Don Manuel, el antiguo párroco, era un hombre de fe y sabiduría. Había llegado a Menciños en la
década de los setenta y durante cuarenta años ejerció su labor pastoral
en la comarca, enseñando la fe y proporcionando guía espiritual y
consuelo a las viudas de la
parroquia en momentos de aflicción, con el beneplácito y conocimiento del arzobispado de Santiago,
que no veía con buenos ojos que su rebaño disminuyese. Tras dedicar su vida a servir a la comunidad vivía retirado sus últimos días, en una casa antigua y sencilla
ubicada en el centro del pueblo, acompañado de los recuerdos acumulados durante años en la parroquia y la existencia de telarañas tejidas en las
paredes y ventanas de la casa, que desafiaban cualquier intento de limpieza que
pretendiese hacerlas desaparecer.
Don Manuel tuvo con una viuda del pueblo un sobrino mancebo juerguista e
irresponsable llamado Juanito, que le idolatraba y siempre busca la manera de sorprender y hacer feliz a su tío paterno.
Juanito nunca quiso estudiar, ni seguir los pasos de su tío, desde iglesia, en el
cuidado y prosperidad del rebaño de la parroquia.
Una mañana, Juanito se despertó con un pensamiento especial: recordó que
su amado tío había nacido un veintinueve de febrero. Consciente de que
con su avanzada edad, tal vez el próximo año bisiesto, su tío no estuviera entre los vivos, decidió que era el momento perfecto
para celebrar un cumpleaños de una manera única y memorable. Y para ello
pensó en hacerle un regalo muy especial que mostrara el cariño y la
admiración que sentía por su tío-padre.
Juanito se dirigió al anochecer al bar de alterne, en las afueras del pueblo y con determinación, pagó a dos
mujeres rubias, ya pasadas sus primaveras, y les dio la dirección de la
casa de su tío para que fueran hacer una limpieza de todo el polvo acumulado.
El día del cumpleaños, Don Manuel se encontraba sentado en su antiguo sillón, observando con
ternura los libros que fueran sus compañeros durante tantos años, y al
abrir uno de ellos encontró un trozo de billete de un concierto, y recordó a su sobrino exclamando
- ¡Tío, tío! ¡Te traigo un regalo de cumpleaños!"
mientras sacudía un sobre frente a
él.
Su sobrino había comprado dos entradas para un concierto de música clásica. La musica favorita del anciano.
Recordó el abrazo dado a su sobrino
- Juanito, esto es maravilloso.
y con una sonrisa en su rostro mostró su corazón lleno de emoción y gratitud hacia su travieso sobrino.
En ese momento Lola y Rosa, las dos mujeres que contratara su sobrino el día anterior, se presentaban en la casa, con un suave golpeteo en la puerta.
Llevaban una sonrisa amable en el rostro y un aura de energía
positivas, listas para hacer un poco más fácil y agradable, la vida del hombre, por
el que les habían pagado.
Don Manuel, escuchó que alguien golpeaba en la puerta de
entrada de la casa y se levantó para ver quien era. Pero antes de abrir la puerta miró por la mirilla y al ver a las dos mujeres rubias, pintadas y
desconocidas, tan sonrientes, esperando que le abriera la puerta, le dio mala espina y se llenó de temor.
Y pensando que las mujeres que llamaban a
la puerta, se trataba de ladrones intentando irrumpir en su hogar. Sin
detenerse a reflexionar, se dio media vuelta y corrió hacia su
habitación, donde aseguró la puerta con llave y se preparó mentalmente
para enfrentar lo que creía sería un peligro inminente.
Mientras tanto, Lola y Rosa, confundidas y un tanto desconcertadas por que nadie les abriera la puerta, llamaron a Juanito, para contarle lo que pasaba y este rápidamente se puso en contacto con su tío-padre
para explicarle la situación y calmar sus temores. Con un tono
tranquilizador, le aseguró que las mujeres no eran ladronas, sino dos
enfermeras enviadas para asistirle.
Después la conversación por teléfono, Don Manuel salió de su
habitación, para abrir la puerta y con gestos de disculpa y algo de
vergüenza por su malentendido, las invitó a entrar y las condujo al salón de la
casa, y a tomar asiento, mientras él se
ofrecía a prepararles algo para beber.
- ¡Mis disculpas, señoritas. Ha sido un malentendido. Mi
sobrino me ha informado de su llegada. Por favor, tomen asiento mientras
les preparo un café!
Lola: - No se preocupe, señor Manuel. Entendemos su preocupación.
Estamos aquí para ayudarle en lo que necesite.
Rosa: - Sí. Vinimos para brindarle asistencia. ¿Hay algo en
particular que necesite que hagamos? Pida la que quiera.
Don Manuel, mientras preparaba el café en la cocina, se debatía en su interior, por
lo que había pasado y al final se convenció de que las mujeres eran
parte de un plan, urdido por su sobrino, para llevarlo a una residencia
de ancianos.
Don Manuel (pensando para sí mismo): - ¡Estas mujeres dicen ser
enfermeras, pero estoy seguro de que vienen para llevarme a una
residencia. No caeré en su trampa, debo estar alerta!.
Con esta idea en mente, Don Manuel regresó al salón con el café preparado, decidido
a mantenerse firme en su posición. Y no dejarse engañar por lo que
creía era un artimaña para llevarlo a una residencia de ancianos.
Pero cuando regresó con el café preparado, se
encontró que las dos mujeres estaban en el
sofá, esperándole desnudas como habían venido al mundo.
Don Manuel (sorprendido):
- ¡Oh, dios mío! ¿Qué están haciendo?
¡Pónganse algo de ropa inmediatamente!
Lola (con una sonrisa traviesa): - Oh, señor Manuel, estábamos tratando
de relajar el ambiente. Pensamos que así será más fácil limpiarle el
polvo.
Rosa (asintiendo): -Sí, solo queríamos hacerle sentir cómodo y relajado
en su hogar. Antes de empezar nuestro trabajo.
Pero el pensamiento de Don Manuel se ofusco con la situación y creyó
verdaderamente que las dos rubias insinuantes eran arpías como las que
se veían en las películas de terror. Que quien le había llamado por
teléfono no era su sobrino, sino lucifer que le había engañado para que
abriese la puerta y dejase entrar a estas dos mujeres para conducir su
alma al infierno.
- Ha llegado mi última hora y lucifer se quiere llevar mi alma- dijo.
Así que soltó la bandeja, dejándola caer al suelo con los cafés, y huyó
al piso de arriba para encerrarse en el cuarto de baño.
Las dos mujeres corrieron tras él y, golpeando la puerta del baño, le rogaron que les abriera y las dejase entrar. Pero Don Manuel se metió en la bañera y se encerró con las cortinas para
no oírlas.
- Ábrenos la puerta que te vamos a untar de
mantequilla en el dormitorio.
Y como continuaban tras la puerta del baño, las voces de las mujeres, él, desesperado, abrió los grifos de la bañera, y se sumergió en el agua para ocultarse.
Afortunadamente llegó a la casa, su sobrino con unas botellas de champan, por que contaba participar él también en la fiesta.
Tras evitar que el pobre anciano muriese de una hipotermia dentro de la bañera, se explicó como era el asunto y se aclaró todo.
Rosa (asintiendo): -Sí, solo queríamos hacerle sentir cómodo y relajado
en su hogar."
Don Manuel (con enfado): - Pero esto es completamente inapropiado. No
puedo permitir este tipo de comportamientos ocurran en mi casa. Este
tipo de cosas no está bien visto.
Lola (acercándose): Sentimos si le hemos hecho sentir incómodo, señor
Manuel. Solo queríamos ser amables y brindarle un momento agradable.
Rosa (asintiendo): -Sí, no queríamos ofenderle de ninguna manera. ¿Puede
perdonarnos?"
Don Manuel (algo desconcertado): - Bueno, supongo que no hubo daño real.
Pero por favor, pónganse algo de ropa no vayan coger frio, mientras mi sobrino acaba de
hacer café y les atiende de seguido.
Con el tiempo, don Manuel partió de este mundo, dejando tras de sí un legado de amor y servicio que perduró por muchos años. Su espíritu siguió vivo en el corazón de Juanito, quien continuó la obra de su tío-padre, llevando consigo su sabiduría y ejemplo a cada viuda y soltera de la parroquia, siguiendo su propio camino de servicio y compasión hacia los demás.
mvf.