miércoles, 30 de diciembre de 2015

Rosendo - Sainete


Rosendo - Sainete

Después del incidente que tuvo lugar a las puertas del ayuntamiento, Rosendo se dio cuenta de que ya no podía considerarse un ex-jubilado del ayuntamiento. No se supo más de sus dibujos, ni volvió a salir de su casa para visitar a sus antiguas amistades; solo salía lo estrictamente necesario para hacer los recados que le encomendaba su mujer.

- Rosendo vete a comprar azúcar al ultramarinos.
- ¿Pero no me mandaste a comprar azúcar ayer?
- Si, pero el de ayer fue para el desayuno.

Y asi transcurrieron algunos años, hasta que el hijo del panadero le tocó ser el mayordomo de las fiestas patronales del pueblo.
La Fina, que así se llamaba la madre del chico, había ido a Huelva de excursión y de regreso vino con un montón de fotos de casas blancas sobre cielo azul y de la iglesia de la virgen del rocío. La madre siempre pinchaba por detrás para que su hijo hiciera lo que a ella le parecía mejor y con sus fotos los convenció de que tenía que pintar de blanco la iglesia del pueblo.


- Tu lo que tienes que hacer es que se pinte la iglesia de blanco para que entre bien la luz y así todos los vecinos se acordaran de lo bien que lo hiciste cuando fuiste el mayordomo de las fiestas.


El hijo del panadero, uno de esos jóvenes modernos de pueblo, que se creen que las saben todas, no tardó en convencer a los demás de la comisión de las fiestas patronales para hacer como decía su madre y del pueblo vecino, donde todos los de la comisión tenían una buena amiga, trajeron un albañil para arreglar las paredes y encalar todo de blanco por encima de los desconches de las pinturas de la iglesia.



El albañil llegó con un furgón destartalado del que descargó los andamios, la arena y el cemento, y unos botes grandes de pintura blanca.
- ¿Va estar todo preparado para el día de la fiesta? - preguntaron los de la comisión.

El hombre no parecía muy listo y los convenció a todos de que en una semana estaría hecho el trabajo.
 
Al cabo de un par de días de trabajo el albañil desapareció. Como no volvía a aparecer consiguieron ponerse con él después de varias llamadas telefónicas, y dijo que no podía venir porque tenía la mujer en el hospital.
 
- Vaya, ¿que le vamos hacer? Pues habrá que esperar - se dijeron.
Pasaron quince días y el furgón apareció de nuevo; estuvieron trabajando por la mañana el albañil y un aprendiz que venía con él y a la tarde desapareció de nuevo. 
Al cabo de varios dias, como no había trazas de que apareciese, lo llamaron de nuevo por teléfono. Después de mucha insistencia cogió la llamada lo justo para decir que estaba en el dentista que le estaban arreglando la boca.
- Bueno, pues no va venir con la boca anestesiada. ¿Y cuanto tardará? 

Y tardó, pero esta vez no cogía el teléfono. Finalmente a través de la famosa amiga de los de la comisión, que también era amiga de todos los del pueblo del albañil, se consiguió que el albañil volviera aparecer por la iglesia. Solo lo justo para volver a desaparecer.
- ¡Vamos tener que pedir a la virgen para que este preparada la iglesia para las fiestas patronales!

Y la virgen afortunadamente decidió tomar cartas en el asunto.
 
No entiendo porque que se levantaron tantas protestas cuando se arreglaron las paredes desconchadas de la iglesia y por pintar de blanco las imágenes y los restos de pinturas de unas mujeres planas y estiradas, y con ojos de desmesurados, que vestían con ropa de carnavales. 
 
Se protesta solo por maldad, porque como el día de la Santa caía a jueves, los vecinos de la parroquia se dividieron en dos grupos: los que querían la fiesta el día de la santa y los que la querían el sábado. Al final ganó la opción de hacer la fiesta el sábado para que pudieran asistir los familiares de vinieran de fuera del pueblo, dado que durante la semana la gente trabaja. Así, aquellos que habían perdido se vengaron aprovechando para criticar la decisión de pintar la iglesia de blanco.
 

Si alguien tenía derecho a protestar era el albañil contratado por la comisión de fiestas para arreglar la iglesia. Después de rogarle la comisión de fiesta que interviniese, porque no aparecía, intercedió la virgen; un día, cuando vino a recoger una escalera que tenía dentro de la iglesia, le cayó encima una imagen de la Santa aplastándole un pie. Y claro, en tocante a las decisiones divinas ni mu. El albañil, que no tenía seguro, vino a trabajar con el pie escayolado y terminó el trabajo antes de lo previsto. 
 A la hora de pagar se conformó con la mitad de lo que pensábamos que tendríamos que pagarle; y aún así por temor a que la virgen no estuviese conforme con el precio y le cayese encima del otro pie, el hombre se veía preocupado y no paraba de preguntar si nos gustaba como había quedado todo y si nos parecía muy caro lo que cobraba.
Al final para deshacernos del albañil decidimos invitarlo a venir a bailar el día de la fiesta.




mvf







viernes, 18 de diciembre de 2015

Una vez jubilado Rosendo





Una vez jubilado Rosendo tuvo el tiempo suficiente para dedicarse a hacer dibujos, entre ellos y sus favoritos los de pastoras inspirados en las modelos de revistas de propaganda y de los calendarios; una de sus aficiones secretas.
Empujado por su mujer, que no sabía que hacer con su marido todo el día en la casa, iba todas las mañana a comprar pinturas o pinceles a la librería, donde se entretenía viendo las portadas de las revistas bajo la atenta mirada de la kioskera
-No se puede ojear la revista. Si se abre se paga. !Y NO MANOSEE QUE DESPUES EL QUE LA COMPRA NO LE GUSTA!

o iba a preguntar a los vendedores de la tienda de pinturas del pueblo, sobre como lacar o pintar la chapa del coche con los mejores tonos, pensando sin decirlo en alguna modelo de revista de autos deportivos.
- ¡A ver si se decide, que aquí hay uno con prisa que viene en una ambulancia y tiene las luces encendidas!

Finalmente, con el pretexto de regalar un dibujo reciente a alguno de sus ex-compañeros o dejar prometido otro para el día siguiente, remataba su paseo de las mañanas aprovechando para hacer una visita al ayuntamiento y terminar allí sin hacer menos que nada.

Y asi, dedicado a hacer regalos a sus amistades, sin dejar a ninguna sin su obsequio, transcurrían los días de nuestro jubilado: por la mañana de casa a su antiguo trabajo y de su antiguo trabajo a casa, y por las tardes trabajando en sus dibujos;  pareciendo que para él la vida se había estancado en un remanso de felicidad perpetuo.

Llegado un momento se quedó sin compañeros a los que regalar.
La felicidad de Rosendo se vio truncada la mañana en que despues de sus compras, a la misma entrada del ayuntamiento le detuvo un mozarrón pelirrojo y de ojos azules, que nunca había visto, preguntandole: -¿que quería y en que podía ayudarle?
 Rosendo, con una sonrisa amable, le dijo que había trabajado durante muchos años en el ayuntamiento y que era costumbre de él acercarse por las mañanas a ver a sus antiguos compañeros. Pero el joven pelirrojo se mostraba indiferente a sus palabras. Tratando de poder superar la entrada al edificio, volvió a insistir diciendole que venía a ver a este o a cual...  personas que trabajaban en el ayuntamiento y que habían sido sus compañeros durante muchos años. Cuando hubo terminado, el joven sin apartar de su paso, con frialdad e indiferencia, le dijo entonces, sin ningún miramiento: - que por los que preguntaba, no estaban y que no les esperase; que mejor viniese otro día para no perder la mañana.
Al oír esto que tantas veces había dicho él a los vecinos que no eran bien recibidos en el ayuntamiento, Rosendo entendió lo que pasaba y dolorido se dio media vuelta para terminar su mañana sin la visita al ayuntamiento.  
Sin hablar con ninguno de los de la casa, Rosendo se encerró en su habitación pensando en lo que había pasado
- Esto pasa- se dijo por las ideas de ese nuevo alcalde de convocar una oferta publica para cubrir la plaza que había dejado vacante. Asi en vez de quedar un familiar de confianza o alguno del pueblo, acababa viniendo un desconocido de fuera, que a saber las ideas que traía. Ese joven ambicioso algún día le quitará la silla al mismísimo alcalde. 
y mientras pensaba con rencor en ese joven que le había impedido el paso en el ayuntamiento, y en el desprecio hecho a los mejores años de su vida dedicados a pasar desapercibido en su antiguo trabajo, empezó a recoger por su habitación los folletos de propagandas, las revistas de coches y su colección de calendarios, incluido el que hacía varios años le habían regalado en el taller donde llevaba el coche para pasar la revisión, uno de sus favoritos para copiar sus modelos femeninos; metiendolo todo en una bolsa para tirarlo a la basura.
 Lo hubiese hecho si su mujer, la zarza, que había entendido el delicado momento que pasaba por la vida de su marido, no se lo hubiera impedido al verlo abrir la puerta para salir a la calle.

- ¡Donde vas con eso. En esta casa no se tira nada. Deja ahí las revistas que valen para encender el fuego de la cocina!

mvf.



lunes, 7 de diciembre de 2015

Rosendo






El marido de las zarzas se llamaba Rosendo. Un hombre bajito, regordete y muy amable que había trabajado en el ayuntamiento del pueblo, donde había entrado a trabajar de joven de conserje y por no cambiar ahí se quedó hasta que un día le dijeron que se tenía que jubilar.
Dado su carácter afable y para no molestar había sido uno de los que menos se había hecho notar en su trabajo, de hecho en la cena de su jubilación, después de las lisonjas y decir que el trabajo que había realizado en todos estos años se había sido ajustado a la discreción de su estatura, mucha gente conoció quien era el jubilado cuando preguntaban: - ¿porque ese señor bajito* y que no dice nada, no pone para el regalo de jubilación como los demás?
* Rosendo había sido bajito desde pequeñito, y no tenía ningún complejo por ser de baja estatura.  Aludía a ello entre bromas, diciendo que usaba la misma escalera que el más alto de sus compañeros, con los que trabajaba en el ayuntamiento, cuando había que subir alguna carpeta a la última estantería donde se guardaban los expedientes perdidos, y nunca se había mareado por ello.
A pesar de lo ingrato y poco destacable de su trabajo, durante más de cuarenta años, trato de ayudar a unos y a otros en la medida de lo posible y así cuando venían vecinos buscando soluciones para problemas y complicaciones les decía que este o cual, por quien venían preguntando del ayuntamiento, no estaba y que viniesen otro día para que no perdiesen el tiempo y a los vecinos que venían con lisonjas y regalos a los funcionarios, les hacía pasar sin más dilación, también para que no perdiesen el tiempo y no tuvieran que volver otro día.
Como fue que se hicieron novios Eulalia de las zarzas con Rosendo y se terminaron casando, es un misterio; aunque en los pueblos, cuando una quiere salir de la casa de sus padres tiene que arreglarse con lo que hay. De todas formas hay que dejar escrito aquí que Eulalia, al hablar de su marido, decía que su Rosendo era un hombre de sorpresas y acostumbraba a narrar con gran comedia, sin parar de reír en ningún momento, como el primer día que se conocieron, una vez casados; al tener a su reciente marido frente a ella, desnudo de los pies a la cabeza, tapándose pudorosamente con sus dos manos su pene, esperando permiso para meterse en la cama de su recién y única esposa, donde estaba ella tapada hasta el cuello con una sábana; al verlo con los pies descalzos en el suelo, sorprendida le dijo:
- ¿Pero aún eres más bajito?
Que Eulalia y Rosendo se querían, no había nada más que ver como todas las mañanas Rosendo salía corriendo de casa con una bolsa para hacerle la compra a su mujer y regresaba sin perder un momento separado de ella, y cuando algún vecino trataba de pararle para entablar conversación con él, al vuelo le decía:
- No puedo pararme ni un segundo, que mi mujer ha dejado la pota del café puesta encima de la cocina.


mvf.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Una historia de costumbre





Como todos los días la madre de las zarzas despertó a primera hora de la mañana y se levantó de la cama; después le dio un empujón a su marido, zarandeándolo:

-¡Vas quedar ahí todo el día, o te vas a levantar!

 Y como de costumbre no obtuvo ninguna respuesta de él.

La zarza se puso la bata que colgaba en una vieja silla de madera de castaño y mientras la ataba con el cinturón de tela alrededor de su cintura, le dijo a su marido:

 - Has cogido frio esta noche, tápate, después te traeré algo caliente.

Al terminar de ponerse el sempiterno mandil de lunares gigantes encima de la bata, salió de la habitación y bajó a la planta de abajo, de la casa, donde estaba la cocina.

Encendió la radio para oír una señorita que decía buenos días y que empezó a dar las noticias de la mañana. Puso a calentar el café; una pota grande, aún mediada de café hecho el día anterior. Como la señorita de la radio no paraba de hablar, bajó el volumen del aparato y le devolvió el saludo.

Al terminar de desayunar la zarza metió las cosas del desayuno en el fregadero, levantó el volumen del aparato de radio, para que la señorita pudiera hablar todo cuanto quisiese en su ausencia, y marchó al gallinero, para dar de comer a las gallinas y recoger los huevos que hubieran puesto.



En el gallinero las gallinas más viejas estaban peleadas con una gallina joven, alta, rubia, de ojos azules y casi tonta, porque no sabían lo que había visto el gallo en ella; y porque la zarza, al recoger los huevos el día anterior, de las veteranas había atribuido erróneamente a la gallina joven dos huevos más de los que le correspondían. La zarza habló con todo el gallinero mientras las gallinas daban vueltas alrededor de ella, picoteando el suelo, sin decir ni pio.

Finalmente la conversación de la zarza terminó.

- Hijas mías, os tengo que dejar que he dejado la pota del café encima de la cocina.

 Al salir del gallinero y cerrar la puerta, las gallinas continuaron con su vida cotidiana aclarando con sus picos los resquemores que tenían entre ellas.
Fuera, nuestra señora se encontró a su vecina, la abuela de los labrada, con la vaca sorda de los Labrada, que pacía próxima a la cerca que separaba su propiedad con la de sus vecinos. La zarza, al ver a su vecina, posó en el suelo el pequeño caldero de zinc en el que llevaba  los huevos frescos que terminaba de recoger en el gallinero,tapados con un trapo viejo, y se pusieron a hablar entre las dos.  
La vaca sorda; sorda, sorda no es, por que se entera más de la vida de los vecinos que todo el ayuntamiento trabajando en todo el año, lo que pasa es que se hace la indiferenta.
El animal dejó hablar a las dos mujeres cuanto quisieron, mientras ella pastaba la yerba alrededor de los postes que sujetaban la cerca, sin decir ni mu.
 Y la abuela de los labrada le contó a su vecina, que la vaca sorda estaba bastante molesta por que le ordeñaban un hora antes que de costumbre, porque hacía un par de días habían cambiado la hora, y por eso la había sacado a pacer tan temprano.
 
 La conversación llegó a terminó cuando la buena señora dijo:

- Hija mía te tengo que dejar, que he dejado puesta la pota del café encima de la cocina. 

Y así fue pasando la mañana hasta que cuando vino una de las hijas de la zarza a casa, aprovechando uno de los pocos momentos de silencio de la locutora de la radio, la madre le dijo a la hija:

- Hija mía sube arriba y dile a tu padre que se levante, que a mí no me hace caso.

Claro está que ese día el marido de la zarza había decidido no levantarse nunca más. 



mvf.