martes, 28 de mayo de 2013
declaración del párroco.
Cuando terminó de declarar el enterrador, el Juez continuó con la declaración del párroco, que ya estaba allí presente .
- ¿ Notó ud. algo extraño en el funeral del difunto Don Sebastián ? - , preguntó el juez enarcando una ceja para mirar por encima de sus gafas y ver como a tres pasos por detrás del párroco, Arcadía, aguzando el oído, movía en silencio el brazo mientras simulaba el vuelo de la regadera que dejaba una fina lluvia de agua sobre los "gerardonios o los pelagamios" con el que había dado énfasis a su declaración.
El párroco, con la manos entrelazadas por sus dedos reposando en su extensa barriga, respondió al juez que el dia del entierro de Don Sebastián la misa exequial ocurrió con toda normalidad; y al terminar, el ataúd fue izado por los operarios de la funeraria que lo llevaron con el difunto dentro al cementerio, donde lo depositaron enfrente a su nicho. La gente que fue detrás de ellos para darle el último adiós se colocó alrededor del féretro, y mientras su viuda se sonaba las lagrimas se procedió a leer las sagradas escrituras ; después, rematando con unas oraciones, subieron el ataúd al nicho más alto del cementerio , pues mientras Don Sebastián no paraba de decir que no se quería morir su señora esposa se había encargado que su nicho fuera el más alto de su panteón, y que fuera bien visible desde todos los ángulos del cementerio, para que desde allí pudiera ser visto por todos los que había amargado en vida.
Por último, - continuó narrando el cura de labregos, mientras, a cuatro pasos por detrás del párroco, los operarios hacían ademán del levantamiento del ataúd y la colocación de la lápida. - a excepción de las plañideras que habían sido contratadas y que gemían y lloraban como si les enterrasen un hijo, sin molestar al acto que tenía lugar; los vecinos procedieron a rematar su despedida; y con la alegría que mostraban sus caseros, entonaron entre todos un canto con la esperanza en su resurrección, sin que nadie hubiera tenido con ello intención ninguna de que Don Sebastián despertase y desapareciese de su nicho para andar vagando por ahí.
Y el enterrador ahora acompañando al párroco, que con una mano en el pecho movía la otra haciendo la señal de beatificación del óbito, giraba la mano en alto para ser visto a cinco pasos detrás de ellos, dando vida a una paleta imaginaria que terminaba de sellar con mortero la lapida de piedra que tapaba el nicho de Don Sebastián. Así terminó de declarar el párroco de labregos.
Pero las cosas seguían sin cuadrar; y como ya no había a quien tomar declaración, el juez mandó regresar al juzgado de la capital a todos los que habían venido con él. Mañana, llegados a la capital, el juez les mandaría a buscar a Don Sebastián para que explicase como, lo que el mismísimo oudinis no había conseguido realizar, había él salido del féretro y escapado de su nicho con su ataúd para andar vagando por ahí.
En la iglesia la misa acabó también y la gente comenzó a salir. Al salir la tía la rica, iba colgada del brazo de su sobrino haciendo la pose en medio de la gente; alguien le preguntó si se había convertido en devota de San Dimas, el ladrón bueno; y mientras todos salían, ella respondió incomoda que en su casa había oración de sobra para todos y de cristianos era repartir.
y poco a poco se fue desenjambrando la multitud.
mvf
martes, 21 de mayo de 2013
las pesquisas de la desaparicion de don sebastian
Quiso saber el señor juez si en el entierro por el difunto hubiera ocurrido algo anómalo, y preguntó por los que oficiaron la misa.
Al estar jubilado el anterior párroco y no poder localizarsele, llamaron al párroco de labregos * labradores, uno de los frailes que estuvieron en la misa; porque como Don Sebastián era pudiente, habían venido cinco curas para los actos funerarios; y el de labregos era el cura de la parroquia más cercana.
Y mientras el párroco no llegaba el juez mandó llamar a los operarios de la funeraria, que terminaban de aparecer en el lugar , para tomarles declaración . Habían tenido que dejar sus coches aparcados en el arcén de la carretera y recorrer a pie el camino que conducía a la iglesia, pues el estrecho camino, sorteado por altos muros de piedra con olor a musgo, estaba atascado por los vehículos de las autoridades y de extraños, que simulaban importancia dándose unos a otros ordenes, que apenas dejaban transitar a la gente normal que por casualidad venía de paseo a la iglesia, pudiendo husmear lo que se podía conocer sobre la desaparición de don Sebastián.
Los operarios de la funeraria no dijeron nada de particular. Ellos solo habían recogido el féretro, con el cuerpo del finado, en su casa, y lo habían trasladado seguido de su cortejo en el coche fúnebre a la iglesia; y transportado el ataúd, al finalizar la misa, a su nicho. Y que en ningún momento el difunto les había dirigido la palabra ni realizado ruido extraño ninguno.
Entonces se acercó el enterrador, con la gorra cogida con las dos manos a la altura de su ombligo y la mirada en el suelo en señal de respeto; y así que le preguntó el juez comenzó a declarar:
El enterrador dijo que si había alguna persona agradecida y que deseaba que el difunto siguiese ahí, era él. Pues era enterrador gracias a la recomendación de Don Sebastián.
Pero la gente, al percatarse que era al enterrador al que estaban tomando declaración ahora, comenzó a apelotonarse a la entrada del campo santo. Y mientras los curiosos hablaban, con la mirada puesta en la llegada a la iglesia, de las celidonias que bordeaban el camino o del oxido vetusto de la cancilla del campo santo; con sus rabillos de los ojos lo declaraban como único beneficiario de la muerte de Don Sebastián y principal sospechoso.
Entonces el enterrador, sintiéndose observado por todos, avergonzado confesó que estaba agradecido para don Sebastián por que cuando falleció llevaban cuatro meses sin ocurrir ninguna defunción en el ayuntamiento; y que como no tenía trabajo, en el ayuntamiento decidieron que trabajase de operario municipal de obras y encargado de la piscina municipal. A lo que él se negó. Y mientras el abogado laboralista preguntaba a los del ayuntamiento, si de verdad se quejaban de que el enterrador de no tuviera trabajo cavando fosas para los vecinos; expiraba Don Sebastián, después de dejar bien claro que no se quería morir y que iba dormir un ratito .
En ese momento su viuda la tía la rica, en uno de sus pocos actos que se conocía de generosidad para los demás, hizo llamar al alcalde por teléfono y le espetó : -¡ A mi don Sebastián no lo entierra un albañil ¡ - .
Desde entonces llevaba una vida apacible de enterrador, cuidando de los lirios, las calas y las rosas. Y aveces quitaba flores de las coronas que los familiares dejaban a los difuntos, para ponérselas en un florero que había al pie de su tumba y disimular el hedor del nicho de Don Sebastián, el cacique que no se quería morir .
El juez después de separar el trigo de la paja lo vio inocente, pues el enterrador era padre de nueve hijos y cinco niñas. Y mandó anotar que si alguien trabajaba verdaderamente para dar vida al cementerio de este pueblo era el enterrador.
Y los que iban llegando para su visita casual a la iglesia, se desapelotonaron de la entrada del cementerio.
mvf
miércoles, 15 de mayo de 2013
sorpresa de primavera
Desde el campanario de la iglesia se veían las extensiones de la parroquia hasta las montañas; esas montañas gallegas, tan suaves y redondeadas, con sus laderas coloreadas de amarillos y azules. Al lado de la iglesia estaba el cementerio, en el que había aparecido una primavera de coronas y ramos de flores para advertir a los que pudieran aparecer de fuera, que los difuntos estaban bien atendidos por sus familiares de este mundo. A los pies de la iglesia se congregaba un nutrido grupo de personas: unas eran los protagonistas de la escena del día de hoy y otras, los curiosos que iban llegando no se sabe si era que las atraía el enjambre mismo de curiosos que se congregaba y que aumentaba a medida que transcurría el tiempo; o por casualidad, como decían algunos al llegar, según se encontraban y se saludaban los unos a los otros, o por la noticia de la desaparición del cuerpo de Don Sebastián, el cacique que no se quería morir.
La marea llegaba de paseo, en pareja o acompañados de otras personas que las seguían; cogidas del brazo, apoyadas en bastones, o sacudiendo sus abanicos en el aire. Según se acercaban con la mirada fija en la iglesia; diciendo que bonita estaba la iglesia, o si había que arreglar una teja que asomaba, o quien habrá puesto unos pelargonios azules en el campanario; se les escapaba el rabillo de los ojos para espiar sin miramiento a la autoridad y a la gente del juzgado, que buscaba pistas y huellas, y tomaba declaraciones.
Arcadia explicaba al juez que había subido al campanario por las escaleras de piedra que había a un lado de la iglesia, para regar sus geranios azules, y sin dejar de imitar el vuelo de la regadera vertiendo agua sobre sus plantas, continuaba diciendo que después de oír varias veces un ruido anómalo, bajó del campanario y se dirigió a la entrada del cementerio, de donde procedía el ruido que le tenía inquieta.
La gente que llegaba con el rabillo del ojo puesto y aguzando el oído, veían la escena, y escuchando lo que podían de la conversación ajena, y haciéndose los sorprendidos en los encuentros, entraban finalmente en la iglesia.
Se había tenido que abrir la iglesia para dar acogida y descanso en sus bancos, a tanto parroquiano curioso, con el fin de se llenasen sus cepillos y dada la ocasión se había programado una misa para el evento, pues el señor cura no pensaba en cobrar a los asistentes por la atracción del día de hoy, pero si en que se llenasen sus cepillos de las limosnas que recién había limpiado sin mucho trabajo. Y dentro, para sorpresa de todos, les esperaba la tía la rica y su sobrino, arrodillados frente a la imagen de San Dimas; y la gente que entraba se iba sentando detrás de ellos, abarrotando el santo edificio, sin que ninguno de ellos supiese si felicitarles o darles el pésame, por la desaparición de Don Sebastián el cacique que nunca se quería morir.
mvf.
gracias por la paciencia.