Ya han pasado las tres y media de la tarde. El sol abrasador cae perpendicular sobre los adoquines de la plaza, mientras nosotros nos refugiamos en la fresca sombra de los soportales, derrumbados en los bancos, sumidos en un aburrimiento denso y pegajoso. El tiempo avanza con la misma lentitud que las moscas que zumban a nuestro alrededor.
—¿Jugamos un partido de
fútbol?
—¡No!
Una golondrina laboriosa cruza veloz frente a nosotros; sin duda va a recoger agua y barro para construir su nido de lodo bajo los aleros de las casas de piedra que rodean la plaza.
—¿Jugamos
ahora?
—¡Tampoco!
Esta modorra probablemente se deba al sol implacable del mediodía.
Los niños del puerto
Los niños del puerto caminan dos kilómetros desde sus casas hasta la plaza del pueblo solo para jugar con nosotros.
—¿Queréis la revancha
de ayer?—, propone uno de los del puerto.
—¡Sí!—,
respondemos al unísono.
El equipo del puerto lo lidera un gigante de 1,30 metros, acompañado por su segundo al mando un renacuajo con forma de barril, que cecea al hablar, con un hueco entre los dientes por donde siempre se le escapa el aire.
—¡Si Marise es portera,
que no ate los postes a los tobillos, que es trampa!—, grita el
capitán.
—¡No lo hago!
También están dos hermanos de aspecto mal encarado y rostro lleno de pecas. Son idénticos, salvo por un ojo morado y desafiante en uno de ellos.
Uno lleva el balón bajo el brazo, señal de que vienen a vengarse por el partido que les dejamos ganar por lástima.
—¡Hoy os vamos a dar otra paliza!—, grita uno de los hermanos mientras golpea el balón.
Comienza el partido.
El mal partido
Habríamos
podido ganar si nuestros compañeros se hubieran centrado en jugar en
lugar de hablar tanto.
—¡Marise, pasa! ¡El
balón no es solo tuyo!
—¡Pues juega tú sola!
—¡Nosotros
no jugamos contigo!
Con tantas distracciones es imposible jugar bien. El balón siempre se va fuera o sobrepasa la portería.
—¡Basta! ¡Que alguien
le quite el balón!
—¡Por tu culpa vamos a perder!—,
gritan..
Cuando mis compañeros deciden no pasarme el balón y jugar entre ellos, tengo que correr a quitárselo para participar. Como estoy sola contra todos, al final el equipo del puerto decide ponerse de mi parte.
Marcamos unos cuantos goles y todos terminamos contentos.
Las tardes en la plaza se
dividen en dos partes: en la primera jugamos al fútbol hasta quedar
exhaustos; en la segunda discutimos sobre quién ganó el partido,
empujándonos y peleando.
A veces, la discusión sobre quién
marcó más goles escala hasta terminar a pedradas, y gana el equipo
con menos moratones.
Al anochecer, la plaza vuelve a ser solo nuestra, porque ellos tienen que marcharse antes para llegar a casa. Y así día tras día.
—¡Marise! Deja de jugar
y ven a ayudarme a colgar las cortinas.
—Voy, mamá, estoy
probando el teclado del ordenador nuevo a ver si la letra ñ
funciona como las demás.
—¿Y funciona?
—¡Ñ, parece que sí!
mvf
No hay comentarios:
Publicar un comentario