Cuando Carlos Alberto se enteró de había
llamado la familia de España no tardó en devolver la llamada al
viejo mundo.
-
Tía
abuela, aquí las cosas en la
Argentina están muy mal, voy para allá
para España.
La tía
abuela, pensando en que la llegada del hijo de su hermano daría un poco de
alegría a la vida monótona que llevaban, no dudo en responderle
que viniera cuando quisiera, que en Galicia
tenía su casa.
Carlos Alberto partió para España de
inmediato y entró en
la casa de su bisabuela, acompañado de dos maletas de cuero con
remaches. Y continuó la vida en Menciños.
El argentino era un hombre madrugador. Se
levantaba a las siete de la mañana, antes de que cantase el gallo.
- ¡Pero para qué. Si no hace falta! . ¿Acaso
le va dar cuerda al gallo? - decía la bisabuela.
La tía abuela al oírle deambular se
levantaba para hacerle el desayuno.
Después de unas palabras entre los dos:
- Sos un encanto tita.
El argentino se
duchaba y continuaba sus idas y venidas por la casa, sin hacer
nada.
A la hora de la comida se sentaban los tres en el comedor, de donde
se despedía educadamente, al terminar de comer, para regresar a su
habitación:
- ¡ Voy torrar, titas !
Carlos Alberto echaba la siesta hasta las seis de la tarde, hora en que se levantaba, salía de la
habitación y se volvía a duchar.
- ¡Va acabar secando el pozo!-
Al terminar, pedía que le hicieran un bocadillo que acompañaba
con un vaso de vino.
- ¿Tía abuela me hace uds un "choripan"
para la merienda?
Y merendaba viendo en la tele las noticias de la tarde.
-¡
Acá no se habla nada de Buenos Aires!
Con esta vida plácida y rutinaria, los días iban pasando en la casa, hasta que una mañana al argentino se le escapó un suspiro.
- ¡Sigh!.
-¿Te pasa algo Carlos Alberto?
- Nada tita, no es nada.
Pero algo pasaba y los suspiros fueron en aumento.
- ¡Ains!
Finalmente, una las tardes en que venía la hija de la tía abuela a casa, para ver que necesitaban y hacerles la compra, las tres mujeres le prepararon una encerrona y tuvo que confesar el motivo de sus suspiros:
Carlos Alberto tenía una hija que había
dejado allá en
la Argentina y que extrañaba muchísimo.
Entonces decidieron pagarle el pasaje y traer a la hija para
España; pensando en que una mujer joven ayudaría en la casa.
Pero cuando llegó Luisa Fernanda comprobaron que la hija era una mujer muy guapa, pero que no sabía poner una lavadora.
mvf.
Roberto no tardó en mostrar sus grandes aptitudes para que los problemas se
arreglasen solos. Avanzaba su mandato y como los asuntos del ayuntamiento iban yendo a mejor la gente empezó a agradecerle que las cosas no se agravasen con la intervención de terceros.
Viendo como la peculiar gestión publica del laissez faire de nuestro amigo engordaban los donativos para las arcas del partido, los mandamases decidieron que se le
invitase al reparto de la tarta, para que se
manchase las manos y tenerlo cautivo como estaban todos, y así
empezaron a llegarle
las mordidas.
Tan grande era la tarta que a Roberto empezaron a sobrarle las mordidas y como el
dinero no se podía guardar en el banco, ni se podía cambiar el ritmo de vida gastandolo a manos llenas; por no destacar sobre sus vecinos, casi todos pensionistas de la agraria,
Roberto decidió
guardar el dinero en un lugar bien seguro. No tardó en dar con el lugar apropiado en el desván de la casa, debajo de unas tablas del
piso del suelo y allí fue escondiendo el sobresueldo que sacaba hasta que llegó
el final de su mandato.
Roberto volvió a ganar las siguientes elecciones.
Como en Galicia superando el segundo mandato en cualquier cargo publico se convierte uno en cacique de por vida, Mariví aconsejó a su hermano no desaprovechar la ocasión y para ello debería tener contenta a la familia.
Nada mejor que comenzar con
una buena fiesta.
Aprovechando la ocasión de que la bisabuela
iba cumplir ciento cuatro años decidieron hacer un cocido por todo lo grande en
la casa de la tía abuela y la hija, donde vivía la anciana, y reunir allí a todos
los Menciños.
Y la comilona se organizó.
Se comieron de entrantes: tortilla de patatas con huevos de gallina de mos, torreznos de cerdo celta, jamón de la cañiza, y pulpo de la ria; después: ternera cocida y cabrito asado hasta hartar; y para finalizar de postre: filloas* crepes a las que se añade una
cuchara de sangre, cañas fritas rellenas de crema, brazo de gitano y tarta de Santiago.
Los vinos tintos los trajeron de monforte, de las mejores bodegas de la ribera del sil. Y esto porque alguien de los Menciños fue a trabajar a la Teixeira, municipio vecino de Castro Caldelas, y allí conoció los vinos tintos de Galicia; que los señoritos de la Coruña son muy dados a hablar gallego y beber Ramón de Bilbao.
Durante la tertulia hasta la hora de la cena; donde no faltó café, coñac y tabaco rubio de la ría; los Menciños renovaron sus alianzas familiares haciendo memoria de los lazos de parentesco por los que estaban unidos, acordandose también de los familiares ausentes de este
mundo: de los que estaban en el más allá y de otros que estaban en el
nuevo mundo, y en especial se acordaron de un tío abuelo que había marchado a
la Argentina y no se tenía muchas noticias de esa parte de la familia.
Ya hace años este tío abuelo había mandado una carta y un libro encuadernado
en cuero, preguntando por los de acá, titulado el gaucho Martín Fierro, de José
Hernández, que había pasado por distintas manos de los Menciños, sin que nadie
leyera una poesía de su interior porque estaba en argentino; y había un número
de teléfono por detras de una de las pastas.
mvf
Lo que aquí se narra podría herir la susceptibilidad de algunas personas,
no obstante a nosotros nos deja perplejo el contraste entre la sensibilidad
hacia el sacrificio animal, y la falta de sensibilidad, en la sociedad actual,
ante la explotación de personas que no tienen nada más que su mano de obra para
ganarse la vida.
Cuando se supo que Roberto de los Menciños iba de candidato para alcalde,
por un importante partido de la administración gallega, la gente se
sorprendió bastante; pero así que arrancó la campaña electoral, la gente
maliciosa dio por decir que Mariví tenía un amante en la capital, porque una de
las zarzas, que ya era la más mayor de aquellas, cuando iba al hospital
provincial acompañada con la hija, habían ido sentadas en el asiento de atrás,
el mismo día, en el autobús de la Coruña.
Casualmente Mariví había coincidido con la zarza en el autobús que va a la
Coruña, cuando iba a la capital a cerrar el trato, dando a alguien en mano doce
mil euros, para que su hermano fuera de candidato para alcalde en el pueblo.
Con la primera pegada de carteles de los partidos políticos, toda la familia
de los Menciños se puso en marcha.
El tío Andrés, de los Menciños, tenía un tractor con el que trabajaba todo
el año haciendo distintas labores de campo en la comarca, pero desde San Martín
a San Antón* - once de noviembre a diecisiete de enero - era el matarife en las
matanzas del cerdo.
Llegaba a la casa donde se iba hacer la matanza a primera hora de la mañana,
y después de tomar una copa de aguardiente se dirigía al establo, donde
entraba, y con un gancho que clavaba por debajo de la mandíbula del animal lo
arrastraba hacia el exterior; ahí era tumbado en una tabla por varios hombres, y
sin perder el tiempo le introducía un cuchillo largo entre el cuello y la clavícula,
que en su trayecto en el interior del pecho le seccionaba la aorta y partía de manera certera el corazón al animal, que
moría en el acto. Hecha esta operación quemaban el animal y lo rascaban para
dejarle la piel sin cerdas y al terminar colgaban el cuerpo del animal en
una viga, sujeto por los talones, boca abajo, donde lo abrían en canal para
sacarle las vísceras. Una vez limpio quedaba colgado veinticuatro horas. Al día
siguiente, el cuerpo bien desangrado y seco por el frio de la noche, era
descolgado y se descuartizaba en distintos trozos; unos iban para hacer
embutidos o para el congelador, y otras partes, como las patas delanteras y los
jamones, para meter en salmuera y después colgar a secar en la bodega. Tenía un
ojo especial para tener el tiempo justo en salmuera los jamones, las costillas
u otras piezas de carne, o para mezclar la carne picada con el pimentón, el sal
y el orégano y hacer la zorza para los chorizos; ahumaba con laurel
y roble los embutidos y ayudaba en otras actividades que pudiera hacerse
relacionadas con la matanza.
Era un personaje muy social, querido por todo el mundo, pues donde iba a
trabajar se paraba detenidamente en la bodega de cada casa, cobrando muchas
veces con el vino servido el trabajo realizado.
Siendo las elecciones en el mes de mayo, el tío Andrés, montado en su tractor, no paró de trabajar
durante todos los días que duró la campaña electoral, y visitó todas las casas de la comarca recordando sus trabajos realizados y pidiendo
el voto para su sobrino," que era incapaz de hacer daño a nadie."
Llegado el día de las votaciones, aunque el tío Andrés no fue a votar, que
se olvidó, Roberto fue elegido alcalde por aplastante mayoría.
mvf.
Roberto, el alcalde, era de los Menciños, una familia de las de
antes donde las mujeres venían a alumbrar al mundo catorce hijos o
más; entre los padres y los hijos, las hermanas de los padres con
sus propios hijos, abuelas, tías abuelas, bisabuelas; los Menciños
eran más de un par de cientos de personas, y así en los
tanatorios, funerales o cuantos actos sociales pudiera haber en
la comarca, no había ocasión en que la gente no agradeciese su
presencia.
Casi todos los Menciños habitaban en el lugar llamado Menciños;
y aunque todos los de Menciños de una u otra manera eran familiares,
cualquiera de ellos, si se le preguntase, diría que la coincidencia
de su apellido con el nombre del lugar era por pura casualidad.
Roberto de los Menciños fue un chico callado y tímido. Durante
tiempo tuvo despistados a sus profesores que no lograban adivinar lo
que pasaría en el interior del mutismo de Roberto; al final llegaron
a la conclusión de que Roberto de los Menciños era gay, lo cual se
dio por sustentado por la indiferencia que mostraban sus compañeros
de los dos géneros hacia él.
Lo poco que hablaba Roberto lo compensaba con creces su
hermana Mariví, que tenía sustraída la voluntad de su hermano y
manejaba la del resto de la familia. Pelirroja y de ojos azules,
Mariví era una mujer fuerte y hermosa, trabajadora y voluntariosa, muy decidida y emprendedora; una mujer gallega capaz de traer otros
tantos seres humanos al mundo, como sus progenitoras, y además tener
tiempo libre para hacer grandes cosas por la familia de los Menciños.
Cuando vino de joven, el calavera del medico del pueblo, a ocupar
la plaza en el centro de salud del ayuntamiento, Mariví, que estaba en plena florescenca de su juventud, trató de
echarle el lazo, pero a este le gustaban más las enfermeras que las
matronas, y además Mariví le parecía un poco rural. Despechada por el
menosprecio y para darle una lección al medico, Mariví decidió que
el alcalde del pueblo tendría que ser un Menciños y nadie mejor
para serlo que su hermano Roberto. Y así ella sería la hermana del
alcalde del pueblo.
mvf.