Era el veranillo de San Miguel y los tres amigos:
Thelma, Quasimodo y Marise, fueron en bici a buscar orégano en el monte de las piedras
que hablan.
Después de recoger orégano
los tres estaban en el claro de un pinar; entre árboles de hoja puntiaguda, altos, orgullosos de su edad.
Quasimodo y Marise descansaban, sentados en el suelo, sobre el suave mantillo amarillento de las hojas caídas de los pinos. Mientras que Thelma daba vueltas alrededor de ellos y buscaba moras entre las zarzas para comer.
Cerca estaba el sendero por el que habían llegado con sus bicis.
- Se te ve cansada Marise.
Marise miró para Quasimodo. Estaba sentado cerca de ella y jugaba con un palo haciendo canales sobre las hojas secas de pino que cubría el suelo.
- Esta noche hacía tanto calor que dormí muy mal y tuve pesadillas. Y sobre todo tuve un sueño muy raro - dijo Marise.
Thelma se dio media vuelta para oírla mostrando una amplia sonrisa que dejaba ver sus dientes teñidos de color morado por el zumo de las moras que mascaba en su boca.
Marise no iba a parar hasta contar su
sueño y se aproximó para sentarse junto a ellos. Cuando se sentó les invitó a comer de las moras que terminaba de recoger. Y Marise empezó a contar su sueño:
Íbamos todas al colegio para las
clases de la tarde y aún no estaba abierto el portón para que pudiésemos entrar. El sol había salido entre nubes frescas y blancas sobre un cielo azul brillante, después de caer un chaparrón torrencial. Y mientras esperábamos, el sol destellaba sobre los charcos de los baches de la calle mojada.
En la espera de la apertura del portón, los niños y niñas mostrábamos
ese alboroto, previo a las horas del pupitre, en el que aprovechábamos los minutos que faltaban, para correr, saltar y gritar antes de entrar al colegio.
Y en medio de tanto bullicio a mi algo me
llamó la atención que me hizo quedar quieta. En la explanada que hay frente al colegio se había formado un enorme charco de agua en el que brillaba la luz del sol con destellos dorados. Era el charco perfecto.
Mis compañeras al verme inmóvil, como me había quedado, se detuvieron formando un corrillo a mi alrededor y empezaron a preguntarme que me pasaba. Entonces con los ojos abiertos de asombro, apuntando con el dedo les señale aquel maravilloso charco que se había formado en la explanada.
¡Oh! - exclamaron todas las voces.
Ese charco al saltar sobre el tiene que dar los mejores
salpicones del mundo.
Una de las esparraguesas
fue la primera niña en echar a correr y saltar sobre el charco y al verse la corona de la
salpicadura de agua con sus destellos dorados, todo el mundo quiso saltar en el charco también.
Todas, menos yo, que le había prometido a la profesora que iba ser buena.
Dieron las tres y media, en punto y el portón del
colegio se abrió. Allí estaba la profesora de guardia haciéndonos señas para
que entrase todo el mundo.
Mis compañeras estaban todas empapadas pero
aunque había animado a mis compañeras a ver quien saltaba salpicando más, yo me
había contenido de saltar también en el charco para salpicar a mis compañeras,
como se hicieron entre ellas.
La profesora al ver toda su
clase empapada de agua montó en cólera. Eso si gritaba de una manera educada, solo lo suficientemente fuerte para que se le oyese.
- ¡ Niñas. De quien fue la idea de saltar en
los charcos!
Todas las niñas señalaron con su dedo a
Marise. Aunque ese dedo no decía lo bien que lo habían pasado saltando
sobre el charco de mis sueños.
-¡ Marise ... ! - gritó en medio de la clase, la
profesora
Juzgaba que era el momento de mostrar mi buen comportamiento. Entonces sin una pizca de
salpicadura, salí al medio del pasillo para responder con voz angelical:
- Como podrá ver profesora todas saltaron
menos yo. Que me he portado bien como le había prometido.
Entonces la profesora llena de ira me agarró por los pelos y me sacó para fuera, por la ventana de la clase.
Ya me podéis imaginar, agarrándome al brazo de la profesora que me sujetaba por los pelos de la cabeza zarandeandome en el vacio de la clase.
Entonces la profesora me
pregunta
- ¿Vas a dejar de hacer disparates ?
Yo le respondí que si.
Y sin mediar palabra me soltó y mi
cuerpo cayó al vacío.
- Le había mentido.
Pero yo me había empeñado en demostrarle a la
profesora que estaba dispuesta a hacer todo lo posible para ser buena. Así que
no tarde en regresar a clases. Ahora le llevaba un regalo. En la palma de mi
mano mostraba un escarabajo del tamaño de una mariquita, pero su caparazón era
de color turquesa y como si fuera un diamante daba con la luz brillantes
destellos irisados de color azulado.
La profesora quedó con su mirada atrapada un
momento por el espectacular brillo de la queratina del escarabajo hasta que se
fijó en que llevaba una caja bajo el brazo.
- ¿ Marise, y esa caja que traes ahí ?
Y entonces le enseñe el regalo.
Como la calle estaba inundada de escarabajos
del mismo color, no solo traía uno; los había recogido todos y se los llevaba
metidos en una caja de los zapatos.
La profesora se puso a gritar como una loca,
dando gritos sin ningún tipo de civilización, al ver
salir los escarabajos volando por toda la clase.
Cuando todo se calmó, allí estaba yo de
rodillas castigada en frente al encerado, con los brazos levantados en cruz y
de penitencia un par de libros en cada mano.
La profesora se sentó en su mesa,
enfrente de toda la clase.
- ¡Niñas, estar calladas!
El silencio se hizo en la clase. Duró unos instantes.Y entonces la oímos exclamar en voz alta.
- ¡Hay Marise, Marise...!
Todas nos quedamos sorprendidas.
- De todos los castigos que se reparten
en la clase tú te llevas el ochenta por ciento de los castigos.
¿Y nadie dirá que
son injustos los castigos ?
Mis compañeras empezaron a mover la cabeza de
lado a lado diciendo que no eran injustos, afirmando que eran merecidos. Era
un vals de cabezas ladeándose, asintiendo todas, incluida yo, que no era
injusto ninguno de los castigos que me caían.
La profesora respiró profundamente y entonces
levantó la mano para decirnos que parasemos.
- Sin embargo es injusto e insolidario.
Nosotras miramos para la profesora,
sorprendidas por lo que nos acababa de decir, y con los oidos atentos esperábamos oír la respuesta.
- Porque el capital del castigo está mal
repartido - continuó diciendo la profesora- y tu Marise te llevas mucho más castigos que las demás.
- ¿ Marise, eso qué es, una lección de
socialismo? Eso seguro que te lo has inventado tú - dijo Thelma.
Los tres amigos se levantaron, cogieron la
bolsa en la que llevaban el orégano recolectado y volvieron al
sendero. Allí tenían apoyada la bici, encima de unas piedras que marcaban
los restos de un muro semiderruido, que hacía de linde del pinar. Había llegado
la hora de regresar. Pusieron de pie la bici. Thelma y Marise se montaron
en ella sentándose, una en la barra de la bici y la otra en el sillín. Entonces
Quasimodo empezó a empujar por detrás para saltar en marcha sobre el
portaequipajes, cuando cogiera carrera, al empezar a descender para el pueblo.
mvf.