lunes, 24 de marzo de 2014

Mejor dejalo correr, Marise.

Marise y sus amigos: Thelma y Quasimodo, están tumbados encima de la arena, descansando en la playa después de correr al lado de las olas, mojando sus pies en el agua del mar,. Detras de ellos, alejandose de la playa se oye ruido y gritos. Es la fiesta de los callos, que hacen en el pueblo, acompañados de pan, cazuela y vino, y a la que asisten todos los vecinos desde siempre sin saber ya el origen de dicha fiesta.

 Los tres niños, terminaron de vaciar sus cazuelas rebosantes de callos y con permiso de sus padres escaparon a la playa a jugar.

 El viento sacude la arena de las dunas por encima de ellos. 

Los niños, con sus pies descalzos y mojados, y sus pechos aún jadeantes de correr persiguiéndose, agotados, se han tirado a descansar sobre la arena de la playa. Ahora miran en silencio las estrellas, llenando sus ojos con la inmensidad del firmamento.

 Al fondo se oye el ruido de las olas.
Marise aspira hondamente el aire fresco de la noche y dice:
- Yo cuando sea mayor quiero ser cocinera.
Sus amigos al oir esto rompen a reír.
Quasimodo - Marise, yo no te contrataría como cocinera
Thelma - ¿Así tan grande que eres y con lo que te gusta comer, quien te iba contratar como cocinera?
Marise: - Las apariencias engañan mucho, yo apenas como nada.
 - ¡ Si y estas adelgazando siempre!- responden al unísono sus amigos.


Quasimodo - Se ve bien como te gusta comer. Marise, no digas tonterias. 

Thelma - Comer nada no engorda, lo que engorda es que comes mucho de todo lo demás.
Vuelve el silencio. El aire, arrastrando arena de la playa, deja caer unos granos encima de los ojos de Thelma y esta se restriega los ojos para sacárselos.

Marise - Podría ser peluquera
Quasimodo- ¡Menudas tijeras tendrías que usar con las manos tan grandes que tienes!¡ La del pescado!
Thelma - ¿Y quien se iba a poner en tus manos ?. Yo porque te conozco; pero aún así da miedo tan solo pensar en verte abriendo y cerrando en alto las hojas de las tijeras en el aire.

Se ríen  haciéndose burlas entre ellos. 

Regresa el silencio de nuevo.

Bajo el tintinear del brillo de las estrellas parece solo existir el ruido de las olas del mar yendo a morir sobre la arena de la playa. 

Acompañando el ruido de las olas, gira el haz luminoso de un faro  desde una de las puntas donde termina la playa.  Del extremo contrario la playa termina en un riachuelo, que ahora con la marea baja, hace en su desembocadura un profundo surco en la arena.

Marise - Podía ser camarera.
Thelma - Marise, cuantos iban a caber contigo dentro del bar. Con tu tamaño, no podrían caber dos dentro de la barra; para moverse de un lado a otro habría que pasar por encima tuya.
Quasimodo – Claro, y para atender los clientes tropezarías con las mesas, tirando todas las cosas. 
Thelma - Y si te agachabas para recoger algo caido seguro que al levantarte le metías el codo en el ojo de algún cliente sentado en una mesa.

Marise parece rendirse en un largo silencio.


Quasimodo - Podrías jugar a fútbol, eso si que se te da bien.
Marise - Yo a fútbol solo juego para defenderme de los mocosos que se meten conmigo en el recreo. Como no les podía pegar, porque asi que me acercaba a alguno se ponía a chillar para llamar la atención de los profesores y que me riñesen, se me ocurrió jugar a fútbol y darles una patada en las canillas a uno o hacerle la zancadilla a otro, o una colleja a cualquiera de ellos, ajustando las cuentas sin llamar la atención.
Quasimodo - Pero tienes que reconocer, que por que eres una castigadora todo el mundo te disputa para juegues con ellos.
Marise - No, eso no me gusta. Además hay mucha discriminación con las chicas en el fútbol. No me veo yo ahi.
Thelma - Podías ser contrabandista como toda tu familia.
Quasimodo, riéndose  - Y les hundes el barco a  los guardacostas mientras tus tíos descargan los cartones de tabaco de la chalana.

Se hace el silencio mientras miran para el cielo. Durante un tiempo pierden su vista entre las estrellas; tal vez pensando que entre ellas se pueda esconder algo de lo que el destino depara a cada uno.


Thelma - Mi padre dice que el tiempo tiene solución para todo.

Marise, pregunta pensativa.- ¿Quieres decir que con el tiempo habrá un lugar en el mundo para mi?
Thelma - No Marise, quiero decir que con el tiempo el mundo tal vez se acostumbre al poco espacio que le dejas.

A lo lejos, detrás de donde están  ellos, se oyen voces que los llaman,  sus padres, que vuelvan para regresar a casa.
Los niños se levantan, sacuden la arena de sus ropas, y después de calzarse echan a correr en dirección a las voces.

Mejor déjalo correr, Marise.



martes, 11 de marzo de 2014

la indiana Abelarda






 Los indianos solo eran unos pocos que lograban hacer fortuna y conseguían regresar, de los muchos que marcharon a la emigración. Cuando llegaban a su tierras venían haciendo casas que parecían palacios  o restaurando Pazos y haciéndose con títulos de algo, y hacían escuelas o iglesias para que les recordasen sus vecinos. Todo ello engañaba a los paisanos que veían en le emigración una salida a sus miserias, cuando los más pasaban penurias incluso mayores que las que les habían obligado a marchar. Esos hombre que aparecían en las fiestas de su pueblos, para que todos los viesen, con americana y camisa y sombrero blanco, y fumando enormes habanos, molestaban especialmente a la sociedad rural de los cincuenta, poseedoras de las tierras, por su carácter trasgresor de la inmovilidad de las clases sociales en la Galicia de los cincuenta, y por las ideas que traían de América.
  En los años cincuenta la mujer no tenía vida propia y su existencia solo podía estar relacionada con la casa paterna, la casa del esposo, o la casa de su hermano mayor, heredero de todo, en la que viviría a voluntad de él en caso de quedar soltera, o en el convento;  y cuando Abelarda, recién llegada de las américas   entró en la casa que le había dejado en herencia la esposa de don Agustín,  y se asomó desde ella para ver la plaza del pueblo con su hijo causó un gran revuelo y todo tipo de comentarios, y fue vista como si el diablo en forma de mujer hubiera decidido tomar su morada en el pueblo,
 La gente era desconocedora de su matrimonio con un criollo, lo que podría servir para callar las habladurias, y para alguna vez que alguna boca abusando de su confianza tuvo ocasión de preguntarle por el padre del Sisa; Abelarda, sin ir más lejos, le acalló respondiendole que el padre del sisa había muerto en las minas del Callao, en Venezuela.
  La noticia de la llegada de Abelarda corrió como un río desbocado, y se puso en boca, y fue tratada de ser cortejada por todos los jóvenes apuestos de la comarca, que en su insensatez, soñaban con una boda como la manera fácil de hacerse con fortuna.
Así que de la noche a la mañana la plaza del pueblo empezó a ser frecuentada por el gentío durante el día y por la noche se reunía la gente y hasta un bar que había en la plaza mayor, que tuvo siempre escasa clientela, puso terraza para que se sentara fuera la que gente venía con sombreros blancos y fumando cigarrillos mentolados, imitando a los indianos o a los jóvenes de la capital, mientras hablaban unos y otros del dinero que se hacía en las américas ; y como allí las mujeres eran libres y hasta podían vivir como los hombres si se hacían ricas.
 Entonces los cabezas de las familias pudientes de la comarca se reunieron en la casa de Don Sebastián para pedirle que interviniese, por que una forma u otra tenían que poner remedio a la situación.


 mvf.