lunes, 27 de enero de 2025

los dos hermanos

 

Luis siempre había llevado un vacío en su corazón desde que Javier, su hermano mayor, decidió partir hacia América en busca de nuevas oportunidades. La noticia llegó como un rayo en una mañana de primavera, cuando regresaban a casa por el sendero de la fuente, después de dejar las ovejas pastando en el prado. Fue entonces cuando Javier, con una expresión seria, pero decidida, le dijo que, después de reflexionar mucho, había tomado una decisión que cambiaría sus vidas para siempre.

Luison, me voy a marchar a América - anunció Javier con una mezcla de emoción y tristeza en su voz.

Luis lo miró, sorprendido y sin pensarlo dos veces respondió -Quiero irme contigo - La idea de separarse de su hermano le llenó de inquietud y le resultaba insoportable.

Javier sonrió, pero su mirada reflejaba preocupación.

- No es un viaje fácil, hermano. Todos los que se marchan dicen que América es un lugar lleno de oportunidades, pero también muchos no vuelven. No quiero que te arriesgues conmigo.

- Pero no puedo quedarme aquí sabiendo que te vas solo - insistió Luis, sintiendo cómo la determinación crecía dentro de su hermano.  - Siempre hemos estado juntos, ¿por qué debería ser diferente ahora? Quiero irme contigo - respondió de nuevo.

Javier suspiró y sacudió la cabeza.

- No, Luison. Debes quedarte aquí. Nuestros padres son mayores y la casa no se va a cuidar sola. Necesitan tu ayuda.

- Pero… - comenzó Luis, sintiendo crecer su frustración ante la determinación de su hermano - Siempre hemos estado juntos. ¿Por qué debería ser diferente ahora?

Javier lo miró con firmeza:

- Porque es lo correcto. Hay responsabilidades aquí. Ellos te necesitan más que a mí en este momento.

Luis sintió un nudo en el estómago al escuchar las palabras de su hermano. Sabía que tenía razón, pero la idea de perderlo era desgarradora.

- No quiero quedarme aquí sin ti - dijo finalmente, con su voz temblando- y acercándose a él abrazó a su hermano. Y Javier le respondió abrazándolo con fuerza.

- Te prometo que haré todo lo posible para hacer fortuna y volver algún día. Pero ahora mismo, tu lugar está aquí. Cuida de nuestros padres y mantén nuestra casa en pie.

Con lágrimas en los ojos, a su pesar, Luis asintió; aunque entendía por que debía quedarse, el vacío que dejaba Javier sería difícil de soportar.

- Está bien - murmuró Luis al final. - Haré lo que debo hacer… y te prometo que todo estará bien cuidado a tu regreso.

Llegado el día de la partida de Javier, los dos hermanos tomaron el tren hacia Vigo, para ir juntos al puerto de la ciudad. Allí, en medio del bullicio y la emoción de los viajeros, Javier se preparó para embarcarse hacia las Américas. Se despidieron en el puerto con un largo abrazo y una sonrisa, amarga que ocultaba tanto la tristeza como la esperanza.

Javier tomó las manos de Luis y le prometió que volvería pronto. Con esa promesa, Javier se dirigió hacia el barco, el Alcántara, que ondeaba orgullosamente la bandera inglesa. Luis observó cómo su hermano subía por la pasarela, rodeado de otros pasajeros que compartían su destino incierto.

El Alcántara era un majestuoso transatlántico de la compañía Mala, que cubría la ruta entre Southampton y Buenos Aires. Mientras Javier ascendía por la pasarela del barco, para desaparecer en su interior,
con su gorra negra y la maleta de madera donde llevaba lo poco que tenía para el viaje, Luis sintió una profunda mezcla de orgullo y melancolía.

Dentro del Alcántara, Javier se acomodó en tercera clase, para marchar a las Americas, junto a otros cuatrocientos pasajeros más, todos ellos con sueños y anhelos similares.

 Luis permaneció en el muelle, hasta que el barco zarpó, y vió cómo el transatlántico se alejaba lentamente. La imagen de su hermano desapareciendo entre la multitud a bordo del barco quedó grabada en su memoria. Su hermano se aventuraba hacia lo desconocido, mientras él permanecía en el puerto, sintiendo que una parte de su ser también partía hacia esas tierras lejanas.
Aunque sabía que el camino sería largo y lleno de incertidumbres para Javier, Luis guardó en su corazón, durante muchos años, la promesa de su regreso y esperó con ansias el día en que sus caminos se cruzarían nuevamente.

Sin embargo, los meses se convirtieron en años, y las cartas que empezaron a intercambiarse los dos hermanos, desde la llegada del Alcantara a America, se fueron volviendo cada vez más escasas hasta que un día dejaron de llegar.


LAS CARTAS

 

Al principio, las cartas se convirtieron en un rayo de luz en la vida de Luis. Cada vez que el cartero aparecía por la entrada de su casa, su corazón latía con fuerza, ansioso por recibir noticias de su hermano. En sus misivas, Javier le relataba cómo había llegado a Buenos Aires, describiendo la travesía en el Alcántara y la emoción que sintió al pisar tierra firme en aquella nueva ciudad. Las calles estaban repletas de gente y los aromas de la comida local lo envolvían, creando un ambiente vibrante que lo fascinaba.

Con determinación, Javier comenzó a buscar trabajo y, tras varios días de esfuerzo, logró conseguir un empleo en una pequeña tienda de comestibles. Sus cartas estaban llenas de esperanza y ambición, reflejando su decisión de construir una nueva vida en esa tierra lejana. Con cada nueva carta, el entusiasmo y los sueños de Javier se hacían más evidentes; compartía sus experiencias en América: las ciudades bulliciosas, la diversidad de las personas que conocía y las oportunidades que parecían infinitas.

Luis, por su parte, le respondía con historias sobre la vida en el pueblo, narrando anécdotas sobre la casa y los vecinos. Le contaba cómo sus padres se adaptaban a la ausencia de su hijo mayor y cómo él intentaba mantener todo en orden. A través de esas cartas, ambos hermanos mantenían viva la conexión que les unía, a pesar de la distancia que los separaba.

Con el tiempo las cartas comenzaron a llegar con menos frecuencia. Al principio, recibían carta de Javier cada tres meses, pero al cabo de un año sus palabras eran más breves y menos detalladas.  Hablaba de su trabajo y de los desafíos que enfrentaba, pero también mencionaba lo ocupado que estaba y cómo la vida en América era más dura de lo que había imaginado. Luis sentía una punzada de preocupación al leer entre líneas; algo no estaba bien.

Finalmente, las cartas dejaron de llegar. La espera se volvió agonizante. Luis miraba el buzón todos los días con la esperanza de encontrar una nueva noticia, pero solo encontraba silencio. Se preguntaba si su hermano estaba bien o si había encontrado dificultades que no podía compartir.

En su desesperación, comenzó a escribirle, enviando cartas a su ultima dirección, pidiendo noticias suyas, y mostrando su deseo por que estuviese bien y por su regreso. Le contaba sobre los pequeños momentos del día a día: las risas familiares, las celebraciones sencillas y cómo sus padres extrañaban a Javier más que nunca. Pero esas cartas no obtuvieron respuesta.

Luis decidió preguntar a amigos y conocidos si habían tenido noticias de Javier o si sabían algo sobre él en América. Sin embargo, cada intento parecía llevarlo a un callejón sin salida. La incertidumbre creció como una sombra oscura en su corazón.

  Cada vez que escuchaba el sonido de un avión sobrevolando su casa o veía a alguien con una maleta, su corazón latía más rápido. Luis anhelaba recibir noticias de su hermano, pero la realidad era que no sabía nada de él. Había intentado buscar información a través de amigos y conocidos, pero todos los caminos parecían llevar a un callejón sin salida.

 Con el paso del tiempo, la falta de comunicación se convirtió en un peso insoportable para Luis.  Las cartas habían sido su conexión vital con su hermano Javier; pero ahora esa conexión terminó desvaneciéndose por completo. A pesar del dolor y la angustia que sentía por no saber nada de su hermano, guardó cada carta cuidadosamente en una caja especial como un recordatorio tangible del vínculo que compartían.

A medida que pasaban los años, Luis siempre mantuvo la esperanza de que algún día recibiría noticias de Javier; tal vez una carta inesperada llegaría al buzón o incluso podría encontrarse cara a cara con él nuevamente. Esa esperanza fue lo único que mantuvo vivo el recuerdo de su hermano en su memoria, mientras continuaba cuidando del hogar y esperando su regreso. Aunque aprendió a adaptarse a la vida sin Javier, su ausencia siempre pesó en su corazón. Se dedicó a cuidar de sus padres y de la hacienda familiar, y con el tiempo conoció a Ana, la viuda de la esparraguesas, una joven del pueblo que compartía su pasión por la casa y la familia, y los valores tradicionales. Se enamoraron rápidamente y se casaron en una ceremonia sencilla pero emotiva, rodeados de amigos y familiares. Ana se convirtió en un nuevo pilar en la vida de Luis, brindándole apoyo y compañía mientras enfrentaban juntos los desafíos cotidianos, todo ello sin dejar de lado la esperanza de que algún día Javier regresara.

Pronto llegaron los hijos. Primero nació Sofía, una niña curiosa y llena de energía que llenó la casa de risas. Luego vino Mateo, un niño tranquilo que siempre parecía estar observando el mundo con asombro. Luis y Ana se esforzaron por criar a sus hijos con amor y enseñanzas sobre la importancia de la familia y el trabajo duro.

Los años pasaron y la vida continuó su curso. Luis trabajaba arduamente para mantener el hogar y asegurarse de que sus hijos tuvieran oportunidades que él no había tenido. A pesar del trabajo constante, siempre encontraba tiempo para jugar con ellos en el jardín o leerles cuentos antes de dormir.

Sin embargo, cada vez que miraba al cielo estrellado por las noches, una parte de él seguía esperando noticias de Javier. Las cartas nunca llegaron; el silencio se volvió ensordecedor con el paso del tiempo. Pero Luis nunca dejó de soñar con el día en que su hermano regresaría.

Un día, en que los hijos subieron a rebuscar en la buhardilla de la casa,  Mateo encontró una caja con fotos antiguas, que llevó a su padre. Al mirar entre ellas apareció una foto de su infancia con su hermano. Luis sintió una punzada en el corazón. y decidió contarles a sus hijos sobre los sueños de Javier y cómo había partido hacia esa tierra llena de promesas.

Les contó a sus hijos las veces que él y su hermano se sentaron junto a la ventana, de la habitación donde dormían juntos, mirando las estrellas y los sueños de aventuras y el éxito que esperaba encontrar en tierras lejanas que su hermano le contaba.

Sofía miró a su padre con ojos brillantes: "¿Podemos ir a buscarlo algún día?" preguntó, imaginando a su tío aventurero en tierras lejanas.

Luis sonrió melancólicamente ante la pregunta inocente de su hija. "Quizás algún día", respondió suavemente. "Pero ahora tenemos que cuidar nuestro hogar y nuestra familia."

El tiempo y la vida continuaron su camino de la mano.

Ya anciano, en el lecho de su muerte, poco antes de cruzar el umbral, Luis recordó a sus padres y partió esperando volver a verlos.

 Cuando se encontró en aquel lugar que desconocemos, Luis se dio cuenta de que junto con él había gente que hablaba de maneras muy diversas. Poco a poco, fue enterándose de que algunos eran árabes, otros hindúes, e incluso un chino se le acercó y lo saludó. Aunque el hombre de ojos rasgados y piel amarillenta le habló en su lengua mandarina, Luis entendía lo que decía: "¿Estarás igual de sorprendido que yo? Aquí no es como nos cuentan nuestros monjes." le dijo.

  - Luisón-  oyó que le llamaban por su nombre detrás de el, y al darse la vuelta se encontró de frente con su hermano.

- ¿Pero que haces tu aquí?

- No lo sabias; llevo muerto desde hace más de cuarenta años.

- ¡Yo siempre pensé que estabas vivo! - exclamó Luis.

Los dos se miraron a los ojos, y sin  poder contener la emoción, se abalanzándose, el uno hacia el otro y se abrazaron con fuerza, como fundiéndose  en un solo ser. La risa brotó de sus labios al recordar las travesuras de su infancia, aquellas aventuras que habían compartido en su pueblo natal.

"¡No puedo creer que estés aquí!" exclamó Luis, mientras se separaban un poco para observarse mejor. Javier sonrió, sus ojos brillaban con la misma chispa traviesa que siempre había tenido. "Y yo no puedo creer lo mucho que has crecido", respondió, Javier, bromeando sobre lo delgado que había estado Luis en su juventud.

Y comenzando a recordar sus planes más locos, cuando eran niños: escapadas al río, juegos en los campos y las travesuras que solían hacerles a los vecinos. Se prometieron volver a estar juntos y hacer de las suyas como antaño.

"¿Te acuerdas de aquella vez que intentamos construir una balsa y terminamos empapados?" rió Javier. "Sí, y mamá nos regañó tanto que pensamos que nunca volveríamos a salir de casa", contestó Luis entre risas.


Días después de la muerte de Luis, Ana, la viuda de las esparraguesas, se acercó a casa de garbancito, con un taper de membrillo, y le explicó que desde la muerte de su marido, las gallinas corrían por la huerta despavoridas, las ovejas iban solas a pacer al prado de la fuente, y el cuadro con la foto de su madre, que tanto aborrecía su marido, se había caído al suelo y se había roto; y rogó a garbancito que si soñaba con Luis, le preguntase si había tenido algo que ver con estos y otros acontecimientos disparatados que empezaron ocurrir en la casa, desde su partida.

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario