisabuelo, claro, poseía un negocio en  Californía cuando se desató la fiebre del oro; una tienda improvisada dentro de una caravana, en la que llevaba una cama con sabanas y lo que más se necesitaba de un lugar a otro. Así pues, mi bisabuelo habría sido fruto del oro obtenido por alguno de los mineros que invadieron, en búsqueda de otro, los territorios sagrados de los indios de Montana, lo cual fue el motivo por el que la nación india se puso en pie de guerra contra el hombre blanco. Como aquello no daba para vivir porque los buscadores de oro, entre ella y el whisky decidieron por lo último, aprovechó el paso de una caravana de mujeres para trasladarse con su hijo al estado de Dakota del sur, donde esperaba, de alguna forma, reanudar su negocio aprovechando que allí nadie la conocía. 

Mi madre decía que en Dakota, mi tatarabuela, vendió la caravana  para ponerse a trabajar en una casa de señoras respetables donde conoció a Juana Calamidad. y a Wyatt Hearp que las venía a visitar a veces. Con el tiempo Juana Calamidad empezó a tratar a mi bisabuelo como si fuera su tía, y así, aunque yo nunca creía a mi madre mientras trataba de meterme en la boca la cucharada de comida, mi bisabuelo también había sido sobrino de Wild Bill Hickok del cual Juana Calamidad no paraba de hablar que se habían casado antes de que este muriese de un balazo en la cabeza, por una disputa acaecida en una partida de poker. Wild Bill Hickok tenía una mano con dos ases y dos ochos, y antes de coger la quinta carta se produjo la disputa, y esa mano quedó con el nombre de la mano del muerto.

Posteriormente se trasladaron a Kansas, al enterarse que estaba llena de vaqueros y ganaderos y allí mi tatarabuela, que podía ya escribir un libro con todo lo que había aprendido sobre los hombres, pretendía hacer mucho dinero, pero al llegar a Kansas City  mi tatarabuela falleció de unas fiebres. Cuando esto ocurrió mi bisabuelo ya tenía veinte años. Huérfano marchó con una familia de emigrantes criadores de ovejas, que recién conoció antes de morir su madre. Casó con una hija de ellos, con la que tuvo un hijo, el que sería mi abuelo. No se sabe bien el motivo por el que mi bisabuelo y su familia terminaron por marchar de Kansas.

Mi abuelo vino a España, en apoyo de la segunda República, durante la Guerra Civil, como uno de los voluntarios del Batallón Abraham Lincoln provenientes de Estados Unidos, que participaron en las Brigadas Internacionales. Llegó a España en 1936 y se concentró, junto con otros brigadistas en Gerona, y después de librar algunas batalla en Aragón con el ejercito invasor, por algún motivo desconocido quedó separado de sus compatriotas en el frente del Ebro. Caminando perdido en media guerra civil española siempre al Oeste, en búsqueda de su gente , terminó llegando a Galicia, donde los pocos  que quisieron creer en su historia le encontraron trabajo cuidando las ovejas de Don Agustín. Cuando falleció, en el año 1943 el cura no quiso que lo enterrasen en campo santo porque era republicano, y lo enterraron a escondidas por la noche en una cuneta donde había otra gente del pueblo como él, sin que se sepa muy bien el lugar donde está.


El único recuerdo que queda de mi abuelo es un reloj dorado pintado en una piedra redonda. De pequeñita mi madre me lo dejaba coger para mirar si se movían las pequeñas manillas; y me lo ponía en la oreja, para que oyera el tic-tac de su pequeño corazón; a cambio de que pudiera meterme una cucharada de comida en la boca.

Yo no comía, aunque era la mas raquítica en el colegio, siempre ganaba en casa a la hora de comer.


mvf.



martes, 12 de noviembre de 2013

El mapa de España. la partida de abejorro

Bajo el mapa de España, que colgaba en la pared, detrás de una mesa de madera de nogal, se sentaba el padre mano en su silla. El lugar era como una fortaleza inexpugnable, vista desde el lado de los alumnos.

En el otro extremo de la misma pared había otro mapa; el mapa mundi, y entre el medio de los dos un crucifijo negro separaba las dos realidades geográficas que existían en ese momento, España y el mundo.
A veces los niños llevaban rosas, y subiéndose en una silla las ponían debajo de los pies al cristo; algunos de los niños estampaban un beso en sus pies, para dulcificar la crucifixión de ese hombre de hierro y madera que colgaba en la pared.
Las dos realidades eran bien diferentes. Una, la España
grande y libre, que quedaba a la derecha de la pared del encerado, bajo la que se sentaba el padre mano, tenía esa libertad que daba el seguir las sagradas escrituras y la obediencia al caudillo de España; y estaba llena de montañas y ríos que teníamos que saber que saber su curso y sus afluentes a golpe de regla.
La otra, la que quedaba a la izquierda del cristo, estaba llena de tierras de aventuras, esparcidas por lo largo y ancho del mundo; a donde los más privilegiados y valientes de la clase marcharían en misiones para navegar por el amazonas arriba, o se adentraban en la selva africana navegando en canoa por el río congo en busca de pueblos perdidos que no conocían la palabra de dios y que seguramente para nada habían visto, ni sabían, lo que era la tenacidad y sacrificio de un misionero español.
Aunque no conseguíamos entender como se podía meter en una esfera, que a veces nos traían a clases, todo lo que cabía en el mapa plano y rectangular colgado en la pared, sin que sobrara mapa.
Los misioneros iban buscando niños que no sabían leer ni escribir ni sabían siquiera lo que era ir vestidos, para bautizarlos y que pudieran ir al cielo.
Los soldados salvaban a la gente buena de la gente mala, hijos del diablo y de color rojo, que les querían hacer daño y especialmente, con todo tipo de mentiras, llevarlos al infierno.
Las enfermeras, con sus manos llenas de calor, curaban más con una caricia que con una medicina ... Así todos queríamos ser soldados y estar malheridos, para ser socorridos por una enfermera que sin lugar a duda, ante nuestros ojos, era la chica más hermosa del mundo y con la que nos casaríamos.

El mundo era pues un lugar ancho y grande donde cabían todos los sueños en un plano.

Al padre Mano le gustaba que los niños se sentasen en sus piernas y les acariciaba y los llenaba de besos. A veces los castigaba frente al crucifijo y les hacía poner los brazos en cruz con unos libros en las manos, o les ponía una pinza en la lengua, mientras está colgaba de la boca entreabierta.
Cuando el niño finalmente lloraba desconsolado, porque la fatiga y el dolor había podido con su cuerpo, el padre mostrando piedad por su dolor le mandaba dejar su castigo y le sentaba en sus piernas, entonces lo apretaba contra su cuerpo, lo besa y le llenaba de caricias.

Aquel día, la tortura le tocó a Abejorro. No recuerdo el motivo, ni siquiera recuerdo que existiera, pero el padre mano castigó a Abejorro a mantener con su nariz una perra chica pegada en la pared*
moneda de cinco céntimos de las antiguas pesetas, sin que esta se cayera al suelo, so pena de recibir unos golpes en la mano con la regla.
Cuando Abejorro finalmente no podía más, el padre Mano le dijo que abandonase su castigo y le pidió que se acercase a él y se sentará en sus piernas. Allí estábamos todos, celosos del lugar que ocupaba Abejorro, expectantes, suplicantes de las caricias llenas de ternura del padre Mano, pero cuando el padre intentó acariciar a Abejorro, este le propinó una torta que sonó en toda su cara, rompiendo el hipnotismo de la clase.
Todos nos quedamos con los ojos abiertos al ver como Abejorro se escapaba de las piernas del padre mano, mientras este permanecía inmóvil petrificado por la sorpresa, y echaba a correr para sentarse en la silla de su pupitre. Era el único refugio que tenía.
El padre Mano abrió su libro de cuentas y todos empezamos a recitar la tabla. Siete por cinco treinta y cinco; siete por seis treinta y seis; siete por siete cuarenta y nueve... y mientras cantábamos la tabla nuestros cuerpos empezaron a balancearse suavemente, de un lado a otro, como las espigas del trigo nuevo del campo.
Después del recreo no volvimos a ver nunca más a abejorro. El rector, enterado de lo ocurrido, había mandado llamar a los padres de abejorro para que vinieran a buscarlo porque era seguro que el niño no tenía, ni tendría vocación para ser misionero.
Los padres de abejorro vinieron a buscarlo, y pidieron hablar con el padre mano. Pero el padre Mano rehusó dar cualquier explicación. Solo dijo, que abejorro era un niño muy noble.


mvf.

martes, 22 de octubre de 2013

Sonata para Elisa.

Anocheció con luna llena. El aire frío de la noche bajaba de la montaña, para golpearnos en la cara, mientras que la hierba que nos rodea se restriega contra nuestras piernas, animada por el viento. Entre las sombras se ve un campo recién segado, con los montones de hierba que los segadores fueron apilando para secar al sol durante el dia; la silueta de un roble centenario recortada sobre el contraluz del claro de Luna, desde el que se oye el ulular de un ave nocturna. Y atrapada en la oscuridad, la casa grande de los señores rurales gallegos.
A través de los cristales de la casa se ven las luces encendidas, y se vislumbra la imagen del cuerpo de algunas personas que se mueven en el interior.
Dentro de la casa alguien toca el piano, y unas personas, sentadas frente a ella, escuchan atentamente la música que suena. El salón está iluminado con candelabros de plata y mientras la gente no pierde atención de los movimientos del pianista, Abelarda, conteniendo la respiración para no hacer ruido, sirve el té a los señores de la casa y sus importantes amistades venidas de la capital. Llegaron por la mañana para pedirle a Don Sebastián que diera un escarmiento de una vez; porque desde Coruña, pidieron por carta a don Agustín una contribución para la bandera de la falange y don Agustín les ha enviado una saya negra y raída.
La música es la sonata para Elisa de Beethoven; y el pianista hace correr sus manos sobre el teclado, mientras sonríe a la anfitriona.  Elisa, la mujer de Don Sebastián, está distraída de las miradas que se le hacen al galope sobre las notas. Su instinto le dice que esa música no se compuso para ninguna Elisa y aborrece cuanto hay a su alrededor; y a su marido, que la ha traído a vivir el campo, y maldice el tiempo que lleva tratando de darle un hijo.
Mientras tanto Don Sebastián, indiferente a los pensamientos de su esposa, es el único que se fija en Abelarda, sirviendo el te; y cuando esta se retira, con la bandeja de plata y la tetera de porcelana ya vacía, se dice para si - voy a meter un niño entre las piernas de esa niña.



mvf.

lunes, 14 de octubre de 2013

el cielo azul rojizo profundo y misterioso






El abejorro se pone los dedos frente a sus ojos, pulgar e índice. Los dedos se separan y se aproximan levemente mientras aguza la vista en señal de un complicado calculo.
- Supongamos que el diámetro de una canica de barro es el dé… aproximadamente el de un garbanzo del caldo del mediodía ...  En el comedor podemos calcular el diámetro. Y con la formula del volumen de la esfera, que nos explicó el otro día el padre, y dividiendo con el resultado la capacidad del tarro ... obtendríamos el numero de canicas que hay en el tarro donde el padre guarda las canicas que nos quita.- le susurra el abejorro al sisa.
El sisa -  ¿ Tu sabes la formula ?.
Abejorro - ¡ No !.
 - Yo pienso que en un vaso bien cabrían unas doscientas canicas de barro - le responde en voz bajita el sisa, sentado en el pupitre a la misma altura del abejorro, pero del otro lado del pasillo.
Es más facil calcular por vasos de garbanzos.
- El diámetro de una canica es el de ... hum ... - vuelve a insistir con los dedos frente a sus ojos el abejorro -  Un centímetro y algo.
- Abejorro, parece que se queda uds. dormido. - dice el padre, que está sentado en su mesa de profesor leyendo un libro de pastas negra, mientras vigila a los niños del estudio.
- No, padre - le responde Abejorro.
El sisa guarda un rato de silencio al ver que ahora los ojos del padre, por encima de sus gafas, dirigiendo su mirada hacia él, le están vigilando.
- ¡Padre!.¿ puedo afilar el lápiz ? - pregunta el sisam alzando su voz por encima del silencio de la clase.
El padre le asiente con la mirada y vuelve continuar la lectura de su  libro. 
El sisa se levanta de su pupitre; sale al pasillo y camina en dirección al afilalápices que esta atornillado encima de la mesa del profesor. Introduce el lápiz por la boca del sacapuntas y empieza a girar una pequeña manilla con la que se movían sus cuchillas. Y el lápiz fue menguando bajo las cuchillas, mientras el sisa no quitaba la vista del tarro que había encima de la mesa del profesor.

Ya está. -  dijo el sisa. Apenas quedaban dos centímetros de lápiz.
- Vuelva a su sitio - le respondió el padre
De regreso, al pasar a su lado, el sisa le da una colleja al abejorro.
- ¡ Hay !.- exclamó al recibir el golpe de la palma de la mano en su cuello.
- ¿ Que le ocurre abejorro ? - preguntó el padre levantando la vista de la mesa mientras sus gafas se mantenían en equilibrio apoyadas sobre la punta de la nariz.
- Nada padre,- respondió el sisa por el abejorro - que sin querer le di un pisotón  porque su pie salía de debajo de su pupitre.
- Póngase bien abejorro;  y Vd. Sisa siéntese de una vez en su pupitre y no haga más ruido que molesta a sus compañeros.
 El sisa insiste en sus cálculos. - El frasco de las aceitunas de don Abelardo es de dos litros y así aproximadamente estará lleno algo mas de litro y medio.  Ósea que habrá casi unas 1600 canicas, arriba o abajo. Digo yo.- le dice el sisa al abejorro.
Abejorro agacha su cuerpo aproximándose sobre la mesa y con la cara mirando para el sisa exclama  - ¡ Tantas !. ¿ Tu estas seguro ?.
- Seguro. Imagínate. A mi solo el otro día me quitó sesenta y seis canicas por llegar tarde al aula que se alargó la partida. – Le responde el sisa. 
- ¡ Fiuuuuuuuu ... !-  exclama el abejorro.
- Pero ya he recuperado cuarenta y siete  - le aclara el sisa . 
Se oye un grito, y un trozo de tiza lanzado por el padre, vuela en dirección a su cabeza - ¡ Sisa no moleste a su compañero ! -  Al cabo de unos instantes de silencio, el padre cierra su libro y continua diciendo -  A ver sisa salga Ud. al encerado y dígame cuanto le dan dos y dos y fíjese bien que operación aritmética usa, que de lo que Ud. diga depende que no suspenda.
 En el colegio, cuando ya han terminado las clases, aún quedan en el aula los niños que están castigados con el estudio; fuera los otros niños están jugando al guá;  un juego que consiste en hacer un hoyo en la tierra para después por turnos ir metiendo unas pequeñas bolas de barro dentro; se trataba de sacar,  cada uno con su bola,  las de los demás, ganando las que se sacasen o perdiendo las propias si se falla. 

 El sol de marzo derretía el cielo azul en un rojizo profundo y misterioso atardecer, mientras las temperaturas del invierno empezaban a dar paso a la primavera. 



mvf. 


lunes, 30 de septiembre de 2013

El invierno y la primavera





El invierno había sido uno de los más fríos y duros de los que la gente mayor decía haber conocido. Hubo fuertes heladas que congelaron los ríos y las charcas llegando a escasear el agua para que el ganado pudiera abrevar. El frio dio paso después a intensas lluvias desde mediados del mes de febrero hasta casi comenzar el mes de mayo; llovió tanto que los rios rebosaron sus cauces y  las aguas terminaron por anegar los campos ahogando cualquier cosa que se hubiera sembrado en la tierra. Cuando parecía que podía mejorar el tiempo, al llegar el mes de mayo, una invernía cargada de nieve y frio sorprendió a todos, quemando las yemas y las flores de los árboles frutales, y el invierno se prolongó casi hasta el final del mes de junio, que fue seguido con un verano lleno de lluvias y tormentas.
Aquel año las tierras de labradío quedaron sin dar sus frutos y el ganado mermo, diezmandose sus posibles crias, de tal manera que acabo en una hambruna tan grande en Galicia, que obligó a muchos campesinos a vivir de la mendicidad y de la caridad de las familias más pudientes. Muchos hijos y padres tuvieron que abandonar sus casas y sus seres queridos para emigrar a otras tierras.
Fue entonces que después de pasar tantas penurias y morir los abuelos, tras mucho rogar,  la madre de Abelarda consiguió que su marido fuera hablar con don Agustín para pedirle que se hiciera cargo de su hija, porque no tenían que llevarse a la boca.
La niña, en la casa de don Agustín, tendría de comer y de vestir mientras que en su casa habría un boca menos que alimentar.
Y así Abelarda creció en la casa grande sirviendo a la ama; una hembra vasca, señora ruda y corpulenta, que había parido tres hijos como robles.
Abelarda, cuidaba las gallinas, ayudaba en la cocina, hacía las camas, servía en la mesa…  y todo parecía que se iba componiendo bien para todos.
Un día llegó una noticia en la casa. Abelarda sirviendo en la mesa se extrañó de lo que hablaban los señores en el comedor, que parecía preocupar a don Agustín.
Pero cuando comían en la cocina, lo que se había traído de vuelta del comedor, la cocinera se lo explicó: un general se había sublevado en el protectorado marroquí y había llegado a España con un ejército de moros.
Comenzó la guerra en España.
Un día la ama llamó a Abelarda a su habitación; y sentada frente a la coqueta de su dormitorio, mirándose al espejo le mandó que la peinara.
Le mesó el pelo a su ama, en su habitación cuando le había llegado noticias de que uno de sus hijos había muerto en la guerra civil luchando en el bando republicano en el frente del Ebro.
Aunque unos días antes un dolor de madre, que sintió en su vientre la ama, le había dicho que uno de sus hijos había muerto y que nunca más le volvería a ver.

Le mesó el pelo en su habitación cuando tuvo noticias de que otro de sus hijos había desaparecido en Extremadura.
Con su rostro compungido la ama volvió a llamar a su criada: - ¡ Abelarda, niña, ven ¡ .
 Ese dolor de madre, le volvió a producir más dolor.
Encima de la coqueta había un sobre abierto y una carta de un amigo de su hijo.
El hijo de la ama  fue sacado por la noche de la casa en que dormía y muerto de un tiro en la nuca junto con unos campesinos que gritaban porque no era de ellos la tierra que habían trabajado sus padres, y antes de ellos los padres de sus padres ...  Su cuerpo yacia en una cuneta olvidada en un pueblo de Extremadura.
Abelarda pasaba el cepillo por el pelo largo, fino y encanecido, mientras su ama , rota de dolor se miraba, sentada frente al espejo de su coqueta.

Ya había acabado la guerra cuando el ama volvió a llamar a Abelarda para que la peinara de nuevo en su habitación.
El último de los hijos del ama estaba prisionero y hacia trabajos forzados en el valle de los caídos, pero había muerto de unas fiebres.
Abelarda volvió a peinar a la ama. Pero la ama había envejecido y enfrente al espejo de su coqueta había otra mujer, que ninguna de las dos reconocía ahora.

Y con el tiempo,  mientras servía a la ama, Abelarda se fue convirtiendo en una mujercita alta y linda.
Abelarda volvió junto a sus padres, porque don Sebastián había reclamado a sus padres, a la hija de los caseros, cuando estos y sus tierras pasaron a sus manos; para que fuera doncella de su mujer,  Elisa.


mvf.

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lunes, 16 de septiembre de 2013

El infierno.





Al mediodía don Galvino llevó a los niños a la cocina. La cocinera, una señora alta y corpulenta de Samos, un pueblo de Lugo, al verlos entrar en sus dominios, mientras giraba un cazo en el interior de una olla que había encima de una enorme cocina de leña, les gritó algo que los niños no llegaron a entender.
Don Galvino, sin prestarle mucha atención a los gritos que les mandó la cocinera, le dijo que traía a los niños, que habían sido sus ayudantes durante toda la mañana, y ahora había que darles de comer.
La cocinera chascó sus dientes en señal de aprobación, y les mandó que se sentaran en un banco; enfrente a un mesado de mármol que rodeaba la vieja cocina de hierro, donde comían los hombres y mujeres que trabajaban en el colegio cuando habían comido todos en el centro.
Aunque la conversación aparentemente había sido inentiligible, se podía haber resumido en un levantar el cazo la cocinera, girarlo dos veces en el aire con ademán de disgusto contra don Galvino, para después apuntar con el cazo al sitio donde debían sentarse los niños que traía antes de tiempo a comer.
 Una vez que salió don Galvino, la cocinera, con similares ademanes del cazo, apuntando aqui y halla, mandó a una ayudante que les pusiera unos platos para que los niños comieran primero y no tuvieran que esperar. La ayudante no tardó en acercarse a ellos y ponerles unas gachas con tocino y unos huevos fritos. Los niños nunca habían comido nada igual, porque la comida estaba recién hecha, y mientras todo el mundo daba vueltas con su trabajo en la cocina, se lamieron y relamieron de felicidad como nunca hasta ahora habían podido hacer.
Cuando los niños terminaron de comer empezó a venir la gente que trabajaba en el centro, sentándose alrededor de la cocina;  entonces a los niños, que permanecían sentados frente a sus platos vacios, los mandaron para fuera, para que pudieran jugar mientras los trabajadores del centro comían.
Ya pasaban de las cuatro de la tarde cuando todo el mundo había rematado de comer y  poco a poco se iban levantando para volver cada cual a realizar sus trabajos. Pero durante ese tiempo el padre rector había hablado con don Galvino y le había dicho que los niños tendrían que continuar su castigo por la tarde. 
Don Galvino apareció con dos calderos con los que el sisa y el abejorro tenían que transportar; desde una enorme montaña de antracita próxima a la entrada del centro por las huertas, donde descargaban los camiones el carbón; todo el carbón que cupiese en la carbonera donde estaba la caldera. Y mientras llegaban hasta ellos los gritos de sus compañeros jugando en los campos del colegio, y el asa del caldero terminaba por llenar de callos la palma de las manos a los niños, así fue pasando la tarde del sisa y el abejorro cargada con la penitencia del padre prefecto.
Al anochecer cuando apareció don Galvino, para encender la caldera, los niños habían terminado su tarea. Desde allí fueron de nuevo directamente a la cocina donde les dieron unos tremendos vasos de leche con galletas que había hecho durante la tarde la cocinera para el desayuno del domingo de los curas.
Al terminar el sisa y el abejorro subieron a sus dormitorios y se ducharon. Por más que se frotaron no pudieron sacar el carbón que se había metido en sus uñas.
Después de ducharse, con su cuerpos rendidos y magullados de penitencia y contrición, marcharon a sus dormitorios para dormir.



A medianoche cuando el vigilante nocturno hacia su ronda, abrió la puerta del dormitorio del sisa, y como todos los días pregunto:
- ¿ Hay alguien despierto?.
Una voz respondió: - ¡ No ! .
Durante un instante la luz de la linterna se mantuvo encima de la cama del sisa. Al cabo de un rato el ojo de la luz se apagó; se cerró la puerta del dormitorio y el vigilante siguió su ruta.
Esa noche el sisa soñó si acaso en el cielo abría una calefacción que estaría alimentada por una enorme caldera que existía en el infierno y que ella misma debería dotar de agua caliente al cielo también. Y así pensaba como sería la caldera del infierno.

En el cielo san pedro y los niños buenos se bañarían con agua caliente y así como tenían que bañarse en la eternidad, la piel de todos se acababa volviendo blanca y sus cabellos rubios; y todos eran iguales en el cielo vestudis con sus telas blancas.

Y que en el infierno pasaba justo lo contrario. El infierno era negro de tanto humo y carbonilla, y mientras sus habitantes se pasaban todos los días atizando las calderas y quemándose con el fuego eterno, sus cuerpos se volvían todos negros, empezando por sus uñas; y sus ojos se acababan volviendo rojos de tanto escozor que producía el hollín en los ojos...


 mvf.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

un acto de contricion






Don Galvino mandó a los niños que se desnudasen y les explicó que tendrían que meterse dentro de la caldera con unos cepillos para limpiar su interior.
Así que se habían desnudado quedando únicamente con sus calzoncillos les mandó ponerse unos trapos que había hecho, para que se taparan sus narices, y después les mandó entrar por la boca de la caldera por donde podían pasar por su pequeño tamaño de niños, al interior de la caldera donde el sisa y el abejorro cabían holgadamente.
Una vez dentro les pasó unos cepillos de púas de acero para que limpiasen el hollín incrustado en los pliegues y entresijos de la calder, por donde circulaban separadamente el agua y el aire caliente, y el fuego de las brasas avivadas en su interior.
Los niños obedecieron y mientras comenzaron a rascar con la púas de acero el hollín incrustado en las paredes, don Galvino desapareció.
Ya eran las doce cuando el sisa asomaba por la caldera imitando un gato negro.
- Miauuuuuuuuuuuuuuuuuuuu – maullaba el sisa;
Justo en el momento en que entraba el padre prefecto, que venía a ver a los niños.
- ¡ UYYYYYYYYYYY !
Exclamó sorprendido el sisa al verlo, mientras el abejorro, que de nada se enteraba desde el interior de la caldera, trataba de pegarle con el palo del cepillo en la espalda.
Quien viera la mirada del padre prefecto cuando descubrió al sisa con la cabeza asomada por la puerta de la caldera, maullando, diría que odiaba la felicidad de los niños; pero el padre no le había gustado lo que vio porque creía en la fortaleza y en la contrición del castigo. Pero estaba en el territorio de don Galvino y don Galvino dependía directamente del rector del centro.
Mientras el abejorro seguía atacando la espalda del sisa y le gritaba, sin enterarse de nada.
- ¡ Cuando venga don Galvino le voy pedir una Catana, que pegándote con el palo de la escoba no te dejo marca.
El padre prefecto se dio la vuelta y salió, sin mediar palabra con los niños .
Ya habían terminado cuando don Galvino regreso tirando de una manguera grande.
Después de ver el trabajo de los niños les mandó que metiesen la ropa en una caja y que la sacaran para fuera poniéndola a buen recaudo, en un lugar alto, porque todo se iba llenar de agua.
Cuando los niños volvieron entrar, don Galvino les tenía preparadas unas escobas grandes que les mandó coger, después agarró la manguera y abrió su boquilla expulsando un fuerte chorro de agua a presión que chocó contra las paredes. Mientras empezaban a clarear las paredes el agua negra comenzó a inundar la carbonera creando un rio que empezó a correr para fuera, ayudado por los dos niños que con las escobas empujaban al agua para que saliera por la puerta, desembocando en el patio exterior donde se creó un improvisado mar negro que desaparecía por el sumidero de las aguas de las lluvias.
Entonces don Galvino disimuladamente les echó a los niños un chorro de agua por encima y mientras se iban mojando, y su piel tornándose blanca de nuevo, todo volvió a ser un juego.
Y el sisa empezó a cantar, y con él el abejorro .



mvf.