viernes, 24 de diciembre de 2021

El santo tonto

La puerta del autobús azul se abrió después de detenerse.

En la parada esperaba un hombre de estatura mediana y complexión fuerte; su cara mostraba una barba escasa con pelos blancos de pocos días.

- ¡Alto!- dijo el conductor señalando con su dedo indice, a su lado, un letrero con enormes letras, cuando el hombre trató de subir:



                          En el autobús es obligatorio
                                        SIEMPRE
                              llevar mascarilla puesta
 

- ¡No puede subir sin mascarilla!

El hombre se paró sorprendido y reaccionó quejándose de su olvido.

-¡Siempre me pasa lo mismo, al salir de casa olvido la mascarillas! ¿Por favor podrías esperar un segundo, que entre en casa y coja una mascarilla? Vivo aquí mismo y no puedo esperar para coger el siguiente autobús.

El conductor conocía al hombre que vivía en la casa de planta de baja que estaba justo a la altura de la parada del autobús,
y sabía que iba al hospital.
- ¡Vaya. Apúrese y regrese con la mascarilla; que voy unos minutos adelantado! - le respondió el conductor – Si tarda no le espero.

En el interior del autobús no se oyó ninguna protesta. Nadie tenía prisa pues la prisa cada cual se la reservaba para cuando bajase en su parada.

En los primeros asientos del autobús iba sentada una señora de pelo cano, trenzado; vestía un traje negro y llevaba sobre sus piernas un bolso de piel del mismo color. Desde la parada del supermercado, donde había subido al autobús, sin saberse como había comenzado venía narrando las cuitas desafortunadas que en los últimos años de su vida, le habían comenzado a ocurrir. Era un monótono monologo entremezclado con el run run del autobús, durante el trayecto, al que nadie prestaba atención; ni siquiera la joven acompañante, sentada a su lado, abstraída con la mirada perdida a través de la ventanilla.

Ahora era diferente, era el momento de la charla entre los pasajeros del autobús.para hacer más amena la espera.

Comenzó primero una de las pasajeras, a quien el conductor se dirigió a ella, en algún momento, por el nombre de la cubana,

y con su acento, dijo:

- Señora, eso es mal de ojo. Allá en mi país nos ponemos un trapo rojo, para espantar la mala suerte. Pruebe a ponerse algo rojo cuando se vista y después, cuando nos volvamos a ver, ya me dice como le fue.

- Yo llevo una cruz de semillas de trigo cosida en un trapo, en la cartera - añadió su acompañante, un hombre delgado y moreno, demostrando con su acento, que también era de Cuba.


- Pues yo siempre llevo conmigo un diente de ajo - saltó una de las viajeras, de los asientos del medio - y abriendo su bolso, sacó para que se viese, un ajo que llevaba en su interior -

-¿Si quiere le doy mi ajo?

- Gracias - dijo la mujer de los primeros asientos, que extendió la mano para coger el ajo que le ofrecían, después de pasar por varias manos en el pasillo, hasta llegar a ella.

- Tengo una amiga que le ocurrían infortunios como a usted y así que le regalé un diente de ajo le cambió la suerte. Yo siempre llevo un diente de ajo dentro de mi bolso. Los ajos, claro, se secan, y cuando se le secó el ajo que le diera, como no coincidía vernos que estamos hartas de vernos todos los días, y estaba muy contenta de llevar un ajo con ella, mi amiga vino a casa para que le diese otro ajo. Yo tengo huerta y para mi no es ningún problema. Todos los años planto ajos en la huerta.

- Cuando era pequeña buscábamos tréboles de cuatro hojas en el colegio y a mi no había quien me ganase a quien encontrase más - Soltó alguien de los asientos, del lado de las ventanilla.

- Yo compré un amuleto de azabache en una de las tiendas que hay al lado de las escalinatas de la plaza de Obradoiro, una vez que fui a Santiago - dijo una señora de los asientos de la mitad del autobús, y sacando del pecho una pequeña pieza negra que llevaba colgada con una cadena alrededor del cuello, mostró su amuleto  para que se viese
en el pasillo del autobus.

Es una mano cerrada en forma de puño, y que saca la puntas de su dedo pulgar, entre los dedos índice y medio.

- ¡Ah, que lindo! ¿y como se llama?- se oyó preguntar con curiosidad a la cubana.

- En gallego se llama figa.

Una joven que escuchaba sin levantar la vista de la pantalla de su teléfono, intervino después

- Hay un amuleto con forma de ojo – y mostró la pantalla de su móvil, para que se viese - No sabía que era un amuleto pero lo he visto muchas veces en las revista de moda..

Garbancito oía en silencio lo que se decía, sentado en la parte de atrás del autobús. Cuando subió se había sentado en el final del autobús porque las últimas paradas del trayecto eran el cementerio y la iglesia y el iba a la casa de la campanera para dar el recado de su difunta madre.

- Os voy a contar la historia que contaba mi bisabuela. Mi bisabuela decía que las desgracias que le pasa a la gente buena es porque se ríe de ellos un santo tonto.

Los viajeros se quedaron calculando la edad que tendría Garbancito para estimar la de su bisabuela. No sé.

-¡Un santo tonto! - exclamó alguien con estupor.

- ¡Un santo tonto! - volvió a repetir - es por culpa del santo tonto que a uno le pasan muchas desgracias, una detrás de otra - volvió a decir.

Los viajeros asomaron sus cabezas en el pasillo con la vista puesta en la parte trasera del autobús para escuchar a Garbancito, quien arrancó a contar su historia ante las mascarillas azuladas pendientes de él.

- Al lado derecho de Dios a veces se sienta un santo tonto que se desternilla de risa como un niño cuando a alguien le pasa una desgracia, y Dios como le hace gracia verlo tan tonto y tan feliz le deja que siga haciendo sus travesuras. Solo San Pedro, cuando se entera que el santo tonto está molestando a Dios con sus tonterías, va por allí y de una patada le echa del sitio y de esa manera deja tranquila a la persona que está padeciendo sus travesuras.

Garbancito después de hacer un alto en su conversación para respirar continuó diciendo - así que cuando a una persona no hace más que ocurrirle desgracias de manera inexplicable, no debe pensar en mal de ojo alguno sino pedir a San Pedro que vaya poner orden en el cielo para que cesen.

-¡Yo tengo una mascarilla! - dijo alguien.

Al oír esto, el conductor salió del autobús en busca del hombre que esperábamos y regresó con él cogido de un brazo, sin darle más tiempo a buscar su mascarilla.

- ¡Hay una señora que le da una mascarilla!

- Es que cuando buscas una cosa, nunca la encuentras.

- ¡Ya. Pero si hacemos siempre lo mismo... !

El hombre se puso la mascarilla que le ofrecían.

- ¡Esto no pasa en los autobuses de Orense! - grito alguien.

-¡Ni en los autobuses de Lugo! - le respondió otro.

Y el autobús arrancó.



mvf.




Feliz Navidad, o lo que sea.

un abrazo

martes, 23 de noviembre de 2021

la lampara solar

Ya casi iba para un mes desde que mi prima y su pareja, hartos de la vida en Cataluña, se vinieran a Galicia.

Empezamos a vernos, al menos una vez por semana, cuando ella y su compañero salían a hacer compras, y quedábamos por teléfono para tomar un café en el bar de la Sagrado. 

La última vez me pidieron que fuera con ellos para enseñarme la casa. Acepté la invitación encantada, pues tenía curiosidad de ver como iban los arreglos, de los que no paraban de hablar en nuestros encuentros, pero no para ese mismo día, sino para ir el viernes a verlos a su casa y tomar juntos unos cafés, por que la tarde de los viernes, si no tienes nada que hacer, se hacen eternas.

Eran sobre las cinco de la tarde cuando aparecí con un kilo de pasteles.

La casa gris y vetusta que se encontraba uno al llegar, con su fachada pintada y limpiada la vegetación que la rodeaba alrededor, se había convertido ahora en una casa de paredes blancas y ventanas de cristales por los que entraban la luz del día.

- ¡Oh! - exclamé sorprendida, cuando mi prima abrió la puerta y vi el interior de la casa iluminado por la luz de la tarde. Y entré con mi caja de pasteles.

El suelo de color gris cenizo, de la suciedad acumulada de muchos años de abandono, de cuando vinimos por primera vez; una vez cepillado y barnizado había recuperado nuevamente el color cálido y natural de la madera. También los viejos muebles de madera mostraban su belleza natural, los habían lijado y barnizados a mano con goma laca, y destacaban sobre las paredes recién pintadas de blanco, en las que habían desaparecido, las grietas y desconches que tenían.

- ¡Que preciosidad. Que lindo os está quedando!

 

En el exterior de la casa, frente a la cancilla de hierro, donde comienza el camino para llegar a la vivienda, colocaron un buzón para el cartero, hecho de madera de palés.

¡Y PARA QUE QUIEREN UN BUZÓN!

Se dijo para si el barbero, que vivía solo y no recibía noticias de nadie, cuando pasaba por delante de la casa, caminando para ir a su trabajo, y vio por primera vez el buzón.

¡Y PARA QUE QUIEREN UN BUZÓN!

dijo ante su auditorio de las mañanas, cuando esperando turno en la barbería había publico suficiente.

El día del nuevo buzón, el buzón recibió la visita de pájaros, perros, gatos y hasta un erizo por la noche, y como vaticinó el barbero, no apareció ningún cartero.

Pero el cartero no tardó en aparecer y un buen día aparecieron dentro del buzón folletos de propaganda y un catalogo de alguna tienda de ferretería

Al cabo de unos días llegó un repartidor desconocido, que nadie viera por el pueblo.

Ellos no estaban en casa.

Traía una caja de mediano tamaño y como no estaban el repartidor-contra reloj se acercó a la casa de los labrada.

- ¿No sé si esto estará bien. Seguro que les parecerá bien que les recoja yo su paquete?

El repartidor no estaba para perder el tiempo. Colocó el paquete en los brazos del abuelo de los de la labrada y cuando este dio sus señas desapareció del lugar, volando con su furgón.

El vecino fue a la casa al verlos llegar por la tarde.

- ¡Buenas, el cartero o quien fuese dejó este paquete en mi casa!

- Muchas gracias, es que nosotros fuimos a hacer la compra - dijo Andrés a su vecino - Es una lampara solar que estaba esperando.

- ¿Y para que hace falta una lampara si hace sol ? - preguntó el abuelo de los labrada.

- Es lo más ecológico, se carga durante el día con la luz del sol y alumbra por la noche - le explicó mientras abría el paquete para enseñarle la lampara.

El vecino miró curioso para el panel de células fotoeléctricas y la lampara de led que apareció al abrirse la caja, pero la curiosidad terminó al oír un grito, llamando por él.

- Mujeres - dijo y regresó a su casa.

Al día siguiente Andrés instaló la lampara con su panel solar, en la parte de atrás de la casa y como prometía en su propaganda alumbró toda la noche con luz potente, produciendo la protesta de todos los pájaros que anidaban y dormían en las ramas de los árboles de los alrededores.


mvf.

domingo, 26 de septiembre de 2021

garbancito

-¡ Hola Garbancito !- dijo la chica de la tienda al verlo entrar; pero Garbancito, sin pararse, ya iba para el interior del supermercado con un cesto en la mano.
-¡Hola, Elvira! -  se oyó que le respondía, cuando empezó a buscar  entre las estanterías del supermercado. 

Una botella de vino tinto para la noche. Todas las noches, a la cena, tomaba un vasito de vino o dos, antes de irse a la cama.

Arroz. Un kilo de arroz redondo. Para mañana pensaba hacer arroz blanco con una latita de mejillones por encima, cuando estuviese en su punto.

Pan. Una hogaza grande de medio kilo. 

Tanteo las tres bollas de pan que quedaban en un mueble de estanterías, al lado de las harinas. Quería que no estuviese muy blando, porque era señal de que estaba poco hecho, a él le gustaba el pan firme y uno esos barras blandas que pasado un día no había quien las mordiese. Después de varios tanteos, se decidió por una bolla, la que menos estaba quemada por debajo porque se hacía en horno de leña, y la metió en su cesto. Ahora, para completar la lista de la compra, le faltaba que meter dentro del pan.

 - ¡Niña. Me atiendes cuando puedas¡

Elvira era hija de la dueña, y aunque pasaba de los treinta y cinco años, hacía las veces de chica en la charcutería, carnicería, pescadería, panadería, frutería... en el supermercado del pueblo.

- ¡Si, ahora voy! - respondió, cuando hacía de cajera, atendiendo a una clienta.

Terminó de meter
la compra en la bolsa del cliente que estaba en la caja, y después de cobrar y despedirse, se dirigió hacía el mostrador acristalado, frente al que le esparaba Garbancito mirando para los fiambres y el queso, del interior de la vitrina.

Elvira se coloco detrás del mostrador acristalado y preguntó 

- ¿Que te pongo?

- Quería que me pusieras salchichón y chorizo de Salamanca

- ¿Salchichón ibérico?

-No, del salchichón que hacéis vosotros y trescientos gramos de chorizo.
Elvira, cortó primero el chorizo, pesó los trescientos gramos, y después de envolverlo cuidadosamente, se dirigió al almacén, en el interior de la tienda, y no tardó en aparecer con varias piezas de salchichón. 

Después de tantearlos, le mostró el salchichón, que a ella le parecía mejor.

- ¿Este?

- Si - dijo Garbancito, asintiendo con la cabeza.

Después de pesar la pieza de salchichon, preguntó de nuevo:

- ¿Algo más?

-¡ No. Cobrame?

Elvira salió del lugar de la charcutería y ambos se dirigieron a la caja por la que había que pasar previamente a la salida .

Ahora la chica de la charcutería volvía a ser nuevamente la cajera. Sonó la maquina registradora y se despidieron

- ¡Adiós, Elvira!

Fuera de la tienda, cuando se disponía a  cruzar al otro lado de la calle,
un escalofrió recorrió el cuerpo de Garbancito. Quedó parado un instante y entonces recordó el sueño de la noche anterior, y que tenía que ir a casa de la campanera para dar un recado.

 mvf.

jueves, 9 de septiembre de 2021

anduriña y enjuto 3

Lucía quiso ir al bar de la comisión de la fiesta a comprar un refresco y como sus hermanas no querían ir, no paró hasta que le dieron dinero para que fuera ella sola.

El bar de la comisión estaba atiborrado de gente y como pudo se hizo hueco en la barra apoyándose en el mostrador para ser vista por alguna de las personas que en el interior de la barra, moviéndose de un lado al otro, atendían a los clientes. Y mientras esperaba su turno, un joven se colocó a su lado.

-¡Oye! - le dijo -¿aquellas de allí son tus amigas?

 - Si. Son mis hermanas y mi prima.

 - ¿Podrías darle un recado a la que lleva la chaqueta con bordado?

Lucia entendió que se refería a Anduriña .

 -Si. ¿Que quieres que le diga?

 - Le puedes decir que a mi amigo le gusta tu amiga.

 - Vale. Descuida - le respondió - Cuando regrese, se lo diré .

Y el joven desapareció.

No tardó en regresar de vuelta junto a sus hermanas, sorbiendo el interior de un refresco de limón con una pajita, y como quedó con el joven, le dio el recado a Anduriña.

Anduriña, después de que oyó a Lucia, miró para donde estaban los chicos que decía su prima, para ver discretamente quien le mandaba el recado y vio que allí estaba Enjuto. 

-No se lo podía creer - dijo para sí. 

Y sin más se fue junto a ellos. 

-¡Hola Anselmo!- dijo Anduriña. 

Enjuto estaba de espalda hablando con uno de sus amigos, cuando se le acercó Anduriña, y cuando oyó que decían su nombre tras él se dió la vuelta, y al encontrarse con ella se quedó con la boca abierta y sin escapatoria.

 - ¿Anselmo no me sacas a bailar?.

pues Anduriña, al decir eso ya le había cogido de la mano y tiraba de él conduciéndole frente al palco de la orquesta, donde bailaba la gente.

 Al empezar a bailar juntos y sentir el contacto de sus cuerpos, el estar hechos el uno para el otro hizo todo lo demás.

Anduriña y Anselmo bailaron varias piezas juntos, hasta que cansados decidieron tomar un descanso y volver cada uno con los suyos.

- Descansaremos un poco y me vendrás a buscar junto a mis primas. ¿Vale?.

-Si, Anduriña.

Regresaron cada uno, Anduriña con sus primas y Enjuto con sus amigos.

Lucía vio que el chico con el había hablado en el bar de la fiesta le hacía señales, para que lo viese, y entonces se fue hasta junto a él para ver que le quería.

-¿Le distes el recado a tu prima?

- Si.

- Pero no le hace ningún caso a mi amigo.

-¿Como que no?. Si acaban de estar bailando.

-No. Enjuto no es quien yo te decía. Mi amigo, es aquel -  le respondió, señalando con el dedo a un joven que miraba para ellos - Mi amigo es farmacéutico y está coladísimo por tu prima. Díselo.

- Ah. Pues ahora se lo digo.

Lucía volvió junto a su prima para explicarle lo que había pasado y aclararle quien era el joven que le mandaba el recado

Anduriña miró con disimulo donde estaba su pretendiente y vio un  joven de buen parecido y bien arreglado, que miraba para ellas con nerviosismo, pendiente de lo que hablaban. 

 - Ah. Vaya. Farmacéutico - dijo Anduriña, sonriendo por el enredo ocurrido -  Pero yo al que quiero es a Anselmo y ahora tengo apalabrado otros bailes con él.

 A veces aparecía en la feria una mujer anciana. Nadie sabía quien era, ni la edad que tenía. Vendía pulpo que traía en unos canastos de madera. Pesaba la mercancía con una balanza, romana, como se había hecho desde hace miles de años. La romana tenía un garfio y una argolla que servían para asirla y mantenerla en el aire mientras se balanceaba, colgando de un lado el pulpo  y del otro lado un mástil por el que se deslizaba una pesa, que marcaba el peso al equilibrarse la balanza. 

Una de las veces la anciana del mar colocó su puesto cerca de Anduriña y cuando terminó la fería y recogían  habló con Anduriña y le regaló una piedra blanca con destellos nacarados, del océano.

-Anduriña, tendrás tres hijos y uno de ellos será para mi. 


mvf.

martes, 24 de agosto de 2021

anduriña y enjuto

El fin de semana pasado, el sábado, Anduriña marchó con sus tres primas al monte do Beo, en Malpica; porque Lucia, la más pequeña de las tres hermanas, tenía una verruga en la mano desde hace algún tiempo y quería que desapareciera. Cuando llegaron, al Beo, mientras Anduriña acompañaba a Lucía a la fuente de las verrugas, las otras dos hermanas, María y Lola, aprovecharon para dar un paseo hasta el mirador de la ermita de San Hadrian.

Al llegar a la fuente Lucía sacó del interior de su bolso un trapo blanco que traía de casa. Se agachó para meterlo bajo el agua que salía del caño y con el mojado se limpió la verruga de la mano siete veces. Al terminar se irguió de nuevo y miró a los lados de la fuente.

- A mi me dijeron que tenía que dejar el paño aquí para que cuando se seque desaparezca la verruga

- No sé, a mi me parece que lo mejor es untarla varios días con la leche amarilla de la celidonia

 y dejó su trapo junto con otros trapos de distintos colores y tamaños, que habían dejado colgados por los arbustos de los alrededores de la fuente.

- Bueno, ahora iremos a buscar a mis hermanas. 

Y marcharon a buscar a la herminta a María y a Lola.

De regreso del viaje de Malpica aprovecharon para acercarse a merendar a Laxe.

Este fin de semana, Anduriña y sus primas, estaban invitadas a casa de sus tios del Brasil, que durante el verano regresaban para pasar las vacaciones en España, para poder ir por la noche a las fiestas de Camariñas.

Terminaron de cenar cuando sonaron las primeras bombas anunciándo el comienzo de la verbena. Entre todas ayudaron a su tía a recoger la mesa y a limpiar la cocina; y después de arreglarse y quedar a la hora en que se recogerían, salieron para la verbena despues de despedirse de sus tios, y prometerles que estarían en casa a la hora.

La fiesta estaba cerca del puerto y al llegar ya estaba sonando la orquesta.

La orquesta estaba formada por tres hermanos que tocaban los instrumentos de viento; el teclista, que había hecho la mili en Valladolid y había tocado allí la gaita en la banda militar; el bajista, el más alto del grupo, tocaba desde una esquina del palco pues tenía prohibido moverse de allí y ponerse delante de sus compañeros, quitándoles de ser vistos por el publico; el batería, en aquella época se desconocía lo que era ser hiperactivo, y por si acaso se escapaba del ritmo de la canción, los tres hermanos apuntaban sus instrumentos de viento encima de él para, si iba demasiado rapido, tocar la musica en sus orejas haciendole llevar el tiempo de la canción. Delante del grupo se ponía un guitarrista zurdo que deslizaba los dedos por el mastil de la guitarra en la mayoría de las canciones, era el que más bebía y el que menos ligaba, pues la mayoría de las veces acababa durmiendo en el camión de la orquesta, donde transportaban los instrumentos, y sus compañeros lo tenían que llevar a dormir a casa; y un joven de pelo corto, vestido de traje, que micrófono en ristre desgañitaba todas las canciones que tocaban. 

Y después de está descripción de los musicos, aunque pareciese lo contrario, tocando juntos en el palco de la fiesta, amenizaban la verbena.

Los primeros bailes de la noche fueron pasodobles para la gente mayor que venía a dar un paseo por la verbena después de cenar. Estaban también los niños y niñas, que les daba igual lo que tocasen, corrían y gritaban por el lugar de la fiesta y eran los que primeros que se recogían.

Pasearon por la fiesta rodeadas por el bullicio y la charanga de las atracciones, iluminada con bombillas de colores, incandescentes, soldadas en hilo de hierro galvanizado que pendía de un lugar a otro, desde las casas de la plaza del puerto, suplantando el cielo de las estrellas.

Jugaron unos boletos en la tómbola que siempre tocaba, pero no hubo suerte. Echaron unos viajes en las barcas voladoras, que sentadas en el interior, tirando de unas cuerdas de esparto, se movían en el aire como columpios. Compraron unas nubes de azúcar, que fueron comiendo mientras paseaban. Tiraron unos balines en una de las barracas de tiro de la fiesta, donde Lola, la mayor de las primas de Anduriña, que tenía buen ojo, ganó un muñeco de goma, de un gato de los dibujos animados famoso en aquella época...

 - ¡Anduriña, yo se que este verano te vas enamorar! - Gritó Lucía.

Lucía era la que más disfrutaba en la fiesta porque aún era niña y se quería casar antes que sus hermanas, las mayores.

 mvf.

 


martes, 10 de agosto de 2021

Anduriña 2

Anduriña era una mujer de buen ver; tenía el pelo rubia y sus ojos eran  azules como el agua del océano en primavera. Terminaba de cumplir veintiséis años, cuando su madre, preocupada por su soltería, le dijo que pensara en casarse; poniéndole por ejemplo que la mayoría de sus amistades ya tenían uno o dos hijos, las que menos.

No le faltaban pretendientes, pero los rechazaba siempre de manera educada, sin darle pie a sus pretensiones y procurando siempre no airearlos; aún así algunos de ellos, despechados por su rechazo, dieron por levantar calumnias, hacía su persona, diciendo que les había rechazado porque no era mujer que le gustaran los hombres. Sin embargo la verdad era que amaba a un joven de Muxia, conocido con el sobrenombre de enjuto por ser larguirucho y flaco. Enjuto se llamaba Anselmo y desde el colegio, donde coincidieran de pequeños, huía de ella nada más verla, por que no sabía estar cerca de Anduriña sin echarse a temblar.

Casadas la mayoría de sus amigas, se había quedado sin amistades y solo tenía una primas con las que quedaba para salir e ir a las fiestas. Principalmente, porque a sus tíos les agradaba su compañía, como era  trabajadora y responsable, para que guiases a sus hijas con su buen ejemplo y discreción. 

 Anduriña escribía poesías secretamente para escapar de su naciente soledad. Recluida por las tardes en su casa, al regresar de su trabajo, había empezado a chatear todos los días usando el ordenador, muchas veces hasta altas horas de la noche.

Bajo el nombre de Anís marino, entraba en un canal que se llamaba poesía, y allí dejaba leer sus poesías,

- ¡Hola Anís marino! 

- ¿Hola , quien eres?

Enjuto, se encontraba con sus amigos por la tarde y regresaba para casa, cuando los demás se retiraban. Pero él también se estaba quedando solo. Sus amistades decían que era culpa de su extremada timidez.

Enjuto soñaba secretamente con Anduriña.  Paseaba junto al océano, que en su sueño, se extendía hasta el horizonte y tenía el mismo color azul marino que los ojos de Anduriña. Las olas llegaban como sabanas de agua y espuma, una a una, extendiéndose lentamente sobre la arena de la playa, blanca y fina, que se colaba entre los dedos de sus pies.

 La brisa cálida acariciaba la piel de su cuerpo. Una, tras  una, una ...

-Hola enjuto - decía en su oído la voz de una caracola

-Hola 

En su mano aparecía una piedra, era blanca con destellos nacarados, miraba hacía ella y pedía un deseo, Anduriña, y lanzaba la piedra al mar.

La piedra, al contacto con el agua, sin hundirse, ni desaparecer perdida en la distancia del océano, no cesaba de saltar y sus saltos se convertían en peces plateados que continuaban saltando en el océano, mil veces, hasta que uno de ellos la atrapaba con su boca. El pez nadaba hasta la orilla, y esta vez era Anduriña que se acercaba a él y dejaba de nuevo la piedra nacarada del océano en la palma de su mano abierta.

En todo este tiempo, desde que Anduriña regresó de sus estudios y se puso al frente del negocio que había llevado su madre, solo habían estado juntos una vez en el celta, el autobús de Muxia a Santiago. Cada uno iba por motivos diferentes.

- Perdona, pero está libre ese sitio ? - preguntó Anduriña, mientras señalaba para el asiento libre en el autobús, al lado de Enjuto

- Bueno si, quieres sentarte?

- Es que solo está ese libre.

- Pero yo puedo ir de pie - y enjuto se levantó para ir de pie en el pasillo del autobús, dejando las dos plazas libres para Anduriña.

- Señores pasajeros, por favor se ruegan que vayan sentados, no se puede ir de pie en el pasillo - gritó Manolo, el conductor, desde delante del autobús.

No tenía más remedio que ir sentado al lado de Anduriña, durante el viaje.

El autobús arrancó de Muxia con toda normalidad. y aparte de los monosílabos que con sus preguntas, Anduriña, consiguió arrancar de Enjuto, tratando de entablar conversación con él, no medió ninguna palabra. Después de llevar ya varias paradas, en Brandomil, Enjuto se levantó y se despidió 

- Bueno, yo me bajo aquí. 

Ese fue el máximo tiempo que había logrado estar en su compañía: de Muxia a Brandomil.

 - ¿Anís marino, tienes quien te quiera? 

- No de lo digo a nadie pero mi  corazón marchita esperando por un joven tímido y apocado, que amo desde que íbamos juntos al colegio. Bueno. Es complicado. Él huye de mi cuando me ve. 

Anduriña tienes que buscar un hombre que te quiera, por que pasan los años y después vas andar apurada y te vas a conformar con cualquier cosa.

 

 mvf

jueves, 15 de julio de 2021

Lirios y crisantemos - garbancito 2

 El chino podía ser panadero, zapatero, cartero, o hasta abrir otra barbería en el pueblo, si fuera necesario, pero no podía ser campanero, porque nunca se le tenía visto por la iglesia.

-¿De qué religión sería el chino?

El barbero sacó a Garbancito de su silencio.

- ¿Que tal están los difuntos?

preguntó, sin detener las tijeras y el peine que trabajaban por su alborotado pelo, rizo.
A Garbancito, no le gustaba hablar de los muertos, pero respondió
- Está semana, la gente anda algo apurada limpiando nichos y poniendo flores a sus difuntos,  por
la proximidad del día de todos los santos, pero a los muertos del cementerio no les gusta nada el ajetreo; para ellos estas fechas perturban su tranquilidad y no les deja dormir.
-¿ Les gustaran que les limpien las yerbas que crecen alrededor de sus nichos y que les ponga flores? Digo yo - Espetó la abuela de los labrada desde su esquina. donde esperaba que le arreglasen su pelo corto, pues tenía cerrada la peluquería.


Garbancito sabía bien que los muertos preferían más los líquenes y los musgos, que todos los lirios y crisantemos que ponían de adorno en sus tumbas. Pero calló. y como no le respondió la abuela de los labrada continuó:

- Les gustará que les lleven noticias de la vida que abandonaron.

 
- ¡Aja! - exclamó el barbero,
apoyando lo dicho por la abuela de los labrada - querrán saber si se casó una hija o un hijo o  cualquier otra noticia de sus casas ...
Las tijeras
seguían el movimiento de la conversación.
- Ahora,
en el pueblo, hay muchas casas vacias y ya no queda gente que vaya a ver a sus muertos - habló Garbancito - y muchos de los que se marcharon los incineran a su muerte y ninguno vuelve aquí. 

las tijeras y el peine se detuvieron - Se acabó - dijo el barbero y ...

Una vez en la calle, Garbancito giró para la izquierda y empezó a caminar de regreso a su casa. Al llegar, lo primero que hizo fue hacer una llamada telefónica.
- Marcó el número y esperó que cogiesen al otro lado y cuando oyó que habían descolgado preguntó
- ¿Eres Miguel?
- ¿Si, Quien eres?
- Soy Garbancito.
- ¡Ah ... !- se oyó, sobrecogiéndose
la voz del otro lado del teléfono, al oir su nombre, por que a Garbancito los vecinos le relacionaban con cosas extrañas relacionadas con el más allá.

 - ¿Que tal. Que quieres? - preguntó temiendo alguna mala noticia.


-
Miguel, me mandó decirte tu madre, que mucho lío montaste cuando fuiste por el certificado de defunción para ir al notario, con que lo querías en gallego y no en castellano, y no hay quien entienda el nombre del que lo firmó.


mvf.


miércoles, 30 de junio de 2021

Anduriña

 

La punta de la Barca, y más al norte el cabo Vilan, arrebatan un trozo de mar al oceano llamado la ría de Camariñas. En el interior, como hija en el seno de su madre, se encuentra la ria do porto, donde el rio Grande vierte sus aguas recogidas en su curso, desde el monte Meda, a una veintena de kilometros hasta este lugar.  Antiguamente, se encontraba aquí el puerto de los pescadores de estás tierras a resguardo de los ataques por mar de los ingleses.

Muxia tiene el puerto, protegido de las olas del mar abierto, por la cara interior a la ria y desde sus casas, los días claros y de cielo limpio, frente a ella se puede ver Camariñas, situada en la otra punta de la ría. Por la parte de atrás de Muxia, las rocas de su pequeña costa, se encaran  directamente a la fuerza del oceano atlantico.
Sus calles como si fuera un trozo alargado de red de pescador, estirado en el suelo, paralelas entre la ria y el oceano Atlantico, se extiende desde la tierra adentro hasta la punta de la Barca.

Al llegar al puerto, si uno no se detiene y se continua avanzando, dejando a la derecha los antiguos secaderos de congrio, se llega de esta parte, al termino de la tierra, y ver el faro de Muxía y de allí acabar donde yace partida la piedra de abalar; que impulsada por el venir de la olas, en las horas de pleamar,  martilleaba con su cuerpo la roca del suelo, produciendo un sonido grave y fuerte, que daba fé de la fuerza del mar. En ese lugar estropeado por la multitud no nos cabe duda que antaño los primeros moradores de estas tierras adoraban el océano.

Es día de feria y desde primeras horas de la mañana hay movimiento en las cafeterias del puerto. Paralelas a las primeras casas que muestran su fachada al mar, discurren las calles de Muxia. La calle de la feria arranca desde la plaza del cabo, antes de subir para la iglesia de Santa María, y a poco de comenzar su trayecto, la cruza oblicuamente otra calle, que separandose de ella asciende en sentido contrario,  mientras que la calle de la fería, alejandose del puerto, que da refugio a los navegantes, avanza hasta cruzar al otro lado la tierra de Muxia, y llegar a una playa de rocas redondas y grano pedregoso, bañada por el Atlantico, llamada la playa del coio.

Por el estrecho espacio que los puestos de la fería, colocados a ambos lados de las aceras de la calle, dejan de separación entre ellos para el caminante, apenas se puede transitar, y entre empujones y rempujones se oyen los gritos de los feriantes y compradores

Son las once y medía de la mañana, y la fería está abarrotada de gente.

 - ¡Buenos dias Anduriña! ¿Ah, como tienes el rape?

En el cruce de las calles, un puesto de pescado está cerca de la plaza. Tiene una carpa de lona que mece una suave brisa marina que corre por la calle en ese momento, y un mostrador de madera de pino, cubierto por una tela blanca, donde se muestra encima la pesca reciente,  en grupos de pescado de especies diferentes, y en una esquina una caja de madera está llena de pulpo.

Hay lirios, a la noche un banco de peces cruzó la ría y llenando las redes de los pescadores.

-¡Son del día!

Mas adelante, está el puesto de Anduriña. Allí una señora y la pescadera discuten sobre el precio del pescado.

-¿Pero a como cobras el rape?.

-¿Te pongo este, que está muy bien?

Encima de la boca entreabierta de sapo, escondidos sus ojos vidriosos de pez, parecen estar mirando impacientes la decisión del cliente. Pero el rape, asido por su cola ya vuela por el aire...

Anduriña ya cogió una hoja de papel encerado, del que se utiliza para envolver los alimentos, y el rape acabó encima suya, depositado en una bascula blanca con cabeza de reloj.

- Un kilo ochocientos - gritó para que se le oyese - ¿lo lleva?

La clienta, una mujer de piel morena, que oculta su edad imprecisa en los surcos que el aire marino y el sol labraron sobre su rostro, asiente con una inclinación de la cabeza.

- ¿Quieres algo más?

Uno de los dedos huesudos de la mujer señala a un grupo de peces de lomo rosado y ojos cristalino, encima del mostrador.

- Un kilo de fanecas

Anduriña cogió dos presas de fanecas, a ojo; los echó encima del papel encerado que ya esperaba sobre la bascula, y la aguja roja de la cabeza de reloj marcó su hora en kilogramos, apenas pasandose una pizca del peso del kilo.

- ¡Adios Anduriña!

 - ¡Pulpo de la ria ...!

Anduriña nació en una de las casas de piedra, próximas a la zona de los secaderos de congrio y a los pocos años de empezar a andar quedó huérfana, por un naufragio en Finisterra del que no regresó su padre.

Su madre, vendiendo pescado consiguió que su hija fuera a estudiar  a Santiago. Quería que fuera maestra para que supiera de números y pudiera enseñar a leer y a escribir a sus hijos. Pero la hija solo quería ser como la madre que esperaba de madrugada, el regreso de los pescadores con sus redes cargadas, para comprar en la lonja el pescado recién capturado por la noche. Tras acabar sus estudios y regresar a Muxia, con el ruido de las olas y el olor marino, que al nacer el día entraba por la ventana de su habitación, Anduriña olvidó los números y las letras que aprendió de maestra, en unas semanas, y se puso hacer lo mismo que durante generaciones habían hecho las madre e hijas de su familia.

Un día la madre le dijo :

- Anduriña tienes que buscar un hombre que te quiera, por que pasan los años y después vas andar apurada y te vas a conformar con cualquier cosa.

mvf.


martes, 18 de mayo de 2021

La parada.

Hacía tiempo que la marquesina de la parada se había quedado sin los cristales laterales que protegían del aire o de la lluvía. Solo quedaba el banco de hierro y el tejadillo que cobijaba, del sol o de la lluvía, al viajero que esperaba sentado la salida del autobus. Cerca, una papelera mostraba en su boca la basura acumulada. Por encima de allí, a un paso y un terraplen de tres metros que había que subir, transcurría la carretera nacional. Y un cielo azul, con nubes de Abril, cubría el lugar.

El autobus empezaba a las siete de la mañana, en el otro extremo de la ciudad, despues de salír de la cochera donde dormía con los vehiculos que hacían las otras rutas, y a las siete y veinte estaba en la parada. Esperaba diez minuto y cuando daba la media hora, arrancaba de regreso a la ciudad; para regresar de nuevo a las ocho y veinte; diez minutos más, ocho y medía, y repetía su ruta una y otra vez, durante el día, hasta que a las diez y veinte; diez y medía de la noche, hacía su último viaje para regresar a la cochera. Llegaba a la parada casí siempre vacio, pero alguna vez traía algún viajero despistado que el conductor hacia bajar y cerraba la puerta batiente tras él. Al cabo de diez minutos se abría la puerta de la entrada del autobus, hubiera o no hubiera alguien esperando y después de cerrar, marchaba de nuevo para la ciudad.

En esos diez minutos, a medía mañana, el conductor extraía un pequeño petete escondido bajo su asiento; de donde sacaba un bocadillo y un refresco, y lo disfrutaba justamente durante nueve minutos; en el decimo minuto limpiaba alguna que otra miga que podía caido, escondía su petate debajo del sillon; se abría y cerraba la puerta de entrada, y como en todas las medías horas el autobus arrancaba en dirección a su regreso ...  para salir de nuevo al cabo de diez minutos de espera.

Hoy, tres inmigrantes estaban sentados en el banco de hierro de la marquesina. Frente a ellos, el autobus esperaba indiferente que pasaran sus diez minutos. Se reían mientras disfrutaban, comiendo, unas frutas y un chusco de pan duro obtenido en algún supermercado de la ciudad. Eran un senegales, alto y guapo, de tez negra y voz amable, y dos marroquies, morenos, de pelo rizado, delgados y con nariz aguileña.

El senegales decía a sus compañeros, mientras roía un trozo pan duro con sus dientes de marfil blanco.

- ¿Si todos somos iguales entonces el color de la piel, ni la religion, no nos hacen diferentes, no?

 Pasados los diez minutos el autobus abrió las dos hojas batientes de su puerta de entrada, y como no se movía nadie de donde estaban, el conductor gritó, desde dentro, para que le oyesen 

- ¿Vais ir para la ciudad?

 -¿Francia está muy lejos? - oyó que le respondieron - ¡queremos ir a Francia; vamos a Francia!

- ¡Para ir a Francia hay que coger otro autobus!

El autobus cerró la puerta, molesto por no engulliar sus tres pasajeros al interior. Arrancó y desapareció ...

Acabado el improvisado banquete, los tres echaron a subir por el terraplen de tierra, que les apartaba de la autovia, para ponerse a hacer dedo esperando que alguien les llevase a cualquier parte; siempre que fuese para el norte. Querían ir a Francia. Aunque se pararían, el tiempo que hiciera falta, en cualquier punto del camino, porque les gustaba conocer a sus gentes que podían encontrar donde llegaban.

El sol apretaba, y en la autovía apenas había trafico a esas horas

-¡Vamos a caminar!

Y los tres empezaron a andar.

Llevaban un rato por el lado del arcen, cuando detras de ellos, a lo lejos, apareció un camión sin que apenas lo apercibiesen, que venía en su dirección.

 El camión llegó a su altura y paró al lado de ellos. Se abrió la puerta y del interior de la cabina, asomó, la cabeza y medio cuerpo del camionero, inclinado, agarrado con una mano al volante y la otra a la puerta abierta.

- ¿Donde vais? - preguntó y sin esperar respuesta añadió - ¡Os llevo a Soria si me ayudais a descargar el camion!

Se miraron entre ellos, y uno de los marroquies, el más mayor de los tres, respondió

 - ¡Ok, paisa. Descargamos el camión y unos bocadillos para cenar!

- ¡Vale. Montar atras y hacer sitio entre las cajas, con cuidado de no estropear la fruta!

Se dirigieron a la parte posterior del camión. El senegales, el más fuerte y joven, tiró dentro su petate y rapidamente subío al camión, saltando al interior; después extendió la mano para ayudar a subir, uno a uno, a sus dos compañeros. Cuando terminaron de acomodarse dió unos golpes en el piso del camión, con su pie, para que le oyera el conductor desde el interior de la cabina, y el camión  arrancó.

El destino más alla de la última parada lo cogían los que marchaban, dejando atras la ciudad en la que habían estado.

  - ¡Va ser muy dificil llegar a Soria antes de la noche! - dijo uno

 

mvf.


lunes, 12 de abril de 2021

la barbería. - La teologia de la liberacion.

Dan las doce en la barbería. Las manos temblorosas del barbero mueven el peine y las tijeras, por encima de la cabeza del raposo.  Toman un respiro y deja de oirse su tris tras, cuando el barbero se para y se aparta un paso para atrás, para ver como va quedando el corte de pelo.

Vió y volvió de nuevo a su trabajo. El tris tras, se escucha de nueva cuando deja igualadas las patillas del raposo.
 

En una esquina de la barbería, sentados esperan el Garbancito y la abuela de los labrada.

Garbancito ojea las revistas, apiladas en una pequeña mesa frente a él.

La abuela de los labrada llegó hacia un momento.

-¿Puedo pasar ... ? - preguntó asomando la cabeza por la puerta de la barbería  - ... Si me quisieras arreglar el pelo … que está la peluquería está cerrada ...

- ¡Ehmmm... Si a los presentes no les importa. Si! - respondió el barbero, sin quitar vista de su trabajo.

No hubo que esperar el consenso.

- ¡Buenas! - saludó cuando estaba dentro  - es que aprovecho cuando vengo al pueblo a hacer la compra para arreglarme el pelo, y acaba de dar a luz la peluquera ... , y yo llevó pelo corto; si no les importa...

 Venía cargada con dos bolsas. Las bolsas ocuparon lugar en el suelo, al lado de la silla de Garbancito y su revista, y ella se sentó, junto a la ventana.

- Pero como me cortes un pelo de más ....  - remató. 

 Dan las doce y quince. Las manecillas silenciosas del reloj continúan su silencio movimiento en la esfera del reloj que cuelga en la pared por encima del espejo.

Tris, tras, el corte de pelo del raposo avanzaba.

- El cura no sabe donde se fue a meter con sus ideas y la teología de la liberación- dijo el barbero - porque en Galicia no entran ideas nuevas.

La abuela de los labrada está distraída, repasando mentalmente la compra que llevaba en las bolsas, por si acaso había alguna cosa que no cayese en la cuenta de llevar; pero las últimas palabras del barbero la traen a la conversación:

- Tu amigo, el cura -dijo mirando para los presentes - se le ocurrió decir que había que hacer sitio en la iglesia a un tal San Arnulfo Romero y eso después de contar en la homilía, con su acento latino, el homicidio cometido por los sicarios que lo mataron en San Salvador, por defender a los pobres. Como si la iglesia fuera lugar para una película de pistoleros.


- Yo sé algo más de ese asunto - dijo Garbancito, que apartó la vista de la revista - todo el lio surgió porque la tía la rica llegó a un acuerdo con San Antonio: si el santo le cancelaba todas las oraciones que había acumulado a lo largo de los últimos años, pidiendo favores, ella no iba a dejar entrar en la iglesia a ningún otro santo para que se quedase con las oraciones de sus feligreses. 

El barbero se detuvo  al oirlo.

- ¡Y a ti que más te da si no vas a misa! 

- Yo tengo que hablar bien del cura pues cuando vino quiso que fuera a la misa, como todos los del pueblo - respondió Garbancito.

Garbancito no podía entrar en la iglesia, ni arrodillarse en la misa, porque era de la familia de los de la bruja.  

 - No voy porque no puedo ir - le dije cuando se acercó a mi casa  a preguntarme porque no iba a misa-  y que no podía arrodillarme frente al altar sin recibir ninguna advertencia.

A pesar de mis objeciones, él continuó insistiendo, argumentando que la teología de la liberación abogaba por la inclusión de todos en la iglesia. Sin embargo, durante la homilía, tuvo un accidente: se resbaló del púlpito y cayó de cabeza al suelo, abriéndose la cabeza, y solo entonces dejó de insistir.

El raposo, que hasta ese momento permanecía imperturbable mientras le cortaban el pelo, decidió intervenir para cambiar el rumbo de la conversación.

- ¿Y si la hija de la campanera no quiere ser campanera, quien tocara las campanas? 

La campanera había discutido con el cura, porque este quería poner unos altavoces en el campanario. 

Justo en ese momento el barbero remató el corte de pelo.

- ¡Bueno, terminamos!

Cuando su cliente se erguió del sillón de la peluquería, el barbero aprovechó para pasar un cepillo por detrás del raposo, y quitarle los restos de cabello cortado que podían quedar por encima de los hombros. Y mientras el raposo se fue a recoger su chaqueta, colgada de un perchero antiguo de doce brazos, señal de que en la barbería hubo tiempos mejores, el barbero se colocó detrás de un pequeño mostrador, junto a la puerta, en el que había una pequeña caja registradora para cobrar a sus clientes al salir.

Se despidieron, y el barbero cogió una escoba y un recogedor y para  barrer alrededor del sillón, donde atendía a sus clientes.

- El siguiente.

Garbancito ocupó el sitio vacante.

El barbero cogió su peine y sus tijeras, debajo de la repisa del enorme espejo que estaba frente a ellos y comenzó un nuevo corte de pelo.

-¿Garbancito, tu crees que el chino querrá ser campanero?

 

mvf.

martes, 2 de febrero de 2021

Mes de marzo.

Lloviznó durante toda la mañana pero la tarde se quedó con el cielo azul cálido, de un día de marzo. La gente esperaba el comienzo de la misa. El coche negro y fúnebre, terminaba de llegar. Aparcó frente a la iglesia y unos hombres con traje negro, que habían llegado antes en una furgoneta blanca, con el nombre de la funeraria a sus lados, se aproximaron y abrieron el portón de atrás del coche fúnebre, para sacar el féretro y llevarlo hasta el interior de la iglesia. Pero los vecinos no les dejaron, les hicieron apartarse y sacaron ellos el féretro; después colocándose a cada lado, lo auparon, se lo echaron al hombro y se dirigieron hacia la iglesia, para una vez dentro, depositar el feretro frente al altar, encima de unos caballetes que ya estaban preparados para su llegada.

Sonó la campana mayor, con un tañido grave que hizo vibrar a los presentes con su sonido; después se alejó propagándose por el aire hasta la distancia; al poco, entremezclado con los ecos de su tañido, se descubrió que su lamento iba ser acompañado por los tañidos de las campanas de las iglesias de los pueblos vecinos.
Nuevamente se escuchó la campana mayor, pero esta vez acompañada con el tañido de la campana pequeña de la iglesia. Y así se repitió tres veces, pues el difunto era una mujer. Se hizo una pausa y
este número de golpes fue repetido nueve veces, advirtiendo al cielo que el difunto por el que se oficiaba la misa era la campanera de Bástela.

La campanera estaba preparando una tarta de manzana para el café con leche de la tarde. Era una sorpresa para su hija que venía de Santiago para estar unos días en casa. La tarta la hacía con la vieja receta familiar, que llevaba en el hacer uno o dos trucos, acumulado en el tiempo entre madres e hijas; aunque el ingrediente mas sencillo y más difícil era hacer la tarta con la calma de la vida en los pueblos.

La cocina de la campanera estaba provista de un horno de hierro que funcionaba con el fuego de la leña de roble. El centro de la cocina lo ocupaba una mesa grande rodeada de sillas de mimbre, en la que se sentaban los de la casa y la gente de confianza, que en cualquier día se podían invitar a comer. En la pared blanca de cal, una antigua alacena de castaño, de estilo castellano, dejaba entrever entre sus vitrinas las piezas de cubertería de porcelana blanca; algunas de ellas con dibujo de otras épocas, mostraban su procedencia de distintos juegos de platos. Frente a la alacena, el ventanal grande de la cocina  dejaba ver como se extendía el verde del campo, hasta tornarse azulado en la distancia de las montañas.

La campanera, juntó los ingredientes que cariñosamente había preparado, en una tartera de barro, y cuando estaba en su punto el horno, la metió en el interior de la cocina de hierro. Se acercó al chinero para recoger un reloj de plastico verde amarillo con forma de pera, que esperaba su trabajo. Calculó el tiempo que tardaría en hornease la tarta y le puso el tiempo de espera. Después lo dejó encima de la mesa de pueblo, de madera de castaño. Sacudió el delantal de harina que llevaba puesto, al terminar.

Ya no quedaba nada más que hacer, el tiempo y la temperatura del horno haría el resto del trabajo.

Arrimó a la mesa su silla de mimbre y se sentó frente al reloj; hizo una almohada con sus brazos, encima de la mesa que aún conservaba restos de harina, para reposar su cabeza en ella. Y se durmió dejando que el sueño lo velase el tic tac con forma de pera que la despertaría al pasar el tiempo que que necesitaba estar la tarta en el horno.

En la cocina flotaba el aroma de la canela y la manzana, que había estado cociendo durante la mañana, en una pota de esmalte rojo, para añadirse a la masa de la tarta; y por  el ventanal entraba la luz del día que mantenía apagada la lampara de led que alguien, sin saberse cuando, había sustituido por la bombilla incandescente que siempre colgó del techo.

La siguiente visita que tuvieron eso mañana, los de Barcelona, fue la del perro de los labrada. El pastor se coló por debajo de los viejos alambres que separaba las dos propiedades vecinas y se plantó en medio y medio, entre Bribón y su amo, para olfatearles. Primero olió las piernas de Andres, dió un par de vueltas restregandose contra ellas y después se acercó a Bribon para repetir la operación; cuando terminó se dejó oler por él.

Con este intercambio de olores se hicieron las presentaciones.

Entonces, en señal de aceptación de la visita, Andrés lanzó la pelota, que sujetaba entre las manos, mientras se habían estado oliendo los perro, para que el recién llegado, para que los dos fueran por ella a ver quien la cogía primero,  pero el perro de los labrada hizo caso omiso del lanzamiento. Al ver Bribón, que el otro perro no corría con él tras la pelota, apuntando con su miradas la dirección que había seguido la trayectoria de la pelota, y mostrándose jadeante, trató de incitarlo
en el lenguaje de los gestos de los perros,para que echaran una carrera a ver quien era el primero en regresar con ella. 

- Busca busca ... insistió Andrés, al ver a los dos perros parados, sin echar a correr, señalando la dirección en que había caído la pelota, para que fueran por ella.

Después de esto, el perro de los labrada dio media vuelta y pasó de nuevo bajo el alambre de espino, esta vez en dirección hacia su casa. Dando por terminada la visita.

Bribón miró con extrañeza para su amo y al perro que marchaba, sin saber lo que pasaba.

Se daba por entendido que cada uno ya sabían lo suficiente del otro.

mvf.