Si alguien sobrevivió a
don Sebastián, el cacique que no se quería morir, fue su viuda la
tia la rica.
La mujer de Don Sebastián,
fue llamada así el hijo de una hermana suya, fallecida en Asturias
con su marido, en un accidente de trafico. Al quedar el sobrino
huérfano, como el matrimonio con don Sebastián no había dado sus
frutos, la tía la rica consiguió de su esposo que el sobrino
viviera con ellos y ocupara una de las habitaciones de la casa
grande.
Mientras vivió el sobrino,
nunca le faltó nada que no pudiese permitir la ostentación de la
casa de Don Sebastián, y cuando sus profesores preguntaban a Manolo,
el conserje de la escuela, donde estaban los ausentes de sus
clases, este respondía sin titubear:
- Los ausentes están
fumando a escondidas, en el puerto.
- ¿Y el sobrino de don
Sebastián está también con ellos?
- El sobrino de don
Sebastián está paseando con el coche por el pueblo.
La tía la rica,
sobrevivió también a la muerte de su sobrino, y vivió lo
suficiente para ver como el mundo de los caciques gallegos se
trasformaba y mantenía su poder convirtiendo sus vástagos en
funcionarios de la Xunta de Galicia, y como ninguno de ellos se
acordó de gente como la viuda de Don Sebastián, el cacique que no
se quería morir.
Cuando apareció mi prima,
la de Cataluña, con una mochila a la espalda, un joven estirado y
huesudo y un perro lanudo, de la calle, llamado bribon, porque tenía
un ojo rodeado por un circulo negro; creimos que venían de
paso; pero mi prima no tardó en aclarar que estaba harta de los
ruidos, las prisas y el estres de la vida de Barcelona, y que su
pretensión era quedarse a vivir en la antigua casa de piedra, de sus
padres.
Mi prima marchó de
pequeñita con sus padres para Cataluña, y como quien dice, se crió
catalana y de aquí ya no se acordaba de nada; así que me pidió que
la acompañase a donde sus padres vivían antes emigrar buscando
trabajo, o una vida mejor que creían allí.
Montamos todos en mi coche;
incluido el perro, que no consintió ir en el maletero y fue en el
asiento de atrás, encima de las piernas del joven acompañante, de
mi prima; asomando la cabeza por la ventanilla abierta. Al llegar,
el perro saltó por la ventanilla abierta sin dar tiempo, siquiera, a
que el joven abriera su puerta, y cuando bajamos, había
desaparecido; solo se oían sus ladrido entre la maleza que había
crecido sin control rodeando la casa.
Cerca, había una finca
también de mi prima, llena de enormes zarzas y tojos. Al estar años
sin sembrarse se había echado al monte.
Después de ver el estado
de la propiedad les dije que para entrar en la casa había que buscar
quien viniera a limpiarla y que regresáramos; pero rehusaron. Solo
aceptó, mi prima, volver, cuando le dije que en el antiguo galpón
de mi casa había herramientas de mano para desbrozar y limpiar la
entrada de la vivienda, que podían venir a buscar. Fuimos al galpón
y después de rebuscar, cogieron un par de hoces, un ancho y viejo
azadón de hierro, y la macheta de picar la leña, y sin
pararnos regresamos de vuelta. Descargaron las herramientas y nos
despedimos con unos besos. Cuando me alejaba lo último que ví por
el espejo retrovisor del coche, era como sin más tardanza comenzaban
a ponerse manos a la obra.
A la noche ya habían
limpiado lo suficiente para despejar la entrada de la casa y dormir
dentro del interior de la vivienda, con sacos de dormir, en una
habitación de ventanas destartaladas y la puerta desencajada de su
marco.
mvf.