sábado, 11 de febrero de 2017

No son como nosotros 9- En la casa de la bisabuela


María Gabriela vivía en el pueblo en una casa alquilada, con otras personas originarias de Venezuela que vinieron en busca de trabajo a España, por que su país, grande y rico, se arruinó por el mismo tipo de gente avariciosa, ruin y carente de escrúpulos que tenemos aquí, y cuando le llegó el recado, aceptó gustosamente el trabajo.
Al día siguiente, de la boda de la hija del taxista, le envió la respuesta a Mariví, diciéndole que estaría encantada de coger el trabajo, y al cabo de dos días, con las pocas pertenencias que tenía, ya se había traslado a la casa de las ancianas. Allí tenía preparada para ella sola una habitación más grande que la que compartía con otra mujer, donde vivía.
Luisa Fernanda y María Gabriela eran completamente diferentes en muchas cosas. Luisa Fernanda era una mujer alta, delgada, de piel blanca y pelo rubio, y mirada fría. María Gabriela, sin ser tan alta poseía un cuerpo con exuberantes formas femeninas y pechos generosos, su pelo era negro y su piel era de un dulce color moreno que muchas mujeres de piel lechosa tratan de imitar llenando su cuerpo de bronceadores y rayos ultravioletas; y sus ojos eran limpios y estaban llenos de fraternidad. Si Luisa Fernanda tenía una voz dulce e hipnótica con la que atraía a los hombres para poder hacer con el sus caprichos, María Gabriela tenía un físico despampanante y una atracción sensual con la que conseguía igualmente que los hombres se rindieran bajo sus pies; y con este motivo se fueron produciendo roces que convirtieron en odiosa la convivencia entre las dos mujeres, en la casa de la bisabuela.
La situación empeoró cuando el argentino pidió a María Gabriela que le explicase cómo funcionaba la lavadora. 

- ¿María Gabriela, vos no pensás que la lavadora es un gran invento para media humanidad? 

Luisa Fernanda, a pesar de que era una mujer fria y calculadora, perdió su compostura y cayó en el mundo de los celos.

- ¡Vos lo dije y no me hicisteis caso. Era mejor contratar una rusa! 

La convivencia se fue agravando aún más, día tras día, hasta que después de una disputa por quien metía la ropa de Carlos Alberto en la lavadora, los argentinos revelaron que Luisa Fernanda no era la hija de Carlos Alberto, sino su amante, y dando un portazo en la puerta de la casa, dejaron las ancianas con la boca abierta, diciendo que ser marchaban de la casa que los había acogido, para regresar de vuelta a su país.

-¡ Luisa Fernanda, tan pronto como bajemos del avión en Buenos 
Aires, te voy invitar al Coca-colero a  comer un choripán con chimichurri.

La partida de Luisa Fernanda y el argentino sirvió para centrar las cosas en la casa de la bisabuela, porque María Gabriela, que acabó quedando viviendo sola con las dos ancianas, no estaba hecha para vestir santos, y al tiempo comenzó a dejarse atraer y tontear con Roberto, el único hombre, que algunas tardes venía a casa a visitar a las ancianas; y este se mostraba sensible y confiado a las lisonjas que recibía de la hembra, pues el contacto de la cara de Roberto contra sus pechos, cuando esta había apretado su cabeza contra ella, habían despertado en él sus instintos filiales. Y por detrás estaba Mariví, la hermana de Roberto que veía, en infinidad de detalles insignificantes, que estaban hechos el uno para el otro.

La intención de Mariví era buena: ella pensaba en el tercer mandato de los Menciños y no quería ver a su hermano con romances ocultos dentro de un armario. Y consiguiendo una pareja para su hermano, vio la manera de evitar que en algún momento los ojos de las madres con hijas casaderas se pusieran encima de la soltería de su hermano, y de que una rencilla de celos pudieran acabar destruyendo la unión de los Menciños.
Una de las tardes que  Roberto fue a casa de la su bisabuela,  hubo una avería en la instalación eléctrica de la casa y las ancianas al ver que iban estar sin luz hasta el día siguiente, le pidieron a Roberto que pasara la noche con ellas, porque se sentían más seguro sabiendo que había un hombre en la casa.
La planta alta de la casa tenía un largo pasillo con cinco habitaciones, un cuarto de baño grande y un servicio pequeño.
  Roberto, no teniendo costumbre de dormir fuera de su cama, no concilió el sueño y ya entrada la noche se levantó de la cama y salió de su habitación para ir al servicio; de regreso a su habitación, Roberto una persona educada y nerviosa, como eran todas iguales las puertas de las habitaciones que daban al pasillo, en la obscuridad se equivocó y entró sin querer en la habitación de María Gabriela y creyendo estar en su habitación se metió dentro de la cama.
María Gabriela despertó en medio de la noche y al encontrarse a Roberto con ella en la cama, se alegró de que hubiera un hombre en la casa y para reponerse del susto no dudo en hacerlo suyo.
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A la mañana del día siguiente, aunque los accidentales amantes trataron de hacer ver que nada había ocurrido, todo el mundo se dio cuenta en la sonrisa que tenía la cara de Roberto en que algo había cambiado durante la noche.

- Come mi amor antes de ir al trabajo, estas arepas con mermelada que te acabo de hacer - dijo María Gabriela.

No fue un matrimonio a la vieja usanza, ni tampoco un matrimonio de conveniencia, simplemente, llegado un momento María Gabriela se fue a casa de Roberto y las zarzas dieron por bien hecho lo ocurrido.

- Cuando era joven, si me hubiera ido a vivir a la casa de un hombre sin pasar por los altares, mi padre me hubiera molido las costillas a palos - dijo una de las zarzas.

- ¡Son jóvenes y viven la vida moderna. Y no se hable más! - dijo la bisabuela.



mvf. 


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