La niebla obscura había vuelto y con ella regresó el zumbido de la mosca, dando vueltas dentro de la obscuridad. Quería huir, pero sus manos no podían moverse, ni sus piernas correr para alejarse. Ese desasosiego de no poder escapar le perturbaba, le lastima y le producía cada vez más dolor mientras sentía como se ahogaba en el interior de la obscuridad.
Abrió los parpados para conseguir escapar; por la ventana de la habitación entraba una luz mortecina del exterior; sus ojos estaban vidriosos. llenos de venillas hinchadas.
Se irguió de la cama y salió de la habitación. Fue a la cocina. Allí buscó un cuchillo. El de filetear la carne asada le pareció más apropiado, lo cogió y salió de la cocina, con el en la mano.
Cuando entró en la habitación, su madre roncaba, semidestapada. Le tapó la boca antes de darle la primera cuchillada; odiaba que le estuviera besando continuamente. Sus ojos se abrieron sorprendidos sin poder decir palabra; solo podía ver como subía y bajaba el cuchillo que tenía su hijo en la mano, y sentir el dolor de las heridas que le iba abriendo en su pecho.
En la habitación de su hermana repitió la misma operación, pero esta vez usó una almohada para taparle la cara y no ver la mirada de estupor de sus ojos al recibir las primeras cuchilladas.
Esta vez todo fue más rápido y al terminar se sentó en la cama, a su lado, hasta que el cuerpo de su hermana se enfrió.
Regresó a la cocina manchado de sangre. Tiró el cuchillo al pilón del fregadero y abrió el grifo. Un chorro de agua cayó sobre sus manos arrastrando la sangre por el desagüé. Cuando el color rojo desapareció, cerró el grifo y se secó las manos con el trapo de la cocina.
Quería tomar un vaso de leche, pero al ir a abrir la puerta de la nevera, la gata se cruzó entre sus piernas haciéndole caer. No sabía de donde había aparecido.
Trató de echar las manos hacía delante para frenar su caída, pero solo vió con sus ojos como iba contra la mesa la la cocina. No pudo evitar el golpe que su frente dio contra la esquina de la mesa.
Cuando recuperó el conocimiento estaba tirado en el suelo, sin poder moverse. La sangre manaba a borbotones por la herida de su cabeza. Intentó levantarse, pero no podía mover sus manos; ni sus piernas le respondían. Sus ojos estaban abiertos pero la niebla obscura regresó igual, y con ella el zumbido que le había estado enloqueciendo, dando vueltas dentro de su cabeza, pero se fue muriendo poco a poco hasta poderse oír únicamente el débil latido de su corazón que se ahogó en la obscuridad.
Todo quedó en silencio.
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