lunes, 19 de marzo de 2012

la venganza - 3

Los manteros tenían extendidas sus mantas en el suelo repletas de mercancías. Utilizaban una vieja técnica de pesca con red - que en este caso era sustituida por una mantilla o una sabana negra-, la mantilla tenía atadas por una cuerda cada una de sus cuatro puntas y cuando venía algún agente de la autoridad local, de un tirón se levantaba cerrando en su interior todas las mercancías que hasta el momento estaban extendidas encima de la manta y se daban a la fuga.
Una vez desplegadas sus artes de pesca, esperaban pacientemente a la pesca de algún cliente para atrapar su atención y hacer alguna venta de sus mercancías, mientras ellos asimismo manteniéndose vigilantes, esperaban no ser pillados vendiendo. Era algo así como la ley del más fuerte en un océano de personas.
La mayoría de sus mercancías consistían en copias ilegales de CD y DVD con películas, en cuantía que no era considerado de interés delictivo para los jueces. Aún así se perseguían a los manteros, en unos casos por afanosos agentes de la autoridad, más por el interés que tiene para el gato atrapar el ratón por diversión que por comerlo. Y en otros casos se sustentaba su persecución y detención por las autoridades publicas, más por dar satisfacción a la xenofobia que a la persecución de los delitos reales, que quedaban sin perseguir.

Cuando el furgo se acercó a donde estaban los de la batea comiendo el pulpo enseguida le hicieron hueco. Ya llevaban rato hablando ante la ración de pulpo, de esta otra oficina, cuando los de la batea, empezaron a contar el problema del herrero, al furgo "que era considerado como uno más de la familia" ya que no era la primera vez que participaba con ellos en alguna correría y les ayudaba hacer el traslado de alguna mercancía sospechosa, - el furgo siempre iba con su furgoneta cargada con cajas de pescado o marisco, para los restaurantes de madrid, mientras que detrás de él iba un coche, que daba señas al transporte verdadero que les seguía a unos diez kilometros de distancia, recibiendo noticias de las patrullas que se encontraban en la carretera y les podían dar el alto inspeccionando su vehículo.
Y mientras los de la batea levantaban sus vasos para hacer un brindis por la pronta recuperación del herrero así fue como se enteró el furgo que la guardia civil se había incautado de una planeadora, de cinco mil caballos de potencia, que habían dejado abandonada en la playa del acantilado, con mapas y todo para ir a alta mar a recoger sus mercancias.
Pero por idea de marcelino, el guardia civil expedientado en extremadura, que sino de oídas ya de otras andanzas contadas aquí conocéis, surgió la idea de ponerle unas pegatinas del cuerpo de la benemerita a la planeadora y ahora la utilizaban para hacerse a la mar y para vigilar ellos por la costa mientras pescaban unos congrios.
La idea hasta aquí no hubiera tenido mayores complicaciones, pero más por un favor a uno de los del pueblo que por estrategia, marcelino también había conseguido que se le contratara el mantenimiento de la planeadora a nuestro amigo Melquiades el herrero. Que era quien montaba las planeadoras a los de la batea.
Melquiades estaba muy contento con la nueva situación de la contrata y se negaba a saber nada más con el tema de montar planeadoras por que con la nueva situación trabajaba de dia y lo venían a buscar con coche o le pagaban el desplazamiento y hasta la comida en un restaurante famoso de por aquí por sus carnes a la brasa.
- ! Un brindis por el herrero ¡- dijo el furgo y todos tomaron otro trago.
El herrero finalmente había sido raptado por orden de los venezolanos, que son unos caprichosos y se toman todo a despecho por que como no son del pueblo no tienen que aguantar los berrinches de sus mujeres. Los venezolanos habían contratado unos sicarios para vengarse y el resto de la historia ya es sabida.

-¿ Como iban conseguir doblar la potencia de la planeadora ?.- preguntó uno de ellos, y medio en broma respondió también que si querían seguir con el traslado de sus mercancías de manera segura la única solución era hacer un submarino.

Entonces el furgo contó que precisamente había visto trabajando por aquí una mujer alta y delgada, que tenía una cara alargada como la de un caballo, que unas veces decía ser rusa y otras ingeniera naval.
Lo de rusa debía se verdad , añadió, por que bebía como un cosaco y lo de ingeniera se le podría preguntar por que estaba trabajando en el desguace.
Con motivo de la idea, tomaron otro trago.
- Vamos a tener que deshacernos de marcelino – Dijo de repente otro de los contertulios del pulpo.
Después de un silencio los de la batea volvieron a su asunto, que iba tomando forma subacuatica, y que estaría pendiente de ultimarse en una de sus reuniones ultrasecretas, por que  faltaba uno de los organizadores que estos días estaba de vacaciones, -  por este organizador habían tenido que aumentar su secretismo a raíz de una discusión que tuviera en su casa con su marido -.

Nuestro amigo el transportista se despidió de los presentes para continuar su recorrido yendo al puesto consiguiente en la feria, por si había preguntado alguien por él para hacer algún viaje, porque para extrañeza de desconocidos, y aún se tiene hecho burla de ello en la televisión a cuenta de trabajadores que hacen peonadas en el campo, hay personas que no tienen oficina ni fax para su trabajo, más que la cantina donde van tomar un vino, y es el sitio donde se les va a buscar o se pregunta por ellos después de las horas de trabajar, para contratar un trabajo, tanto de albañilería como peonada, de electricidad como de transporte…

El furgo marchaba satisfecho con una enorme sonrisa en la boca. Llevaba un nombre en la cabeza: el sisa había sido el elegido para dar satisfacción a su venganza contra los moteros.


lunes, 12 de marzo de 2012

El sisa 2


Melquiades, el herrero, caminaba tranquilamente por el arcén de la carretera con su mono azul y su mandil de cuero ennegrecidos por el carbón de la fragua. Llevaba un cuchillo grande de cocina de cortar la carne. Venía de la fragua donde terminaba, después de pasarlo por la piedra amoladora, de sacarle filo en la piedra de arenisca de las guadañas. Iba en dirección a su casa para cortar unas finas lonchas de jamón y tomar el desayuno del mediodía. A lo lejos un coche que se acercaba por detrás de él, disminuyó su velocidad acercandosele lentamente hasta situarse a su lado, entonces el coche se detuvo, salieron unos hombres que rodearon al herrero y a empujones lo metieron dentro del vehículo. Después el coche arrancó dándose a la fuga. En el suelo quedaba tirado el cuchillo recién afilado.
La noticia no tardó en propagarse por todo el pueblo,.... se había producido un secuestro a primeras horas de la mañana ... - ! unos extraños habían raptado al herrero ¡ -
En la casa del herrero la noticia fue llevada por el panadero al repartir el pan que le contó a la mujer lo que había ocurrido.
A llegar a casa, la mujer del herrero le gritó a su hija:
- ! lolíta, no pongas plato para tu padre, que hoy no viene a comer ¡.
Los comentarios volvieron a circular por la tarde haciendo más precisa la información - ! Alguien había secuestrado al herrero, le habían pegado cuatro tiros y lo dejaron tirado en el monte comunal . Las heridas no revertían gravedad ¡.
Después de tomar el desayuno que su madre le había dejado en la cocina, consistente en un tazón de leche con café y unas rebanadas de pan untadas, el sisa recogió los restos dejando todo dentro del fregadero,
No tardó en salir a la calle, por que la limpieza la tenía reducida a la minima expresión, iba caminando en sentido contrario a la dirección en que circulaba el herrero, hasta que al llegar al sitio donde había sido secuestrado, encontró el cuchillo tirado en el suelo.
Recogió el cuchillo del suelo y en ese momento unas señoras mayores que paseaban con sus muletas por la carretera, al verlo con el cuchillo en la mano, le tiraron sus monederos y huyeron corriendo.
Con el éxito del cuchillo, dado el trabajo invertido y el beneficio obtenido, el sisa consideró este como día de suerte y decidió probar con algo más sustancial dirigiéndose al supermercado del pueblo. Aunque apenas se reunía cinco euros entre los dos monederos,

El supermercado era una tienda vieja de coloniales, que se había unido a una cadena de esas que anuncian productos gallegos, pero luego llegan los carnavales y visten a las cajeras de sevillanas - claro que como sevillanas no las hay más guapas que las gallegas - .
Allí cuando el sisa, enseñando el cuchillo, pidió que le entregasen la caja, fue reducido a bolsazos por su madre, que en ese momento hacía la cola de la caja para pagar un tinte de teñir el pelo .

Al salir de la prisión, el sisa vivía, además de pequeños trapicheos y sablazos, de otras cositas que en el pueblo le encargaban hacer para que sobreviviese, por el arte que tenía a pesar de su afición,
y de la sisa de la compra de los recados que le mandaba hacer su madre, una señora con una pensión menos que cutre.


Continuará

lunes, 5 de marzo de 2012

un asunto de información. 1

 El día había comenzado con una niebla lechosa venida del océano, lenta, pesada... pero así como iba entrando la mañana la niebla se fue levantando y difuminándose en el cielo hasta desaparecer, dando paso a un precioso día soleado en el que se esperaban altas temperaturas para la tarde.
La plaza del mercado estaba llena de puestos de vendedores de zapatos, aperos de labranza, puestos de pan y de salazón, embutidos ... 
Los negros tenían puestos con linternas, relojes despertadores, aparatos de radios, casi todos ellos malos pero tentaban con el precio bajo, los marroquíes tenían puestos de cueros y curtidos , sandalias, cinturones, billeteras de bolsillo. los gitanos tenían puestos de ropa, pantalones, blusas, toallas calcetines...
En la parte más antigua de la plaza, pegados a un viejo muro de piedra, como hace doscientos o trescientos años, se arrimaban los puestos del pulpo, con sus toldos, las mesas y bancos de pino, blanqueados por la continua limpieza con agua y lejía. Enfrente de ellos estaban las pulperas empezando a cocer en sus potes de cobre humeantes.
Al sentarse a comer allí unas raciones de pulpo se podía llegar a sentir todo ese tiempo congelado que pervivía encerrado en la tradición.



 Quasimodo hizo coincidir su día libre, con el día de feria, para continuar con sus pesquisas sobre el robo de la radio del tío Avelino. Quería hablar en la feria con el furgo pero al no dar con él, después de dar un par de vueltas por los sitios que frecuentaba habitualmente, decidió hacer algo de tiempo y se metió por entre los puestos de los vendedores para aprovechar y comprar unas botas de cuero negro. 


Entre el griterío de la feria sobresalían voces: 
- ! Señora, señora, manteles a un euro¡. ! A un euro señora ¡-
Más allá . - ! Compre, compre, tenemos todo regalado ¡-
Un chaval moreno de ojos negros, subido en el puesto gritaba : 
- ! Vean, vean que zapatos¡,  ! a treinta y a veinticinco euros ¡ - , ! respiraba y después de tomar aire continuaba.- ! Señora, señora, señora , que en la tienda valen a ciento cincuenta euros ¡ 
Aún eran las once y el dinero apenas circulaba por la feria.
Mientras que revolvía entre zapatos y botas en un puesto de calzado, unos niños que protagonizaban una persecución tras otro, dieron un empujón a Quasimodo al tropezar contra él. Al sorprenderse levantó la cabeza y miró para los chavales con enfado, después continuó con la búsqueda de sus botas.

El Furgo vino como siempre a la feria para dejar su camioneta en su lugar habitual " para lo que fuera menester llevar". El precio que cobraba era treinta y cinco euros la hora y un euro por kilómetro, pero se encontró que la noche anterior unos motoristas de la capital habían dejado sus motos aparcadas ocupando el sitio que tenía en la feria. Así que les reclamó su plaza de aparcamiento a los moteros y empezaron a discutir y a proferir amenazas que afortunadamente una gitana mayor de 50 años vino a aplacar. Los moteros no quisieron saber nada con la gitana y sus males de ojo, ni con tener líos con los gitanos, y sin quitarse de razón ahuecaron el sitio para que aparcara  el furgo aparcara su vehiculo.
Cuando apareció el furgo, Quasimodo le esperaba en la primera de sus oficinas. Estaba, acompañandose de un vaso de vino, probando una ración de pulpo recién hecha a primeras horas de la mañana, que es a entender de los expertos cuando mejor sabe. Quasimodo le hizo señas para que se acercase pidiéndole que le pusieran un vaso lleno de vino y ofreciéndole unas tajadas de pulpo de la ración que estaba tomando.
El furgo venía todo acalorado y empezó a despotricar sobre los moteros que le habían pinchado una rueda de la camioneta, jurando y perjurando que eso no iba quedar así. 
Tardó en enfriarse dos tragos y tres trozos de pulpo, que fueron suficientes para cambiar su mal humor por una sonrisa en la boca y unas sornas en la punta de la lengua.
Después de unas bromas, para aplacar el fuego, Quasimodo le contó al furgo como el tío Avelino había puesto un aparato de radio en su sembrado para espantar al jabalí y que le había desaparecido al día siguiente. -  Echaron unas risas por el tío Avelino y unos tragos por el jabalí -. 
 El furgo tardó en pensar un par de tragos más, tres trozos de pulpo y un bocado de pan;  entonces le dijo a Quasimodo que tal vez karuso, el patriarca de los gitanos podría ayudar a descubrirle donde estaría la radio. Que podía acercarse a él  y preguntarle, dando las señas del artefacto, si sabía  quien podría vender un aparato de similares características para comprarlo, y si la radio del tío avelino había sido robada y estaba en circulación en búsqueda de comprador por aquí, seguro que aparecía, por que el patriarca llevaba comisión de todo el lumpen de la comarca.

El furgo apuró su vaso de vino tomando un largo trago para marchar a su siguiente oficina, donde ya veía a sus amigos de la batea, Al terminar de beber se despidio de Quasimodo diciéndole que de todas formas lo mejor era que no fuera con malas artes al gitano, por que tenía un sexto sentido para reconocer la liebre * - gato por liebre- y así que lo descubriese no iba sacar ningún tipo de información.
Se despidieron

Los niños que antes protagonizaban la persecución por entre los puestos de la feria tenían al niño que perseguían atrapado tirado en el suelo, y mientras uno de ellos estas sentado encima inmovilizandolo, su compañero, acuclillado al lado, lo acusaba de la desaparición de los gatos.

El acusado, tirado en el suelo, casi sin poder respirar, entre dientes respondía:
- yo no maté ningún gato, yo lo único que hice una vez fue meter en una pota con agua al gato de mi casa, por que quería quitarle los pelos como mi abuela hace con las gallinas para desplumarlas, pero al levantar la tapa de la pota  para mirar si estaba bien caliente el agua, el gato pegó un salto hasta el techo maullando y salió disparado por la ventana de la cocina - .

Quasimodo se acercó a los dos niños y los levantó cogidos por las orejas, liberando al que estaba en el suelo quien se levantó y se echo a correr escapando.