lunes, 4 de noviembre de 2019

El rescate - Final - 6melquiades

Cuando se aproximaban a la altura de la casa del herrero, el veterinario creyó que melquiades le llevaba a a la casa de sus amos; entonces adelantó al perro y paró con la moto delante de la casa, y después de aparcar frente a ella fue a llamar a la puerta para enterarse de lo que podía haber ocurrido. Pero antes de que pulsase el timbre, el perro, que venía corriendo detras de él, se interpuso ante la puerta impidiendo que lo hiciese No era allí donde tenían que ir y además no podía despertar a sus amos, que lo podían dejar sin volver a salir.

- ¿Pero este perro que rayos querrá?

Estaba claro, el animal le llevaba a alguna parte pero no era a la casa del herrero. No tenía más remedio que seguir tras el para ver a donde quería conducirle.

Ahora iban más aprisa. El perro delante y el veterinario, en su moto, detrás. Finalmente llegaron a la finca de la campanera. Allí, melquiades se puso al lado de la valla, mostrando al veterinario por donde tenía que pasar; tendrían que continuar a pie por el otro lado. El veterinario cogió el bolso de cuero con las herramientas medicas de su oficio, y separando los alambres de espino de la valla pasó para el interior, sin preocuparle invadir la propiedad de la campanera, a altas horas de la noche, convencido de que algo grave debía estar ocurriendo dentro. 

Cuando llegaron al gallinero y vío al zorro, en la extraña posición en que había quedado atascado después haber estado forcejando por el hueco por el que pretendía salir, el veterinario abrió sus ojos sorprendido; entendiendo en ese mismo momento por que le habían ido a buscar.

- Desde luego, el perro del herrero era un animal de sorpresas.

Posó su bolso en el suelo y se aproximó con cautela, no fuera que recibiera una dentellada en la mano; pero el zorro comprendía bien que estaba allí para sacarle del apuro y, sin hacer ningún movimiento, dejó que el hombre se acercase a el e inspeccionase el agujero en el que había quedado atascado.

Tras varias intentos, haciendo palanca con un palo en una de las tablas de la pared del gallinero, el veterinario consiguió que esta cediera y sacar al zorro de su prisión, tirando de el, de una de las patas, sin que este recibiera ningún daño.

Sin echarse a escapar inmediatamente, el zorro, animal salvaje y huidizo, se dejó acariciar por la mano que le había ayudado, mientras esta, inspeccionaba en su cuerpo si tenía alguna herida o algún hueso roto; cuando esta terminó lamio la mano del veterinario. Y después de reponerse del susto, y desentumecerse su cuerpo y sus huesos de haber estado tanto tiempo atorado boca arriba, echó a andar alejandose en dirección a la carretera.

Acto seguido, melquiades dió dos sonoros ladridos, en señal de agradecimiento, despidiéndose también del veterinario, para seguir al zorro.

 Después de tomar varios senderos por el que se acortaban las distancias, melquiades y el zorro, llegaron al lugar donde tienen la frontera los animales del bosque con los del pueblo. Allí se detuvieron y se miraron mutuamente. Entonces el zorro se acercó a Melquiades, y restregó su cuerpo contra el perro, para impregnarlo con su olor; lo cual quería decir, en el idioma de los animales, que cualquier zorro que lo oliese a lo lejos, sabría que melquiades había socorrido a un congénere en apuros y en cualquier sitió que fuese, que se viese en problemas,  melquiades sería ayudado por los zorros. Y al terminar de despedirse, el uno en persecución del otro, bajo la luz de la Luna, echaron a correr como era su costumbre; oyéndose los ladridos en la noche, que daban prueba de como melquiades defendía que nadie se acercase a la frontera de los animales. Por su parte, el veterinario regresó a su clínica, y decidió no contar nunca esta historia, en la que había librado al zorro de pagar con una buena tunda el festín que se había dado en el gallinero de la campanera; no por que nadie le fuera a creer sino para que no le reclamasen a él, el pago de las gallinas devoradas en el menú.

La luz del sol fue entrando por el firmamento devolviendo a la tierra sus colores: el primero en regresar fue el azul de la lejanía seguido del azul del verde de los árboles en las montañas; tras ellos se iluminó, el marrón de los campos segados y el amarillo naciente del otoño, en los verdes arboles del valle; el rojo de los tejados de las casas y el blanco de las volutas de humo, de las cocinas que se empezaban a encender, al nacer el día.

 

mvf