lunes, 1 de julio de 2019

El final

Cuando se acercó al cuerpo tirado en el suelo de la cocina, la gata manchó sus pies con la sangre que había alrededor del muerto. Se detuvo y levantó una de sus patas delanteras, llevándola a la boca para lamerse y limpiarse; cuando descubrió lo dulce y golosa que era la sangre humana, continuó lamiendo la sangre que alrededor del muerto. Una vez saciada de sangre, ronroneando por su triunfo, la gata maulló un par de veces ante el asesino de sus hijos; después, de un saltó, se subió al alfeizar de la ventana de la cocina, y de ahí saltó fuera de la casa. 

El aire de la noche era fresco y el cielo negro brillaba con un color plateado.
Caminaba a la orilla de la carretera, empachada por el sabor de la sangre humana con la que terminaba de llenar su panza, y sin darse de cuenta del coche que se aproximaba a toda velocidad, la gata se metió en la carretera cruzando para el otro lado: seguramente tomó esa dirección para coger un sendero de los animales que bajaba al río.

El conductor trató de esquivar a la gata pero después de pasar por encima del animal, que reventó como un globo lleno que esparció su sangre en medio de la carretera; lo único que consiguió fue perder el control del vehículo; tras recorrer una decena de metros, dando eses sin control, terminó chocando brutalmente contra un viejo olmo, fuera de la carretera, y con el impacto del choque salió disparado de su asiento, rompiendo el parabrisas, quebrando su cuerpo mortalmente contra el árbol que terminaba de chocar.


A primera hora de la mañana, el panadero bajaba de su horno con la furgoneta llena del pan horneado por la noche, para hacer el reparto, y fue el primero que se encontró el coche accidentado. Se detuvo a unos metros del accidente y se acercó junto al coche destrozado contra el árbol; el cuerpo del conductor estaba tirado del otro lado de su coche, por lo que que no se podía ver desde la carretera; cuando el panadero descubrió al conductor muerto, regresó a la furgoneta, cogió el teléfono móvil que estaba en el salpicadero, encima de una libreta blanca donde llevaba la contabilidad de los panes que dejaba y que cobraba al fin de mes, y marcó el número de la policía. No tardaron en llegar. Después de enseñarles donde estaba el conductor muerto, esperó a que le tomasen declaración: el solo había encontrado el coche y descubierto el muerto; no había sido testigo del accidente ni sabía nada de lo ocurrido.
Después de terminar su declaración ya no le necesitaban. Apurado por el tiempo que había perdido, se despidió de los agentes para hacer su reparto; montó en su furgoneta y arrancó deteniéndose unos metros más adelante, frente a la casa de la ministra; bajó y se dirigió a la casa, pues había acordado, todos los días, a primera hora de la mañana, dejar dos bollitos y una barra pequeña; pero no estaba la bolsa de tela que le dejaban colgada en el pomo de la puerta, donde metía dentro el pan. Llamó al timbre y esperó; no respondió nadie a su llamada, y como había hecho otras veces se fue por la parte de atrás de la vivienda para mirar si había alguien levantado en la casa, a través de la ventana de la cocina; y desde fuera, descubrió al hijo de la ministra tirado en un charco de sangre en el suelo.

El panadero regresó al sitio del accidente, para contar a la policía su nuevo descubrimiento. En el lugar ya había llegado más gente: estaba la guardia civil de trafico y había parado también la furgoneta blanca de los hombres que arreglaban el tejado de la iglesia, y otras personas que se habían detenido a curiosear. 

Y así se conoció también lo ocurrido en la casa.
Ese día, con la conmoción que produjo esta historia se comió más tarde en el pueblo por que el panadero, tuvo que ir contando lo pasado en la casa de la ministra; dando detalles y señas de todo lo que sabía, y así el repartó del pan terminó pasadas las cinco de la tarde.


El domingo siguiente, las zarzas, las decanas del pueblo, se sentaron un poco antes en el banco del crucero de la iglesia a la hora de la misa y dijeron que esto se pudo haber evitado si la hija de la bruja, que era la que estaba viviendo de alquiler en la casa de la ministra, se hubiera acordado de llevar con ella la gata negra cuando se mudó para la casa que compró al final del pueblo.

 mvf.


lunes, 24 de junio de 2019

la noche

Regresó a la cama pero a pesar de su cansancio continuaba tirado encima de las sabanas, con los ojos cerrados y sudoroso, sin poder dormir.
La niebla obscura había vuelto y con ella regresó el zumbido de la mosca, dando vueltas dentro de la obscuridad. Quería huir, pero sus manos no podían moverse, ni sus piernas correr para alejarse. Ese desasosiego de no poder escapar le perturbaba, le lastima y le  producía cada vez más dolor mientras sentía como se ahogaba en el interior de la obscuridad.
Abrió los parpados para conseguir escapar; por la ventana de la habitación entraba una luz mortecina del exterior; sus ojos estaban vidriosos. llenos de venillas hinchadas. 
Se irguió de la cama y salió de la habitación. Fue a la cocina. Allí buscó un cuchillo. El de filetear la carne asada le pareció más apropiado, lo cogió y salió de la cocina, con el en la mano.
Cuando entró en la habitación, su madre roncaba, semidestapada. Le tapó la boca antes de  darle la primera cuchillada; odiaba que le estuviera besando continuamente. Sus ojos se abrieron sorprendidos sin poder decir palabra; solo podía ver como subía y bajaba el cuchillo que tenía su hijo en la mano, y sentir el dolor de las heridas que le iba abriendo en su pecho.
 En la habitación de su hermana repitió la misma operación, pero esta vez usó una almohada para taparle la cara y no ver la mirada de estupor de sus ojos al recibir las primeras cuchilladas. 
Esta vez todo fue más rápido y al terminar se sentó en la cama, a su lado, hasta que el cuerpo de su hermana se enfrió.
Regresó a la cocina manchado de sangre. Tiró el cuchillo al pilón del fregadero y abrió el grifo. Un chorro de agua cayó sobre sus manos arrastrando la sangre por el desagüé. Cuando el color rojo desapareció, cerró el grifo y se secó las manos con el trapo de la cocina.
 Quería tomar un vaso de leche, pero al ir a abrir la puerta de la nevera, la gata se cruzó entre sus piernas haciéndole caer. No sabía de donde había aparecido.
 Trató de echar las manos hacía delante para frenar su caída, pero solo vió con sus ojos como iba contra la mesa la la cocina. No pudo evitar el golpe que su frente dio contra la esquina de la mesa.
Cuando recuperó el conocimiento estaba tirado en el suelo, sin poder moverse. La sangre manaba a borbotones por la herida de su cabeza. Intentó levantarse, pero no podía mover sus manos; ni sus piernas le respondían. Sus ojos estaban abiertos pero la niebla obscura regresó igual, y con ella el zumbido que le había estado enloqueciendo, dando vueltas dentro de su cabeza, pero se fue muriendo poco a poco hasta poderse oír únicamente el débil latido de su corazón que se ahogó en la obscuridad.
Todo quedó en silencio.



mvf




martes, 18 de junio de 2019

la corriente del rio

Al terminar, la madre se levantó de la mesa y fue a besar a su hijo en la cabeza, como despedida de buenas noches. Mientras tanto, la hermana continuaba sentada al lado de él, sin decir palabra entre los dos, viendo la tele que había encima del frigorífico.
Pasado un tiempo también ella se levantó.
- Hasta mañana. Cuando te vayas deja recogida la mesa

Sobre la mesa quedaba una botella de cerveza y las mondas de un peladillo que acababa de comer.

- No tardes mucho en ir a acostarte - fue su despedida antes de abandonar la cocina.
Continuó un rato más frente al televisor; cogió la cerveza y tomó un trago. Por lo general se acostaba más tarde estuviese la televisión encendida o apagada.
A veces daba vueltas alrededor de la mesa de la cocina, una mesa de nogal, donde se sentaban los tres para hacer juntos todas las comidas del día.
Cuando decidió irse para la cama, su hermana y su madre ya hacía rato que estaban dormidas.
Entró en la habitación, se quitó el albornoz que llevaba puesto y se tiró encima de la cama.
Era media noche y apenas había algún movimiento en el exterior: algún coche solitario que pasaba de vez en cuando y una hoja de periódico que arrastró el viento hasta que se detuvo, abrazando con su pequeño cuerpo, el pie del tronco de un árbol próximo a la carretera.
Llevaba más de una hora intentando dormirse pero un zumbido había aparecido poco a poco, era como si una mosca volase dando vueltas en el interior de su cabeza, impidiendole conciliar el sueño.

Decidió levantarse de la cama y empezó a dar vueltas por la habitación.
Acercó su cabeza al cristal de la ventana cerrada y miró para el exterior; la negrura de la calle estaba escasamente iluminaba por una farola de forja.
Recordó los gatitos del río.
A primera hora de la mañana, en el desayuno, su madre y su hermana le dijeron que había que hacer algo con los gatos del garaje. Eso fue todo. Cuando regresó para su habitación; se vistió para dar el paseo por el camino del río. Desde que vinieron de la Coruña había empezado a hacer el mismo recorrido todos los dias, una vez por la mañana y otra vez por la tarde; al salir de casa empezaba a caminar hasta llegar al camino del río, después continuaba, cruzaba un puente y seguía por el camino ascendente, hasta llegar a una pequeña fuente de agua, que por lo general estaba seca desde los meses de verano.  Luego daba la vuelta de regreso. Pero hoy, antes de salir, fue primero al garaje, llevando una bolsa de plástico, para coger los gatitos que la gata había dejado escondidos. Estaban detrás de unas cajas de cartón, en las que habían traído sus pertenencias de la Coruña.
Eran siete. Los fue metiendo uno a uno en la bolsa de plástico. Tenían aún sus ojos cerrados y apenas protestaron con débiles maullidos.
Salió de la casa con la bolsa en la mano y empezó a caminar. Al llegar a la altura del puente del río se acercó a la barandilla de madera y dejó caer la bolsa al agua.
Flotó mientras se iba hundiendo como una extraña embarcación de plástico que naufragaba, arrastrada por la pequeña corriente del río, hasta que los gatitos se ahogaron.

mvf



jueves, 6 de junio de 2019

los regresados

Regresaron la primera semana de octubre, en un turismo azul cargado de maletas.
 - ¡Por fin llegamos! - exclamó la hija cuando se detuvieron delante de la casa de la ministra, habían tenido que dar varios rodeos para llegar.
Bajaron del coche.
-¡Hija, la casa está como siempre!- exclamó la madre. 
El hijo abrió el maletero para sacar un par de pesadas maletas y siguió detrás de su madre y su hermana, que caminaban en dirección a la casa. 
Al abrir la vieja puerta de la entrada un aire gélido les dió en la cara. 
- ¡Lo primero, abrir todas las ventanas para que se airee la casa! - dijo la hija, sorprendida por el olor rancio y mohoso, de la corriente de aire, que acababa de recibir.

Al día siguiente llegó un camión cargado de muebles viejos, y dos hombres fornidos, que pasaron todo el día descargando y metiendo los muebles dentro de la casa, dejaron enterados a los  curiosos que tanto ajetreo era debido a que los nuevos vecinos venían de la Coruña y eran del pueblo; y habían regresado para quedarse.
Al cabo de unos dias , el panadero, en el reparto, dijo que le habían pedido que dejara pan en casa de la ministra, y se había enterado que los de la Coruña eran familia de la ministra, y habían regresado para vivir en el pueblo, al marchar la inquilina que vivía en ella y quedar libre la casa.
Resumiendo: la madre de los regresados era hija de la ministra, "el mote le venía a la familia, porque la ministra había sido sirvienta en la casa del cura, donde se encargaba de los conejos y las ovejas de la rectoral; y alguien había comentado que todo iba muy bien hasta que llegado un tiempo, para evitar habladurías, el cabeza de familia de la parroquia había tenido que deshacerse de la gobernantaduría* de la rectoral abriendo una mercería en la Coruña. 
La hija de la ministra había sido la última regenta del negocio puesto por su tío abuelo, y al haberse jubilado traspasó la mercería y decidieron venirse a vivir para el pueblo; porque la hija de la bruja, que les tenía la casa de la ministra alquilada, se había mudado a la casa nueva, que había comprado. 

Las zarzas se fueron toda una tarde, para estar sentadas en el banco del cruce que está al lado del puente; porque después de su llegada se vió pasear por allí, con las manos cogidas por detrás de la espalda y la cabeza gacha cejijunto, el hijo, osea el nieto de la ministra, y aunque pasó varias veces por delante de donde estaban ellas, sin pararse para hablar ni saludar a las decanas de la región, las zarzas confirmaron que este tenía la misma nariz y un peculiar andar, ladeando su cadera a los lados, idéntico al andar del antiguo cura del pueblo; aunque se veía que le faltaba un soplo.



continuara.

No rae. La uso como trajimaneje o trapicheo que desgobierna.






viernes, 12 de abril de 2019

La reunión en el sotano

 * se modificó la entrada anterior y se continua con el añadido

Al ver aparecer Romero todos pusieron cara de satisfacción pues sabían que era el de más fiar. Romero se daría muerte antes que dejarse coger para ser torturado y morir en el garrote vil por sus multiples crimenes. Y que mataría a cualquiera de ellos que se fuera de la lengua o supusiera un peligro, para él o para los demás.
Con su aparición todos callaron pues era el último que faltaba para dar comienzo la reunión; entonces, asomó un hombre que hasta ahora había estado escondido en la obscuridad, escuchando a los presentes sin dejarse ver.

-¿Para que nos has reunido?- preguntó uno de los asistentes

-Os he hecho reunir a todos para saber cuantos seguís en la lucha, y daros un mensaje que traigo de Francia- respondió el hombre.

-Estamos todos, menos el herrero; hace un mes lo detuvieron y lo mataron, torturándolo en el cuartelillo.

-¿Hablaría antes de morir?

- Lo que podía contar se lo llevó con él al otro mundo; si hubiese hablado, nosotros no estaríamos aquí.

-¿Y su familia ?

- A su familia le han confiscado todas sus propiedades y después los han echado del pueblo como indeseables. La herrería se la han dado a un hombre que trabajó en la fabrica de armas de la Coruña; pertenece al sindicato vertical del metal y odia a los comunistas.

- El herrero no era comunista- habló uno de los ferroviarios - el herrero era tan camarada como tu y como yo; además, un tío suyo murió en el levantamiento, cuando los anarquistas nos movilizamos contra el gobierno socialista y los republicanos.
- Bueno, señores, por favor- dijo alguien devolviendo-le la palabra al viajero.

- Como ya sabéis, los rusos han entrado en Berlin y Hitler a muerto, el ejercito aliado ha vencido a los alemanes; – dijo el hombre a los presentes que asintieron, con signos de satisfacción, a sus palabras. - El gobierno está ahora en Francia y ordenan que esperéis, sin haceros notar; se están organizando y pronto vendrán a ayudarnos.

No! - exclamó uno de los presentes - no podemos quedarnos quietos; ahora más que nunca debemos hacer que todos sepan que la lucha contra el fascismo se mantiene viva en España, de lo contrario se olvidaran de nosotros enseguida.

- El mensaje de Francia es claro, para vosotros y para los maquis: tenéis que permanecer quietos, sin hacer nada, hasta recibir nuevas instrucciones.

Esperó hasta obtener respuesta de sus palabras.
Aunque algunos no estaban de acuerdo todos los presentes asintieron.

Después continuó - como sabéis nadie puede saber que he estado aquí; mañana continuare mi viaje en el tren expreso de la Coruña, para hablar con los compañeros de los astilleros y darle las últimas consignas que vienen de Irún. Si quedase más tiempo levantaría sospechas.
 Y con esto terminó la reunión.
 Los asistentes se despidieron y fueron saliendo de la bodega por el patio de atrás de la casa, y de allí, amparados por la obscuridad, escaparon por las huertas de regreso a sus casas.

Al día siguiente, Romero salió a primera hora de la mañana de la pensión; quería comprar tabaco en el estanco de la estación; picadura y papel de liar para sus compañeros, antes de marchar. Iba distraído, caminando por la calle, pensando en la reunión que había tenido la noche anterior, cuando dos hombres montados en bicicleta, se acercaron dos ciclistas por detrás y al llegar a su altura bajaron de sus bicicletas y lo empujaron con ellas acorralándolo contra la pared.

Romero se echó la mano al bolsillo y quitó su navaja, haciéndola cantar al abrirse, en señal de que sabía defenderse, pero uno de los hombres le dijo: 

- guarda eso, tenemos un recado para ti.
- No podemos quedarnos quietos, tenemos que volar la estación. así se enteraran todos de que aquí no nos hemos rendido, sino no harán nada por nosotros, y los sacrificios de todos los compañeros muertos estos últimos ocho años de lucha contra Franco habrán sido inútiles.

Romero se atusó el bigote. y después de responderlas con una sonrisa dijo:

- La estación está muy vigilada y a cualquier sospechoso que se aparte de los andenes y ande por las vías, lo detienen para cachearlo.

- Podemos poner una bomba en los talleres o en los areneros, los depósitos del agua de las locomotoras de vapor; allí es más fácil y no tendrían agua las locomotoras de vapor para repostar.

- Y si la hacemos explotar cuando coincidan varios trenes de viajeros la noticia se trasladará rápidamente a todas partes de España – dijo el compañero.
Romero, no tardó en responder que estaba de acuerdo y que él se encargaría de volar los depósitos, cuando fuera el mejor momento, siempre y cuando le facilitasen los explosivos.
 - Nosotros te conseguiremos la dinamita - le respondieron - pero ahora no te podemos decir nada más- y después de decir esto, los dos hombres montaron en sus bicis y continuaron su camino.

 mvf.


sábado, 30 de marzo de 2019

El sotano


Después de jugar varias manos, en la partida se oyó un griterio que provenía del exterior. Los jugadores se miraron entre ellos preguntandose que podría estar ocurriendo fuera; entonces se levantó uno de los más veteranos de las partidas clandestinas que se hacían en el bar y después de advertir a sus compañeros de que se mantuviesen en silencio, poniendo su dedo delante de la boca con los labios apretados, salió con precaución de donde estaban a mirar que pasaba. Al cabo de un rato regresó acompañado con el camarero, quien les dijo que podían seguir jugando tranquilamente, porque los gritos que escucharon solo eran los guardas jurados del ferrocarril, que habían echado a la calle a los vagabundos que dormían en los bancos del vestibulo de la estación.
La partida continuó. 
Llegada las dos de la noche, como era costumbre para terminar, esperaron a la última mano que ganase el dinero que había en la mesa en ese momento; ganada la mano y recogido el dinero, fueron saliendo uno a uno del reservado, dirigiendose al mostrador para pagar al camarero las bebidas que habían consumido mientras jugaban, y según iban pagando marchaban sin hacer ruido.
 Romero era un habil jugador de las cartas y aunque sabía muchas triquiñuelas para desplumar al más pintado, se dejó perder dos pesetas para no levantar sospechas; pero en vez de seguir a sus compañeros de partida y marchar también, se quedó en la cafetería acompañando al camarero en el cierre del local.
El camarero recogió las sillas, que fue dejando por encima de las mesas, y después de barrer asomó la cabeza a la calle para ver que no había nadie; entonces cerró la puerta y apagó luz. Y sin mediar palabra condujo a Romero al sotano de la casa donde esperaban los otros asistentes a la reunión clandestina que, extremando todas las precauciones y sin que ninguno se hubiera visto, habían ido llegando para encontrarse todos en el lugar en que tendría la reunión.
Un quinque de petroleo iluminaba excasamente la negrura del sotano. Tenía el suelo de tierra humeda y hacía las veces de bodega y de almacen.
Había tres cubas de roble, una pequeña mesa de pino, algunas cajas de bebidas y un viejo banco que algunos de los asistentes utilizaban mientras esperaban a que llegasen todos para  dar comienzo la reunión. Al llegar Romero se levantaron para saludarle y darle la mano.
Asistían a la reunión algunos obreros de las industrías de Monforte de aquella epoca, porque además de ser un nucleo ferroviario, tenía importantes fabricas de calzado; un hombre de pelo blanco, de apariencia discreta, era comerciante y tenía varios negocios en el pueblo. Entre los asistentes también estaban los dos ferroviarios que hablaban en la esquina del bar, cuando Romero llegó al bar; los ferroviarios trabajaban en los talleres del ferrocarril.  
Algunos estaban allí por sus ideas politicas, pero otros estaban allí para tomarse venganza por el asesinato de algún familiar próximo por la justicia franquista, amigos o seres queridos detenidos por la policía y de los que nunca se supo nada más; aún hoy, sabiendo quienes tienen propiedades que fueron usurpadas a familias inocentes en aquella epoca, nadie les ha pedido reparación. 
  Al ver aparecer a Romero, todos sonrieron con satisfacción pues sabían que era el de más fiar. Romero se daría muerte antes que dejarse coger para ser toruturado y morir en el garrote vil por sus multiples crimenes. Y que mataría a cualquiera de ellos que se fuera de la lengua o supusiera un peligro para él o para los demás.

 
mvf.

miércoles, 30 de enero de 2019

La cita en Monforte

Durante un tiempo la banda estuvo sin efectuar ningún robo, por que así simulaban que lo acontecido en la fería de Chantada, era cosa ocasional de gente transeunte y no de unos bandidos que tuvieran su paradero en la zona.
Al aproximarse la fecha de la reunión en Monforte, Romero decidió ir a la cita acompañado de Max, como tio y sobrino, para no levantar sospechas.
Max estaba sentado cerca de la  fuente de la explanada del colegio de la compañía, en un jardincillo rodeado de  mirtos, donde había unos bancos a la sombra para esperar, mientras abrevaban las caballerizas.  Mientras tanto Romero había ido al bar de la parada de los autobuses en busqueda de noticias o cotilleos, que podía conseguir de la gente que hacían las rutas de la zona. Era viernes y en el bar había soldados de la tropa acuartelada en Monforte, que esperaban los autobuses para marchar de permiso y mientras esperaban para ir a sus casas, bebían copas de aguardiente de orujo o de caña y se les aflojaba la lengua contando las azañas que realizaban durante su servicio en el cuartel; hablando con bravuconería de las batidas que hacían en búsqueda de bandidos o de los rojos perseguidos por la justicia por ser enemigos del régimen. Y así, con el oído fino, se enteró de que se habían mandado doblar las patrullas en los puestos de Sober, Escairon y Ferreria, pueblos del partido judicial de Monforte, y de que la guardía civil estaba alertada, porque  los hermanos de Vimianzo habían sido vistos merodeando el ultramarinos de Chantada y que era cierto de que al menor movimiento que se detectase se les daría caza, vivos o muertos.
Cuando Romero regresó, desataron los caballos y echaron a caminar a pie al lado de sus monturas, hasta llegar al puente de hierro del rio Cabe; allí, sin cruzar el rio, montaron en sus caballos y siguieron por el camino de tierra, que pasaba por las huertas que bordeaban la ribera del Cabe en dirección al puente de piedra, donde espolearon sus caballos y continuaron al trote por el malecón del rio, hacia la estación del ferrocarril, para buscar una pensión y pasar la noche en Monforte.
Se alojaron cerca de la estación, en una pensión llamada la ferroviaria regentada por la viuda de un maquinista de locomotoras. Con frecuencia la señora hospedaba viajeros o trabajadores de los trenes que hacían la ruta de la meseta, y que pedían alojamiento para recuperarse del cansancio del viaje y regresar al día siguiente con la maquina para el destino del que habían partido, pues con frecuencia hacían rutas que les llevaba más de medio día llegar hasta Monforte.
La señora, confiada en que Romero y Max eran tio y sobrino, como se habían presentado, les dió alojamiento sin pedir más explicaciones y después de acompañarles a su habitación, los dos  pasaron el resto de la tarde sin salir de la pensión.
La habitación tenía dos camas cubiertas cada una con un edredon de ganchillo de color beis.
Era una habitación soleada, con un pequeño balcón en el que había varios tiestos repletos de geranios, cargados de flores, que colgaban a la calle con su vistoso color rojo, por una barandilla de hierro forjado.
 A la derecha de la puerta, por la que se salía al balcón, había un mueble de castaño, que tenía un espejo y un lavabo, con una toalla colgada a uno de sus lados, cerca, en una banqueta, reposaba una jarra, que contenía el agua para lavarse; del otro lado de la salida al balcon, había en la pared el cuadro de unas flores y un pequeño armario que servía para colgar la ropa en su interior y guardar en el las pertenencias pequeñas con las que se hubiera podido venir.
 Al llegar la noche les sorprendieron los golpes de unos nudillos que golpeaba en la puerta de la habitación; no tardaron en abrir tomando precauciones: era la señora de la pensión que les llamaba para bajaran a cenar todos juntos en el comedor. 
 El comedor tenía una mesa grande, alargada, en la que cambían doce personas, aunque la pensión rara vez alojaba más de seis huespedes, y un chinero en el que se podía  ver a traves del cristal de sus puertas, la loza, algunos tarros con galletas y la porcelana blanca del café; en sus cajones se guardaba la cuberteria y los manteleles de la mesa. De la viga del techo colgaba una lampara de seis brazos con bombillas de vela que daban una luz mortecina que subía y bajaba a veces.

 Cuando se presentaron para cenar en el comedor, la señora de la pensión les invitó a sentarse junto a un matrimonio de Quiroga, que había venido a arreglar las propiedades de unas tierras y se habían alojado en la pensión por que no habían podido coger el tren para San Clodio, en dirección a Ponferrada, y de allí regresar a su casa. Tras unas presentaciones, la viuda hizó sonar una campanilla y apareció la criada, una joven del caurel, que había venido a trabajar a Monforte para ayudar con un escaso sueldo que ganaba en la pensión, a su familia. La joven sin parar de ir y volver a la cocina, donde también era la cocinera, les sirvió la cena consistente en una sopa de gallina, y una tortilla de patatas con chorizo, acompañada de vino abundante.
Al terminar de cenar, para evitar así el irse de la lengua o decir algo indebido durante la tertulia y levantar sospechas innecesarias, estuvieron lo justo para despedirse de la dueña de la pensión y el matrimonio hospedado, alegando el cansancio del viaje que habían hecho, para regresar a la habitación. Llegadas las once de la noche Romero le dijo a Max que iba salir y que durante su ausencia si oyese disparos en los alrededores o algún ruido extraño de gentes que viniese a la pensión, escapase con la mayor rapidez; y después de recoger los caballos, se alejase del lugar, en dirección a Lugo, hasta llegar a Ribasaltas, donde encontraría un puente por el que cruza el ferrocarril el rio, y que allí, debajo del puente del tren, sin dejarse notar, le esperase hasta el amanecer.

mvf.