jueves, 19 de julio de 2018
nación de Breogan.
Mientras los fieles en el interior de la iglesia hacían las últimas manifestaciones de devoción al santo, fuera, la gente comenzaba a dirigirse para el lugar de la feria.
Los musicos de la banda de tambores y cornetas, después de dar por terminado su trabajo, se dirigieron hacia la salida del campo de la iglesia para subir al autobus, un hispano-suiza de aquella epoca, que les estaba esperando para llevarles de regreso a la capital, de donde habían venido.
Por su parte los gaiteros partían también con la gente en dirección a la carballeira*robledal, donde tenía lugar la feria, dispuestos a tocar por unas monedas o simplemente por un vaso de vino, un rabo de pulpo o un trozo de empanada.
El resto de la gente que aún quedaba en la iglesia ya vendrían detras de ellos.
Es verdad que Max desentonaba entre los gaiteros: hombres correosos y flacos, curtidos por los caminos y el sol; pero desde el primer momento fue tratado como uno más y por ello a lo largo de la jornada, durante la fiesta, todo el mundo fue a invitarlo a que bebiera aguardiente para probar su hombria, sin preguntarle quien era ni de donde venía. Y Max feliz de tanto agasajo bebió y tocó hasta bien entrada la noche, en que los ruidos de la fiesta se fueron apagando, y rendidos por el alcohol y el cansancio acabó durmiendo en un pajar, junto con otros que como él habían pasado toda la jornada bebiendo y tocando.
Al día siguiente, con los primeros rayos del sol, Max se despertó y descubró que había gente durmiendo al lado de él.
Sin hacer ruido salió fuera del pajar y vió que cerca había un pozo de donde se sacaba el agua con roldana, con un caldero de zinc atado a una cuerda. Echó el caldero al pozo y sacó agua para lavarse y beber. El agua estaba fresca y limpia, y bebió abundantemente; después se mojó la cara para terminar de despertar. A continuacíon se quitó su chaleco y se abrió su camisa, mostrando un pecho joven y vigoroso, de piel blanca, limpio de pelo; para echarse agua por encima y limpiar el sudor de su cuerpo. Luego se volvió a abotonar la camisa y a ponerse el chaleco, y sacudiendose los restos de paja que aún llevaba encima, remató su aseo mesando sus cabellos con las manos mojadas con agua.
Una vez hecho esto, Max regresó de nuevo al pajar y descubrió que encima de la paja, tirada por el suelo a modo de cama, aún permanecían dormidas tres personas más: eran dos gaiteros y un tamborilero, que junto con él habían pasado allí la noche, metidos entre la hierba seca, para protegerse del frio del alcohol y de la noche.
No sabía como había terminado durmiendo en un pajar, lo único que recordaba eran los ojos verdes de la joven que había visto en la procesión, y ese recuerdo le hacía sentir un gran vacio que solo se llenaría volviendo a verla.
Se puso a revolver entre la paja buscando el petate en el que guardaba su instrumento y despues de encontrarlo, volvió a salir del pajar y se encaminó para el campo de la Iglesia, donde había visto a la joven por última vez.
El lugar estaba desolado, y el silencio reinaba allí después de haber soportado la multitud el día anterior, y al acercarse a la iglesia descubrió que uno de los gaiteros, que habían estado a su lado acompañando al santo en su procesión, había regresado también al lugar y había pasado allí la noche durmiendo, refugiandose bajo el portico de la iglesia.
Trató de no hacer ruido pero este despertó al sentir su proximidad y se levantó. Después de desperezarse se dieron las presentaciones que no habían hecho el día anterior, preocupados más en el festejo que en la vida social; pues los gaiteros venían de todas partes a la feria de San Isidro para tocar y beber el día entero del santo hasta el amanecer.
El gaitero se llamaba Toribio y había nacido en un pueblo proximo a la frontera con Asturia y sin saber en que día estaba, ni quitarse la mugre de haber dormido en el suelo; como si no hubiera terminado la fiesta, con los ojos entrecerrados se llevó el puntero a la boca y empezó a tocar su gaita haciendo sonar el himno de Galicia.
Al oir sonar las primeras estrofas Max se puso a tocar con él y al cabo de un rato, bajo las columnas que apoyaban el portico de la iglesia, los dos juntos tocaban el himno de Galicia.
Max que nada sabía de politica se había olvidado que era molinero y se había convertido en un gaitero de la nación de Breogan.
mvf.
sábado, 7 de julio de 2018
Las bendiciones
Al terminar de dar las
bendiciones para que la tierra fuera generosa y fecunda, y los
animales procreasen
abundantemente, la procesión volvió a ponerse en marcha para
descender de la cima del monte. Ahora la gente que acompañaba al santo, cargada con sus bendiciones, iba más ligera en la procesión de regreso a la
iglesia. Cuando llegaron, el paso del santo se detuvo y los músicos
se apartaron para colocarse en lado izquierdo de la entrada de la iglesia desde donde seguirían tocando desde allí; mientras
los costaleros, entre la multitud que había
vuelto a agolparse alrededor de ellos, iniciaban la ardua tarea de
regresar, con el paso al hombro, al interior de la iglesia.
Ya habían abocado el santo a la entrada de la iglesia, cuando entre tanto gentio Max descubrió una joven que tendría la misma edad que él; llevaba un traje verde, adornado con piezas de azabache, que al recibir los rayos del sol destellaban en medio de la multitud. La joven, tal vez sitiendo que era mirada, giró su cabeza y cuando sus miradas se encontraron, Max quedó sin respiración al ver sus ojos clavados en él.
De repente Max no pudo seguir tocando y empezó a sentir que un ardor recorría todo su cuerpo y que la sangre golpeaba bajo sus sienes al ritmo del latido de su corazón desbocado. Solo volvió a recuperar su tranquilidad cuando la joven desapareció consiguiendo entrar en la iglesia tras el santo.
Lo que había sentido le había dejado perplejo pues nunca hasta ahora sintiera nada parecido. Sin saberlo había quedado prendado de esa joven que en nada se parecía a las jóvenes curtidas en el campo, lozanas y fuertes, que él conocía.
mvf
Ya habían abocado el santo a la entrada de la iglesia, cuando entre tanto gentio Max descubrió una joven que tendría la misma edad que él; llevaba un traje verde, adornado con piezas de azabache, que al recibir los rayos del sol destellaban en medio de la multitud. La joven, tal vez sitiendo que era mirada, giró su cabeza y cuando sus miradas se encontraron, Max quedó sin respiración al ver sus ojos clavados en él.
De repente Max no pudo seguir tocando y empezó a sentir que un ardor recorría todo su cuerpo y que la sangre golpeaba bajo sus sienes al ritmo del latido de su corazón desbocado. Solo volvió a recuperar su tranquilidad cuando la joven desapareció consiguiendo entrar en la iglesia tras el santo.
Lo que había sentido le había dejado perplejo pues nunca hasta ahora sintiera nada parecido. Sin saberlo había quedado prendado de esa joven que en nada se parecía a las jóvenes curtidas en el campo, lozanas y fuertes, que él conocía.
mvf
martes, 26 de junio de 2018
La procesión de San Isidro.
El día
comenzó con una ligera neblina que con los primeros rayos del sol se
transformó en un rocio
brillante y transparente sobre la hierba del campo.
Max había terminado de dar de comer a los animales de la granja y de llevar al campo a la burra del molino para que pastase.
Se lavó en el rio y regresó a casa.
Encima de la cama había dejado cuando se levantó, la ropa con la que se vestiría para ir a la feria: una camisa blanca, un chaleco negro por el que sobresalían las mangas blancas, al ponerlo por encima de la camisa, y unos calcetines largos, de color blanco, que se dejarían ver entre el calzado, unos zuecos de cuero, betuneados de negro, hechos de madera de chopo; y los pantalones, del mismo color que el chaleco, que terminaban a la altura de los tobillos.
Complementaba su vestimenta un sombrero chacó de color azul de prusia, ribeteado de blanco, que en alguna época podría haber pertenecido a algún soldado.
Cuando terminó de vestirse se dirigió a un pequeño mueble de madera, que estaba cerca de la ventana, donde recogió una saca, en la que había guardado la gaita para protegerla de los posibles avatares que pudieran ocurrirle en la feria, y colgándosela al hombro, sin hacer ningún ruido que despertara a su madre, cerró la puerta de la casa del molino y tomó el camino del pueblo para ir al campo de la iglesia, donde de otros años que había ido con su madre sabía que a primera hora se juntaban los músicos que acompañarían al Santo en la procesión.
Formaban el grupo de los músicos: una banda de tambores, cornetas y trompetas, y varios gaiteros que habían llegado de distintos lugares para acompañar al santo y hacerse unas pesetas que acaso pudieran ganar. Al ver llegar aquel joven rubio engalanado, con su traje de gaitero y su gorro azul prusiano, los gaiteros hicieron señas a Max para que se colocase junto a ellos, seguros de que vestido de esa manera les iba traer buena fortuna.
El lugar estaba abarrotado pues la gente ya había empezado a llegar desde primeras horas de la mañana para coger los primeros bancos de la iglesia para ellos y sus familiares.
Sonaron las campanas y aunque alguna gente logró entrar aún en el abarrotado interior de la iglesia, la gran mayoría tuvo que esperar fuera, desde donde tendrían que ir imaginándose lo que se decía dentro.
Al terminar de tocar las campanas la misa comenzó. Y mientras fuera se espera que saliera el Santo de la procesión aún fue llegando más gente que vendrían de los lugares más lejanos.
Tocaron las campanas de nuevo y la gente que estaba dentro comenzó a salir arremolinándose delante de la boca de entrada de la Iglesia; entonces asomó el Santo del interior de la iglesia, llevado a hombros por seis hombres fornidos del campo, que apenas podía avanzar en lenta lucha contra la multitud. Llegado un momento unos y otros se fueron haciendo a sus lugares, como antes habían hecho los abuelos y antes los bisabuelos y antes los tatarabuelos de la multitud; como se había hecho desde siempre. Los músicos y los gaiteros irían en la cabecera, abriendo el paso, detrás de ellos irían el santo patrón, con su buey y su vara , y después toda la demás gente.
Se tiraron tres bombas al aire seguida de otra que reventó produciendo un sonido atronador que se alejó en la lejanía de los campos. Era la señal.
Sonaron cuatro golpes del bombo, a la vez que empezaron a redoblar los tambores; acto seguido se escucharon las cornetas de la banda y tras sus primeras notas y escucharse el sonido de las gaitas, la procesión comenzó su andar en dirección al monte que daba nombre a la comarca; desde su cima se podía ver todas las tierras de los alrededores.
Tardaron unos cuarenta minutos en llegar y casi otro tanto tiempo para que la gente del final abarrotase las inmediaciones de la iglesia congregandose todos alrededor del santo. Entonces se hizo el silencio entre el gentio para oir a duras penas, al párroco oficiar las bendiciones del Santo Patrón a las tierras que se alcanzaban a ver con la vista y la fe. Cuando terminaron las bendiciones de los campos y sus animales, se continuó con las bendiciónes de San Isidro a los acompañantes de la procesión; la gran mayoría de los presentes labradores de la tierras con sus familias.
mvf.
Max había terminado de dar de comer a los animales de la granja y de llevar al campo a la burra del molino para que pastase.
Se lavó en el rio y regresó a casa.
Encima de la cama había dejado cuando se levantó, la ropa con la que se vestiría para ir a la feria: una camisa blanca, un chaleco negro por el que sobresalían las mangas blancas, al ponerlo por encima de la camisa, y unos calcetines largos, de color blanco, que se dejarían ver entre el calzado, unos zuecos de cuero, betuneados de negro, hechos de madera de chopo; y los pantalones, del mismo color que el chaleco, que terminaban a la altura de los tobillos.
Complementaba su vestimenta un sombrero chacó de color azul de prusia, ribeteado de blanco, que en alguna época podría haber pertenecido a algún soldado.
Cuando terminó de vestirse se dirigió a un pequeño mueble de madera, que estaba cerca de la ventana, donde recogió una saca, en la que había guardado la gaita para protegerla de los posibles avatares que pudieran ocurrirle en la feria, y colgándosela al hombro, sin hacer ningún ruido que despertara a su madre, cerró la puerta de la casa del molino y tomó el camino del pueblo para ir al campo de la iglesia, donde de otros años que había ido con su madre sabía que a primera hora se juntaban los músicos que acompañarían al Santo en la procesión.
Formaban el grupo de los músicos: una banda de tambores, cornetas y trompetas, y varios gaiteros que habían llegado de distintos lugares para acompañar al santo y hacerse unas pesetas que acaso pudieran ganar. Al ver llegar aquel joven rubio engalanado, con su traje de gaitero y su gorro azul prusiano, los gaiteros hicieron señas a Max para que se colocase junto a ellos, seguros de que vestido de esa manera les iba traer buena fortuna.
El lugar estaba abarrotado pues la gente ya había empezado a llegar desde primeras horas de la mañana para coger los primeros bancos de la iglesia para ellos y sus familiares.
Sonaron las campanas y aunque alguna gente logró entrar aún en el abarrotado interior de la iglesia, la gran mayoría tuvo que esperar fuera, desde donde tendrían que ir imaginándose lo que se decía dentro.
Al terminar de tocar las campanas la misa comenzó. Y mientras fuera se espera que saliera el Santo de la procesión aún fue llegando más gente que vendrían de los lugares más lejanos.
Tocaron las campanas de nuevo y la gente que estaba dentro comenzó a salir arremolinándose delante de la boca de entrada de la Iglesia; entonces asomó el Santo del interior de la iglesia, llevado a hombros por seis hombres fornidos del campo, que apenas podía avanzar en lenta lucha contra la multitud. Llegado un momento unos y otros se fueron haciendo a sus lugares, como antes habían hecho los abuelos y antes los bisabuelos y antes los tatarabuelos de la multitud; como se había hecho desde siempre. Los músicos y los gaiteros irían en la cabecera, abriendo el paso, detrás de ellos irían el santo patrón, con su buey y su vara , y después toda la demás gente.
Se tiraron tres bombas al aire seguida de otra que reventó produciendo un sonido atronador que se alejó en la lejanía de los campos. Era la señal.
Sonaron cuatro golpes del bombo, a la vez que empezaron a redoblar los tambores; acto seguido se escucharon las cornetas de la banda y tras sus primeras notas y escucharse el sonido de las gaitas, la procesión comenzó su andar en dirección al monte que daba nombre a la comarca; desde su cima se podía ver todas las tierras de los alrededores.
Tardaron unos cuarenta minutos en llegar y casi otro tanto tiempo para que la gente del final abarrotase las inmediaciones de la iglesia congregandose todos alrededor del santo. Entonces se hizo el silencio entre el gentio para oir a duras penas, al párroco oficiar las bendiciones del Santo Patrón a las tierras que se alcanzaban a ver con la vista y la fe. Cuando terminaron las bendiciones de los campos y sus animales, se continuó con las bendiciónes de San Isidro a los acompañantes de la procesión; la gran mayoría de los presentes labradores de la tierras con sus familias.
mvf.
viernes, 8 de junio de 2018
El gaitero del molino
Al ver la gaita frente a él, los ojos de Max se iluminaron completamente. Entonces se irguió de la silla y echando una larga sonrisa cogió la gaita colocándosela con el roncón por encima del hombro y el odre bajo el brazo, como había visto que la llevaba el gaitero de la feria; después, tapando los agujeros del puntero con sus dedos, metió el soplete de la gaita en la boca y sopló sin obtener apenas sonido.
Sorprendido lo volvió a intentar de nuevo, soplando ahora mas fuerte, pero la gaita se le resistió nuevamente, para su decepción, dejando escapar unicamente un ruido ronco y sordo por el roncón.
-Esto- se dijo para si- era más difícil de lo que creía.
Volvió a llenar de aire sus pulmones y sopló con todas sus fuerzas; sus carrillos se hincharon con el esfuerzo y el odre que sujetaba bajo el brazo se llenó medianamente, consiguiendo que la gaita produjera un sonido agudo, que apenas se mantuvo en el tiempo.
Max no estaba dispuesto a rendirse y ahora volvió a soplar fuertemente por el soplete de la gaita, pero esta vez lo hizo varias veces hasta que llenó el odre de aire, y apretando suavemente el odre colocado entre su brazo y su costado, el puntero de la gaita empezó a sonar, alzando en el aire un sonido agudo semejante al que hacían las ruedas de madera de los viejos carros de bueyes, que se mantuvo durante un tiempo, hasta que el odre se deshinchó.
Acababa de descubrir como funcionaba el instrumento.
Acompañado del sonido del triquitraque del molino, que repiqueteaba como un tambor, mientras iba empujando el grano para caer entre las dos piedras del molino, Max no tardó en coger el ritmo y a sacar las distintas notas de los agujeros del puntero de la gaita, con sus dedos.
Al oirle tocar la gaita, mientras esperaban que se hiciera la molienda, la gente que venía a moler el grano acabó pidiendole que se uniera con ellos a la hora de la comida o la merienda para que después tocase la gaita y juntos bailar o cantar haciendo más grato esperar que el molino hiciera su trabajo.
El ruido del triquitraque del molino y el sonido del agua que lo movía, en aquellos tiempos podría ser suficiente para hacer feliz a cualquier persona con pocas necesidades y escasos vicios de la vida, pero admirados de la rapidez con que Max aprendía a tocar la gaita y viendo las gentes como iba creciendo su repertorio, con las muiñeiras gallegas que con solo oírlas tararear acababa aprendiendo a tocarlas completamente, fueron llevando su fama a los distintos lugares de donde venían con el grano para moler en el molino, y llegado un momento, la gente empezó a animarle a que fuera al pueblo a tocar la gaita a la feria de San Isidro para que lo escuchasen los que no le habían oído tocar.
mvf.
lunes, 14 de mayo de 2018
La feria
Cada dos o tres semanas, la molinera y su hijo, bajaban al pueblo con los sacos de harina cargados en un carro que tiraba la burra que tenían en la casa, para vender en la fería la harina obtenida en pago de la molienda del grano de cereal, pues era costumbre después de moler el grano, cobrar una doceava parte de la harina molida. Después de la venta de la harina se surtían de productos de los que no podían abastecerse mediante la huerta y el corral, o cualquier otra cosa necesaria, para continuar con la vida que madre e hijo llevaban en el molino.
La feria del pueblo se realizaba en un viejo robledal al que sin más delimitación se accedía pasando bajo un arco de piedra centenario de cuatro metros de altura y anchura suficiente para pasar por el del los carros y el ganado. Una vez cruzado el arco se abría una pequeña explanada en la que se encontraba a uno de los lado un estanque de piedra, con cuatro caños de agua, en el que abrevaban por turnos los animales de tiro; avanzando partían dos caminos de tierra: uno a la derecha de la fuente que se extendía bordeando la arboleda de robles, y bajo el que se colocaban los puestos de pulpos, con sus toldos, sus mesas y bancos; en los que había enfrente de cada uno una pulpera con su enorme perola de cobre donde se cocía el pulpo; en el otro camino, a la izquierda se iban poniendo los puestos de venta de los vendedores ambulantes que de lugar en lugar, y de feria en feria, vendían aperos de labranza, ropa, cueros curtidos ... y según la temporada simiente para el campo. Ambos caminos de tierra, de la fuente, abrazaban la sombra de los robles centenarios bajo los que se entremezclaban los tratantes del ganado y la gente de la comarca, dandose cita allí, unos para comprar y otros para vender a buen precio para cada cual, los animales nacidos y criados en los corrales de las haciendas.
Ese dia la feria estaba muy concurrida.
¡Max!! - le dijo la madre a su hijo - tu vete a ver
que hay en la fería, que yo voy a vender la harina al almacen. Al medio día quedamos frente a la fuente y compramos un par de gallinas ponedoras.
El hijo asintió y los dos se separaron.
A esas horas ya había gente bajo los toldos, apoyadas sobre los mostradores de pino, lijados de tanto restregarse con las cerdas de los cepillos de madera. Eran los primeros que habían terminado sus compras o sus ventas y estaban allí para celebrarlo cerrando el trato con una jarra de vino y una ración de pulpo.
La molinera se dirigió con el carro al almacén del pueblo y allí tras pesar los sacos que llevaba obtuvo por ello cuatrocientas pesetas; aunque era una cantidad nada despreciable para la epoca era un precio irrisorio pues en el mercado negro llegaba a alcanzar un precio exhorbitante, maxime cuando la harina escaseba, porque se hacia acopio de ella para ser vendida en el extranjero pues europa acababa de salir de la segunda guerra mundial.
Cuando regresó la molinera al lugar de la feria, su hijo no estaba esperandole donde habían convenido, frente a la fuente a la salida del arco de piedra. Al cabo de un rato de espera empezó a impacientarse por la tardanza de su hijo, y entonces decidió meterse en el bullicio de la fería e ir en su busqueda. Después de dar varias vueltas, la molinera encontró a su hijo, estaba metido en un corro de gente que bailaba y aplaudía al ritmo de la gaita de un hombre menudo y flaco, de barba blanca y ojos vivaraces, que tocaba en la feria por unas monedas.
Max estaba allí, junto a otras personas presentes, coreando con sus palmas el ritmo del gaitero.
Al verlo, la molinera llamó varias veces a su hijo que no se enteró de su presencia pues, sin perder de vista el gaitero y el instrumento que tocaba, estaba
hipnotizado oyendo la musica de la gaita.
Su madre, ya enfadada, con gesto malhumorado, se acercó
junto a él y lo cogió de la mano, y de un tirón lo sacó del corro
de gente que seguía aplaudiendo y bailando alrededor del gaitero.
La molinera y su hijo volvieron al lugar donde habían quedado de encontrarse y después de recoger el carro que había quedado, con la burra atada, a la entrada de la fería, terminaron de comprar un par de gallinas camperas y tomaron el camino para el molino, dejando atras los gritos de las gentes y los buhoneros que ascendían hacia el cielo danzando al son de la melodía de la gaita que se había echo dueña del bullicio de la feria.
Al día siguiente tuvieron mucho trabajo, pues les
habían traido para moler, entre trigo y centeno, una partida de
sesenta fanegas de grano - la
fanega, muy popular en su tiempo como medida de peso, oscilaba entre treinta o cuarenta kilos de grano, pues no erá igual, dependiendo del cereal que fuese y el
lugar del que se trataba.
Durante los dias siguientes Max se mostró taciturno. Su madre al verlo de esta manera, le mandó realizar todo tipo de trabajos para sacarlo de su pensamiento absorto; y aunque lo mando subir al tejado de la casa a cambiar las tejas rotas, por donde podría entrar el agua cuando llovía; reponer los cristales agrietados de alguna ventana de la casa o picar leña para la cocina, su hijo, sin que hubiese trabajo que pudiera distraerle de sus pensamiento, paso toda la semana languideciendo, con la vista perdida en el camino del pueblo.
El domingo, dia en que por lo general no se realizaba
ninguna actividad en el molino salvo dar de comer a los animales o llevar a la burra al campo, la molinera sin soportar más la aflicción de su hijo, después de la hora del mediodia subió
al desván de la casa y bajó con un viejo saco de esparto
lleno de polvo, que puso delante de Max y después de abrirlo,
sacó de su interior una gaita negra que durante mucho tiempo
había estado olvidada en la guardilla.
- ¡Toma| - dijo entregando la gaita a su hijo - ¡tu padre era gaiteiro y tu tendrás que ser también gaiteiro!
mvf.
viernes, 30 de marzo de 2018
El molino
Llovía y por momentos las ráfagas de viento arreciaban la intensidad de la lluvia.
En el recodo del rio había construida una presa con rocas y tierra creando una pequeña laguna en la que se retenía el agua para ser utilizada por un molino. El agua tenía como única salida una acequia por la que transcurría cerca de trescientos metros para llegar al depósito del molino; allí se colaba en el interior de la construcción de piedra, por un conducto hecho de silleria, para salir por la parte inferior del molino, regresando al rio en ese lugar.
El agua salía por una abertura en la parte inferior del molino golpeando las aspas del rodezno o rodicio, haciéndolo girar con el golpe de su fueza, antes de regresar al cauce del rio.
El rodezno y la muela de piedra que estaba en la sala del molino, se movían a la vez, pues uno y otra estaban unidos a los extremos del un tronco de roble que como un eje vertical subía desde el nivel del rio hasta el interior de la sala del molino; el tronco pasaba por el interior del mueble del molino y por la piedra fija que descansaba encima de el, y se ensartaba en la piedra volandera a la que hacía girar esclava con la rueda con aspas que estaba en contacto con el agua.
Así, cuando escapaba el agua, al mover la rueda del molino para volver al rio, hacia girar la piedra volandera deslizándose encima de la muela fija, en la sala del molino, y al ir cayendo el grano y pasar por entre las dos lo molían convirtiéndolo en harina.
Fuera seguía lloviendo a raudales.
El molino era una construcción de piedra con tejado de pizarra y tenía en su interior la sala del molino y un almacén donde se guardaba con llave la harina. A pocos metros del molino, unidos por un pequeño sendero de tierra encharcado por la lluvia, estaba la casa de la molinera una vivienda de planta baja, hecha también de piedra con tejado de pizarra. En el interior de esta vivienda estaba la cocina, en donde se hacía el fuego, que daba luz y calor a sus moradores; encima del fuego colgaba una pota grande del techo; alrededor de la cocina estaban las habitaciones de los habitantes del molino. Por detrás de la casa había un pajar y un establo, donde dormían juntas una vaca y una burra, que con frecuencia se usaba para tirar de un pequeño carro con el que se bajaba hacer las compras al pueblo.
La molinera, una mujer de manos grandes, llevaba recogido el pelo con una pañoleta y estaba sentada en una pequeña banqueta de madera, frente al fuego, mientras revolvía con un cucharon de cobre en el interior de la pota donde se estaba haciendo un cocido con verdura y unto.
Cerca de ella, con las piernas recogidas, dormitaba encima de una estera pegada al lado del fuego, el hijo de la molinera.
A la molinera en sus buenos tiempos no le habían faltado pretendientes pero ella los había desdeñado a todos. Decían las malas lenguas que una mañana de marzo la molinera había ido a ver a la mujer que hacía de comadrona en el pueblo, con dos sacos de harina, y había regresado al molino con un niño en el regazo.
Era un joven rudo de ojos azules y pelo de color amarillento pajizo. Las gentes del lugar decían que el hijo de la molinera era hijo del trigo y que había crecido en el interior de la molinera mientras esta dormía con el ruido del agua y el golpe del triquitraque que empujaba el grano entre las muelas del molino
El hijo de la molinera creció en el molino hasta que a la edad de ocho años, por las moliendas que se había hecho sin cobrar a la casa del cura de la parroquia, fue mandado a estudiar al seminario menor, pero no tardó mucho tiempo en regresar a su lugar en el molino, pues, como habían dicho, su naturaleza no daba signo de interesarle los estudios ni la mortificación.
Fuera seguía lloviendo y en el lugar del rio donde estaba la presa el agua rebosaba escapando por encima de las piedras.
De repente la cocina se iluminó dejando ver las paredes anegradas por el humo del fuego; la obscuridad regresó acompañada del ruido del trueno y esta historia comenzó.
mvf.
martes, 13 de febrero de 2018
era un mundo frio y viejo
Por la ventana de la clase entraba la primavera en un haz de luz.
Doña Matilde es muy puntillosa y lleva cuentas de todo.
- ¡Marise, tienes tres faltas de asistencia!
- No puede ser profesora, este mes solo he faltado dos veces a clases.
- ¡Tres!.
Marise, sentada al lado de la ventana, se frota el mentón con la mano izquierda, y mientras la vista se le escapa, desde su pupitre, para recorrer las viejas casas de piedra con balconadas y galerias de cristal que hay frente al colegio, trata de recordar.
- A ver, falté a clases cuando fui al dentista; el segundo miércoles del mes hice huelga... y nada más.
- ¡Pues estoy segura de que vine a clases y que falté solo dos veces, doña Matilde!
- ¡Pues piensa bien, que a mi clase no viniste tres días! - le responde sentada doña Matilde, con su libreta encima de la mesa de cerezo.
- ¿Pues usted dirá profe, por qué yo no me acuerdo?
- ¿Y no será que marchaste con alguien y no volviste?
Marise sigue haciendo memoria - bueno, la otra semana acompañé a Luis al medico.
Doña Matilde repasa su libreta.
- Aquí está. Luis trajo justificante de haber ido al medico el jueves.
¿Y tú, trajiste justificante?
- ¡No! – Marise calló
Desde la ventana se veía el vallado que delimitaba el recinto del centro. Fuera del recinto estaba el mundo exterior. Era un mundo sin nada nuevo; un mundo por hacer, en el que había que hacerse un lugar a pesar de la protección que daban a los alumnos, con la puerta cerrada del recinto pasada la hora de entrada al colegio.
Marise cogió el bolígrafo y escribió en su libreta:
- Era un mundo frio y viejo, ... que estaba por comerse a base de disgustos, y de esfuerzos, y de riñas en casa...
Sonó el timbre y todos los alumnos salieron de clases.
- ¡Ainda nos vos dixe que a clase rematou!
Gritó quedandose sola, doña Matilde y su libreta de alumnos.
mvf.
Siento mucho no estar más aquí, pero a veces
no puede ser.
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