martes, 25 de junio de 2013
condescendencia
Si alguien, en el colegio menor, sabía verdaderamente de todo tipo de escritura era Martinuka, la limpiadora. De sus más de cuarenta años, que había trabajado en el colegio menor, guardaba en la memoría, ella y sus pupitres, la grafología de varias generaciones de alumnos; entre las que se encontraba la de varios obispos y un cardenal, a los que podría distinguir sin ningún tipo de duda mirando cualquier carta escrita a mano por ellos.
Martinuka siempre andaba perdida por las aulas vacias, a las horas en que no había clases. Barría el polvo, limpiaba los encerados ... y fue cogiendo la costumbre, a la vez que pasaba el trapo por encima, de los pupitres de leer en ellos toda clase de palabras que los niños escribían con sus navajas o sus pequeños lápices, clavándolos en la madera y arrastrándolos, dejando en la madera un imperecedero surco con el que expresaban todo tipo de comentarios, pequeñas esperanzas o sus lacónicos deseos; con el tiempo la costumbre de la lectura con su trapo se extendió a todo tipo de arañazos de las puertas y las paredes de todo tipo de recintos. Y así sin querer fue como se convirtió en una experta en todo escrituras, sabiendo : quien, cuando y donde, aquel escribió aquello, o lo otro, pudiendo dar fe de ello.
Pero Martinuka, con su escoba y su recogedor del polvo, y con su paño de trapo, ya arrastraba el cansancio de sus años de servicio y había cogido la licencia de reñir en voz alta al aire; a veces aparecía algún padre que por cualquier motivo subía a las aulas, cuando estaban vacias y estaba ella haciendo su trabajo, y al oirla gritar entraba en el aula en que ella estaba y le preguntaba con condescendencia : - ¿ Qué pasa martinuka ? , o ¿ Qué es hoy martinuka ?- . Ella paraba de trabajar. Se quitaba un pañuelo de uno de los bolsillos de la bata y empezaba hablar y que versaba sobre el mismo comentario de siempre: ¨- " de que con el palo de su escoba todos los niños saldrían ingenieros del colegio menor "
- Pero no era ingenieros lo que allí se preparaban - , le respondía siempre en bromas su oyente.
- Si, a lo sumo peritos en almas - respondía con licencia Martinuka, volviendo a su trabajo; porque ella bien sabía que no era de mujeres ser curas y que solo tenía una manera de usar su escoba: " la que sabía mejor ".
Mientras limpiaba el pupitre del sisa, martinuka pudo leer en una esquina, arañada la madera, en letra pequeña : "no hace falta aulas para alcanzar el cielo " . Levantó la cabeza y su pensamiento flotó un instante en el aire, buscando si tal pensamiento hubiera podido venir de la mano de algunos de sus obispos y hasta un cardenal que había conocido cuando eran pequeños y corrían por este colegio menor. De repente cambió su cara a indignación; tiró su trapo de limpiar contra el encerado malhumorada, y salió del aula despotricando, dando quejas de los niños al aire ... y en el pasillo se dio de bruces con el padre amapola.
mvf
domingo, 16 de junio de 2013
dos mas del sisa
Todas las noches, a las once, se apagaban las luces en los dormitorios donde dormían los niños. Después se hacía el silencio y poco a poco el sueño iba entrando en sus pequeñas cabecitas.
A las doce de la noche, la puerta de entrada al dormitorio se abría. Era la ronda del celador. Su figura negra se recortaba sobre la luz del pasillo.
- ¿Alguien está despierto? - preguntaba.
Nadie respondía porque sabían que al que estuviese despierto lo ponían de pie en el pasillo, hasta que finalmente caía al suelo rendido por el cansancio y por el sueño; y allí quedaba dormido acurrucado sobre el frio tacto del suelo de terrazo. Cuando volvía aparecer el celador se acercaba, con su cuerpo corpulento y andar pesado, para despertar al niño; y mientras este tirado en el suelo miraba para arriba con sus ojos pequeñitos, entre dormidos y asustados, para ver aquella montaña obesa, su voz ronca le ordenaba que se levantase. Ya de pie, el celador examinaba a su victima comprobando si el castigo había sido suficiente; si era así le ordenaba que fuese para la cama e iba detrás acompañandolo para comprobar que se metía en la cama y quedaba bien tapado; el celador después salía del dormitorio, cerraba la puerta y continuaba su ronda.
A pesar de todo el sisa estaba despierto, permaneciendo inmovil en su cama, conteniendo la respiración esperando que se volviera a cerrar la puerta como en anteriores noches.
Llevaba cinco dias escondiendo unos pequeños dientes debajo de la almohada, y permanecía al acecho en espera del más leve movimiento de la almohada que indicase la visita del ratoncito perez.
La puerta se cerró y con ello volvió de nuevo la obscuridad al dormitorio donde dormía el sisa con otros niños de su misma edad.
Las respiraciones profundas y pausadas daban fe de que los demás niños dormían.
Pasado un rato:
- ¿ Hay algo ? - se oye una voz apenas imperceptible.
El sisa mete la mano debajo de la almohada palpando las minusculas piezas dentales y le responde en voz baja
- ¡ De momento, no ! - .
El foco de la linterna se encendió iluminando la cara del sisa, cegando de luz sus ojos. Después la linterna se apartó de la cara del sisa para señalar con su haz de luz la puerta abierta del dormitorio.
Esa noche le tocaba al sisa pasillo.
mvf.
jueves, 13 de junio de 2013
Una nueva aventura del sisa
Del sisa todo el mundo decía que su
madre había conocido a su difunto padre en Venezuela; que era
albañil o minero, no se sabe. Algunos que presumían de mas cercanos de la familia decían que recitaba poesías en un club de
aficionados, donde trabajaba su madre de camarera y se habían conocido los dos; aunque ella en vez de camarera decía que había sido dependienta de una importante pasteleria de maracaibo.
La madre del sisa había marchado a la
emigración, no se sabía bien por que motivo. Un buen día su madre
encontró la habitación de la hija recogida y su armario vacío. La hija había
marchado bien temprano sin hacer ruido, y a pesar de la tristeza
todos suspiraron en la casa pensando que había sido lo mejor que
había podido ocurrir.
Sin saberse muy bien de donde había
conseguido el dinero para pagarse el peaje, cogió un barco con
bandera argentina en el puerto de la coruña, que se llamaba Santa
Rita, con rumbo a Maracaibo, en Venezuela. Mientras subía al barco a
través de una pasarela; empujada por otras personas que como ella
querían escapar de la miseria y la pobreza a la que estaban sometidas, lejos de su tierra; veía como desde las
terrazas altas del trasatlántico la gente se despedia de sus familiares en tierra; y como las mujeres llevaban faldas lo suficientemente levantadas, que permitían ver sus pies
calzados con zapatos blancos, o como con su pelo rubio platino, fumaban cigarrillos rubios como nunca ninguna osaría hacerlo en el pueblo. Fue la única vez que pensó que la libertad estaba al alcance de su mano. Después de mes y medio de viaje llegó a su destino. Durante ese tiempo solo en contadas ocasiones, como pasaje de tercera en que
se les permitía subir a la cubierta para airearse las instancias de
los camarotes de tercera donde se hacinaban las personas; pudo ver el
cielo y el mar, el mar y el cielo.
Al cabo de dos años la madre del sisa
regresó a España con el hijo para criarlo con los suyos. Nadie dijo
nada. La cosa iba normal en casa de sus padres, caseros de Don
Sebastián, pero no tardó en volver a querer regresar a Venezuela,
donde decía que se respiraba más libre, y empezo a soñar para trabajar de nuevo en el
club de poetas en el que había causado muy buena impresión; aunque
ella ignoraba que al final el club había desaparecido porque en el
bar prohibieron beber y recitar. No fue hasta cuando el sisa cumplió
los ocho años que tomó finalmente la decisión de volver a emigrar,
pero tenía que mirar quien se haría cargo de su hijo , y entonces,
después de concederle sus favores, consiguió a través de Don
Sebastián, que tenía muy buenas influencias con las autoridades y
con el clero, en especial con el párroco de labregos, al que le
llenaba la iglesia en la misa de los domingos con las gentes humildes
que vivían en sus tierras, que el sisa entrase en un seminario
menor. con el fin último de que cuando tuviese la edad se consagrase
al sacerdocio.
El sisa, como el lector, no comprendía muy bien su
situación; una mañana fue recogido por el cura de labregos en la casa de
sus abuelos; y asiendo un pequeño petate que le pusieron en las manos marchó para la capital.
mvf
martes, 4 de junio de 2013
Las cosas importantes.
El coche de la policía local aparcó con el ruido de las ruedas sobre la grava del camino de la iglesia. Bajó el conductor, era quasimodo; abrió la puerta de atrás del vehículo y del maletero sacó su chaqueta de policía municipal; después de ponérsela se la ajustó bien a su torso y al terminar, de un bolsillo de la prenda, sacó una libreta de notas y un lápiz. Cerró la puerta trasera del coche y se dirigió al camposanto. Quería vengarse de la humillación a la que le habían sometido el día anterior pues, siendo él la autoridad en el territorio del ayuntamiento, habían invadido sus dominios y al él le habían relegado a ordenar los coches que se habían atascado en el estrecho camino por el que se accedía a la iglesia; y finalmente, cuando tanto perito se disponía a regresar a sus casas la guardia civil le había ninguneado a él obligándole a retirar su vehículo como a un paisano cualquiera.
Quasimodo, traspasó la vieja cancilla de hierro y durante un rato anduvo entre las tumbas dispuesto a encontrar por su cuenta las pistas vitales que habían pasado inadvertidas y que no habían sabido encontrar los investigadores del juzgado para dar con el paradero de Don Sebastián.
Mientras deambulaba entre los nichos, miraba entre la hiedras de los muros, la ruda y la celidonias.
Estaba a agachado entre dos cipreses y un viejo pozo con argolla de hierro de la que colgaba una cuerda atada a un caldero que se usaba para sacar agua del pozo y llenar los floreros y los tiestos con plantas que adornaban las tumbas. Hasta él llegó el olor de los lirios y las rosas del cementerio. Se irguió. Sacó su libreta del bolsillo y se puso a anotar. Levantaba el lápiz en alto y trazando círculos como un antiguo avión de hélice , descendía hacia el papel cuadriculado de su blog ; de repente escribió: " llevarle un ramo de flores a marise ".
- Las cosas importantes comienzan sin que uno sé de cuenta -.
Se quedó sorprendido de lo que terminaba de escribir. Estuvo un rato meditabundo y finalmente decidió marcharse y regresar al ayuntamiento a las dependencias municipales.
Cuando Quasimodo salía del camposanto y se dirigía al vehículo para regresar al pueblo, se encontró con la mujer del herrero que traía el rebaño de ovejas de pastoreo al campo de la iglesia. Las ovejas venían delante de ellas dirigidas por un pequeño perro lanudo de pelo rudo, de color blanco y marrón. Quasimodo y la mujer del herrero se detuvieron para hablar; mientras, el perro no paraba de perseguir las ovejas reuniéndolas y guiándolas a su destino. Finalmente los dos se despidieron sin llegar a decirse nada nuevo sobre la desaparición de Don Sebastián. Quasimodo montó en su vehículo y desapareció por el camino. Más tarde las ovejas continuarían también con sus pesquisas en la hierba del camposanto.
La noticia no tardó en correr por toda la comarca. Unos dijeron que la viuda, la tía la rica, y su sobrino parece que habían llegado algún acuerdo y querían vender la tierra a sus caseros para repartirse la herencia, y Don Sebastián, que solo había permitido que sus caseros apenas tuvieran lo suficiente para sobrevivir para tenerlos así siempre esclavizados, se había levantado de la tumba para impedirlo. Otros, los que menos entiende de estas cosas, afirmaban que el cadáver había desaparecido porque don Sebastián parece ser que tenía un hijo fruto de una relación fuera del matrimonio y que este se había personado en el juzgado pidiendo que se hicieran al difunto las pruebas de paternidad para poder reclamar su herencia.
Fuere como fuese los caseros, preocupados por este asunto, tomaron sus medidas porque con estas idas y venidas del cuerpo de don Sebastián cualquier día igual le cuadraba cerca de la casa de cualquiera de ellos y aprovechaba por la noche para acercarse y pasar a cobrarles en efectivo el alquiler en persona.
- María, si por la noche el espíritu de Don Sebastián llamase por teléfono ; ¡ se le cuelga y punto ! .
mvf.
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