Al llegar a la feria de Chantada, Romero y sus hombres, se separaron para tener más posibilidades de obtener un buen botín. La intención era mezclarse entre la multitud y vigilar los tratos que se hacían con el ganado, hasta dar con un bolsillo lleno de dinero de alguna buena venta para robarle.
Elegida la victima, la seguían con disimulo esperando la ocasión, y la mayoría de las veces, sin usar la fuerza, simulando un empujón la manos hábiles del gitano vaciaba cualquier bolsillo que se pusiera delante.
Después de dar varias vueltas por la feria el zamorano descubrió la venta de una buena yunta de bueyes: eran dos machos castrados que por su corpulencia y musculatura podían arrastrar una piedra de más cinco mil kilos cada uno. El hombre después de cerrar el trato marchó a comer el pulpo con el tratante de ganado, y cuando se despidieron, al marchar este para llevar los animales recién comprados, continuó bebiendo celebrando de manera innecesaria la buena venta.
Cuando salió de la feria, el gaitero y el zamorano, fueron detrás de él, siguiéndole disimuladamente; el hombre tomó la dirección hacia el río, donde la gente, después de beber copiosamente, bajaba para orinar a escondidas entre los árboles, y cuando estaban lo suficiente mente alejados de la multitud, se aproximaron junto a él y rodeándolo por los dos lados le empujaron hacía un lugar donde no podían ser vistos; entonces, el zamorano que era el más fuerte de los dos asaltantes, lo arrimó dejándolo, con la espalda pegada contra el grueso tronco de un árbol, y poniéndole una navaja en el cuello le amenazó con degollarlo allí mismo si hacía el más mínimo movimiento; mientras que el gaitero, el otro asaltante, comenzaba a cachear los bolsillos hasta que le sacó la abultada cartera y una navaja que tenía para defenderse y que afortunadamente, dado la rapidez del asalto, no tuvo tiempo de sacarla, pues sin vacilar lo más mínimo, le habrían dado muerte para robarle.
Al terminar el cacheo, el zamorano, que mantenía a la victima contra el árbol, le puso la mano en la boca para que no chillase y después de mostrarle la hoja de la navaja delante de sus ojos, le dio un certero golpe, con ella en una pierna, hiriéndole para que no les pudiera perseguir mientras huían; al caer el hombre al suelo, dolorido por la cuchillada recibida, los asaltantes se dieron a la fuga.
Ya más tarde, cuando estuvieron seguros, detrás de los puestos de pulpo, el gaitero sacó la cartera robada, para ver entre los dos el botín conseguido, pero al abrirla no encontraron el fajo de billetes esperados, solo había unas cartas y algo de dinero: un billetes de peseta, algunos reales y varias perras* céntimos.
Seguramente la victima llevaba el dinero de la venta de los bueyes en algún bolsillo secreto del forro de la chaqueta o del pantalón, que no supieron encontrar cuando le cachearon.
En un ataque de rabia, el zamorano arrancó la cartera de la mano del gaitero y después de meterse en el bolsillo, el escaso dinero que tenía, maldiciendo la suerte que tuvieron, la tiró lejos de donde estaban; y aunque el primer impulso era ir a ajustar las cuentas con la victima, al final decidieron que ya era tarde para volver al lugar del robo; después de darse a la fuga la victima, habría gritado pidiendo ayuda y a estas horas ya habría sido socorrido por cualquiera y estarían siendo buscados por la guardia civil.
Después de su fracaso, no les quedaba más remedio que ocultarse y esperar hasta que apareciesen los demás.
mvf.
domingo, 23 de diciembre de 2018
domingo, 2 de diciembre de 2018
con una holgaza de pan y un trozo de salchichón
Al llegar la noche
los miembros de la banda se reunieron alrededor de una pequeña hoguera y se repartieron alimentos para cenar cada uno. Entonces el
bandido que lo trajo al refugio se acercó junto a Max con una hogaza de pan y un trozo de salchichón; después de entregárselo se sentó a su lado y se presentó: se llamaba Alonso, aunque todos le apodaban el
zamorano, y mientras devoraban la porción de alimento que les había tocado, le fue contando como se llamaban los demás;
aunque la mayoría llevaban nombres que no eran como habían sido
bautizados sino motes o alias que podían cambiar en cualquier
momento para dificultar que los encontrase la justicia.
El gaitero, que ya conocía de la romería, se llamaba Melias y como pudo enterarse era de Celanova. El gitano era de un pueblo del Norte de Lugo; le llamaban así a pesar de que todas las trazas de su fisonomía: su nariz aguileña, ojos negros y piel morena, apuntaban a que entre sus antepasados había tenido sangre árabe. El hombre que salió de la casa, cuando el zamorano fue visto por los suyos al llegar, diera la señal de la banda con dos fuertes silbidos, de que todo estaba bien, le apodaban el abuelo; no tendría más de cuarenta años pero la dura vida del campo y la miseria de la posguerra le hacia aparentar bastante más edad. Mucha gente del campo no llegaba a vivir más allá de los cincuenta años de edad. El cojo era conocido por ese nombre por la secuela que tenía en una pierna de un accidente ocurrido en su juventud, cuando trabajaba para los alemanes en las minas de Freixo. Los hermanos, Mateo y Martín, eran de la coruña y estaban perseguidos por la justicia por prender fuego al pazo de uno de los señores de las tierras de Vimianzo, y por asesinos.
Por último, el jefe de la banda era de Asturias y se llamaba Romero. Romero era hijo de un alcalde republicano fusilado tras la victoria de Franco, y para no sufrir la represión franquista, antes de que fueran a buscarlo a su casa para darle el mismo destino que su padre, se echó al monte. Fiel en sus convicciones familiares, reunió otra gente otra gente perseguida como él y formó una banda para mantener la resistencia antifascista. Durante más de una década pudieron vivir, escondiéndose por los montes de León y Asturias, protegidos por la gente de los pueblos que les daban comida y les alertaban de las patrullas que andaban buscándolos, mientras ellos, dando pequeños golpes, mantenían la lucha anti-franquista; hasta que una vez, la guardia civil dio con la amante de uno de la banda y después de violarla y someterla a todo tipo de vejaciones, consiguieron saber el paradero de la banda y tenderles una trampa, de la que apenas pudieron escapar con vida un puñado de hombres. Uno de ellos Romero, mal herido, consiguió huir a los montes de Galicia; y de nuevo, ocultándose de la justicia en el monte, conoció a los hermanos, Mateo y Martín, y volvió a dar múltiples robos, formando la banda que tenían ahora. Romero, mantenía orgulloso su nombre sin tomar ninguna prudencia en ocultarlo; y junto a los hermanos, estaba buscado y era perseguido con ahínco por la guardia civil, por criminal y por rojo.
Después de varios días dedicados a haraganear y a beber terminaron agotando los víveres que tenían y entonces no les quedaba más remedio que abandonar el refugio, donde estaban a salvo, para volver a sus fechorías.
Romero reunió a sus hombres y les dijo que partirían al día siguiente, antes de que amaneciese, para llegar antes del mediodía a la feria de Chantada. Después de deliberar entre ellos, pues todos querían salir del escondite para ir de tropelías, acordaron que solo quedase en el refugio uno de ellos y el nuevo; el abuelo permanecería en el puesto de vigía y Max se encargaría de un par de mulas que quedaban en el corral y que guardaban de repuesto.
mvf.
El gaitero, que ya conocía de la romería, se llamaba Melias y como pudo enterarse era de Celanova. El gitano era de un pueblo del Norte de Lugo; le llamaban así a pesar de que todas las trazas de su fisonomía: su nariz aguileña, ojos negros y piel morena, apuntaban a que entre sus antepasados había tenido sangre árabe. El hombre que salió de la casa, cuando el zamorano fue visto por los suyos al llegar, diera la señal de la banda con dos fuertes silbidos, de que todo estaba bien, le apodaban el abuelo; no tendría más de cuarenta años pero la dura vida del campo y la miseria de la posguerra le hacia aparentar bastante más edad. Mucha gente del campo no llegaba a vivir más allá de los cincuenta años de edad. El cojo era conocido por ese nombre por la secuela que tenía en una pierna de un accidente ocurrido en su juventud, cuando trabajaba para los alemanes en las minas de Freixo. Los hermanos, Mateo y Martín, eran de la coruña y estaban perseguidos por la justicia por prender fuego al pazo de uno de los señores de las tierras de Vimianzo, y por asesinos.
Por último, el jefe de la banda era de Asturias y se llamaba Romero. Romero era hijo de un alcalde republicano fusilado tras la victoria de Franco, y para no sufrir la represión franquista, antes de que fueran a buscarlo a su casa para darle el mismo destino que su padre, se echó al monte. Fiel en sus convicciones familiares, reunió otra gente otra gente perseguida como él y formó una banda para mantener la resistencia antifascista. Durante más de una década pudieron vivir, escondiéndose por los montes de León y Asturias, protegidos por la gente de los pueblos que les daban comida y les alertaban de las patrullas que andaban buscándolos, mientras ellos, dando pequeños golpes, mantenían la lucha anti-franquista; hasta que una vez, la guardia civil dio con la amante de uno de la banda y después de violarla y someterla a todo tipo de vejaciones, consiguieron saber el paradero de la banda y tenderles una trampa, de la que apenas pudieron escapar con vida un puñado de hombres. Uno de ellos Romero, mal herido, consiguió huir a los montes de Galicia; y de nuevo, ocultándose de la justicia en el monte, conoció a los hermanos, Mateo y Martín, y volvió a dar múltiples robos, formando la banda que tenían ahora. Romero, mantenía orgulloso su nombre sin tomar ninguna prudencia en ocultarlo; y junto a los hermanos, estaba buscado y era perseguido con ahínco por la guardia civil, por criminal y por rojo.
Después de varios días dedicados a haraganear y a beber terminaron agotando los víveres que tenían y entonces no les quedaba más remedio que abandonar el refugio, donde estaban a salvo, para volver a sus fechorías.
Romero reunió a sus hombres y les dijo que partirían al día siguiente, antes de que amaneciese, para llegar antes del mediodía a la feria de Chantada. Después de deliberar entre ellos, pues todos querían salir del escondite para ir de tropelías, acordaron que solo quedase en el refugio uno de ellos y el nuevo; el abuelo permanecería en el puesto de vigía y Max se encargaría de un par de mulas que quedaban en el corral y que guardaban de repuesto.
mvf.
viernes, 9 de noviembre de 2018
la banda
-¡Vuélvete muy despacio sin hacer ninguna tontería!
Al oír esto, se dio la vuelta con las manos en alto y descubrió que tras él había un hombre montado a caballo, apuntándole con una escopeta de cartuchos.
- ¿ Que haces aquí ? - le preguntó el hombre.
Max, escondiendo parte de la verdad, empezó a contar como había caído al río y que se había perdido y vagado toda la noche por la ribera del río. Al final había cruzado por el puente de los caballos y andando por el camino empedrado había llegado hasta donde estaban ahora.
-¿Eres pescador?- le preguntó de nuevo el hombre sin dejar de apuntarle con la escopeta.
Max asintió con la cabeza, mintiendo, pues no quería contar nada de lo que había ocurrido la noche anterior en la que había matado a un hombre de una pedrada.
-¿Como puedo saber que dices la verdad ? - preguntó de nuevo el hombre, sin dejar de encañonarle con la escopeta, pero esta vez, al ver el nerviosismo de Max, sin esperar respuesta continuó - ya entiendo; tu tienes algo que ver con lo ocurrido anoche en la casa del puente del pueblo.
Entonces al verse descubierto, agotado por el cansancio y todo lo pasado durante la noche anterior, Max se vino abajo cayendo de rodillas al suelo, y desesperado contó todo lo que todo lo que le había sucedido, explicando entre sollozos que de ningún modo había pretendido matar a nadie.
Al terminar de contar la verdad se hizo el silencio y durante un tenso instante vio en el rostro meditabundo, del hombre que le encañonaba, que su vida pendía de un hilo pero finalmente este guardó su escopeta en la funda de cuero que llevaba en la montura del caballo; y le echó un brazo para que se cogiera a el; después de agarrarse, de un golpe lo subió a la grupa del caballo, sentándolo a sus espaldas; entonces el hombre encaminó el caballo hacia la espesura del bosque que había detenido a Max, y ante ellos se descubrió un estrecho sendero que estaba oculto entre la maleza, para cualquier persona que no supiese de su existencia. Lentamente comenzaron a ascender por el sendero, teniendo que cruzar en al algunos tramos entre las piedras que el agua había dejado descubiertas al caer torrencialmente. Al cabo de un buen rato, con la montura extenuada por el peso de los dos, llegaron al alto del monte, donde había oculta una vieja casa de piedra que en su día fuera usada por los pastores de cabras para pasar allí la noche; la casa tenía unos pequeños ventanucos y una puerta de madera y su tejado estaba cubierto con losas de piedras, y por lo inaccesible del lugar era idonea para albergar gente que buscaba esconderse.
El hombre metió dos dedos, de su mano, en la boca y dio dos largos silbidos.
Al oír la señal, se abrió la puerta de la casa piedra asomando un hombre que saludo al recién llegado, mostrando su sorpresa por su acompañante.
Cuando bajaron de la grupa del caballo, Max observó que desde lo más alto de los risco que rodeaban la casa, había otro hombre que había permanecido escondido hasta oír la señal, desde donde estaba podía ver la gente que subía por el camino y alertar a los de la casa antes de su llegada. Al ver allí los dos hombres que estaban vigilando el lugar, enseguida supuso que el sitio era el refugio de una banda de asaltadores de caminos y que en algún momento aparecería más gente.
A medía tarde el hombre que estaba subido en el risco hizo una señal desde donde estaba, advirtiendo que subía gente, y al cabo de un rato, aparecieron por donde habían llegado ellos por la mañana, cuatro jinetes que traían con ellos otros tres caballos más y comida: chorizos y pan de viaje que se suponía que habían sido de los propietarios de los caballos, que habían asaltado en alguna parte. Entre los recién llegados Max reconoció al gaitero que había encontrado durmiendo en la iglesia después del día de la procesión, y que le había enseñado el himno de Galicia. Pero este no hizo señal de conocerle.
Uno de ellos, un hombre bajito y nervioso, con el rostro lleno de surcos hechos por el sol y la tierra; que tenía un bigote negro y una mirada cenicienta que imponía pavor; preguntó, mirando a Max:
-¿Quien es este y que hace aquí?
El hombre que le había traído explicó que lo había encontrado cerca de la entrada del camino que conducía al escondite que tenía la banda, y repitió la historia que Max le había contado.
- ¿Y como sabemos si podemos fiarnos de él?- preguntó alguien que estaba más atrás.
- No le queda otro remedio o es amigo nuestro o de la guardia civil.
Después de oír esto, el hombre de la mirada cenicienta, que sin ninguna duda era el jefe de todos, dijo:
- Creo que este joven nos podría ayudar en nuestro trabajo
Al oír esto descabalgaron de sus monturas y todos dieron por bien llegado a Max. Entonces le entregaron las cinchas de sus monturas y de los animales que habían traído, para que los llevase a las caballerizas: un pequeño corral próximo a la casa, hecho con troncos de árboles de los alrededores, les límpiese el sudor de la jornada y les diera de comer.
mvf
jueves, 18 de octubre de 2018
La huida
Al oir los
gritos de las mujeres Max salió de
debajo del árbol donde estaba escondido, cerca de la casa, y echó a
correr en dirección al rio, ocultandose entre
la maleza próxima a la orilla para desde allí, sin riesgo de ser
descubierto, poder enterarse de lo
que pasaba en las inmediaciones de la casa. Cuando los gritos de las
mujeres se trasladaron a la carretera, pidiendo auxilio a quien
pudiera pasar a esas horas, salió de su escondite y amparado por la
obscuridad se alejó
corriendo.
-¿Dónde iría
ahora? - se dijo para si - al molino no podría regresar, allí sería el
primer lugar donde irían a buscarlo, si alguien sospechase, pues por
la mañana había estado preguntando en el pueblo por el paradero de
la joven.
Al
cabo de un buen rato, agotado por la carrera que
había echado huyendo del lugar, se detuvo sudoroso y jadeante, para recuperar la
respiración; tenía todo su cuerpo arañado pues
había escapado ocultandose entre
la
vegetación poblada de zarzas que había a lo largo del curso del rio, precaviendose de que cualquiera pudiera notar su presencia en la noche mientras huía.
La luna brillaba en la noche.
Su pecho subía
y bajaba para recuperar la respiración del esfuerzo que acababa
de realizar. Entonces
se dió cuenta de que a su alrededor todo había quedado en silencio
y pensó que el silencio podría deberse a que escondida en la
obscuridad, en medio de la noche, acechaba algún peligro: podría
ser una loba llena de rabía, porque sin saberlo se había acercado a
su madriguera y creyendo que su presencia era un peligro para los
lobeznos de su camada, estaba esperando el momento idoneo para
abalanzarse sobre él y protegerlos; también podría ser, se dijo acordandose que
en el molino había oido contar que en la ladera del monte, de este
lado del rio, aparecieran destrozadas y devorados sus panales
cargados de miel, de algunas colmenas de abejas, y que se achacaba la
culpa a algún oso hambriento que merodease por estos lugares; esta
fiera bien podría haber bajado a beber al rio, a estas horas de la
noche, y tras haberle descubierto, hambriento y furioso, estuviese esperando el momento
idoneo para atacarle. Con estos nefastos pensamientos,
acompañados por el fuerte
palpitar de su corazón
en el silencio de la noche, le entró el panico y volvió a echar a
correr de nuevo, tan desesperadamente que en su carrera resbaló
entre las zarzas y rodando con su cuerpo, acabó cayendo
al rio, perdiendo el petate donde llevaba su gaita.
Braceó
desesperademente dentro del agua durante un interminable instante en
que temió perder la vida allí ahogado, hasta que finalmente
consiguiò salir a flote y al asomar su
cabeza en el agua, iluminada por la luz de la Luna, pudo vislumbrar
una enorme roca que
sobresalía en medio del rio; viendo en ella su salvación decidió
echar a nadar en su dirección; consiguió subir a ella a
duras penas, y se quedó echado de espaldas, jadeante, tirado encima
de su duro suelo.
Cuando la Luna
trazó su arco sobre la boveda celeste y finalmente
desapareció tras la cima del
monte, la noche quedó más fria. Max tenía la ropa calada de agua y
sus dientes castañeaban de frio, pero aún así, rodeado por las
mansas aguas del rio, lejos
del alcance de cualquier alimaña, recuperó su serenidad
y decidió pasar
allí la noche hasta el amanecer.
Al día
siguiente, con la llegada de los primeros rayos de luz Max abandonó
la roca y a nado, regresó de nuevo a la orilla rio. Allí, se
desnudó para escurrir el agua de su ropa y con ella aún mojada se
volvió a vestir y continuó su fuga. Ya había perdido la noción de
donde estaba cuando dió con un viejo camino de tierra y piedras que
le llevó hasta el puente de los caballos: era un
puente de piedra lleno de maleza que solo conservaba sus dos arcos
desnudos y
que la gente había usado en otro tiempo para pasar con las
caballerizas de un lado al otro del rio.
Al cruzar al otro lado, continuó la senda del viejo camino de tierra y piedras,
vigilando a los lados por si tuviese que ocultarse para
evitar ser visto por alguna gente que podría sospechar algo al
cruzarse y verle con su ropa mojada.
Era
un camino
poco
frecuentado, pues la gente creía que por esta zona vivía
alguna bruja, o algún diablo, o
algun tipo de ser maligno que hacían que los viajeros que
osaban andar por este lugar desaparecieran
y nunca más se volviese a saber de ellos; el
camino le condujo a la entrada de una fraga, de dificil acceso por lo
cerrado de la espesura del bosque que aparecía frente a él, y al
verse obligado a detenerse sintío de repente un golpe en su hombro y
una voz grave y firme a sus espaldas:
-¡Alto.
Levanta las manos y no te muevas!
mvf.
martes, 11 de septiembre de 2018
Nueva historia de Marisé
* esta historia salió al blog sin permiso, siendo
todavía un borrador; la he completado rapidamente. y vuelto a
editar.
Es verano. La mañana del día está fresca y la luz brilla nueva en el cielo. La tarde seguramente será muy calurosa.
Salimos de casa, mi madre y yo. Vamos a hacer compras y después tomaremos un café en alguna terracita.
Caminamos juntas. La calle está llena de gente que viene, de no se sabe donde, para disfrutar unos días de vacaciones en el pueblo, con los suyos, y reencontrarse con las amistades de juventud.
Salimos de casa, mi madre y yo. Vamos a hacer compras y después tomaremos un café en alguna terracita.
Caminamos juntas. La calle está llena de gente que viene, de no se sabe donde, para disfrutar unos días de vacaciones en el pueblo, con los suyos, y reencontrarse con las amistades de juventud.
Nos paramos delante del escaparate de una tienda de ropa y de repente oímos que gritan detrás nuestra.
- ¡Dolores de
Marise!
Nos giramos para encontramos con unas amigas de mi madre. Son tres y
vienen vestidas con prendas ligeras para soportar el calor de la
mañana.
Una
de ellas, la más alta, gesticula y mueve sus brazos huesudos, para acercarse y envolver a mi madre con ellos. Después le estampa dos sonoros besos. Las otras dos, son primas de esta; quedan detrás de ella viendo como suelta a mi madre y se lanza a buscar otra victima.
- ¿Y esta? - pregunta mirando para mi.
Se hace un corro entre todas, y repiten besos las primas, a modo de saludo.
- No conocías a mi hija ?
-¿ Eres marise?
No me da tiempo a responder, ya han sonado dos besos en mis mejillas.
- Pues íbamos a
tomar un café - dice mi madre colapsada por la alegría- ¿Si queréis acompañarnos... ?
La fiesta está servida. Aceptan la invitación.
¡Hay, Dolores, te veo como siempre; no has cambiado nada!
Continua la conversación mientras comenzamos a andar.
Son las doce y
media y estamos tomando sentadas en una de las terrazas de las
cafeterías del centro.
- Con el tiempo se descubre que la pasión es una idiotez; lo importante son las cotidianidades que se crean y te acompañan siempre - decía la amiga soltera de mi madre -
Con la soltería se descubre la buena vida, lo que pasa, es que a las mujeres nos han adecuado con miedo a vivir libremente. ¡Ni que hubiera que ser un hombre para ser libre!
Risas
- Afortunadamente la naturaleza es muy sabía y ha inventado la menopausia para que descubramos, aunque tarde, que los hombres no sirven para nada, y si una se empecina en no ser descubridora, queda la viudez para bajar de la burra, por que el burro se murió; eso, sino es una muy cabezona para entenderlo y prefiere morirse antes que descubrir lo que te digo. Claro.
Nos reímos todas.
Mientras nos reíamos sentía el pensamiento que rondaba la cabeza de mi madre:
- Una hija sin casar.
una hija sin casar.
una hija sin casar...
- ¡Que suerte tiene tu, hija, de estar soltera!- salió su amiga en el momento oportuno - sin tener a nadie esperando que regrese a casa porque es inútil para `poner una lavadora.
Pensé en mi padre, que quedó en casa buscando la manga de la camisa.
- ¿Seguramente que has tenido muchos novios?
En ese momento me vino a la memoria...
Cogí el pocillo y me lo acerque a la boca como si fuera un escudo. Di un sonoro sorbo de café con leche, poniendo punto y aparte; y la amiga solterona calló, sorprendida.
Al ver lo ocurrido, mi madre lanzó una mirada, ladeando la cabeza, diciéndome que no quedara mal delante de sus amigas.
- ¿Y qué ? - le devolví la mirada, diciéndole - no iba entrar en mis años oscuros.
En las piedras del puente viejo, no se puede acerrojar un candado, pero entre sus huecos está escondido el candado secreto del primer amor de Marise.mvf.
jueves, 9 de agosto de 2018
La noche
Max
había regresado al molino con su madre y continuó encargandose de los trabajos habituales de
la molienda y las labores del campo, sin que entre los dos mediase
ninguna palabra sobre su escapada. Pero la madre sabía que su hijo
estaba despertando a la vida y aunque hubiera regresado al molino, de
un momento a otro, volvería a desaparecer.
No tardó en ocurrir lo que la madre fingía ignorar delante de su hijo y una mañana Max regresó al pueblo para enterarse de quien era la joven que había visto el día de la procesión y que se había adueñado de su pensamiento.
La joven se llamaba Laura y vivía a solas con su madre, en una de las casas a las afueras del pueblo, pues su padre había desaparecido sin dejar rastro cuando los republicanos habían perdido la guerra.
Trás enterarse del paradero de la joven Max estuvo merodeando por las inmediaciones del pueblo, esperando que anocheciera, y entonces se dirigió a la casa de la joven con la intención de tocar bajo su habitación y hacerla asomar a la ventana para volverla a ver.
La casa estaba próxima al rio y era una vivienda de dos plantas, de paredes blancas, encalada, con algunos desconchones por el que se entreveían las piedras de la construcción de sus muros. Tenía un balcón de madera, a lo largo de su fachada, desde donde se podía ver, después del cruzar el puente que había a doscientos metros de la casa, a la gente que pasaba por el camino para ir al pueblo, o la gente que pasaba de regreso para sus casas, en dirección al otro lado del rio; delante de la casa se erguía un viejo roble centenario que daba sombra durante el día a la vivienda, bajo el que se habían puesto dos bancos de madera y una pequeña mesa de piedra para merendar en las tardes de verano, próximo a ellos y pegado a los lados del portón que cerraba la entrada de la casa, tenían modesto jardincillo, que se veía cuidado con esmero, lleno de geranios y malvas reales. Por la parte de atras, la casa tenía una huerta donde se cultivaban hortalizas, y una finca con árboles frutales, que se extendía hasta alcanzar la orilla del rio.
Llegada la noche, amparandose en la obscuridad Max, se había acercado por la parte de atrás de la casa y escondido trás uno de los árboles cercanos a la a las ventanas de las habitaciones donde suponía que dormía la joven; para desde allí tocar la gaita y esperar que al oirle, la joven que le tenía hechizado, asomará a una de las ventanas de las habitaciones.
Cuando se apagaron las luces de la casa, Max sacó la gaita de su petate y cuando la Luna llena iluminaba la noche estrellada empezó a tocar una dulce melodía que había inventado mientras suspiraba por la joven.
No pasó inadvertido el embeleso de su gaita enamorada, tras sonar las primeras notas, y la ventana como había previsto se abrió al oirse la musica, pero en vez de asomar la joven, como esperaba, asomó la silueta negra, recortada en el fondo de luz de la habitación, de un hombre armado con una escopeta de perdigones, preguntando quien era el que entrada la noche tocaba en la oscuridad despertando a los de la casa.
Y dicho esto, sin mediar más palabra, el hombre disparó dos cartuchazos en la obscuridad para amedrentar a quien fuese que estaba tocando la gaita.
Al oir los tiros y los golpes que los perdigones dieron en las ramas de los árboles, por encima de su cabeza, Max se asustó e instintivamente cogió una piedra en el suelo, para defenderse, lanzandosela al hombre con tal buena puntería y mala fortuna que la piedra, después de volar en el aire, terminó dando de lleno contra la frente de este, produciendo un ruido sordo en ella. El hombre después de recibir la pedrada, se balanceo de pie unos instantes y finalmente su cuerpo cayó en el suelo de la habitación.
Al empezar a oirse los gritos que daban las mujeres en el interior de la casa Max supo que algo tragico había ocurrido y que le perseguiría la justicia por ello.
mvf
No tardó en ocurrir lo que la madre fingía ignorar delante de su hijo y una mañana Max regresó al pueblo para enterarse de quien era la joven que había visto el día de la procesión y que se había adueñado de su pensamiento.
La joven se llamaba Laura y vivía a solas con su madre, en una de las casas a las afueras del pueblo, pues su padre había desaparecido sin dejar rastro cuando los republicanos habían perdido la guerra.
Trás enterarse del paradero de la joven Max estuvo merodeando por las inmediaciones del pueblo, esperando que anocheciera, y entonces se dirigió a la casa de la joven con la intención de tocar bajo su habitación y hacerla asomar a la ventana para volverla a ver.
La casa estaba próxima al rio y era una vivienda de dos plantas, de paredes blancas, encalada, con algunos desconchones por el que se entreveían las piedras de la construcción de sus muros. Tenía un balcón de madera, a lo largo de su fachada, desde donde se podía ver, después del cruzar el puente que había a doscientos metros de la casa, a la gente que pasaba por el camino para ir al pueblo, o la gente que pasaba de regreso para sus casas, en dirección al otro lado del rio; delante de la casa se erguía un viejo roble centenario que daba sombra durante el día a la vivienda, bajo el que se habían puesto dos bancos de madera y una pequeña mesa de piedra para merendar en las tardes de verano, próximo a ellos y pegado a los lados del portón que cerraba la entrada de la casa, tenían modesto jardincillo, que se veía cuidado con esmero, lleno de geranios y malvas reales. Por la parte de atras, la casa tenía una huerta donde se cultivaban hortalizas, y una finca con árboles frutales, que se extendía hasta alcanzar la orilla del rio.
Llegada la noche, amparandose en la obscuridad Max, se había acercado por la parte de atrás de la casa y escondido trás uno de los árboles cercanos a la a las ventanas de las habitaciones donde suponía que dormía la joven; para desde allí tocar la gaita y esperar que al oirle, la joven que le tenía hechizado, asomará a una de las ventanas de las habitaciones.
Cuando se apagaron las luces de la casa, Max sacó la gaita de su petate y cuando la Luna llena iluminaba la noche estrellada empezó a tocar una dulce melodía que había inventado mientras suspiraba por la joven.
No pasó inadvertido el embeleso de su gaita enamorada, tras sonar las primeras notas, y la ventana como había previsto se abrió al oirse la musica, pero en vez de asomar la joven, como esperaba, asomó la silueta negra, recortada en el fondo de luz de la habitación, de un hombre armado con una escopeta de perdigones, preguntando quien era el que entrada la noche tocaba en la oscuridad despertando a los de la casa.
Y dicho esto, sin mediar más palabra, el hombre disparó dos cartuchazos en la obscuridad para amedrentar a quien fuese que estaba tocando la gaita.
Al oir los tiros y los golpes que los perdigones dieron en las ramas de los árboles, por encima de su cabeza, Max se asustó e instintivamente cogió una piedra en el suelo, para defenderse, lanzandosela al hombre con tal buena puntería y mala fortuna que la piedra, después de volar en el aire, terminó dando de lleno contra la frente de este, produciendo un ruido sordo en ella. El hombre después de recibir la pedrada, se balanceo de pie unos instantes y finalmente su cuerpo cayó en el suelo de la habitación.
Al empezar a oirse los gritos que daban las mujeres en el interior de la casa Max supo que algo tragico había ocurrido y que le perseguiría la justicia por ello.
mvf
viernes, 27 de julio de 2018
La resaca.
Después de
tocar en el campo de la iglesia, Max regresó con su amigo al lugar
donde había pasado la noche. Al llegar ya no encontraron a nadie,
hacía rato que los que habían quedado allí se habían despertado y
marchado; pero hasta donde estaban llegaba el ruido distante de alguien que golpeaba de manera ritmica en la corteza de un árbol, y como si fuera una
señal que les llamara se dirigieron en esa direcciòn. Tuvieron
que vadear el rio y a medida que se aproximaban al lugar de donde
provenían los golpes, les fue llegando un olor a carne asada, que recordó a sus estomagos lo vacios que estaban, y entonces empezaron a oir las voces
de sus compañeros. Cuando llegaron descubrieron que sus amigos
habían robado un cordero, como pago de sus servicios gratuitos por
haber amenizado con su presencia la fiesta del dia anterior; y
después de desollarlo y asarlo encima de las brasas de una hoguera,
lo estaban devorando avidamente. Y así que estos
les vieron llegar les alzaron una bota de vino en señal de amistad,
invitandoles a que comieran con ellos lo poco que quedaba.
El tamborilero, no se sabe si por que era hombre de poco apetito o por que se había
saciado, con
el remordimiento de los últimos balidos que diera el animal pidiendo socorro a su amo, al verse acorralado y próxima su muerte; repiqueteaba con sus
baquetas encima del tronco de un árbol, haciendo bailar con su ritmo los pies de los presentes
mientras estos comían y
bebían sentados en el suelo.
Al mediodía
ya no quedaba nada más que
comer del sacrificio que se habían regalado y antes de que algún
vecino del lugar viniese a preguntar por el paradero del cordero,
ofrendado al hambre que moraba permanentemente
en sus estomagos vacios, los musicos de los caminos se despidieron, dandose cita en
las próximas fiestas y ferias venideras que conocían, e invitando a Max a que
fuese a ellas para tocar juntos.
Al terminar cada uno marchó para su lugar.
Al terminar cada uno marchó para su lugar.
mvf.
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