martes, 18 de mayo de 2021

La parada.

Hacía tiempo que la marquesina de la parada se había quedado sin los cristales laterales que protegían del aire o de la lluvía. Solo quedaba el banco de hierro y el tejadillo que cobijaba, del sol o de la lluvía, al viajero que esperaba sentado la salida del autobus. Cerca, una papelera mostraba en su boca la basura acumulada. Por encima de allí, a un paso y un terraplen de tres metros que había que subir, transcurría la carretera nacional. Y un cielo azul, con nubes de Abril, cubría el lugar.

El autobus empezaba a las siete de la mañana, en el otro extremo de la ciudad, despues de salír de la cochera donde dormía con los vehiculos que hacían las otras rutas, y a las siete y veinte estaba en la parada. Esperaba diez minuto y cuando daba la media hora, arrancaba de regreso a la ciudad; para regresar de nuevo a las ocho y veinte; diez minutos más, ocho y medía, y repetía su ruta una y otra vez, durante el día, hasta que a las diez y veinte; diez y medía de la noche, hacía su último viaje para regresar a la cochera. Llegaba a la parada casí siempre vacio, pero alguna vez traía algún viajero despistado que el conductor hacia bajar y cerraba la puerta batiente tras él. Al cabo de diez minutos se abría la puerta de la entrada del autobus, hubiera o no hubiera alguien esperando y después de cerrar, marchaba de nuevo para la ciudad.

En esos diez minutos, a medía mañana, el conductor extraía un pequeño petete escondido bajo su asiento; de donde sacaba un bocadillo y un refresco, y lo disfrutaba justamente durante nueve minutos; en el decimo minuto limpiaba alguna que otra miga que podía caido, escondía su petate debajo del sillon; se abría y cerraba la puerta de entrada, y como en todas las medías horas el autobus arrancaba en dirección a su regreso ...  para salir de nuevo al cabo de diez minutos de espera.

Hoy, tres inmigrantes estaban sentados en el banco de hierro de la marquesina. Frente a ellos, el autobus esperaba indiferente que pasaran sus diez minutos. Se reían mientras disfrutaban, comiendo, unas frutas y un chusco de pan duro obtenido en algún supermercado de la ciudad. Eran un senegales, alto y guapo, de tez negra y voz amable, y dos marroquies, morenos, de pelo rizado, delgados y con nariz aguileña.

El senegales decía a sus compañeros, mientras roía un trozo pan duro con sus dientes de marfil blanco.

- ¿Si todos somos iguales entonces el color de la piel, ni la religion, no nos hacen diferentes, no?

 Pasados los diez minutos el autobus abrió las dos hojas batientes de su puerta de entrada, y como no se movía nadie de donde estaban, el conductor gritó, desde dentro, para que le oyesen 

- ¿Vais ir para la ciudad?

 -¿Francia está muy lejos? - oyó que le respondieron - ¡queremos ir a Francia; vamos a Francia!

- ¡Para ir a Francia hay que coger otro autobus!

El autobus cerró la puerta, molesto por no engulliar sus tres pasajeros al interior. Arrancó y desapareció ...

Acabado el improvisado banquete, los tres echaron a subir por el terraplen de tierra, que les apartaba de la autovia, para ponerse a hacer dedo esperando que alguien les llevase a cualquier parte; siempre que fuese para el norte. Querían ir a Francia. Aunque se pararían, el tiempo que hiciera falta, en cualquier punto del camino, porque les gustaba conocer a sus gentes que podían encontrar donde llegaban.

El sol apretaba, y en la autovía apenas había trafico a esas horas

-¡Vamos a caminar!

Y los tres empezaron a andar.

Llevaban un rato por el lado del arcen, cuando detras de ellos, a lo lejos, apareció un camión sin que apenas lo apercibiesen, que venía en su dirección.

 El camión llegó a su altura y paró al lado de ellos. Se abrió la puerta y del interior de la cabina, asomó, la cabeza y medio cuerpo del camionero, inclinado, agarrado con una mano al volante y la otra a la puerta abierta.

- ¿Donde vais? - preguntó y sin esperar respuesta añadió - ¡Os llevo a Soria si me ayudais a descargar el camion!

Se miraron entre ellos, y uno de los marroquies, el más mayor de los tres, respondió

 - ¡Ok, paisa. Descargamos el camión y unos bocadillos para cenar!

- ¡Vale. Montar atras y hacer sitio entre las cajas, con cuidado de no estropear la fruta!

Se dirigieron a la parte posterior del camión. El senegales, el más fuerte y joven, tiró dentro su petate y rapidamente subío al camión, saltando al interior; después extendió la mano para ayudar a subir, uno a uno, a sus dos compañeros. Cuando terminaron de acomodarse dió unos golpes en el piso del camión, con su pie, para que le oyera el conductor desde el interior de la cabina, y el camión  arrancó.

El destino más alla de la última parada lo cogían los que marchaban, dejando atras la ciudad en la que habían estado.

  - ¡Va ser muy dificil llegar a Soria antes de la noche! - dijo uno

 

mvf.