lunes, 5 de noviembre de 2012

la reconciliación 4



Eran casi las cinco de la tarde y la abuela de la labrada, la madre de marise y nuestra amiga, ya iban, por la tercera ronda de cafés, de tertulia en la cocina, cuando llamaron a la puerta de la casa.  Marise fue abrir la puerta y allí, esperando fuera, estaba el abuelo de los de la labrada. El abuelo venía recién afeitado. Mostraba, en su recia piel de la cara, dos o tres cortes atestiguando la lucha habida en su faz indómita, labrada con profundos surcos que el sol, el aire de la mar y el frío, ara en los rostros de los campesinos de la costa. Traía puesta una camisa blanca, bajo un viejo jersey de lana azul;  unos pantalones de pana marrón; y calzaba unas botas de cuero de ir  al monte. - Traía, de la ropa, un fuerte olor a detergente, como si todo el conjunto hubiera pasado por  la lavadora a la vez.
Detrás de él, acompañándole, venía la vaca de los de la labrada que le había seguido en búsqueda de su mujer. La vaca mientras esperaba se estaba comiendo mis geranios.
-  Buenas -, dijo el anciano, hablando suavemente con su voz ronca. - está tu padre, venía a preguntarle si por casualidad estaba mi mujer en su casa .
 En una mano, recordando que alguna vez había hecho la mili, llevaba la boina cogida por abajo, agarrando con los dedos la visera, dejando ver sus uñas recién cortadas ;  y en  la otra mano asía un ramo hecho de margaritas.
Evidentemente nervioso, el abuelo de los de la labrada continuó:  - hubiera venido hacerles una visita acompañado de mi mujer, pero como ella ya había  salido antes de casa, y ya que pasaba cerca me dije que podía aprovechar para venir yo y así les saludábamos los dos.
Las margaritas de la mano comenzaban a axfisiarse, no se sabe si por la tensión de la mano agarrotada o por el calor de la tarde.
Respiró profundamente, tomando aire y arrancó :
- Mira marise, yo no sé si está adela, * adela es el nombre de pila de la abuela de los de la labrada, pero si haces el favor le preguntas si está, y si ella dice que no está, le dices que no me importa esperar fuera hasta que ella diga que ya está.
 La vaca había dejado mis flores en paz y asomaba la cabeza por la puerta mirando para el recibidor.
Yo, siguiendo instrucciones de mi madre para cuando llegase el abuelo de los de la labrada, - mi madre había llamado a casa de los de la labrada para decirle a la hija, que estuviese tranquila que su madre, adela, estaba en nuestra casa - , opté por dejar entrar al abuelo de los de la labrada, y dejar el animalito fuera, que quedó protestando frente a la puerta, con un largo mugido, al no permitirle el paso.  Al entrar el abuelo de los de la labrada. en la cocina de la casa, donde estábamos las mujeres de palique, mi madre le  ofreció sentarse y tomar un café con pastitas; era lo que había. El hombre rehusó permaneciendo de pie porque no estaba presente el varón de la casa; costumbres de la educación de mis mayores.
Mi padre, cuando había llegado la visita, estaba aparcando el coche en la parte de atrás de la casa para que se lo robasen por la noche. La costumbre venía de cuando los hermanos de la batea eran jóvenes  y  le robaban el coche por la noche, para ir a las verbenas de las fiestas, dejándoselo al día siguiente en la parte de atrás de la casa. La primera vez que pasó,  mi padre se puso hecho una furia, y decidió dejar el coche cerrado y  bien guardado en el garaje.-  Muy molesto debía estar porque mi padre no es de los que aparca bien el coche, más bien lo abandona allí donde llega. Pero el coche se lo volvieron a robar igual, y se lo siguieron robando a pesar de todas las medidas que tomaba,  durante todas las noches de verbenas,  y claro no iba a denunciar a la familia.
Una mañana,  al ir a recoger el coche, pudo comprobar que le habían dejado el tanque del vehiculo llenó de gasolina y desde esas fue cuando se estableció una cariñosa relación entre caco y robado.
Como se comunicaban, " los cacos " y mi padre, para saber cuando tenía que dejar el coche para que se lo robaran, era un misterio que ni mi madre había desentrañado aún.

 Así que apareció mi padre, él y el abuelo de los de la labrada, que aún permanecía de pie en medio de la cocina, se saludaron efusivamente dándose un apretón de manos, seguidos de un largo abrazo . Y con los saludos Adela se levantó y acercándose a su hombre, delante de todos los de la casa,  le dío un enternecedor tirón de orejas a su esposo.  Es lo que nosotros entendemos por estas tierras,  como un acto de reconciliación de una mujer con su hombre.

 Después de la reconciliación,  se sentó todo el mundo para tomar unos cafés  juntos, hasta que al cabo de cinco minutos mi padre empezó a bostezar, seguido en el mismo comportamiento por la visita, con cortesía .
 Adela mirando para su  hombre... le dijo : -  ¿ no se te ocurrirá echar la siesta aquí ?
El bostezo es el ecuador de la tertulia, separa a los que abandonan, de los que quedan. Los que se van, generalmente disfrutan de la siesta - lo hacen con el consentimiento de los dejados, para no quedarse dormidos en la mesa - , los que se quedan disfrutan de la tertulia, sin hora ni limites de temas. Se habla hasta que se acaba la cafetera, y se hace café hasta que se agota la conversación.
Déjelos, déjelos...  adela, que están  en su casa - , dijo mi madre , - que vayan los hombres para el salón y ya les ponemos un café allí y nosotras seguimos platicando aquí en la cocina - y a una señal de ella acompañé al genero para el salón y volví para la cocina, diciéndoles que enseguidita regresaría llevándoles el café y una botella de aguardiente.

Mi padre y el abuelo de los de la labrada, se sentaron, uno de cada lado, en el sillón que había para el efecto enfrente de la tele. Y así que se habían arrellenado lo suficiente y puestos cómodos en el sillón,  mi padre le dijo a su invitado:    - tengo aquí benhur  o el puente sobre el rio kwai - , preguntándole cual le gustaría más. Al abuelo de los de la labrada le daba exactamente igual, porque nunca había necesitado de corriente eléctrica para echar una buena siesta.
Siempre ganaba la película de romanos. Apenas hablaron entre sí; no tardó en comenzar la sesión;   así que salió el león de la metro rugiendo, le saludaron nuestros amigos con sendos bostezos, y entre bostezos ...  - esta vez la película parecía interesante , pues los rugidos de los leones comenzaron de inmediato a oírse a pares desde el salón - .Regresé de nuevo con una bandeja, llevándoles los cafés y unas pastitas.

  Viendo como iba la cosa, dejé la bandeja encima de la mesa del salón, y les cerré la puerta al salir .

- ! Marise, que estamos esperando por ti ¡ , ¿ vienes o no vienes ?  - llamaba mi madre desde la cocina. 


Fuera se oyó de nuevo un largo y sonoro mugido de la vaca de los de la labrada.Y yo me pregunté: ¿ si es que la vaca quería tomar también un café y unas pastitas en la cocina, de tertulia con las mujeres; o estaba alarmada por los rugidos de las siesta de los que quedaban en el salón ? .

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