El día estaba nuboso cuando salieron de casa.
- ¡Date prisa madre. Vamos llegar tarde! - le dijo cuando esta escondía la llave entre las raíces de una planta de ruda.
Cuando llegaron al centro de salud ya se había levantado un fuerte viento amenazando con llover de un momento a otro. Entraron y preguntaron donde estaba la medica de cabecera que les tocaba. Les indicaron la consulta que le correspondía y marcharon para la sala de espera para sentarse frente a la puerta de la consulta que les indicaron.
El día anterior la bruja le dijo a su hija que no quería ir al medico pero al final la convenció con la amenaza de que la iba ir a buscar por la mañana y si al final no iba ella no le haría caso a ninguno de los infinitos consejos que su madre le daba sobre la mejor educación para su nieto.
Era última hora de la mañana y apenas quedaba ya gente. Solo dos mujeres y una de ellas estaba con su nieta para la consulta del pediatra. Al verlas llegar dejaron de hablar entre ellas y la sala quedó en silencio.
Saludaron sin obtener respuesta y una vez tomaron asiento, en el exterior empezó a oírse el ruido de la lluvia al caer.
Después de un rato de espera, se abrió la puerta de la consulta de la doctora para dejar salir una señora entrada en años, de pelo blanco y que llevaba puestas una viejas gafas negras; en sus tiempos había sido la cartera. La mujer que tenía su turno antes que ellas se levantó, se saludaron las dos al cruzarse y desapareció cerrándose la puerta. Ahora solo quedaban en la sala de espera ellas y la mujer con su nieta; esta última jugaba viendo los dibujos de un cuento abierto encima de la silla pegada al lado de su abuela.
- ¡Hola. Que niña más bonita! ¿Qué estás leyendo?
La niña se volvió para ver quien le hablaba y al ver la anciana vestida de negro, que le había dirigido la palabra, se refugió entre las piernas de su abuela y levantó con una mano la tapa del libro para que pudiera leerse el titulo del cuento que destacaba en letras grandes: Blancanieves y los siete enanitos
- ¡Que libro más bonito! - dijo la hija de la bruja, consciente del temor que su madre suscitaba en la niña.
- ¿Sabes que le hicieron por mala a la madrastra de Blancanieves? Le pusieron unos zapatos de hierro incandescente y la hicieron bailar hasta la muerte - dijo la anciana vestida de negro.
Al escuchar esto, la abuela de la niña se levantó del sitio, donde estaba sentada con su nieta, y sin mediar palabra se colocaron de espaldas a ellas, y la sala de espera volvió a quedar en silencio.
Se oyó el ruido del trueno y el abundante repiquetear de la lluvia en la calle.
La mujer y su nieta se levantaron de nuevo cuando las llamó la enfermera y la niña, sin apartar la vista de ellas, cogida de la mano de su abuela y con el cuento bajo el otro brazo desapareció tras la puerta del pediatra.
- ¿Por que dijiste eso mama?
- Hija - respondió la anciana - ya sabes que estúpidos son los hombres con las lagrimitas. Si la madrastra hubiera hablado con alguna amiga de confianza... A buena hora Blancanieves se salvaba por hacer pucheros como hizo con el cazador.
¡No me mates. No me mates. Señor cazador!
Si la muerte de Blancanieves se le encargara a una ninfa de los pozos. Otra cosa sería. Hasta le habría mandado a la madrastra una tarta con las partes mas blandas de Blancanieves, para celebrar la noche del 31 de octubre.
- ¡Pero es un cuento muy lindo mama!
- Hija, digo yo que el único momento lindo es cuando el príncipe azul se aprovecha de que la princesa está drogada, y le da un beso sin su consentimiento. ¿Porque no le cuentan a los niños el final de Blancanieves cuando a la madrastra le calzan unos zapatos de hierro incandescentes y la hacen bailar hasta la muerte?
- ¡Pero esas cosas no se les puede contar a los niños. Mama! - exclamó la hija, exasperada con su madre.
- ¡Cá!. Lo que no se puede hacer es contar mentiras a los niños desde tan pequeños. ¡Todo el mundo sabe que la cigarra vive mejor que la hormiga! - terminó diciendo la anciana, esquivando la mirada de desaprobación de su hija.
mvf.