Nostalgia
Llega el invierno o casi.
El aire frio comenzaba a hacerse sentir, y las hojas caídas de los arboles, en la acera, crujían bajo mis pies al caminar. Hoy, Raquel me llamó al trabajo para que fuéramos juntas a tomar un café y yo no me hice de rogar, me puse mi chaqueta y salí a su encuentro.
Estaba al otro lado de la calle. Me saludo con la mano. Cuando la vi cruzar la calle y acercarse con una sonrisa amplia y un abrigo colorido que contrastaba con el gris del día, supe que nuestra encuentro sería especial. “¡Hola! ¿Lista para un café?” dijo con entusiasmo. Su energía era contagiosa, y su presencia siempre traía consigo una mezcla de alegría y nostalgia. Pero hoy también noté un atisbo de melancolía en sus ojos.
Mientras caminábamos hacia nuestra cafetería, cerca de la oficina. Raquel empezó a hablar sobre sus días desde que dejó el trabajo. “Al principio fue emocionante”, confesó. “Pero ahora siento que me falta algo. Echo de menos las charlas con mis compañeros del trabajo y la rutina diaria.
Aunque disfrutaba de su tiempo libre, ahora que estaba jubilada, después de cuarenta años trabajando, no podía evitar sentir la falta de rutina y compañía.
Al entrar en la cafetería el aroma del café recién hecho nos envolvió.
Nos sentamos en una mesa al lado de una de las ventanas de la cafetería, por la que se veían pasar la gente por la calle, y empezamos a hablar. No tardaron en ponernos unas tazas humeantes de café.
“Echo de menos las charlas rápidas en la oficina y las risas durante las reuniones”, confesó mientras removía su café. “La vida en el trabajo tenía su propio ritmo”
.“¿Y tú? ¿Cómo va todo en el trabajo?” preguntó.
No pude evitar notar cómo su mirada se iluminaba al escucharme hablar mientras le contaba chismes de oficina. Era evidente que aún anhelaba ser parte de ese mundo. La jubilación había traído consigo un vacío que no sabía cómo llenar.
Le hablé sobre los nuevos proyectos en los que estábamos trabajando y cómo todos la recordaban con cariño. “Siempre serás parte del equipo”, le dije, aunque sabía que estaba mintiendo. Intentaba transmitirle un sentido de pertenencia que, en el fondo, había desaparecido. Su ausencia había sido ocupada por otro rostro, y las reuniones se sucedían sin pausa, mientras las tareas se multiplicaban constantemente. En medio del ajetreo cotidiano su recuerdo se había desdibujado en apenas unos días.
Entonces decidí salir del paso y proponerle algo: “¿Qué te parece si
organizamos uno o dos encuentros al mes? Podríamos hacer algo divertido
juntas y quedar con otras chicas de la oficina para comer, ir al cine
o simplemente pasear por el parque”. La idea pareció
entusiasmarla; sus ojos brillaron como si hubiera encontrado algo que le faltaba.
“Me encantaría”, respondió con sinceridad. “A veces solo necesito un poco de compañía para recordar lo mucho que hay por disfrutar”.
Sus palabras resonaron en mí; entendía perfectamente como se sentía desconectada.
mvf
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