domingo, 23 de octubre de 2016

la Santa compaña - final de la tia la rica 1


Hacia una temperatura agradable cuando el sol, tiñendo el cielo de rojo con su reflejo de luz plateada sobre el agua salada, desapareció ocultándose en el horizonte del océano; y al ponerse la Luna sobre el cielo las animas empezaron  a salir de sus tumbas sin esperar siquiera a que la noche terminara de extender su obscuridad sobre el firmamento dejando paso al brillo de las estrellas. 
Permanecían acostadas encima de sus lapidas o vagaban lentamente por entre los cipreses del cementerio deambulando al azar dejándose llevar por la brisa suave que llegaba del mar.
Apenas se oían sus murmullos y el ulular de un búho que comenzaba a despertarse quería correr sobre el campo santo, cuando desde la lejanía vino en aumento, el ruido de una moto que se aproximaba, hasta que atravesó las paredes del cementerio y llegó con su moto al camposanto el mayordomo de la Santa Compaña.
El mayordomo era un hombre alto y delgado como una anchoa, que que se había salido de la carretera con su moto, cayendo por el acantilado a las aguas de océano, en la curva de las rocas que hablan, mientras conducía liándose un cigarrillo para fumar.
Aparcó la moto junto a los cipreses, en el borde del camino del pozo del cementerio, donde las mujeres sacan agua para regar las flores que adornan las tumbas de sus difuntos. Se sacudió el polvo del viaje de encima y llamó a las animas de la santa compaña.
 Aunque había mucha desgana no tardaron en reunirse junto a él,  entonces el mayordomo asomó la cabeza en el interior del pozo y mirando para el cielo estrellado del agua, reflejado en su interior, gritó fuerte para que lo oyeran: 

- ¡Antonio puedes salir!
Antonio se había ahogado en el pozo del campo santo, cuando era perseguido por la guardia civil por la denuncia falsa de un vecino que les había dicho que era de izquierdas, y aunque a veces tiraba con picardía, para abajo del cubo de zinc que alguna mujer bajaba con la roldana para coger agua del pozo, nadie había descubierto que su cuerpo estaba allí.
 Cuando estaban todos reunidos el mayordomo les propuso lo siguiente:
 - dado que hacía tan buena noche podrían dar un paseo por la costa de la muerte: cruzarían la ría de  Camariñas y bordeando la Virgen de la barca, darían  un rodeo hasta el faro de Touriñan. Al llegar allí irían a avisar a un vecino del lugar, para que fuera arreglando sus cosas en este mundo, puesto que la muerte llamaría pronto a su puerta. De ahí volverían de vuelta a visitar a los ingleses, y en un santiamén estarían de nuevo en el cementerio antes del amanecer, y cada cual para su tumba.
 No les disgustó la propuesta a las animas y todos votaron que si; pero cuando iban a salir del campo santo para comenzar el recorrido llegó del mar el espectro de don Sebastían, el cacique que no se quería morir, diciendo que nadie se podía marchar aún, sin haber contado con él.

-¡Alto ahí !-  dijo el anima de un hombre que en vida había sido herrero en Quintans, de Muxia - ¡Para tener voz en la procesión de las animas primero tienes que ser aceptado en la santa Santa Compaña!.



 mvf.

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