La boda de la hija del taxista quedó fijada para el San Antonio, el trece
de junio, y el banquete en el asador de la hija de la bruja. Hasta
llegar ese día, el párroco obligó a los novios a hacer la catequesis
y colaborar como voluntarios de la iglesia, para enseñar a sus amigos a
levantarse, sentarse y arrodillarse mientras se oficiaba la misa.
Los amigos, que eran de la pandilla de los del puerto, se negaron
en un primer momento pero finalmente decidieron colaborar a cambio de unas cajas de cerveza.
El cura
aprovechó esto para hacerles ir todos los domingos a misa hasta llegado
el San Antonio.
Después de lo hablado en casa de la bisabuela, los argentinos fueron por las tardes al ciber
del bar del pueblo, y con mucha discreción empezaron a buscar una
mujer casadera que fuera conveniente para casar a su primo gallego.
- Camarera, por favor, sabría hacernos dos choripán con
chimichurri y dos infusiones de mate, como se hace en Buenos Aires?
Después de varias tardes dieron con una rusa por interné que aunque no
cuadraba dentro del perfil matrimonial tenía unos precios muy
competitivos que podría interesar a las partes. Así que se reunió
la familia en la casa de la bisabuela para oír hablar lo que habían encontrado los
argentinos.
La bisabuela, cuando oyó la propuesta, puso el grito en el cielo
porque la rusa para venir a España no quería hablar de matrimonio,
sino que quería un contrato con vacaciones y dos pagas extras al
año. Y además cobraba un plus por acto.
Roberto dijo que por esa parte no habría problema por que a él
casi siempre le dolía la cabeza por las noches.
Pero aún así, un contrato laboral, no les parecía nada competitivo en precios.
Los argentinos, sin reparar en gastos, en el ciber, siguieron tenían que seguir buscando en el ciber hasta encontrar una mujer que quisiera un contrato matrimonial.
- ¡Camarera por favor nos pone dos choripan, con mucha salsa chimichurri, y una ración de
patatas fritas con mayonesa y sal, como lo hacen acá!
Mientras tardaba la búsqueda de la media naranja, comenzó a
producirse un gran nerviosismo en el entorno del alcalde, que llegó
a afectar a los trabajadores del ayuntamiento con grave riesgo de
perjudicar a los vecinos.
Los funcionarios al ver el decaimiento de
Roberto, desconociendo que venía por las calabazas recibidas de su
prima de Argentina, creyeron que pronto podría ocurrir algo grave en
la alcaldía. Incluso los trabajadores temporales; pues tenían
arbitrado un sistema de contratación, de tal manera que ahora
trabajaban en el ayuntamiento unos y cobraban del paro otros, y
después lo hacían del revés, con el que rotaban por turnos los
contratos entre los afines del partido; llegaron a temer que fuera a
realizarse una oferta de empleo que consolidaran los puestos de
trabajo en el ayuntamiento y acabaran con esta esperpéntica
situación que ocurre en la mayoría de las administraciones locales
gallegas.
- Pues yo, si aquí consolidan los puestos de trabajo, y en el ayuntamiento donde trabaja mi primo, no; voy ir al defensor del pueblo que todos tenemos los mismos derechos.
Con todo, llegó el trece de junio, el día de la boda. El taxista
era hijo de un primo lejano de la bisabuela y la familia estaba
invitada a ir a la boda de la hija. Roberto, tenía el doble
compromiso de asistir: como alcalde y como familiar, así que,
incluidos los argentinos, todos fueron a la boda de la hija del
taxista.
Los novios llegaron a la iglesia en un viejo taxi, un Seat 1500,
que relucía los cromados metálicos de sus aristas bajo el sol.
Los amigos de los novios, como ya habían superado el cursillo de
los gestos en la misa, no entraron en la iglesia.
- Cuando yo me case, me casara el alcalde, por lo menos ese no me
hace ir a la catequesis.
Las zarzas eran familia de los novios y estaban invitadas a la
boda; ese día, en los bancos del interior de la iglesia y
tomaron nota de todo cuanto dijo el cura que casaba, y dieron un repaso a su vestimenta.
Dieron el si quiero, sonó la música de Schubert y salieron los
novios recien casados de la iglesia. Fuera, sus amigos les esperaban y los
recibieron con una lluvia de arroz, en señal de fecundidad,
prosperidad y buena suerte. Pasaron entre las cámaras de
teléfono, que no paraban de hacer fotos, corrieron hasta el viejo
taxi Seat 1500, donde les esperaba el conductor, vestido con traje y gorra negros, con la puerta abierta sujeta con sus guantes blancos. Se
metieron dentro del vehículo y salieron disparados para ir al lado del faro, donde están las piedras que hablan; allí les esperaba un fotógrafo para hacerse las fotos de recién casados.
Después de esto la gente empezó a marchar para el banquete que
les esperaba en el asador de la hija de la bruja.
Finalmente solo
quedó el cura, que tras quitarse la vestimenta de dar misa y casar a
los novios, cerró la iglesia atrancando las viejas puertas de
castaño y echando cerrojo con una pesada llave de hierro. Al
terminar también marchó para el banquete.
Y en el asador de la hija de la bruja fue donde apareció
Maria Gabriela.