Un día alguien decidió la jubilación del autobús viejo. Entonces fue cuando se compró el autobús rojo. No se sabia cuantos años tenía aquel autobús, ni de donde había venido, ni que viajeros estuvo llevando. Se compró a un precio ventajoso y se convirtió en el nuevo autobús de nuestro ayuntamiento.
Hacía el transporte escolar
recogiendo los niños, que esperaban su paso para ir al colegio; llevaba el equipo de fútbol del pueblo, a jugar los
partidos fuera; hacia la ruta los días de entierro, o cabo de año, recogiendo la gente por los pueblos y trayendolos después de regreso. cabo de
año* misa que se hace por el difunto al pasar un año; y hasta
servia para recoger los vecinos los días de votaciones, que muy amablemente
ponía gratuito el ayuntamiento y les regalaba la papeleta también.
En poco tiempo el autobús
rojo era indispensable en nuestra comunidad. Que si unas
ruedas que había que quitar para llevar a recauchutar; que si unos frenos que
no iban bien y había llegado el momento de pasar la revisión; que si ... con
cualquier causa que motivase su fuera de servicio se interrumpía la
vida social del pueblo y dificultaba inesperadamente cualquier negocio
que se estuviese llevando a cabo y fuera necesario desplazarse. Por eso todo el
mundo estaba pendiente de sus achaques, y así fue que cuando el mismísimo Don
Sebastian, el cacique del pueblo "que no se quería morir", estaba
moribundo, su mujer, la tía la rica, se acordó del autobús y pidió que viniera un mecánico
de la capital para hacerle una revisión.
No fuera que se perjudicase el entierro por alguna circunstancia mecánica.
Cuando hacia el transporte escolar, el autobús se
aproximaba a las paradas, reducía la velocidad hasta detenerse suavemente frente al colegio, abría
las puertas y subíamos a el; y así hasta que llegábamos a nuestro destino. Enfrente al colegio abría las puertas y bajábamos desparramados a la entrada del centro, pero allí esperaba la hora de entrar y nos íbamos poniendo en fila, vigilados por alguna profesora; se abría la cancilla que daba acceso al colegio e íbamos
entrando para dentro del recinto escolar.
Un día, después de bajar
todos los niños, cuando autobús cerró las puertas y empezó a arrancar me di
cuenta que había dejado la mochila de los libros dentro. Empecé a correr con el
autobús. Yo le iba dando golpes a la puerta delantera, por la que entran los
viajeros, y hacia señas al conductor para que parase y me dejara coger los
libros. Pero por más que golpeaba con la palma de la mano en el cristal de la
puerta y agitaba el brazo, el conductor miraba para mi y me hacia señas de
despedida. Tuve que apartarme cuando la velocidad aumentó dejándome a mi detrás.
Estaba paraba en medio de la carretera viendo como el autobús marchaba, y grité fuertemente - ¡ Mi mochila, mi
mochila !
Quasimodo, y otros niños jugaban a la pelota. El autobús aún no había cogido velocidad
y cuando me oyó gritar echó a correr y se puso en medio de la carretera haciéndole señas
al conductor que parase. El conductor así que lo vio en medio de la
carretera pegó un frenazo, y el autobús se detuvo quedando a unos pasos de distancia
de quasimodo.
Todos los niños miraron
asombrados el acto de valentía de quasimodo con el autobús parado en medio de la carretera .
El autobús abrió la puerta y
mientras bajaba el conductor que no me prestó ninguna atención yo subía a
recoger mi mochila del asiento en que había quedado. Y corrí toda contenta, con la mochila en la mano, tras mi fila que acababa de entrar en el colegio.
Atrás quedaba el conductor y
el conserje del centro educativo , y los oídos de los niños que aún quedaban fuera, escuchando la regañina que le estaban dando a Quasimodo.
Y al final - ! Iras al despacho de la directora, ya ella
sabrá que hacer contigo ¡ - gritaba el conserje, tirando de él por un brazo, para que le acompañase al centro.
Nuestras caras mudaron del
asombro que pusimos por que hubiera detenido el autobús en medio de la carretera, a horrorizadas con la reprimenda que le iba a caer a Quasimodo por su acción.
La directora era una vieja
maestra, bajita, con cara de perro de presa y voz explosiva, que nos tenía a
todos amedrantados.
Entramos todos al centro y nos dirigimos a nuestras aulas. En la hora del recreo, me di cuenta que Quasimodo no estaba; y no fui la única, pero nadie dijo nada porque supusimos
que estaba con la directora y que le habría castigado sin recreo, pero al terminar las clases y salir del colegio, Quasimodo tampoco apareció para subir en el autobús. Ese día, en el autobús rojo, hicimos el trayecto de regreso en silencio. Íbamos bajando uno a uno en nuestras paradas, y despidiéndonos de nuestros compañeros sin saber si al día siguiente volveríamos a ver a nuestro fiel compañero. Seguramente la directora habría cocinado o despellejado lentamente a Quasimodo por atreverse a detener el autobús rojo, y probablemente nunca más lo volveríamos a ver.