lunes, 26 de noviembre de 2012

El nautilus 7



El sisa pasaba por delante del supermercado cuando ya le quedaba solamente una bolsa de lechugas para repartir . Se detuvo, quitó la lista de la compra de su madre, y despues de unos minutos de reflexión decidió hacer la compra, antes de realizar su última entrega, así al terminar dispondría de más tiempo para parar en el malecón del rio, y sentado en uno de los bancos se echaría con tranquilidad uno de esos cigarrillos suyos. 

Una vez se entraba en el supermercado, y antes de pasar la linea de cajas había unas taquillas para que los clientes dejasen las bolsas y no se metieran con ellas al interior de la tienda debajo de las taquillas había unos ganchos con candados para dejar igualmente los carritos con ruedas de llevar las bolsas de la compra. El sisa  se acercó para dejar su bolsa de lechugas; una vez que metió su bolsa dentro de la taquilla, buscó una moneda para cerrar la puerta del armarito y retirar la llave. La moneda era de cincuenta céntimos  y la había que poner, en el mecanismo de la cerradura de la puerta para poder cerrarla  y llevarse la llave,  pero entre toda la calderilla que llevaba en su bolsillo no había ninguna moneda de cincuenta centimos, y con todas las monedas sueltas le faltaban cinco céntimos para llegar a completar esa cantidad. Así que el sisa dejó su bolsa y se puso a pedir los cinco céntimos, extendiendo la mano a los clientes que iban entrando, para reunir la cantidad; después podría  pedirle a una cajera el cambio por la moneda que necesitaba para poder cerrar la taquilla


- Por favor,  ¿ podría darme cinco céntimos que estoy reuniendo para pedirle a la cajera del supermercado una moneda de cincuenta céntimos para el cajón de la taquilla ? .

La gente le miraba extrañada y se apartaban de él al verlo,  con la mano estirada, pidiendo limosna con semejante estribillo.

No tardó en aparecer  la vigilante * guardia de seguridad,  del supermercado, quien sin mas explicaciones le sugirió que se fuera pedir limosna fuera.

El sisa continuó en la calle en la calle pidiendo a los transeúntes

- Por favor, podría darme cinco céntimos que estoy reuniendo para pedirle a la cajera del supermercado una moneda de cincuenta céntimos para el cajón de la taquilla.

La gente, acostumbrada a que se pidiese en la calle para comprar un bocadillo o una bolsa de leche, se preguntaba si se había vuelto loco el sisa o si se le había ocurrido alguna nueva idea para obtener monedas, de cincuenta céntimos de los transeuntes, en la calle. 


Finalmente una señora canosa con un chaquetón raído, porque conocía a la madre del sisa, le dejó caer unas monedas en su mano . El sisa miró las monedas, apartó los cinco céntimos que le faltaban, para  devolverle a su benefactora lo que le sobraba;  pero la persona ya había desaparecido; había salido apurada pensando que el sisa le iba a reñir por la escasa cuantía de la dadiva, que no llegaba a cincuenta céntimos.
Con la cantidad necesaria, entró en el supermercado y sorteando a la “ vigilanta “ , que se veía con la amoscada,  se dirigió amablemente a la primera de las cajeras, quien le cambió la calderilla por la moneda de cincuenta céntimos.  Regresó de nuevo al taquillero, y al tratar de poner la moneda en el mecanismo posterior de la puerta, la moneda de  cincuenta céntimos se le escapó de entre los dedos y fue a caer dentro de un carrito de la compra que estaba encadenado debajo de su taquilla,  metiéndose por el resquicio de la solaba  superior que cerraba el carrito de la compra.

Por unos instantes se quedó paralizado, hasta que en la mente se le hizo la luz.
- Ya está,  levantaría el carrito en el aire dándole la vuelta y  la moneda volvería a salir por donde entró.

Cuando estaba en la operación,  meneando el carrito en el aire  boca a bajo para que expulsara la moneda,  apareció una señora mayor con un bastón en la mano.  Era la abuela de los de la labrada que salía con la compra para recoger su carrito con ruedas del supermercado. Al ver al sisa , manipulando su carrito como si fuera una hucha para que cayera el dinero, empezó a gritar y vino inmediatamente la vigilanta del supermercado ...

El sisa que ya se había dado cuenta del alcance de su situación salió precipitadamente del supermercado y al cruzar la calle lo golpeó un coche que lo hizo saltar por el aire unos metros cayendo encima del toldo de una cafetería repleta de gente.


A la noche nuestros amigos del clan de la batea, se habían reunido para discutir el asunto; el sisa estaba escayolado en el hospital, con dos costillas rotas, y después de unas deliberaciones acordaron que estaba todo preparado y que  la  tripulación del nautilus  casero serian los hermanos de la batea y la rusa.

El sisa había sido como la botella de champán que se rompe para bautizar el barco nuevo que se hace a la mar, porque las personas como el sisa, que les ocurren todas las desgracias, les protege una fuerza misteriosa por la que siempre, aunque con magulladuras o lesiones,  salen vivos de sus infortunios para poder sufrir la siguiente desdicha.

lunes, 19 de noviembre de 2012

la piruleta 6

Como el sisa pasaba todo el día en casa sin salir, su madre le encargó que se hiciera cargo de la huerta, y la huerta se llenó de lechugas. * por si algún lector quiere iniciarse en el cultivo de lechugas en unas macetas, lo que se hace es echar unas pocas cada semana, y así van saliendo y se van cogiendo las lechugas, con margen de una semana, y se tiene tiempo para comerlas.
La madre del sisa bajó a la huerta y regresó a la cocina cargada de lechugas; tenía intención de preparar unas bolsas para regalar lechugas a sus amistades. Al terminar se puso a hacer una lista de la compra para enviar a su hijo al supermercado. Estaba decidida, a aflojar la guardia y custodia maternal que ejercía sobre él y empujarle a que saliese de casa; así podría airearse un poco y regresar contento, con la risa fácil, después de echarse un pitillo o dos, de esos aromáticos que ella sabía que fumaba a escondidas, porque no le permitía fumar en casa.
La señora estaba en la cocina tomándose una infusión para la taquicardia, cuando apareció su hijo. Se saludaron en silencio. Al cabo de un rato sin hablar, mientras él se preparó el desayuno, de regresó con la taza de la infusión al fregadero, le entregó el papel con la dirección de dos amigas a las que tendría que llevar, de su parte, las bolsas cargadas de lechugas y la larga lista de la compra para ir al supermercado.
La madre del sisa oyó cerrar el portón cuando salió de casa.
Estaba en la habitación haciendo la cama cuando recordó, hacía años, que llevó a su hijo pequeñito a la fiesta; porque alguna de las pocas amistades que tenían en aquellas fechas, decidieron hacer una buena obra en esos días, y no pararon de insistir, con motivo de las fiestas patronales, en que tenía que dejarse ver y salir con el niño * de aquellas ser madre soltera estaba muy mal visto.
Llegaron a media tarde a recogerles y después de tomar unos refrescos, en algún bar de la fiesta, decidieron llevar al sisa a montar a los caballitos. El sisa movía las piernas y reía con alegría mientras el caballito subía y bajaba y daba vueltas el tío vivo. Al terminar le regalaron una nube de azúcar, que el niño trataba de comer a bocados, con su boca pequeñita, mientras la nube le ocultaba la cabeza.
Iban cogidos de la mano, pasendo por delante de las atracciones, y cuando estaban a la altura de las barcas, en las que se montaba y tirando de cuerdas se balanceaba en el aire como los columpios, de delante para atrás  cuando se encontraron un payaso que vendía unas grandes piruletas dulces de colores. Se dirigieron hacía el y cuando estaban a unos pasos, el niño empezó a gritar horrorizado mientras se trataba de ocultar abrazándose a la pierna de su madre.

-     ¡ mama, mama, mama ... , el diablo, el diablo, el diablo ... !

Con los gritos de espanto, las personas que estaban alrededor de ellos se detuvieron y los ruidos de la fiesta misma se paralizaron en el aire, saliendo el silencio en socorro del niño.

El payaso era una persona de color y el niño que jamás viera a alguien tan negro, le apuntaba con el dedo, con los ojos horrorizados.

La madre se puso todo colorada, porque por las noches le decía a su hijo que si no dormía vendría el diablo, que era negro como un tizón. Y lo llevaría para quemarlo en el fuego eterno por malo.
 
El payaso, se acercó junto al niño, ofreciéndole una piruleta de las que llevaba en la mano.
Entre la piruleta y el diablo, el sisa se decidió por el diablo al que le aceptó la piruleta y extendiendole la mano quiso irse con él llamándole papa. 
 
Y la fiesta continúo de nuevo con sus ruidos y luces.
 
mvf.

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martes, 13 de noviembre de 2012

el reloj 5






Morirse es más probable a que te toqué la lotería, pero sin embargo, entre todas las personas hay alguien que consigue que por azar, consecutivamente, uno después del otro le cuadren los números, y acierte por muy difícil que se vayan poniendo las probabilidades.
La probabilidad que te caigas al agua en carrilana, pero además de que te caiga la carrilana encima;  la probabilidad de que hubiese un manzano cerca y no un castaño con el doble de altura, para practicar un salto con paraguas;  la probabilidad de que te muerda una serpiente y está sea venenosa; la probabilidad de que te bajes del coche y tengas un accidente de coche ... y todo ello coincida en la misma persona, va siendo cada vez más pequeña y rayante a lo imposible, pero de todas formas igual que alguien consigue acertar los números consecutivos de la lotería, por muy imposible que se lo pongan, hay personas que consiguen que le pasen todas las desgracias por muy improbable que sea: esas personas son declaradas gafes y todas las personas que le conocen tratan de rehuirle.

Cuando el furgo le dio el recado al sisa, a través de la alambrada de la huerta de la casa y le dijo : - " contamos contigo para hacer un viaje submarino "- ; el sisa no preguntó nada; sabía que no podía fallar a sus amigos y empezó a prepararse concienzudamente en espera del día en que le fuesen a buscar.
Al día siguiente del recado, al mediodía, después de que terminaran de comer, el sisa le dijo a su madre que iba coger el reloj de la cocina y subirlo a su habitación para hacer una prueba. La señora asintió con la cabeza,  y al salir su hijo de la cocina, se puso a recoger la mesa y a meter los platos en el pilón para lavarlos, como hacía todos los dias; entonces le dio por preocuparse para que querría el reloj de la cocina su hijo; se quitó el mandil y subió despacito a la planta superior de la casa donde estaban las habitaciones de la vivienda. Al llegar junto a la habitación de su hijo, esperó un poco para asegurarse que no la había oido subir, entonce comenzó abrir la puerta, sin hacer ruido,  para mirar por el resquicio, y al ver a su hijo tirado en la cama, con la piel de la cara azulada y los ojos vidriosos, mirando fijamente el reloj de pared de la cocina para ver cuanto aguantaba la respiración;  la madre del sisa pensando que a su hijo le había dado algo, entró precipitadamente en la habitación, asió el reloj de la cocina, que descansaba  encima de la mesilla de la cama, y  empezó a darle golpes en el cuerpo para reanimarlo.
La reanimación no tardó en llegar cambiando del color azulado al color amoratado de los hematomas.

lunes, 5 de noviembre de 2012

la reconciliación 4



Eran casi las cinco de la tarde y la abuela de la labrada, la madre de marise y nuestra amiga, ya iban, por la tercera ronda de cafés, de tertulia en la cocina, cuando llamaron a la puerta de la casa.  Marise fue abrir la puerta y allí, esperando fuera, estaba el abuelo de los de la labrada. El abuelo venía recién afeitado. Mostraba, en su recia piel de la cara, dos o tres cortes atestiguando la lucha habida en su faz indómita, labrada con profundos surcos que el sol, el aire de la mar y el frío, ara en los rostros de los campesinos de la costa. Traía puesta una camisa blanca, bajo un viejo jersey de lana azul;  unos pantalones de pana marrón; y calzaba unas botas de cuero de ir  al monte. - Traía, de la ropa, un fuerte olor a detergente, como si todo el conjunto hubiera pasado por  la lavadora a la vez.
Detrás de él, acompañándole, venía la vaca de los de la labrada que le había seguido en búsqueda de su mujer. La vaca mientras esperaba se estaba comiendo mis geranios.
-  Buenas -, dijo el anciano, hablando suavemente con su voz ronca. - está tu padre, venía a preguntarle si por casualidad estaba mi mujer en su casa .
 En una mano, recordando que alguna vez había hecho la mili, llevaba la boina cogida por abajo, agarrando con los dedos la visera, dejando ver sus uñas recién cortadas ;  y en  la otra mano asía un ramo hecho de margaritas.
Evidentemente nervioso, el abuelo de los de la labrada continuó:  - hubiera venido hacerles una visita acompañado de mi mujer, pero como ella ya había  salido antes de casa, y ya que pasaba cerca me dije que podía aprovechar para venir yo y así les saludábamos los dos.
Las margaritas de la mano comenzaban a axfisiarse, no se sabe si por la tensión de la mano agarrotada o por el calor de la tarde.
Respiró profundamente, tomando aire y arrancó :
- Mira marise, yo no sé si está adela, * adela es el nombre de pila de la abuela de los de la labrada, pero si haces el favor le preguntas si está, y si ella dice que no está, le dices que no me importa esperar fuera hasta que ella diga que ya está.
 La vaca había dejado mis flores en paz y asomaba la cabeza por la puerta mirando para el recibidor.
Yo, siguiendo instrucciones de mi madre para cuando llegase el abuelo de los de la labrada, - mi madre había llamado a casa de los de la labrada para decirle a la hija, que estuviese tranquila que su madre, adela, estaba en nuestra casa - , opté por dejar entrar al abuelo de los de la labrada, y dejar el animalito fuera, que quedó protestando frente a la puerta, con un largo mugido, al no permitirle el paso.  Al entrar el abuelo de los de la labrada. en la cocina de la casa, donde estábamos las mujeres de palique, mi madre le  ofreció sentarse y tomar un café con pastitas; era lo que había. El hombre rehusó permaneciendo de pie porque no estaba presente el varón de la casa; costumbres de la educación de mis mayores.
Mi padre, cuando había llegado la visita, estaba aparcando el coche en la parte de atrás de la casa para que se lo robasen por la noche. La costumbre venía de cuando los hermanos de la batea eran jóvenes  y  le robaban el coche por la noche, para ir a las verbenas de las fiestas, dejándoselo al día siguiente en la parte de atrás de la casa. La primera vez que pasó,  mi padre se puso hecho una furia, y decidió dejar el coche cerrado y  bien guardado en el garaje.-  Muy molesto debía estar porque mi padre no es de los que aparca bien el coche, más bien lo abandona allí donde llega. Pero el coche se lo volvieron a robar igual, y se lo siguieron robando a pesar de todas las medidas que tomaba,  durante todas las noches de verbenas,  y claro no iba a denunciar a la familia.
Una mañana,  al ir a recoger el coche, pudo comprobar que le habían dejado el tanque del vehiculo llenó de gasolina y desde esas fue cuando se estableció una cariñosa relación entre caco y robado.
Como se comunicaban, " los cacos " y mi padre, para saber cuando tenía que dejar el coche para que se lo robaran, era un misterio que ni mi madre había desentrañado aún.

 Así que apareció mi padre, él y el abuelo de los de la labrada, que aún permanecía de pie en medio de la cocina, se saludaron efusivamente dándose un apretón de manos, seguidos de un largo abrazo . Y con los saludos Adela se levantó y acercándose a su hombre, delante de todos los de la casa,  le dío un enternecedor tirón de orejas a su esposo.  Es lo que nosotros entendemos por estas tierras,  como un acto de reconciliación de una mujer con su hombre.

 Después de la reconciliación,  se sentó todo el mundo para tomar unos cafés  juntos, hasta que al cabo de cinco minutos mi padre empezó a bostezar, seguido en el mismo comportamiento por la visita, con cortesía .
 Adela mirando para su  hombre... le dijo : -  ¿ no se te ocurrirá echar la siesta aquí ?
El bostezo es el ecuador de la tertulia, separa a los que abandonan, de los que quedan. Los que se van, generalmente disfrutan de la siesta - lo hacen con el consentimiento de los dejados, para no quedarse dormidos en la mesa - , los que se quedan disfrutan de la tertulia, sin hora ni limites de temas. Se habla hasta que se acaba la cafetera, y se hace café hasta que se agota la conversación.
Déjelos, déjelos...  adela, que están  en su casa - , dijo mi madre , - que vayan los hombres para el salón y ya les ponemos un café allí y nosotras seguimos platicando aquí en la cocina - y a una señal de ella acompañé al genero para el salón y volví para la cocina, diciéndoles que enseguidita regresaría llevándoles el café y una botella de aguardiente.

Mi padre y el abuelo de los de la labrada, se sentaron, uno de cada lado, en el sillón que había para el efecto enfrente de la tele. Y así que se habían arrellenado lo suficiente y puestos cómodos en el sillón,  mi padre le dijo a su invitado:    - tengo aquí benhur  o el puente sobre el rio kwai - , preguntándole cual le gustaría más. Al abuelo de los de la labrada le daba exactamente igual, porque nunca había necesitado de corriente eléctrica para echar una buena siesta.
Siempre ganaba la película de romanos. Apenas hablaron entre sí; no tardó en comenzar la sesión;   así que salió el león de la metro rugiendo, le saludaron nuestros amigos con sendos bostezos, y entre bostezos ...  - esta vez la película parecía interesante , pues los rugidos de los leones comenzaron de inmediato a oírse a pares desde el salón - .Regresé de nuevo con una bandeja, llevándoles los cafés y unas pastitas.

  Viendo como iba la cosa, dejé la bandeja encima de la mesa del salón, y les cerré la puerta al salir .

- ! Marise, que estamos esperando por ti ¡ , ¿ vienes o no vienes ?  - llamaba mi madre desde la cocina. 


Fuera se oyó de nuevo un largo y sonoro mugido de la vaca de los de la labrada.Y yo me pregunté: ¿ si es que la vaca quería tomar también un café y unas pastitas en la cocina, de tertulia con las mujeres; o estaba alarmada por los rugidos de las siesta de los que quedaban en el salón ? .

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