Cuando el cura salió de la casa de Abelarda los hombres que faenaban en la
plaza le miraron de reojo.
El cura llevaba su gorra entre la faja que ataba su sotana negra alrededor de su cintura y caminaba con ceremonía buscando el mejor momento para saludar al pueblo y despedirse con su mano alzada impartiendo bendiciones para que quedasen todos en paz de Dios, pero se detuvo al ver la comitiva que se acercaba.
Los cuerpos vistos al trasluz de la polvareda.
Dos hombres lanzaban la hierba
trillada al aire para separarla del trigo. El grano de trigo con su peso caía a
pocos pies de distancia de cada uno de los hombres, y la hierba, más ligera, era arrastrada por
el viento a más lejos separándose así el trigo de la paja. Y vistos parecían
imágenes detenidas en el trasluz del tiempo inmemorable.
La escena era igual que otras tantas veces que los hombres habían desgranado
el trigo del campo después de la siega y a la memoria de cura de Labregos vino la
vez, en otro tiempo, que había estado allí frente a ellos.
De aquellas las mujeres tenían que
limpiar el suelo previamente con enormes escobas artesanales hechas con brezo,
y apelmazar bien la tierra para después realizar la trilla a o la malla según
fuera la cantidad de cereal a desgranar. Aún no habían solado la era con
enormes piedras de losa de granito convirtiéndola en la plaza actual que era
hoy en día.
Ese día de trilla, después del descanso para comer, estaban todos los
hombres de las haciendas allí reunidos: unos sentados, otros de pie… alrededor de
ellos las mujeres portaban sus hijos en los brazos o los más pequeños agarrados
a sus delantales, una prenda que apenas
disimulaban los ralos trapos que eran los vestidos de la gente pobre. Y todos
esperaban en silencio a que el amo acabase el enorme puro que había encendido
delante de ellos.
Los mediocres señores gallegos trataban a sus trabajadores campesinos como
vasallos y esclavos. Después del fracaso de los monárquicos, apoyados por la iglesia temerosa de que el
voto de la ciudad y las ideas republicanas y liberales llegase a la gente
ignorante del campo habían decidido dar su apoyo al Frente Republicano gallego
y ofrecieron su colaboración para que ganasen
sus candidatos.
Faltaba poco para venir las elecciones democráticas del 28 de junio que
elegirían los diputados al parlamento de la II república en España mediante sufragio universal
masculino y después de comer los caciques, que se habían reunido en la casa del
señor del lugar para acordar ese dia llevar a sus gentes a votar al Frente
Republicano gallego, se produjo en la mesa un debate sobre las ideas que
Roberto Novoa Santos, un medico gallego perteneciente al Frente Republicano
gallego y candidato por este grupo,
tenía de la inteligencia de las mujeres y por que no podrían llegar a votar
jamás ni participar en las cosas de los hombres.
Roberto Novoa Santos y su grupo fue un contrario al
voto femenino como parlamentario por Galicia
en la segunda república y sus palabras se recogen en las sesiones del parlamento de aquella epoca. A pesar de sus ideas vergonzosas como gallego, hoy en Galicia hay aulas academicas, centros sanitarios y nombres de calle
dedicadas a su memoria. Entre sus importantes obras, en la que destacó su
Manual de medicina general, 1916, figuran tambien
La Indigencia espiritual del sexo femenino, o Las pruebas anatómicas,
fisiológicas y psicológicas de la pobreza mental de la mujer. Su explicación
biológica (1908)
Al terminar la tertulia los caciques bajaron a la era para dirigir unas
palabras a los hombres de sus haciendas que esperaban desde
primeras horas de la tarde sin reanudar sus faenas.
Habló primero el Sr cura párroco de Labregos refiriéndoles a los presentes
los sacramentos y la obediencia a los mayores en poder, dignidad y gobierno,
mientras asentían detrás de él los amos de
las tierras. Al terminar el párroco miró para el señor de la casa grande por si
quería tomar la palabra. Este fumaba tranquilamente un puro grande, negro, de
olor apestoso y se hizo un silencio entre los presentes esperando que dirigiese
unas palabras. Cuando terminó el puro lo dejó caer al suelo y con la punta del
pie lo esmagò como si fuera una enorme cucaracha alquitranosa, y sin mediar
palabra, dando una señal con la mirada, le dio la palabra a un jovencísimo
Sebastián del Frente Republicano Gallego.
Sebastián les explico quienes eran los candidatos del Frente Republicano
Gallego y de cómo velarían por los intereses de Galicia, defendiendo la
necesidad de una región autónoma en una república plural y unitaria, que les
protegería así de los desmanes de los socialistas y los comunistas;
refiriéndoles de manera exagerada como en Madrid, los obreros habían quemado
iglesias y hasta matado curas y niños cristianos con motivo de la proclamación
de la república en el mes de mayo. El 28 de junio de 1931, día de las
elecciones les llevarían a votar al ayuntamiento donde los hombres, los únicos
que tenían derecho a voto, tendrían que votar Frente Republicano Gallego.
Al terminar nadie se atrevió a decir nada.
Entre todos los hombres que venían a la trilla allí estaba también el
ovejero, el padre de Abelarda, pues había venido como los demás hombres de las
haciendas para escuchar lo que tenían que decirles sus amos.
Sebastián se dirigió a él preguntándole imperativamente, delante de todos
para ver el efecto de sus palabras en ellos. - ¿Ya sabes a quien tienes que
votar, verdad?
Si – respondió el ovejero.
Sebastián, ufano de si mismo, volvió a gritarles
a los campesinos alzando la voz para que le oyeran - - ¡Ya sabéis lo que tenéis
que votar todos, para que todo siga igual, sino queréis que empeore la cosa!
Si - respondió el padre de Abelarda por todos - pero el voto es secreto.
La sorpresa de la respuesta inesperada del ovejero produjo estupor en unos y
sonrisas en otros.
Se levantó el aire y lamió la hierba trillada.
El cura de Labregos puso la mano en el hombre de Sebastián para que callase,
y juzgando el momento oportuno, los hacendados del lugar, el cura de Labregos y
el joven Sebastián, regresaron caminando despacio para la casa escondiendo con
conversaciones intrascendentes su huida del lugar de la trilla, mientras los
hombres, las mujeres y los niños reanudaban sus tareas para desgranar el trigo.
Entonces los jornaleros venidos de fuera, entre los que se encontraban alguna gente de Leon y de Zamora, empezaron a cantar una
canción de la trilla
Ya se irá
poniendo el sol.
Ya se
debiera haber puesto.
Para el
jornal que ganamos
no es
menester tanto tiempo
Al oir está canción el criado que hacía de mayoral, se dirigió corriendo hacía los hombres que trillaban en la era, ordenandoles que se callasen y pararan de cantar, pues oyendoles los animales, adormecidos por la musica, trabajarían más despacio.
Mientras regresaban para la casa grande, el joven llamado Sebastián miró
airado de reojo al padre de Abelarda y juró que algún día se vengaría de su osadía.
Mvf.
leí algunas cosas sobre la trilla, entre todas está esta muy bien
http://www.villardecanas.es/historia/siega.pdf
jueves, 14 de agosto de 2014
Ya se ira poniendo el sol ...
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