viernes, 18 de diciembre de 2015

Una vez jubilado Rosendo





Una vez jubilado Rosendo tuvo el tiempo suficiente para dedicarse a hacer dibujos, entre ellos y sus favoritos los de pastoras inspirados en las modelos de revistas de propaganda y de los calendarios; una de sus aficiones secretas.
Empujado por su mujer, que no sabía que hacer con su marido todo el día en la casa, iba todas las mañana a comprar pinturas o pinceles a la librería, donde se entretenía viendo las portadas de las revistas bajo la atenta mirada de la kioskera
-No se puede ojear la revista. Si se abre se paga. !Y NO MANOSEE QUE DESPUES EL QUE LA COMPRA NO LE GUSTA!

o iba a preguntar a los vendedores de la tienda de pinturas del pueblo, sobre como lacar o pintar la chapa del coche con los mejores tonos, pensando sin decirlo en alguna modelo de revista de autos deportivos.
- ¡A ver si se decide, que aquí hay uno con prisa que viene en una ambulancia y tiene las luces encendidas!

Finalmente, con el pretexto de regalar un dibujo reciente a alguno de sus ex-compañeros o dejar prometido otro para el día siguiente, remataba su paseo de las mañanas aprovechando para hacer una visita al ayuntamiento y terminar allí sin hacer menos que nada.

Y asi, dedicado a hacer regalos a sus amistades, sin dejar a ninguna sin su obsequio, transcurrían los días de nuestro jubilado: por la mañana de casa a su antiguo trabajo y de su antiguo trabajo a casa, y por las tardes trabajando en sus dibujos;  pareciendo que para él la vida se había estancado en un remanso de felicidad perpetuo.

Llegado un momento se quedó sin compañeros a los que regalar.
La felicidad de Rosendo se vio truncada la mañana en que despues de sus compras, a la misma entrada del ayuntamiento le detuvo un mozarrón pelirrojo y de ojos azules, que nunca había visto, preguntandole: -¿que quería y en que podía ayudarle?
 Rosendo, con una sonrisa amable, le dijo que había trabajado durante muchos años en el ayuntamiento y que era costumbre de él acercarse por las mañanas a ver a sus antiguos compañeros. Pero el joven pelirrojo se mostraba indiferente a sus palabras. Tratando de poder superar la entrada al edificio, volvió a insistir diciendole que venía a ver a este o a cual...  personas que trabajaban en el ayuntamiento y que habían sido sus compañeros durante muchos años. Cuando hubo terminado, el joven sin apartar de su paso, con frialdad e indiferencia, le dijo entonces, sin ningún miramiento: - que por los que preguntaba, no estaban y que no les esperase; que mejor viniese otro día para no perder la mañana.
Al oír esto que tantas veces había dicho él a los vecinos que no eran bien recibidos en el ayuntamiento, Rosendo entendió lo que pasaba y dolorido se dio media vuelta para terminar su mañana sin la visita al ayuntamiento.  
Sin hablar con ninguno de los de la casa, Rosendo se encerró en su habitación pensando en lo que había pasado
- Esto pasa- se dijo por las ideas de ese nuevo alcalde de convocar una oferta publica para cubrir la plaza que había dejado vacante. Asi en vez de quedar un familiar de confianza o alguno del pueblo, acababa viniendo un desconocido de fuera, que a saber las ideas que traía. Ese joven ambicioso algún día le quitará la silla al mismísimo alcalde. 
y mientras pensaba con rencor en ese joven que le había impedido el paso en el ayuntamiento, y en el desprecio hecho a los mejores años de su vida dedicados a pasar desapercibido en su antiguo trabajo, empezó a recoger por su habitación los folletos de propagandas, las revistas de coches y su colección de calendarios, incluido el que hacía varios años le habían regalado en el taller donde llevaba el coche para pasar la revisión, uno de sus favoritos para copiar sus modelos femeninos; metiendolo todo en una bolsa para tirarlo a la basura.
 Lo hubiese hecho si su mujer, la zarza, que había entendido el delicado momento que pasaba por la vida de su marido, no se lo hubiera impedido al verlo abrir la puerta para salir a la calle.

- ¡Donde vas con eso. En esta casa no se tira nada. Deja ahí las revistas que valen para encender el fuego de la cocina!

mvf.



lunes, 7 de diciembre de 2015

Rosendo






El marido de las zarzas se llamaba Rosendo. Un hombre bajito, regordete y muy amable que había trabajado en el ayuntamiento del pueblo, donde había entrado a trabajar de joven de conserje y por no cambiar ahí se quedó hasta que un día le dijeron que se tenía que jubilar.
Dado su carácter afable y para no molestar había sido uno de los que menos se había hecho notar en su trabajo, de hecho en la cena de su jubilación, después de las lisonjas y decir que el trabajo que había realizado en todos estos años se había sido ajustado a la discreción de su estatura, mucha gente conoció quien era el jubilado cuando preguntaban: - ¿porque ese señor bajito* y que no dice nada, no pone para el regalo de jubilación como los demás?
* Rosendo había sido bajito desde pequeñito, y no tenía ningún complejo por ser de baja estatura.  Aludía a ello entre bromas, diciendo que usaba la misma escalera que el más alto de sus compañeros, con los que trabajaba en el ayuntamiento, cuando había que subir alguna carpeta a la última estantería donde se guardaban los expedientes perdidos, y nunca se había mareado por ello.
A pesar de lo ingrato y poco destacable de su trabajo, durante más de cuarenta años, trato de ayudar a unos y a otros en la medida de lo posible y así cuando venían vecinos buscando soluciones para problemas y complicaciones les decía que este o cual, por quien venían preguntando del ayuntamiento, no estaba y que viniesen otro día para que no perdiesen el tiempo y a los vecinos que venían con lisonjas y regalos a los funcionarios, les hacía pasar sin más dilación, también para que no perdiesen el tiempo y no tuvieran que volver otro día.
Como fue que se hicieron novios Eulalia de las zarzas con Rosendo y se terminaron casando, es un misterio; aunque en los pueblos, cuando una quiere salir de la casa de sus padres tiene que arreglarse con lo que hay. De todas formas hay que dejar escrito aquí que Eulalia, al hablar de su marido, decía que su Rosendo era un hombre de sorpresas y acostumbraba a narrar con gran comedia, sin parar de reír en ningún momento, como el primer día que se conocieron, una vez casados; al tener a su reciente marido frente a ella, desnudo de los pies a la cabeza, tapándose pudorosamente con sus dos manos su pene, esperando permiso para meterse en la cama de su recién y única esposa, donde estaba ella tapada hasta el cuello con una sábana; al verlo con los pies descalzos en el suelo, sorprendida le dijo:
- ¿Pero aún eres más bajito?
Que Eulalia y Rosendo se querían, no había nada más que ver como todas las mañanas Rosendo salía corriendo de casa con una bolsa para hacerle la compra a su mujer y regresaba sin perder un momento separado de ella, y cuando algún vecino trataba de pararle para entablar conversación con él, al vuelo le decía:
- No puedo pararme ni un segundo, que mi mujer ha dejado la pota del café puesta encima de la cocina.


mvf.