martes, 21 de mayo de 2013

las pesquisas de la desaparicion de don sebastian




Quiso saber el señor juez si en el entierro por el difunto hubiera ocurrido algo anómalo, y preguntó por los que oficiaron la misa.
Al estar jubilado el anterior párroco y no poder localizarsele, llamaron al párroco de labregos * labradores, uno de los frailes que estuvieron en la misa; porque como Don Sebastián era pudiente, habían venido cinco curas para los actos funerarios; y el de labregos era el cura de la parroquia más cercana.

Y mientras el párroco no llegaba el juez mandó llamar a los operarios de la funeraria, que terminaban de aparecer en el lugar , para tomarles declaración . Habían tenido que dejar sus coches aparcados en el arcén de la carretera y recorrer a pie el camino que conducía a la iglesia, pues el estrecho camino, sorteado por altos muros de piedra con olor a musgo, estaba atascado por los vehículos de las autoridades y de extraños, que simulaban importancia dándose unos a otros ordenes, que apenas dejaban transitar a la gente normal que por casualidad venía de paseo a la iglesia, pudiendo husmear lo que se podía conocer sobre la desaparición de don Sebastián.

 Los operarios de la funeraria no dijeron nada de particular. Ellos solo habían recogido el féretro, con el cuerpo del finado, en su casa,  y lo habían trasladado seguido de su cortejo en el coche fúnebre a la iglesia;  y transportado el ataúd, al finalizar la misa, a su nicho. Y que en ningún momento el difunto les había dirigido la palabra ni realizado ruido extraño ninguno.
Entonces se acercó el enterrador, con la gorra cogida con las dos manos a la altura de su ombligo y la mirada en el suelo en señal de respeto;  y así que le preguntó el juez comenzó a declarar:
El enterrador dijo que si había alguna persona agradecida y que deseaba que el difunto siguiese ahí, era él. Pues era enterrador gracias a la recomendación de Don Sebastián.
 Pero la gente, al percatarse que era al enterrador al que estaban tomando declaración ahora, comenzó a apelotonarse a la entrada del campo santo. Y mientras los curiosos hablaban, con la mirada puesta en la llegada a la iglesia, de las celidonias que bordeaban el camino o del oxido vetusto de la cancilla del campo santo; con sus rabillos de los ojos lo declaraban como único beneficiario de la muerte de Don Sebastián y principal sospechoso.
Entonces el enterrador, sintiéndose observado por todos, avergonzado confesó que estaba agradecido para don Sebastián por que cuando falleció llevaban cuatro meses sin ocurrir ninguna defunción en el ayuntamiento; y que como no tenía trabajo, en el ayuntamiento decidieron que trabajase de operario municipal de obras y encargado de la piscina municipal. A lo que él se negó. Y mientras el abogado laboralista preguntaba a los del ayuntamiento, si de verdad se quejaban de que el enterrador de no tuviera trabajo cavando fosas para los vecinos; expiraba Don Sebastián, después de dejar bien claro que no se quería morir y que iba dormir un ratito .
En ese momento su viuda la tía la rica, en uno de sus pocos actos que se conocía de generosidad para los demás, hizo llamar al alcalde por teléfono  y le espetó :  -¡  A mi don Sebastián no lo entierra un albañil ¡ - .
 Desde entonces llevaba una vida apacible de enterrador, cuidando de los lirios, las calas y las rosas. Y aveces quitaba flores de las coronas que los familiares dejaban a los difuntos, para ponérselas en un florero que había al pie de su tumba y disimular el hedor del nicho de Don Sebastián, el cacique que no se quería morir .
El juez después de separar el trigo de la paja lo vio inocente, pues el enterrador era padre de nueve hijos y cinco niñas. Y mandó anotar que si alguien trabajaba verdaderamente para dar vida al cementerio de este pueblo era el enterrador. 

Y los que iban llegando para su visita casual a la iglesia, se desapelotonaron de la entrada del cementerio. 

mvf

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