Yo tengo una fórmula con la que siempre empiezo cuando quiero dar un consejo:
—No hay recetas mágicas, pero sí buenos ingredientes—.
Y si yo comienzo así… lo mejor es coger silla, papel y lápiz, porque no va a ser un consejo de "brazo y hombro" (eso de —hija, tienes que hacer lo que yo te diga— o —yo que tú haría…—). No, no. Sino que una, a la que le encanta que la escuchen, se va a perder en un consejo magistral, con ingredientes y todo. Eso sí, sin peso ni medida.
Si la persona muestra dudas, añado:
—Que he descubierto que las amigas verdaderas son las que te dan consejos antes de pegarte tiritas—.
Entonces, no se sabe si por cortesía, por acabar de una vez o por el uso egoísta de la palabra "amiga", la persona (víctima, en la mayoría de los casos) entra en estado receptivo de ser aconsejada.
Como os habréis dado cuenta, no hace falta coger papel y lápiz, porque escribir, escribo yo.
Vamos a entrar en materia.
¿Os dije que no hay recetas mágicas, pero sí buenos ingredientes?
Yo no sé si la escritora nace o se hace, pero yo, claramente, tengo que agradecer a mi madre lo mucho que me ayudó. Aquellas mañanas lluviosas en las que regresaba empapada a casa del colegio, ella, desde el balcón, me veía llegar por la calle y me saludaba con la zapatilla en la mano, gritándome:
—¡A ver qué historia me inventas hoy!—
Mojada, mojada, llegaba empapada… Pero teníais que verme cuando saltaba en los charcos frente al colegio, cómo dejaba a todos los que estaban a mi alrededor.
Claro, ellas tenían más fácil la excusa:
—La culpa fue de Marisé—.
Aunque no les servía de nada.
Yo, la protagonista, tenía que elaborar mejor las historias, pero tampoco me servía de mucho. Ellas, como personajes secundarios, tenían dos renglones para todo.
Pregunta: —¿Por qué llegaste tarde?
Respuesta de ellas: —La culpa fue de Marisé, que…
A mi, como personaje principal, me quedaba toda la obra para explicar porque llegaba mojada a casa:
— que no fuera yo, que sería otra… ¡Muchas cuestiones para resolver un instante antes de que se bajase el telón! (Quise decir: antes de que bajase la zapatilla).
— que yo no estaba ahí… O sí, pero que solo pasaba por allí. O no era; o si era, no pasaba…
Los personajes secundarios tienen dos renglones en la trama, y el protagonista, toda la novela.
Y de ahí vino mi fuerza para desarrollar todo tipo de historias conducentes a exculpar a Marise de las situaciones, reales o ficticias, por las que pudiera pasar sin querer … Y evadirme de quedar mal ante el público después de la bajada del talón de la zapatilla de mi madre, tras la obra de teatro al llegar a casa.
Con el tiempo, he descubierto que un mal personaje, por excesos del autor que lo llena de explicaciones y vivencias ficticias o personales en la trama, está lleno de situaciones que una no llegaría a vivir ni a resolver si no fuera más que con torniquete y calzador.
Yo soy de las que dicen que, si el autor quiere contar su vida, que se haga una autobiografía. Que un buen personaje se explica a sí mismo.
mvf
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