martes, 26 de diciembre de 2017

3 Ensayo sobre la novela de Adelaida



La primera lectura de la novela vino de su mejor amiga, que quiso leer lo que escribió Adelaida Fuertes para criticarla.

El libro, estaba lleno de faltas y además, para la perplejidad del lector, aunque venía escrito en gallego usaba palabras como fiasta o miou  porque estaba corregido al vuelo por el linotipista, de la imprenta de Albacete, que casualmente era de Tomiño, provincia de Pontevedra.
A  pesar de lo inéditas que pudieran parecer las frases con las que se expresaban los personajes en la novela

 - ¡Acercate miou que hoy voy hacer una fiasta!  - estas se hicieron prontamente famosas en todas las fiastas.

No obstante no queremos desviarnos con el uso tan original que se hace del idioma gallego en la novela que vamos a hacer la critica.

La redacción de la novela tiene un trazado complejo que vamos a analizar

Adelaida, se valió de notas de papel pegadas por las paredes, como se ve en algunas películas policíacas que el detective cuelga en la pared de su habitación, y que unidas por hilo rojo de lana le servían de guía para calcetar la trama de la novela con una vieja maquina de escribir, sobre el papel.

 En algún momento, de esta trama los padres decidieron pintar la habitación de Adelaida  que habían estado sin tocar desde su más temprana edad.

La aparición de los pintores obligó a la autora a hacer un alto inesperado en la novela, tuvo que despegar las notas amarillas de la pared, que contenían las principales ideas de obra, para guardarlas en una caja de zapatos, mientras los pintores hicieran su trabajo. Tardaron menos de dos semanas.
Cuando pasó la brocha y aún no desapareció el olor de recién pintado de la habitación, Adelaida regresó con la caja de zapatos y volvió a colocar con celo los papeles amarillos por las paredes, pero al ser de segundas vuelta, como los noviazgos, no fueron vueltos a ordenar como los primeros.

Esto dio lugar a giros inesperados de la trama en la novela, que obligaban a reflexionar al lector:

Reflexiones que se iban repitiendo según se avanzaba en la lectura:
-¡Pero si la historia empezaba de otra manera!

 a veces entre dos párrafos uno se paraba para encontrar el sentido de lo leído - ¿Me habré equivocado leyendo?  - y en otras ocasiones parecía como si se siguiera varias conversaciones por el wasap.

 El misterio en la novela comienza en las primeras hojas del libro:

La victima no se había muerto, la habían matado enviándole por paquete exprés una caja con chorizos llenos de matarratas. 

Al llegar a la casa del cadáver, la policía  pregunta a los vecinos si habían sido testigos de algo. Todos declararan lo mismo: alrededor de las horas en que falleció la victima, tenían su teléfono en la mano.

- No me he enterado de nada porque estaba viendo la televisión con el teléfono y le estaba preguntando a una amiga por mensajería si sabía qué acababa de pasar en la película que estaba viendo en la tele. 

Surgen los primeros momentos de misterio de la novela:

¿ Quien estaba al otro lado del teléfono?   

Pero en el segundo capitulo de la novela, cuando nos encontramos en el tanatorio, se acaba el misterio por falta de experiencia en las novelas detectivescas de Adelaida Fuertes, con la escena en que los amigos y familiares se juntan para el adiós, antes de trasladar a la victima a su descanso final, ya que al ser la única que se presenta maquillada para despedirse del muerto se desvela quien es la asesina.




mvf.








martes, 12 de diciembre de 2017

Ensayo sobre la novela de Adelaida - NINI II

A la edad de veintidós años Adelaida, como ni estudiaba ni trabajaba, decidió volver de nuevo al colegio y se matriculó en un curso de formación profesional básica de administrativo. Y allí nos volvimos a encontrar algunas amigas que estudiamos juntas en el instituto. Para celebrar nuestro encuentro, continuamos burlándonos de Adelaida.

Llevábamos una vida normal, del colegio a casa y de casa al colegio y la que más y la que menos sacaba dieces en religión. Faltaba ya un par de meses para junio, cuando Adelaida apareció en el instituto con una caja llena de libros iguales.
Nosotras creímos que quería ser librera y hacerse con algo de dinero para algún trapitos, pero el error se desveló enseguida.

Nuestra compañera Adelaida Fuertes, mientras nosotras no sabíamos freír un huevo y nos quejábamos en casa de que no nos gustaba el pescado o la sopa con fideos gordos, por hacerse la importante y dar la nota había escrito un libro. Después de escribir en secreto su manuscrito, estuvo enviando copias a la dirección de las editoriales de los libros que leía - algunas de ellas ya no existían desde hace tiempo - y finalmente recibió respuesta de una imprenta de Albacete diciéndole que ellos se encargaban de la corrección en gallego y de la impresión de su primera novela. Todo por mil euros. Sin dudarlo ingresó la cantidad en la cuenta que le indicaban, y les mandó la copia del recibo del banco y el manuscrito completo.
 -El origen de los fondos nos es completamente desconocido; alguien dijo que gastó el dinero que una tía suya le había dejado al morir, para que llevara una vida normal, fuera a la universidad y se casara.

La primera en comprar el libro fue la profesora de filosofía, como es muy despistada pensó que los beneficios de la compra del libro era para una excursión de clases. La profesora de filosofía le enseñó el libro a la orientadora, quien no se podía creer que Adelaida hubiera escrito un libro, y como erradamente la de filosofía le dijo que la compra era para una excursión ... la orientadora también compró el libro. 
Cuando las profesoras estaban en la cafetería, el director se fijo en el libro que llevaban y les preguntó que leían y cuando le contaron que una alumna, Adelaida Fuertes, había escrito una novela, decidió que la obra escrita por un alumno no podía faltar en la biblioteca escolar ...  y mandó al conserje que comprara varios libros para el centro. 

El conserje fue a buscar a Adelaida y asimismo se compró un libro más para él, por si acaso fuera tan tonto y desaprovechara la ocasión de comprar un libro, que el día de mañana pudiera ser tan valioso como las primeras letras de la premiada  Adelaida Fuertes. 
Además, la novela con dedicatoria a las amistades salía por diez euros; todo un chollo, según el conserje.

A última hora de la mañana, unas compañeras habían comprado el libro y otras lo compraron por no ser menos. Y como dice mi vendedora local del club de lectoras: todo el mundo tiene un montón de libros en su casa sin leer y uno más no importa. Adelaida regresó a casa con la caja vacía.

 
Sorprendida por el éxito le dijo a sus padres que esa noche iba hacer ella la cena y toda la familia cenó una gran sartenada de patatas fritas con huevos y ketchup. 



Adelaida en ningún momento puso algo para ninguna excursión.




mvf.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Ensayo sobre la novela de Adelaida

Adelaida quería ser monjita evangelizadora en las amazonas y cuando se lo contó a su profesora de geografia, en el colegio de hermanas religiosas al que iba a clases, esta le mandó hablar inmediatamente con la madre superiora antes de que la enfermedad se propagase por la clase.
Al día siguiente sus padres tuvieron que ir para hablar sobre su hija con la madre superiora, y después de explicarle a estos lo ocurrido con su hija, la madre superiora añadió:

"eso no puede ser, por que la palabra de dios está reservada a los hombres y la obediencia y la paciencia a las mujeres"

- ¡Si, madre superiora, que si lo sabré yo! - respondió la madre de Adelaida.

El mismo día de la charla, al regresar a casa del colegio, sus padres
castigaron a Adelaida sin salir de su habitación para escarmentarla. 

 
Sola, se tiró boca arriba encima de la cama, mirando para el techo con la vista borrosa de sus ojos llenos de lágrimas. 
El techo de la habitación estaba lleno de estrellitas fosforescentes, que cuando era pequeña, su madre pegara para que le hiciesen compañía al apagar la luz de la habitación.
Estuvo un buen rato sin moverse en la cama, con la vista perdida en un universo borroso. Cuando dejó de llorar se irguió de la cama, cogió dos muñecas que estaban colocadas en la estantería de la pared y regresó con ellas sentándolas encima de sus piernas, recogidas encima de la cama. Una de las muñecas tenía medias rojas y llevaba el pelo rubio con mechas; la otra tenía el pelo negro y se llamaba pepona; ambas, tampoco comprendían porque Adelaida no podía ser misionera evangelizadora del Amazonas.
Al cabo de un rato se cansó de jugar con la muñecas y las volvió a llevar a su sitio, en la estantería de la pared, y cuando lo hacía se fijó en el libro que le había regalado una tía suya en su cumpleaños.
 Cogió el libro de la estantería y se tumbó encima de la cama; y puso el libro en el suelo, encima de la alfombra, para leerlo acostada, boca abajo.

Llevaba leídos un par de capítulos cuando se dio cuenta que los personajes de la novela, una pandilla de adolescentes, hablaban dentro de su cabeza, y escuchaba sus voces al pasar el dedo por encima de lo escrito en las páginas del libro. Tras ese descubrimiento Adelaida empezó a leer todo lo que caía en sus manos durante los castigos que tenía que pasar sin salir de su habitación. Como en el castigo de cuatro semanas sin salir de la habitación que sus padres le pusieron al saber que rechazó a puñetazos a los chicos del pueblo vecino que habían venido a pedirnos de bailar en las fiestas patronales.

En el colegio dejó de querer ser monjita evangelizadora en el Amazonas y empezó a escribir cositas en secreto y que pasado algún tiempo dejo leer en secreto a su mejor amiga y acabaron en las manos de sus compañeras de clases para que las leyesen.

Que vanidosa, dijimos nosotras, y nos burlamos de ella llamándola Adelaida Fuertes.

Un buen día Adelaida apareció con una caja llena de libros con la intención de vendernos uno. 

Quedamos boquiabiertas. 
¡Adelaida Fuertes había escrito una novela!

¿Que había ocurrido. Le había picado un bicho o
había nacido para escribir. Tenía una semilla dentro de ella que germinó con la lectura. Como se pasa de lectora a escritora?


 

mvf.

lunes, 30 de octubre de 2017

San Martiño



Era poco más de las siete de la mañana cuando en la casa se levantaron para encender el fuego de la cocina de leña.
Elíseo había bajado con su esposa a la cocina y mientras ella preparaba el café él iba disponiendo las bebidas y licores que tenían guardadas para las ocasiones, para dejar todo preparado antes de que llegasen los invitados de la casa para la matanza.
El comedor de la cocina tenía una amplia mesa con un hule extendido y dos grandes bancos a los lados en los que cabían casi diez personas en cada uno. Había un viejo mueble pegado en la pared; encima de el estaban dispuestos desde el día anterior, para poner la mesa a la hora de la comida, dos docenas de platos y otros tantos cubiertos para los invitados, además de distintas botellas de licor para acompañar el café.
De la cocina llegaba el olor del café recién hecho.

Elisardo bajó de su habitación con los ojos entrecerrados, atraído por el bullicio que había en la cocina con la preparación de la fiesta de la matanza. Desayunó en la mesa pequeña de la cocina y al terminar se fue a sentar en la mesa del comedor y mientras esperaba a que viniese la gente, se había puesto a dibujar. En su libreta había dibujado una casa con un árbol y un cerdito con alas que volaba hacía el cielo.

Ya habían dado las ocho de la mañana cuando llegó el matarife, que como sabemos había estado trabajando con su tractor, el día anterior en el campo, en las inmediaciones de la casa; después de darse los saludos oportunos Elíseo le pidió que se sentase para ponerle un café mientras esperaba. 
 El matarife se sentó en la mesa del comedor, cerca del niño, mirando los dibujos que se había puesto a pintar con sus lapices de colores y al ver en su libreta el dibujo de un cerdo que volaba, le hizo una seña a la doña de la casa cuando se acercó a él, con la cafetera humeante para servirle un café; esta, mientras le llenaba el interior de su taza con café, le devolvió el guiño en señal de que su marido nada sabía aún de la desaparición del animal, para que actuase con toda normalidad.
 Detrás del matarife empezaron a llegar más hombres, de las casas vecinas, pués en la matanza se ayudaban unos y otros; venían para entre todos doblegar la fuerza del animal y acostarlo para su sacrificio.
Los hombres se sentaban alrededor de la mesa y se les servía café y leche con roscón; algunos simplemente tomaban una copa de licor café o aguardiente para calentar el cuerpo antes de ponerse a trabajar. Las mujeres mientras tanto, preparaban potas para recoger la sangre y hacer las filloas, y calentaban en los fogones de la cocina, unas tinas grandes llenas de agua para limpiar el cuerpo del animal una vez sacrificado.
Fuera, en el alero del tejado de la casa vieja, estaba el cuervo, pues había despertado cuando había llegado el cerdo de regreso a su cuadra y esperaba la dicha del animal.
Llegado un momento Elíseo, en voz alta, dijo a los presentes:
-Pues ahora que ya estamos todos vamos a sacar al cerdo para matarlo y de allí (al terminar) ya marchamos al vermú.
entonces, salió de la casa para ir a la cuadra del animal y con él salieron su mujer, la madre y el matarife, que le acompañaban para que cuando descubriese que no estaba el cerdo dentro, engañarle con la mentira de que se había escapado el animal; y juntos con ellos salieron los demás que vinieron para ayudar y nada sabían de esta historia.

Cuando Elíseo abrió la puerta de la cuadra, asomó por ella la cabeza del cerdo, indignado, pues no se explicaba ni la tardanza de la comida, ni a que venía tanta gente, dejando perplejos a los que dándole por muerto no esperaban que estuviese allí. La abuela fue la primera en reaccionar y viendo en ello la resurrección milagrosa del animal, se puso entre la puerta y su hijo, impidiendo que sacará el cerdo para su muerte y le dijo:
-¡Deja al cocho en paz que no sabes quien es este animal!
Elíseo se quedó estupefacto con el arranque de la madre, pero acto seguido escuchó a sus espaldas que le decía el matarife:
-¡Si quieres que quedemos bien, te doy dos mil euros por este cerdo! ¡ Pues aunque perdamos tu y yo la amistad, no te voy matar el animal!
-¡Papa, papa, no mates al cerdo que es tan dócil y cariñoso como un perro! - apareció su hijo gritando entre sollozos al ver con vida a su amigo; abrazándose fuertemente a una pierna del padre, impidiéndole moverse.
- ¡Elíseo, por favor, haz caso a todo el mundo o por la noche voy ir a dormir a otra habitación y no te voy hablar en una temporada! - le gritó su mujer
- ¡ Vamos a la cocina, que ya está hecho el café, y deja en paz el animal!

y sin saber lo que ocurría, Elíseo, emocionado, perdonó la vida del animal.

Así fue como nuestro cerdo vio pasar de largo el día de su San Martín y los venideros, y después de vivir trabajando de semental de la comarca para los de su especie, acabó muriendo de muerte natural entrado en años.
 En la salida de la misa del primer domingo siguiente a su muerte,  las mismas zarzas, las cotillas de nuestro pueblo, le dedicaron el unico chisme que dieron de un animal y dijeron que era natural que el cerdo muriese haciendo esfuerzos a sus años y que no había muerto en su cuadra.
 Pesaba entonces casi cuatrocientos kilos y había sido padre de un centenar de hijos que traerían al mundo multitud de nietos, biznietos y tataranietos que recordarían durante mucho tiempo la historia de nuestro héroe.

mvf.

lunes, 16 de octubre de 2017

La frontera

Una vez que llegó el olor del zorro al fino olfato de Melquiades, este levantó su cabeza, aspiró fuertemente el aire hasta llenar sus pulmones y lo expulsó de golpe, resoplando los carrillos de su enorme boca, produciendo un sonoro ladrido de advertencia.

Era costumbre de Melquiades hacer guardía por las noches en las afueras del pueblo, junto al portalón de su casa; desde allí vigilaba una amplia zona del camino que separaba el pueblo y el campo, en donde se entremezclaban los olores de los seres vivos de ambos mundos. Cuando un olor extraño, llegaba hasta Melquiades, eso significaba que alguien del campo había traspasado ese trecho y osaba acercarse de más al pueblo, entonces, con su ladrido ronco y fuerte advertía del peligro que significaría continuar avanzando en el mundo de los humanos.

Al oir el aviso del perro, el zorro y el cerdo se detuvieron en seco.

El cerdo, viendo a Melquiades obstaculizando el camino,miró apesadumbrado para su compañero dando por imposible el poder regresar sin que nadie se enterase. Pero el zorro, era un animal de ingenio acostumbrado a todo tipo de dificultades, y sin dejarse llevar por la desesperanza de su amigo, le empujó con su hocico, para darle ánimos, diciéndole que: llegados hasta aquí no se podía rendir. El haría salir al perro del camino y lo entretendría el tiempo suficiente, para que pudiera llegar a su casa y entrase por la parte posterior de la huerta. Y sin más dilación el zorro marchó hacia donde estaba el perro del herrero para llamar su atención y hacerlo salir de donde estaba, permitiendo así que su amigo llegara a su destino.
 El zorro, llevaba su larga cola en horizontal, como si fuera un estandarte, cuando cruzó la linea que separaba la tierra de los animales de la de los hombres, mostrandose bien visible para que lo pudiera ver el mastín. Pero así que lo vio, Melquiades mostró que no estaba dispuesto a realizar esfuerzo alguno para cumplir su amenaza.
Llegado un momento el zorro, viendo que no conseguía su objetivo, decidió extremar su osadía aproximandose de más hacía el mastin y empezó a renquear de una pierna, simulando que tenía cojera, para tentarle con una posible facil captura.



Entonces Melquiades, pensando en que podría darle alcance con facilidad y en el premio que podría llevar por capturar al ladrón de los huevos de las gallinas de la comarca, echó a correr tras el zorro; y los dos, perseguido y perseguidor, desaparecieron en la obscuridad, en dirección hacia el monte.
Mientras tanto, el cerdo, al ver que el perro desaparecía trás su amigo, aprovechaba la ocasión para cruzar la distancia que le separaba desde donde estaba a la hacienda de sus amos y dirigiéndose a la parte trasera de la casa, entró a la huerta, arrastrando su cuerpo por debajo de la alambrada que separaba la huerta del campo, y una vez dentro, desde allí, sigilosamente se dirigió a su establo en la casa vieja. 
El cerdo al ver que había conseguido llegar a su cuadra, sano y salvo y sin que nadie se enterase, su corazón daba vuelcos de alegría, palpitando fuertemente. Así que se hubo calmado un poco, comió ávidamente restos de nabos que quedaban esparcidos por el suelo, de su comida habitual, y al terminar, agotado, se hecho a dormir en una esquina de la cuadra quedándose dormido inmediatamente. Mañana vendría un día nuevo y el estaría en su cuadra como si nada hubiera pasado.



Fuera, Melquiades había regresado a su lugar en el camino y olvidándose de su fracaso ladraba a la Luna, mostrando orgulloso su cansancio por haber hecho correr al zorro monte arriba, ante una civilización durmiente que se negaba a despertar.



mvf





sábado, 7 de octubre de 2017

el trato del zorro



 Tras la huida del lobo, el zorro regresó al lugar de las rocas del acantilado donde estaba su amigo.

- ¿Que hay allí?- preguntó el cerdo, acostado en las rocas que hablan con la vista perdida en la negrura del océano, cuando oyó  llegar a su amigo.

- Allí es donde duerme el sol - respondió el zorro, sentándose junto a su amigo para escuchar en la noche el batir de las olas.

Tras unos minutos de silencio entre los dos, al ver que en la noche la Luna estaba acabando su circulo en dirección al este, el zorro se levantó y dijo:

 - Ahora cumpliré mi parte del trato y te ayudaré a regresar a tu cuadra sin que nadie te descubra.

Dicho esto, los dos se pusieron en camino hacia el pueblo. No tardarían en llegar, pues el zorro, por sendas de animales que cruzan el monte entre los matorrales, conocía los mejores atajos para casí todos los corrales de la comarca; pero cuando estaban próximos a su destino, se encontraron con un contratiempo inesperado, pues descubrieron un bulto peludo que estaba haciendo guardia, durmiendo justo, en medio y medio del camino que les conducía a su destino.

El perro de la herrera hacia piña con el perro de los de la labrada, porque los dos eran hermanos y cuando podían se juntaban para hacer todo tipo de desatinos: dando carreras a las gallinas, persiguiendo las ovejas por la campiña o deshaciendo los sembrados, entre peleas que hacían entre ellos para medir sus fuerzas.

La madre de la cejiñuda tenía una cabra que le había regalado su hija para obligarla a salir de casa todos los días, con motivo de  llevar al animal por la mañana a comer al campo y por la tarde tener que ir a recogerla, 


La cabra era un animal caprichoso, que teniendo de comer en lo suyo, saltaba a las fincas de los vecinos para comer los brotes de las hierbas en campo ajeno.

La cejiñuda, para arreglar el problema, decidió que le pusieran una "solta" a la cabra en las patas -  atado de cuerda que se pone en las patas de los animales para reducirle la movilidad - pero aún así, la cabra roía el atado de cuerda y una vez libre volvía a saltar a las fincas de los vecinos para ir a comer en ellas.

El perro de la mujer del herrero y el de los de la labrada, eran perros que sabían conducir el ganado. Uno de esos días que andaban de parranda descubrieron a la cabra que después de liberarse de su "solta" había escapado de donde tenía que estar y comía con toda felicidad en uno de los campos de la iglesia.
Así que los dos decidieron en cuestión enseñar al animal y empezaron a perseguirla de un lado al otro, dándole ladridos, hasta que llegado un momento la cabra no dio más de si y la dejaron medio desmayada en el campo.

A última hora de la tarde, la madre de la cejiñuda se encontró a la cabra medio pasmada y del disgusto casí le da un patatús a ella también. La cejiñuda tuvo que ir al campo a recoger a su madre y a la cabra, y al llegar a casa llamó al veterinario de urgencias, para ver que le pasaba al animal.

El veterinario no tardó en llegar y después de ver a la cabra y escuchar su corazón con su estetoscopio, la mandó ingresar en una  clínica veterinaria.

Cuando llegó la factura de los ansiolíticos de la cabra y los días que estuvo en la clínica, la cejiñuda, que era medio justiciera y andaba siempre metida en pleitos de derechos de agua y lindes, marchó junto a los respectivos dueños de los perros, reclamandoles los ansiolíticos de la cabra y la factura del veterinario. Los dueños de los perros, que en todo momento trataron a la cabra de señorita, pagaron sin rechistar y acordaron tomar la medida de no dejar sueltos a la vez a los dos hermanos, dejando en sus casas respectivas, un dia atado a uno y el otro día al otro, para que no anduvieran juntos, y se repartieron los días de la semana con r para que saliera el perro de la herrera y los días sin r para que pudiera salir el perro de los labrada.

Así que hoy viernes, 10 de noviembre, la noche anterior al sábado de San Martiño, Melquiades estaba durmiendo en medio y medio de la carretera.













miércoles, 13 de septiembre de 2017

la artimaña del zorro





El cerdo, cuando oyó las palabras del zorro diciendo que accedía a hacer el trato con él, se apartó de la boca de entrada del túnel, dejándole libre el camino para que pudiera salir al exterior.

Una vez fuera, el zorro se sacudió la tierra que llevaba encima de su cuerpo; se limpió su largo hocico, y enderezando sus inhiestas orejas, miró al cerdo de arriba abajo y preguntó:

- ¿Que es tan importante para que hayas venido a molestarme?

- Solo quiero regresar a la casa de mis amos, sin que nadie se dé cuenta de ello - dijo el cerdo - y dormir tranquilamente en mi cuadra.

- Te prestaré mi ayuda para que vuelvas a tu cuadra, si tú primero me ayudas a mí.

El cerdo, recordó las palabras de los zorrillos de que tendría que hacer un trato con su padre para que este le ayudase, y asintió bajando su cabeza:

- ¡venga; el trato!

Entonces el zorro empezó a contar:

- Estos días ha llegado de los montes de Asturias un lobo asesino; está misma mañana mató dos ovejas que pastaban cerca del rio. Los humanos no tardaran en querer deshacerse de él recurriendo para ello a trampas y venenos, que pondrán en peligro la vida de todos los animales del monte
Si tu me ayudas podemos engañar al lobo y conseguir que marche de estás tierras, salvando así  la vida de muchos animales inocentes.


El cerdo aceptó ayudar al zorro y juntos regresaron al monte. Caminaron un largo trecho hasta llegar donde están las piedras que hablan, en los riscos desde los que se puede ver la lejanía del océano Atlántico. Al llegar allí, el cerdo daba señales de cansancio y entonces se sentaron en el frio suelo para recuperar sus fuerzas.
 Hasta ellos llegaba el ruido de las olas al batir en las rocas. A veces era como un silbido ronco y grave, que parecía una voz humana surgida del fondo del océano, que algunas personas decían que advertía de los peligros que iba haber en el mar para que nadie saliera con sus barcas a pescar.


 Al reponer sus fuerzas los dos se separaron. El cerdo, siguiendo  las instrucciones que le dio su compañero, subiría a lo más escarpado de los riscos marinos de las rocas que hablan, desde donde se podía ver la lejanía del océano; mientras que el zorro marcharía a la búsqueda del lobo, para poner en marcha su treta.


El zorro, guiado por su olfato, no tardó en llegar a las inmediaciones del lugar donde el lobo había establecido su morada. Se agazapó, escondido entre los brezos, y esperó hasta que vió aparecer, en lo alto de las rocas que hablan, la figura de su amigo recortada en el cielo de la noche; entonces se levantó y caminó sigilosamente acercándose junto al lobo.

- Quien osa andar ahí? - preguntó un gruñido ronco y fuerte.

Al ser descubierto por el lobo, se detuvo frente a él, a una distancia prudente desde la que podía vigilar el brillo asesino de sus ojos, para salir huyendo a la menor señal de peligro.


- He venido corriendo, desde el rio para alertaros de que corréis un enorme peligro estando en estas tierras.


El lobo, seguro de si mismo, se hecho a reír al oír estas palabras, pues es sabido que los zorros son los animales más mentirosos y astutos de los montes de Galicia.


Vigilando que no asomara en los ojos del lobo, el destello asesino de los de su raza, el zorro continuo hablando:
- la casualidad quiso que bebiendo en la charca, donde brota el manantial del rio, oí un ruido extraño y un fuerte chapoteo en el agua. Aprovechando la vegetación de la orilla del agua, pude acercarme con sigilo sin que se notara mi presencia y descubrí dos enormes jabalíes plateados, bañándose en la charca, que decían que acababan de bajar de la Luna, pues tu fama de gran asesino llegó ya hasta sus tierras, y hablaban entre ellos diciendo que habían venido a la tierra, jurando darte caza esta misma noche para vengar la muerte de sus hermanos jabalíes, que tu y los tuyos cazáis con frecuencia.


Justo cuando el zorro terminaba de decir estas palabras, se oyó el ruido de piedras que hablan.


El lobo, que hasta ahora no había quitado la vista de encima del zorro, mientras hablaban, giró su cabeza para mirar en la dirección de donde procedía el ruido y a lo lejos, en la cima de las piedras que hablan, descubrió la figura del cerdo realzada en la obscuridad de la noche con un color plateado, al reflejarse la Luz de la Luna creciente, en la piel blanca de su cuerpo, y el lobo creyó sin lugar a dudas, que lo que veía era uno de los dos fieros jabalíes plateados que venían a darle muerte. 
Entonces los ojos del lobo, frios y grises, que miraban antes de manera amenazadora, mostraron ahora señales de miedo; los pelos de su espalda se pusieron de punta, dándole un aspecto ridículo, y metiendo el rabo entre sus piernas echó a correr huyendo despavorido jurando no pisar de nuevo estas tierras.




mvf.




miércoles, 23 de agosto de 2017

En el bosque

Hacía rato el ruido del tractor se había dejado de oir. El animal, después de escapar de su entierro, se metió dentro del monte y estuvo vagando entre los pinos hasta que descubrió un pequeño claro, donde la hierba crecía verde y fuerte. Al ver tan apetitoso paisaje, sus tripas vaciás empezaron a hacer ruido reclamándole que ya era el momento de disfrutar de los manjares que le deparaba el bosque.

 Comenzó a atiborrarse de tallos húmedos y sabrosos de hierba, hasta que descubrió cerca de el unos arbustos de los que colgaban diminutas bolas rojas, entre sus hojas verdes y grisáceas; eran madroños con su fruto otoñal. Se acercó al más próximo y después de mordisquear las primeras bayas, su sabor le decidió a continuar allí su menú. Después de saciar su hambre, movido por su instinto, se introdujo entre las ramas bajas de los madroños para encontrar en su interior un lugar donde ocultarse y dormir; allí se hizo una cama aplastando la hierba, se acostó e inmediatamente se le cerraron los parpados.

Despertó y regresó al pequeño claro de hierba en el que había estado comiendo; ya se había hecho de noche y en el cielo colgaba un extraño queso que alguien había empezado a comer por su lado izquierdo. El animal ladeó su cabeza de un lado al otro, llenando su ancho hocico con el aire fresco de la tierra, y entonces, a pesar de lo que le podría deparar su libertad, pensó que lo mejor sería regresar a la cómoda vida de su cuadra y hacer como si no hubiera pasado nada; pero no sabía que camino tomar, así que necesitaría pedir ayuda. Guiado por su instinto comenzó a descender del monte, por un estrecho sendero que seguramente utilizaban otros animales como él; bajaba por la ladera con precaución, pues ahora en la oscuridad temía poder ser descubierto por una manada de perros asilvestrados, pues al ponerse el día algunos perros del pueblo, movidos por sus más fieros instintos ancestrales, subían al monte para correr bajo la luz de la Luna, y amparados por la obscuridad, si le descubrían, podrían atreverse a atacarle y darle muerte para devorarlo. Mientras bajaba, con estos pensamientos, oyó ruido que se acercaba en dirección a él. Se escondió de nuevo en los arbustos próximos y esperó a ver que pasaba. No tardó en descubrir que el ruido procedía de la discusión mantenida entre dos jóvenes zorros, que sin ninguna precaución jugaban haciendo carreras entre ellos, para ver quien era el más veloz, y se acusaban mutuamente de hacer trampas.

De repente los dos zorrillos comenzaron a correr ladera arriba, siguiendo la misma ruta que usaba el cerdo para descender; al verlos este venir hacia él, cuando estaban a su altura, salió de repente de su escondite y se plantó en medio, frente a ellos, obligándoles a detenerse.

Los zorros sorprendidos por su aparición se miraron dudando que hacer, pero viendo que lo que se interponía en su camino, era un extraño jabalí rosado, pues los zorrillos jamás habían visto un cerdo, y suponiendo que este no entrañaba ningún peligro para los de su especie, entablaron conversación con él, en vez de huir, y uno de ellos le preguntó el motivo porque el que les había obligado a pararse y que les quería.

El cerdo, sin contar toda la historia, explicó a los zorrillos que, dado por muerto, había sido traído al monte para enterrar su cuerpo, y que había despertado el tiempo justo para escapar del lugar y ponerse a salvo. Ahora quería regresar a la casa de sus amos para dormir en la seguridad de su cuadra. Y como no sabía el camino para regresar les pidió su ayuda.

Los dos zorrillos, se miraron de nuevo entre ellos y le respondieron que tenían terminantemente prohibido por sus padres bajar hasta donde estaban los humanos, porque donde viven los hombres hay infinidad de peligros para los de su especie; ellos no iban a desobedecer a sus padres, sin embargo, apuntando sus miradas hacia unas luces lejanas que se podían ver desde donde estaban,  su padre había ido a la granja del tío Avelino. Podría acercarse hasta allí, para hablar con él y pedirle ayuda; pero tendría que hacer algún trató con él para conseguirla.

Al terminar de indicarle por donde debía tomar para llegar a la granja, los zorrillos reanudaron su carrera, y el cerdo se dirigió hacia la granja pensando que trato podría hacer con el zorro para que le ayudara.




Cuando llegó a las inmediaciones de la granja, levantando sus fuertes orejas, su fino oído no tardó en detectar el ruido proveniente de la boca de un agujero recién abierto en la tierra, cerca del muro de la granja. El zorro había realizado un túnel para entrar en el corral y robar los huevos de las gallinas.

Se apostó en la entrada y al cabo de un rato de espera oyó pasos sigilosos, de regreso, que provenían del interior del agujero; entonces asomó la cabeza de un zorro rojizo, relamiéndose su hocico completamente manchado de amarillo, que regresaba del gallinero por el túnel, después de haberse hartado de comer huevos de gallinas. Al verlo asomar, el cerdo colocó su enorme cuerpo delante, impidiendo salir al zorro del túnel que tan arduamente había realizado.

 

- Que haces, porque no me dejas salir ?

- Bonito parecido tiene, señor zorro, relamiéndose el hocico.

- Deja de taponar la salida con tu cuerpo para que pueda salir.

- Lo haré si promete hacerme un pequeño favor?

- Nunca he oído que los zorros y los cerdos hicieran tratos en esta tierra.

- Mientras se decide voy estar tumbado aquí; pero no deje pasar la noche, no vaya ser que al llegar el día le descubran y le den el premio que merece su talento.

- ¿Y tu no recibirás ningún castigo por estar aquí en vez de estar en tu cuadra?

- ¡Seguro que mientras te muelen a palos por tu fechoría se olvidan de mi!




Viendo el zorro que no podría salir de su túnel si el cerdo no apartaba su cuerpo de la entrada, le preguntó:




- ¿ Y que es lo que un zorro puede hacer por un animal como tu?


viernes, 28 de julio de 2017

La abuela de Elisardo



Cuando llegó la abuela de Elisardo de regreso a casa, la abuela de Elisardo se fijó enseguida en los trabajos que había hecho su nieto durante su ausencia: había recogido la loza de su desayuno y la había fregado; había hecho su cama, dejado recogida su habitación y había bajado su ropa sucia dejándola metida dentro de la lavadora;  y su nieto, al terminar, se había puesto a ver tranquilamente la televisión esperando su regreso a casa como se le había dicho mil veces y nunca había hecho.
 A la anciana, al ver tan buena disposición que había tenido su nieto durante su ausencia, le entró la mosca.
-¿Elisardo que estuviste haciendo mientras estuve fuera?
-¡Nada, nada!- respondió el niño sin apartar la vista de la televisión.
La abuela para nada creyó lo que le decía su nieto; distribuyó la compra por los distintos lugares de los muebles de la cocina y al terminar salió al patio de la parte de atrás de la casa para ver si descubría que había podido hacer su nieto durante su ausencia.
Miró en el patio, entró en la casa vieja, revisó el cobertizo ...  y no encontró nada; pero cuando ya iba volver a la casa oyó desde la huerta el graznido del cuervo, que en venganza de lo que Elisardo había hecho al inocente espantapájaros, llamaba la atención a la anciana, saltando y picoteando encima de los plásticos, para delatar donde había ocultado al cerdo su nieto.
El animal, con los picotazos y los saltos que daba el cuervo encima de él, despertó, pero al oír los pasos que se acercaban en la huerta reconoció el andar de la vieja y sin hacer ningún movimiento se dijo para si: 
 -Esta es peor que el niño y cuando descubra que me hice el muerto, como es muy retorcida, va suponer que quería comerme los repollos de la huerta e igual me hace estar corriendo toda la mañana. Y decidió continuar sin dar señales de vida. 

Al levantar los plásticos y encontrarse el animal haciéndose el finado, la abuela se echó las manos a la cabeza, lamentándose y sintiéndose culpable de la muerte del gorrino por dejar solo en casa a su nieto. Al cabo de unos instantes reaccionó y se dijo para si que la mejor solución sería deshacerse del cuerpo y dejar que se pensara que el animal, sin saber como, se había escapado. Entonces, desde donde estaba, hizo señales al tractorista, que continuaba trabajando en un campo cercano, para pedirle ayuda.
El hombre con cara de fastidio, por tener que parar de trabajar, se acercó para ver lo que le pasaba a la anciana, y así que escuchó de que se trataba el asunto y viendo lo apurada que estaba, entró con el tractor al interior del patio de la casa y a continuación, guiado por la anciana se dirigió con la maquina al lugar donde estaba el cerdo cubierto con el plástico. Sin destapar el animal metió la pala por debajo de su cuerpo, y sin que este diera ninguna señal de vida, lo izó con la pala por encima de la cabina del tractor y arrancó con la carga al monte del lobo, que era el lugar donde llevaban antiguamente a los animales de la casa que morían de muerte natural para alimentar con sus despojos a las alimañas.
Cuando llegaron al monte el tractorista bajó la pala, y el cuerpo del animal, cubierto con los plásticos, se deslizó hacía el suelo quedando tumbado en la tierra. Hecha esta operación y sin ninguna perdida de tiempo, se puso a excavar con la pala del tractor un hueco en la tierra para meter dentro el cuerpo del cerdo y enterrarlo, pues quería regresar rápidamente para rematar la labores de campo que estaba realizando.
Y entonces, al ver las dimensiones del agujero que se estaba abriendo, fue cuando le entró mala espina al cerdo y juzgó oportuno que ya era el momento de resucitar discretamente y desaparecer. 
Sin levantar su enorme panza del suelo, se alejó arrastrandose con su cuerpo hasta una distancia prudente y desde ahí se marchó con prisa monte abajo.

mvf.

sábado, 1 de julio de 2017

la huerta de elisardo



Sentado encima de la piedra de las gallinas, Elisardo tuvo una idea: lo siguiente que haría sería sacar el cerdo de la cuadra para cabalgar encima de el. 
El cerdo al ver la puerta abierta de su engordadero salió para el patio. Detrás de él iba Elisardo que lo agarraba por su rabo retorcido.
 - ¡Para. No corras. No vayas a la huerta!

Era un imponente animal de piel rosada; tenía una cabeza grande, con enormes orejas, que le caían tapando los ojos, y un cuerpo alargado y redondo, que al caminar se abaneaba de un lado al otro; sus extremidades eran largas y fuertes, y sus pezuñas blancas, y mientras corría, arrastrando trás el a Elisardo, gruñia moviendo orgulloso su hocico.

- ¡ Cocho; para, para...! - gritaba Elisardo

Finalmente paró.

- ¡Acuéstate!- gritó el niño y el cerdo, siguiéndole el juego, se tiró en el suelo.

Entonces,  Elisardo, se echó sobre el animal abrazándose a su cuerpo peludo.

Con el niño encima de su panza dándole caricias, el cerdo se rascaba su espalda contra la tierra y esbozaba en su cara una sonrisa de placer.

-¡Ahora levántate!- el animal se levantó y volvieron a empezar a correr el uno detrás del otro.


 Elisardo lo perseguía de nuevo y gritaba detrás de él con el palo en la mano porque ahora quería ser un domador de fieras.

- ¡Salta, salta, salta, salta!

Y el animal trotaba por la huerta, abaneando su cuerpo de un lado al otro.

- ¡Corre, corre, corre...!

Obediente como un perro de más de doscientos kilos de peso, el animal hizo todo lo que le mandaba el niño hasta que llegado un momento, extenuado y sin apenas fuelle para respirar, decidió que ya era hora de cambiar de juego y para no hacer más ejercicio se tiró en el suelo patas arriba, haciéndose el muerto.

El niño, al verlo tirado con la boca abierta, se acercó junto a el sorprendido.

- ¡Cocho, levantate!

El animal, con los ojos cerrados, permaneció inmóvil.

Elisardo zarandeó al cerdo y lo golpeó con sus manos para que se levantara; pero el animal seguía sin responder y sin hacer ningún movimiento, riéndose para sus adentros mientras simulaba, con la boca abierta y los ojos cerrados, su defunción.

- ¡Venga, levantate. Cocho, levantate ya!


Llegado un momento, el niño, al ver que el cerdo permanecía inmóvil en el suelo, sin dar señales de vida, y que no obtenía ninguna respuesta, se creyó el teatro que hacía el animal y pensando en la riña y el castigo que iba recibir de sus padres, por sacar el animal de la cuadra y haber provocado su muerte, decidió ocultarlo; y con unos plásticos que trajo del cobertizo tapó el cuerpo para que no se descubriese lo ocurrido
"Todo el mundo creería que el establo había quedado abierto y el cerdo, al verse libre, habría escapado".

Elisardo regresó a la casa y se puso a hacer todas las cosas que habitualmente le mandaban hacer y que no hacía sin hacer antes debidamente el remolón: limpió la mesa donde había desayunado, dejando fregada la loza de su desayuno; subió a su habitación para hacer la cama y bajó con su ropa sucia para la lavadora; recogió sus libretas y los lapices, y lo dejó metido en la cartera del colegio ... finalmente, cuando hubo hecho todo se sentó delante de la tele esperando a que regresase su abuela, como si nada hubiera pasado.
 Fuera, su amigo porcino, por el cansancio del ejercicio, se había quedado dormido pensando en los repollos de la huerta.


mvf.




jueves, 15 de junio de 2017

La lucha en la huerta


Las piernas del espantapájaros eran un viejo pantalón de pana marrón llenó de remiendos; su cuerpo una camisa a cuadros rojos y azules, rellena de paja por dentro, que estaba cubierta con una chaqueta raída por el tiempo; sus manos eran un par de guantes rosa de goma, de los que se usan para fregar; y su cabeza estaba echa de un saco de esparto, cubriéndole su calva una boina negra descolorida. Vestido de esta manera,  Manolo el espantapájaros había desempeñado distintos papeles de villanos en la huerta: había sido un hombre con una escalera, que había reñido a Elisardito por jugar con su caja de herramientas; el hermano mayor de su mejor amigo, que había aparecido a socorrer a su hermano, cuando tenían una riña entre los dos; el nuevo panadero, un joven pecoso y desconsiderado, que había roto con la tradición de regalarle una galleta cuando salía a por el pan con la abuela... pero el papel que más había desempeñado manolo era el de bárbaro germánico que atraído por las riquezas de la civilización romana, quería escapar de la huerta e invadir el patio del cobertizo.

Elisardo se puso en guardia a la entrada de la huerta; de un momento a otro esperaba la aparición de su enemigo y él estaba dispuesto a medirle las costillas con su espada tutora de las tomateras

La batalla comenzó de improviso. Elisardo se defendió del ataque y comenzó a rechazar el asalto de las tropas germánicas, una a una, según se le echaban encima. 

-
Ahora vas a ver
toma, y toma y toma ...
regresa a tu campo
o morirás
Tu eliges
no tienes nada que hacer


y poco a poco Elisardo fue avanzando en el interior de la huerta, repeliendo en su ataque la avalancha invisible, hasta que llegado un momento se encontró frente a frente con el que comandaba las fuerzas invasoras

El espantapájaros, aguantaba los golpes que recibía sin echarse para atrás; la lucha estaba bastante equilibrada y llegado un momento pareció que Elisardo iba ser derrotado y abandonaría por cansancio, pero finalmente el espantapájaros no pudo más con la lluvia de palos que le caía y fue el quien no pudo soportar la fiereza del contrataque y cedió, cayendo al suelo, rendido a los pies de Elisardo.
Roma, la civilización, el patio de tierra y el cobertizo, estaban a salvo. El bien había vencido y el mal sucumbido.
Nuestro héroe escupió sobre su derrotado enemigo y dando saltos de alegría, regresó triunfante a su trono bajo la sombra del nogal, sentándose sobre una piedra de granito larga y grande donde se le echaba el grano a los animales. Desde allí, sentado en el comedero de las gallinas, quedó mirando en silencio su victoria imaginaría mientras se recuperaba de las heridas de cansancio.


Terminado el combate, el cuervo regresó desde el tejado del cobertizo, donde había estado contemplando la reyerta, hasta el lugar donde yacía su desventurado amigo de paja, y saltando sobre el cuerpo de su amigo tirado en el suelo, protestó con unos graznidos por lo ocurrido.







martes, 6 de junio de 2017

El espantapajaros se llamaba manolo.



Por las escaleras de la cocina se iba dar a la casa vieja en la que habían vivido los antepasados. Se cruzaba para llegar a ella un patio de tierra en el que había un enorme nogal centenario, de treinta metros de altura, que la suerte había querido que sobreviviese a las penurias pasadas en la guerra civil, sin ser talado para vender por necesidad su madera.
La casa vieja era una vivienda rural construida con piedra y barro, de dos plantas y con tejado de pizarra. En la planta baja, separados por un muro de piedra, estaba el establo y la lareira* estancia donde se encendía el fuego que servía de cocina y lugar común de las personas: la planta de arriba de la casa, con piso de madera, tenía las habitaciones encima del establo, aprovechando así el calor del ganado para pasar el invierno. Con el tiempo se dejaron de tener bueyes para arar el campo y el establo ahora, separado por tablas de madera por entre las que se podía ver su interior, estaba dividido en dos dependencias, en una de ellas había jaulas vacías que en algún momento se habían usado para criar conejos; la otra estancia,  cerrada con una puerta rudimentaria, era la cuadra donde se cebaba uno o dos cerdos para la casa.

Al lado de la casa de los abuelos había otra construcción más pequeña, de piedra, donde estaba el horno en el que se hacia antes el pan de maíz o los asados de las fiestas; y un cobertizo en el que se guardaban los aperos de trabajar la tierra y el viejo tractor, que en su tiempo había sustituido a los bueyes. Desde el cobertizo partía el camino que llevaba a la huerta y conducía hasta un pozo de piedra, del que se sacaba agua para regar, a su lado había una higuera; el camino terminaba en un portón, por el que se accedía al campo de labradío. A lo largo del camino, clavados en el suelo, había postes de piedras sosteníendo cada uno una vid que extendía sus desnudas varas del otoño atadas a cuerdas que iban de un poste a otro.

Al llegar al patio, Elisardo se dirigió al columpio, colgado en una de las fuertes ramas del nogal, que le había hecho su padre. Estiró sus piernas, echó su cuerpo para atrás, y agarrado a las cuerdas que sujetaban el columpio, se dejó caer comenzando a desplazarse como un péndulo, adelante y atrás; fue cogiendo cada vez mas impulso y llegado un momento estaba alcanzando el cielo con la punta de sus pies, y así estuvo un rato, balanceándose de un lado al otro. De repente, rozando sus tacones en la tierra, frenó en dos pasadas y saltó del columpio corriendo por el patio, como si fuera un cohete de feria, dio una par de vueltas alrededor del nogal y finalmente continuó su trayectoria en dirección al cobertizo, donde acabo deteniéndose frente a el. Cogió un palo tutor de las tomateras de un montón que había apilados  en entrada del cobertizo. Una vez armado, extendió su brazo y dio dos estocadas en el aire: no tardó en estar haciendo un violento combate invisible. Ya había, entre matados y heridos, despachado veinte o treinta seres imaginarios cuando dio síntomas del hastió provocado por luchar contra tan débiles adversarios. Se sentó un rato encima de una piedra en la que se había hecho un abrevadero para las gallinas, y se puso a escarbar en la tierra con el palo; lo hincó profundamente y torciéndolo sacó unos terrones del que se desprendieron un par de lombrices - las lombrices se estiraban y se contraían tratando de escapar.
 Miró aburrido como se volvían a enterrar.
Se escaparon sin que Elisardo se inmutase, salvándose en esta ocasión, de una muerte segura bajo el sol, como había ocurrido otras veces.
Se levantó y pisó la tierra donde se habían enterrado las lombrices.
De nuevo tiró una estocada en el aire con el palo, paró, dió dos vueltas con su cuerpo y lanzó otro ataque al vacio, y entonces se fijo en el viejo espantapájaros de la huerta, en el que no habíamos reparado.

El espantapájaros se llamaba Manolo

Manolo era especialista en dar sustos a los pájaros. Esperaba sin moverse durante horas y cuando más confiadas estaban las aves, que venían a comer a la huerta, aprovechando cualquier ráfaga de aire, movía su cuerpo produciendo un quejumbroso ruido que sobrecogía a los pájaros y les hacía huír, volando despavoridos. Con el tiempo Manolo había hecho un amigo, un viejo cuervo solitario que había perdido su compañera. El cuervo había descubierto como sacar de su amigo el susodicho ruido, saltando de repente de un hombro de paja al otro; y juntos los dos habían dado a las aves: gorriones, palomas torcaces, lavanderas, verdecillos, estorninos, mirlos ... que osaron aterrizar en la huerta y aproximarse a las tomateras o a los fréjoles, los sustos más grandes de la comarca. De esta manera los dos sacaban partido de su amistad: el cuervo, libre de sus congéneres, disponía para el solo, de los caracoles, babosas e insectos dañinos de la huerta y el espantapájaros, con su amigo apoyado en el hombro, tenía un aspecto siniestro, especialmente al anochecer.



mvf.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Amnistia para los poetas



                 

   Amnistía para los poetas

                    pido aquí
                    que se amnistíen
                    todos los poetas del mundo
                    que se le devuelvan
                    sus lapices
                    sus mesas
                    sus manos
                    y sobre todo sus letras

                                Reclamo
                       en su nombre
                       sus octavillas
                       sus panfletos y diatribas,
                       y sobre todo sus paredes.

                 
                               que se liberen
                    todos los poetas del mundo

   
                    ¡ AMNISTIA PARA
                  LOS POETAS  DEL MUNDO!




a letras macondo




mvf.

Una historia de pueblo





Elíseo fue el demonio pero su hijo Elísardo era el padre de todos los demonios

Elíseo, de niño, estudió en la escuela unitaria del pueblo, donde con un maestro para todo aprendió pronto las primeras letras y las segundas y las terceras y las octavas.


Al contrario que su padre, Elísardo fue a estudiar a un colegio de hoy en día, donde hay una profesora por cada asignatura y con tanta maestra la cosa se complicó. Impotentes y acobardadas para hacer algo bueno de un gato bravo y montes como el hijo de Elíseo, las profesoras se rindieron y decidieron que podría estudiar en comodos plazos de tres, quince y hasta treinta días en su casa; solo tendría que traer hechos los deberes que le mandaban para cuando regresara al colegio.

 Elísardo iba en las séptimas letras sin saber las terceras, al contrario que su padre.

Es el mes de noviembre y mañana sábado San Martín, como en muchas casas del rural, en la casa de los padres de Elísardo van realizar la matanza del cerdo. Las cosas ya están preparadas para atender a los que van a venir a ayudar a matar al sagrado animal; se cuenta con ellos desde primeras horas  hasta el mediodía, cuando acabadas las faenas del primer día del sacrificio del animal en el rito ancestral de la matanza, la familia y sus invitados comerán todos juntos.


Este viernes, Elísardo agota un periodo de quince días de estancia en casa y el lunes volverá de nuevo al colegio. Como todos los días durante la semana, los padres, a primera hora de la mañana, marchan a trabajar y el niño queda en casa al cuidado de la abuela, la madre de su padre, que vive con ellos.

La abuela a sus noventa años tiene la vitalidad de un roble y la elasticidad de un mimbre; y le gusta presumir de ello ante los demás, por eso se sube a los árboles a recoger las cerezas,o la nueces, o a pesar de la prohibición de su hijo, escapa con el tractor para ir arar la tierra y cuando ve cualquier vecino salta del tractor abajo, delante de él; haciendo exhibición de su buena salud, a veces con bastante riesgo de lastimarse, para saludarlo efusivamente.


Marchaba casi cuando nacía el día para el monte, con el pretexto de llevar la burra que había en la casa, ver alguna finca donde había un muro que estaba cayendo para el comunal... muchas veces llevaba un trozo de pan y de tocino, envueltos en un pañuelo, para comer allí y regresaba por la tarde


- Estaba Lucas en el monte.

- Y ?
- No hablé con él, hice como que no le veía, no fuera a creer que le iba preguntar por la finca que linda con la nuestra y pensara que tenemos interés en comprársela, para que no abra mucho la boca.
- Y para que queremos una finca de monte más, madre ?
- No se, mañana si veo a Lucas de nuevo se lo digo para que piense que no tenemos interés en comprarla.

Cuando se despertó, el niño se levantó de la cama, abrió la ventana de su habitación y se puso a gritar:


 - ¡Abuela, abuela ...!


Cuando el niño empezó a dar voces por la ventana, la abuela estaba en una de las fincas de la casa, hablando con el matarife de la zona, que tenía un tractor con pala con el que hacía faenas del campo y hoy estaba allanando unos terrenos con la pala en una de las fincas vecinas. Al verla le había hecho señas y ella se acercó hablar él.

 
Así que la abuela oyó los gritos de su nieto, los dos se despidieron y mientras el hombre volvía al tractor para continuar con su trabajo, la abuela no tardó en regresar a la casa cargada con un par de lechugas, los huevos de las gallinas y un caldero de leña para encender la cocina de hierro.

Enseguida calentó la leche y le sirvió el desayuno a su nieto, que había bajado en pijama de su habitación, y mientras tomaba un buen tazón con colacao y galletas, la abuela empezó a dar vueltas alrededor de su nieto, como si fuera una gata brava atada a una cuerda invisible, mascullando las cosas que se veía impedida de hacer por tener que quedar en casa.


Llegado un momento el reloj se detuvo y con los brazos en jarro, dijo:


- ¿Podrás cuidarte tu solo diez minutos, como saben hacer los niños mayores? 


y como otras tantas veces el nieto le respondió:

- Si abuela, vete con cuidado que cuando termine de desayunar me pongo a ver la tele y no me muevo de delante de ella.


- Voy salir a la tienda a comprar coñac, azafrán y alguna cosa más que ahora no me acuerdo, para la gente que viene mañana a la matanza; si llama alguien no abras la puerta.

Y cuando la abuela, con el pretexto de ir a comprar a la tienda, escapaba de la casa, su nieto, por las escaleras de la cocina, salía por la parte de atrás de la casa a corretear por la huerta. 




mvf.


domingo, 23 de abril de 2017

los lugares de las zarzas




En el pueblo, a parte de los bancos del crucero de la iglesia, están los bancos del parque de los robles; los del paseo del río, colocados a lo largo del malecón; y los de la plaza mayor; de todos ellos ,en cada lugar, las zarzas tienen tomada la mejor posta para dar el tiro de gracia a la gente que se ponga a su alcance.

Los días de misa, domingos y festivos, funerales y cabo de años, las zarzas se sientan en el banco, al lado del crucero, que hay frente a la iglesia;  los días de feria se sientan en el parque de los robles; durante el verano es frecuente verlas sentadas, al principio del paseo del malecón; el día de la semana en que el alcande recibe a la gente se sientan enfrente a la entrada del ayuntamiento, en el banco que hay bajo platanero centenario; y los sábados, por que ese día casi todo el mundo hace empanada, en el banco que  pusieron fuera los de la panadería para que no se parasen delante de la entrada impidiendo el transito de la gente.

Las zarzas eran la bisabuela, su hija, y una prima segunda, por parte de madre, que falleció.

Las zarzas llevan con ellas un cojín, que colocan junto a ellas, en el banco. Y si alguien se acerca para hablar con ellas, y mira para el cojín, la bisabuela carraspea y dice:

-¡Ahí se sienta Jacinta!

Jacinta está ahora en el cielo escudriñando desde arriba lo que hacen los vivos aquí abajo.

La bisabuela y su hija saben que Jacinta las está esperando en el cielo, y que tiene cogido para ellas el mejor banco frente a las puertas de San Pedro.

Y de momento esta ella allí de sólita, esperando para contar sus cosas a sus amigas:

Que si san Jose no hubiera sido tan confiado y estuviese en casa cuando tenía que estar, no le habría pasado lo que le pasó con el espíritu santo.
Que si Jesús y María Magdalena se habían casado en secreto en las bodas de Caná de Galilea para no molestar a la Iglesia que no están de acuerdo con el matrimonio.
Que si san dimas era un ladrón confeso y se fue al cielo sin devolver lo que robo
...
y también para contar cosas tan mundanas, que ella sabe, como el motivo por que se había enfadado el san Antonio de la Iglesia con la tía la rica, por que esta le prometía flores y misas, para que le hiciera sus favores y luego le engañaba para no pagarle, y como pasaba más tiempo discutiendo con ella los pufos que le metía, que atendiendo a los vecinos, un día se cansó y dijo basta.

 Jacinta se sienta todos los días en el banco de la entrada, del cielo, esperando que lleguen sus dos compañeras  y mientras tanto, como había sido Jacinta de buena y generosa, está velando por sus amigas que alguna vez ya le han pedido algun que otro favor para este mundo mundano, que se encargó de arreglarselo.

Y Así cuando Marivi apareció en casa de la bisabuela, para contarle que Roberto se iba a presentar para alcalde, la bisabuela carraspeo y dijo:

- Pídele a Jacinta que te ayude, que seguramente que San Pedro tiene muy mala memoria, que es ya muy mayorcito, y le debe más de algún favor.

 y cuando Roberto fue a visitar a sus matriarcas para dar queja del proceder de María Gabriela, solicitando una ayudita de Jacinta para recuperar su dinero, la bisabuela le respondió:

 - ya todo terminó y esta historia se acabó.

Y las zarzas nunca dijeron nada de lo que hasta aquí se contó.


lunes, 17 de abril de 2017

La desaparición de María Gabriela 14




Como dijimos iban para las seis de la tarde cuando después de los cafés, los fillados* tortitas semejantes a las creppes que se hacen con maiz y huevo en una sartén untada de manteca de cerdo , las copas, y una larga tertulia la gente empezó a aburrirse y comenzaron a marchar de regreso a su casa.

Roberto, después de despedirse de todo el mundo, llegó a su casa pasada la medía tarde y al entrar se extrañó de que nadie le estuviese esperando.

Según se entraba en el interior de la casa, había un pequeño recibidor de paredes blancas; en una de las paredes colgaba un enorme espejo de nogal, en el que se podía verse uno de cuerpo entero como iba conjuntado con la vestimenta, antes de salir.
En el interior del espejo se podía ver la pared de enfrente y un tresillo blanco con cojines de rayas, que alternaban el verde con el color marrón acaramelado de la tela; al lado del tresillo una pequeña mesa ovalada sobre la que descansaba una lampara cromada; y junto a ella, y entre la esquina de la misma pared, la puerta. Fuera del alcance de la visión del espejo, había un perchero de color marrón.

Roberto se quitó la chaqueta y la colgó en uno de los ganchos del perchero de pie.

Llamó por su mujer.

- ¡María Gabriela!

Al no recibir respuesta; pensó que María Gabriela se habría acostado para echar una siesta y aún no se había levantado. Subió a la planta de arriba de la vivienda y entró en el dormitorio. La cama estaba hecha y su mujer no estaba allí.

- ¡María Gabriela! - gritó un par de veces, pero ahora ya más fuerte
para que pudiese oirle donde estuviese.

Continuó sin recibir respuesta; entonces Roberto se puso en lo peor y pensó que tal vez habrían raptado a su mujer para pedirle un rescate.

Subió corriendo al desván y levantó las tablas del piso, en el lugar donde tenía el escondite, para contar cuanto dinero tenía acumulado y poder pagar el rescate. Para su sorpresa allí dentro solo había un sobre blanco dejado por Maria Gabriela, con una carta en su interior.

Con sus manos temblorosas leyó lo que decía la carta:


      Roberto, cariño,
    con lo feliz que me has hecho, me parecía una injusticia
    muy  grande que te tuvieses que morir para que pudiera
    coger el dinero .

                                  
                                           María Gabriela.


lunes, 3 de abril de 2017

Martes 13, de la próxima semana.

En el ayuntamiento de Menciños hicieron coincidir la comida de despedida que se le debía a Rosendo, el conserje jubilado, con el día en que se iba emitir el reportaje que se había hecho en el pueblo, así se juntaría todos y podrán ver a Roberto y sus concejales de confianza, salir por la tele. Reservaron entonces, para ese martes, que casualmente era día trece, el restaurante del que fuera anterior alcalde vitalicio, conocido por ser el rey de los fillados*   variedad de crepes gallegas -  acepción no incorporada en la real academia gallega de la palabra fillado, pero cuyo significado esta muy extendido en la costa de la muerte. 
 
Llegó ese dia . 

A medía mañana comenzaron a aparecer en el restaurante los compañeros del jubilado a medida que empezaron a desaparecer de su trabajo en el ayuntamiento. 

Fuera estaba la patrulla de los municipales cuidando que la gente, así que iba llegando, pudiera aparcar sin problemas y no entorpeciera el trafico; velando por los asistentes o haciendo ver que el alcalde y su séquito estaba allí.

En el interior del restaurante las paredes estaban cubiertas con fotos enmarcadas en las que el rey de los fillados, que fuera el antiguo alcalde pueblo, posaba con celebridades y autoridades que por alguna razón pararon en su casa a comer los fillados y así se veía al rey de los fillados con Fidel Castro, el  rey de los fillados con Manolo Escobar, el rey de los fillados con Rosalía de Castro y el rey de los fillados con la foto de algún presidente regional que también pasó por allí y se estrechaban la mano mientras el fotógrafo, uno de sus tres hijos, inmortalizaba el momento con una cámara fotográfica.

También había colgados galardones, premios y diplomas :

Premio único y solidario del campeonato español de fillados ... al rey de los fillados. Gran escudo de la orden de la glotonería de los fillados ...

Y en lo que quedaba de desnudo de la pared, se mostraba el paso por el local de algunas eminencias poéticas y literarias, incluida la de algún nobel de la obscenidad, que atascado de glotonería en la casa del rey de los fillados, se vengó con algunas lineas que ahora yacían extendidas por las paredes cubiertas de polvo y moho, del local

Ya estaban en el segundo plato cuando el presidente de nuestro feudo regional apareció en la tvx desgranando las noticias del día. Algunos de los presentes aplaudieron para hacer ver que eran leales, pero enseguida fueron acallados por los que hacían ver que escuchaban atentamente.
El presidente era un hombre delgado con apariencia inteligente, nariz aguileña y perfil mesiánico; era tan completo que hasta algunos decían que era bisexual.

Dijo lo que dijo sin decir nada, pero por el ruido de la respiración contenida de algunos, debía poseer detrás una gran labor de gobierno. Se escuchó lo que dijo, mientras se estiraba a lo largo ahuecándose, pero no se entendió el contenido. Una cosa es que el sol salga por el este y otra cosa es que tengamos que entenderlo con la ley de la gravitación universal, por eso la política no lo da entendido el pueblo sino que queda relegada a aburridos eruditos, intelectuales y marginados.

Terminó de hablar el presidente, y el noticiero dio paso a la inauguración de una biblioteca. Ahora el presidente regional era el protagonista. Explicaba a los pobres e ignorantes, que tenían que pedir un libro prestado, como poder pedir libros prestados y llevárselos a su casa para leerlos. Aunque no salió en el noticiero de la tarde, después de la inauguración, por la tarde vinieron unos operarios con fundas de azul y guantes blancos, para recoger los libros de la recién inaugurada biblioteca y devolverlos a la biblioteca de la facultad de historia de la Universidad de Santiago, de donde fueron tomados en préstamo previamente.

Llegó el momento ansiado y salió la reportera que estuvo con su micrófono y su cámara, en Menciños para hacer el reportaje. 

La reportera aparecía en primer plano, ponía el micrófono delante del alcalde y preguntó por el motivo que los trabajadores municipales de Menciños regalaban una sonrisa a todo el mundo.

- Aja ... - respondió Roberto encogiéndose de brazos; mientras, que detrás de él, los que cubrían sus espaldas frente a la cámara, asentían sonrientes con la cabeza lo que acababan de oír, ante la reportera.

Los presentes en el restaurante, al ver a su alcalde en le tvx, aplaudieron dando gritos fervorosos.

- !Viva el alcalde¡

Pero el reportaje  continuaba y entonces volvió a salir la chica entrevistando al único concejal que había osado aparecer.

- ¡En la corporación municipal todos son del Real Madrid, menos la oposición que somos del Barcelona!

En el comedor hubo algunos abucheos y silbidos.

Y por último apareció de nuevo la reportera que se despedía de Menciños entrevistando a las mismísimas zarzas, sentadas en el banco que está enfrente del ayuntamiento, desde el que ven salir y entrar a todo el mundo el día que está el alcalde para recibir a los vecinos.

 

- Aquí venía en las fiestas patronales Manolo Escobar.
- Si, señorita, era un chico encantador, y comía en nuestra casa.
- Ahora ya no se le oye cantar como antes, como le ha dado a todo el mundo por hablar el gallego.
- ¡Si y algunos hasta no son del pueblo!


Llegó el postre, vinieron los fillados, la entrega del premio de jubilación de Rosendo: un reloj y un bolígrafo chapado en plata, las copas y los cafés. Y todo llegó a su fin.
 
 Iban para las seis de la tarde cuando terminó la fiesta de despedida del conserje.
  En la fiesta de despedida estaba el nuevo conserje, un niñato alto y rubio, que cargado de envidia preguntó a alguien en la salida:

- Y ese señor bajito que no pagó la comida quien es.
- Es el jubilado,
- Pues no lo conocía.
- Es que es muy callado.
- ¿Más que el alcalde ?


Los fillados tienen una receta secreta de doña Laura, la mujer del tabernero que por el arte culinario de su mujer, que sabía llenar el plato adecuado de los clientes que pasaban allí, llegó a alcalde; y en quien por ser mujer relegada a la cocina nadie pensó en darle un premio.
Como es obligado aquí reconocerle el merito a quien lo tiene, en su honor vamos a dejar algo de la receta secreta de como hace ella sus fillados.
El truco de doña Laura, que pone tan contentos a sus clientes, es echarle a la mezcla de harina y huevos de la casa una copita de aguardiente de hierbas anisada que ella misma prepara, macerando  una mezcla de yerbas aprendida de su abuela, entre las que se encuentran los granitos de la planta de anís, en aguardiente que compra en secreto en la comarca de Monforte de Lemos.

mvf.