miércoles, 29 de enero de 2014

la visita del señor obispo





Se habían entregado ya todos los premios y el sisa, apesadumbrado por su mala suerte, permanecía en silencio entre sus compañeros rebosantes de alegría por la fiesta.
Los niños aún estaban sentados en sus asientos, sin salir de la sala de cine, porque para culminar este día de fiesta se contaba con la visita de su eminencia el señor obispo al colegio. Y mientras ellos esperaban se había colocado en el escenario una enorme butaca, de madera profusamente tallada, tapizada en cuero, para que su eminencia el señor obispo se sentará y desde ella felicitará y elogiara a los niños que más destacaban por sus notas y comportamiento en el colegio, y finalmente les diera la bendición a todos.
 La llegada de llegada de su eminencia el señor obispo fue anunciada por un revuelo que se produjo en la entrada. Todos los niños miraban con los ojos abiertos ese hombre de pelo blanco vestido con telas lujosas y joyas brillantes que acababa de entrar por la puerta de la sala de cine.
Su eminencia el señor obispo traía cubierta su cabeza con un birrete morado, cuadrangular, rematado con una borla del mismo color. Portaba el báculo en su mano izquierda y con cada paso iba dirigiendo la mirada del cayado o voluta a uno u otro lado; mientras que su mano derecha, mostrando un gran anillo de oro en uno de sus dedos, iba saludando a todos los presentes. Su cuerpo lo cubría una sotana violácea apretada por una faja del mismo color que rodeaba su profuso vientre; la sotana tenía hilada, con finos hilos de oro y seda, una enorme heráldica eclesiástica en su pecho sobre la que descansaba una gran cruz pectoral, adornada de piedras preciosas, que se movía pausadamente con su andar.
En las filas de la entrada algunos niños salieron al pasillo y se pusieron de rodillas pidiéndole a la visita eclesiástica que les dejase besar su anillo; y el padre santo, mientras los profesores trataban de mantener distantes a los niños para dejarle paso,  lleno de pompa, caminaba por el pasillo principal, en medio y medio de las filas de butacas, en dirección al escenario.
 Entonces el sisa, entre tanto tumulto, se levantó de su asiento para poder acercarse a su excelencia el señor obispo y besarle su anillo para ser él como alguno de los niños afortunados que lograban conseguirlo.
Pero él tenía que salir de en medio de la fila de butacas en la que estaba y con su ímpetu para salir entre los demás niños lo hizo con tan mala fortuna que el sisa cayó en el medio del pasillo convirtiéndose en un obstáculo para la lenta comitiva obligándola entonces a detenerse.

El obispo, que caminaba por el pasillo acompañado por los curas y una algarada de niños, se detuvo sorprendido al ver a ese niño tirado en el suelo que le impedía el paso y apoyándose en su báculo se agachó extendiéndole la mano derecha  para ayudarle a levantarse. El sisa, desde el suelo, viendo el cayado del báculo que le miraba cara a cara, cogió sin rechistar la mano del señor obispo y se levantó. Y juntos caminaron los dos y subieron las escaleras hacia el escenario.
Una vez en el escenario el obispo fue tratado de ser auxiliado por dos frailes que querían ayudarle para sentarse en la enorme butaca habilitada para el,  pero él los rehusó y después de sentarse y arrellanarse, con su cuerpo en su asiento, sin haber soltado de la mano al sisa, tiró del para que se sentara entre sus piernas.
 Todos miraban con envidia la escena que se estaba produciendo. El sisa era ahora Marcelino que descansaba en las piernas del señor obispo.
El  señor obispo era ahora como Jesucristo en la cruz en la película que los niños habían visto en el día de hoy.
 Su eminencia el señor obispo, con su sonrisa cargada de bondad para todos,  alzó su voz para que le oyese todo el mundo, y preguntó.
- ¡ A ver sisa !. ¿Que es lo que más quisieras de este mundo?.
El sisa miró con sus enormes ojos llenos de felicidad y entonces, ante la expectación de los frailes, los mejores alumnos que esperaban su premio, el resto de sus compañeros anhelantes de oir pedir un buen deseo, el padre prefecto preguntandose a ver que va pedir este niño ... 
sin vacilar, respondió:
 -  ¡ yo quiero irme a casa con mi mama!. 
Y fue así como al sisa, al día siguiente, le mandaron hacer las maletas para abandonar el colegio menor y  regresar a su casa.


mvf.






viernes, 10 de enero de 2014

un rayo luminoso




Cuando se descubrió la preñez de Abelarda en casa de don Sebastian; a través de terceras personas recibió una ayuda misteriosa para que marchase en barco al otro lado del mundo. La niña, ignorante de todo cuanto acontecía a su alrededor, vio esto como una salvación a su situación y aceptó a pesar de todos los miedos que pudiera tener una jovencita, que nada conocía del mundo, a realizar un cambió tan drástico de su vida y marchar sola para las americas. Porque de aquellas el cruzar el charco en busca de nuevas oportunidades se veía como una salvación a las penurias que vivían la gente humilde.
Entre las personas, apenas se podía seguir la pista del misterioso benefactor, pero nosotros sabemos que Elisa, la mujer de don Sebastián, al enterarse de la falta de su marido, montó en una cólera silenciosa de mujer estéril, que la tuvo postrada en la cama varias semanas, sin que ningún medico de los que vinieron a visitarla diera con saber que le pasaba. Finalmente la enferma, una mañana se levantó; había decidido alejar a Abelarda de su marido. Tan bien fue tramada la cosa que don Sebastián no se enteró de nada hasta que desapareció de la casa la criada y fue demasiado tarde para que pudiera hacer cualquier cosa por impedirlo. Solo le quedó su ira y su maldad.

Ya era pasada la media noche cuando, al lugar donde estaban las casas de los caseros de las tierras, que ahora habían pasado a mano de don Sebastián, llegó un coche negro acompañado de un camión; la parte trasera del camión venía oculta por unas enorme lonas, lo que le daba un aspecto lúgubre y siniestro.
Aunque al oír  el ruido de los coches en la noche, que vino en aumento desde la lejanía,  los perros habían empezado a ladrar dando la alarma de los extraños; al parar los vehículos y bajar aquellas personas siniestras, algunas vestidas con uniforme negro y botas de cuero; se hizo el silencio en el lugar.
Así que los extraños bajaron de los vehículos fueron  directamente a casa del ovejero, el padre de Abelarda, a buscarlo.
 Esa no era hora de buscar a un cristiano así que todos los vecinos, en sus casas, al oír los ruidos cerraron a cal y canto las puertas y las ventanas; y sus oídos se volvieron sordos a todo cuanto ocurría o pudiera ocurrir. Aún así la vida en las escasas viviendas destinadas a los labradores se delataba por el llanto de las mujeres y algún niño, que no podían ocultar sus llantos amedrentados.
Cuando zarandearon al ovejero en su cama para que se levantase el hombre despertó y al ver desconocidos en su habitación, sin mediar palabra se levantó, se puso su pantalón raído y sus alpargatas.
Encima de la mesilla estaba el reloj de piedra, el ovejero lo cogió y lo puso en su oído para escucharlo, después lo envolvió en su pañuelo y antes de salir de la vivienda, escoltado por sus acompañantes,  lo dejó puesto encima de una tabla que hacía de mesa en la cocina.
Fuera,  fueron recibidos por las luces de los coches que alumbraban el lugar .
El ovejero salió de la casa. El frío de la noche congelaba los cuerpos.
- ¿ Que queréis? - preguntó
Ven con nosotros,  y no digas nada. que tenemos que esconderte - le respondió una voz
Empujado por el golpe de la culata de una escopeta le mandaron subir a la parte trasera del camión. Con el subieron dos hombres armados con escopeta. Al terminar los restantes hombres subieron a los coches  y los vehículos arrancaron en medio de la noche. No tardó en ahogar la lejanía el ruido de los motores .
 La luna estaba llena y ahora en el silencio de la noche se oía el ulular de un búho.
Yendo para la cima del monte, donde están las piedras que hablan, los vehículos se detuvieron en una explanada que hay en el camino. Allí bajaron sus ocupantes.
Al ovejero le  tiraron a sus pies un saco que contenía una pala y un pico para cavar en el suelo, y le mandaron hacer un agujero en el suelo donde se pudiera meter él.
El hombre extrajo las herramientas y  alumbrado por las luces de unas linternas de esas antiguas con pila de ZINC que tenían forma de petaca, pacientemente excavó un agujero con sus dimensiones.
Al terminar, recogió la pala el pico y después de limpiarlos entre la hierba próxima, los guardó de nuevo en el sacó. Después se metió dentro del hoyo.
Se hizo un silencio mientras los hombres sorprendidos permanecieron callados al ver el aplomo del ovejero.
Entonces al ovejero le  enfocó la luz de una de las linternas en la cara cegándolo, y oyó una voz que le dijo:
- ¡Esto por lo de tu hija !-  que se convirtió en un estruendo en su cabeza.


 mvf.



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miércoles, 8 de enero de 2014

un dia de suerte



Al terminar la película se hizo la luz en la sala. No tardó en aparecer un ligero murmullo en las filas, que  poco a poco fue ascendiendo, mostrando el nerviosismo de los niños.
- Se iba proceder al sorteo de los juguetes.
El padre prefecto, mientras se recogía la pantalla, izada por unas cuerdas, bajó por el pasillo en dirección al escenario, y  se subió a el  por una escalera lateral.  El escenario había quedado despejado.
Desde allí arriba, levantando una mano conminando a los niños al silencio, les dijo que ahora iban a proceder al sorteo de los juguetes.
- ¡ Si os calláis! - gritó el padre prefecto- ¡ vamos a proceder a realizar el sorteo de los juguetes!.
Mientras hablaba el padre prefecto habían puesto una mesa, encima de la cual había un pequeño saquito de tela negra que escondía los números para realizar el sorteo.
Entonces, señalando con un dedo al auditorio, el padre prefecto mandó subir a un niño para que sacase los boletos.
¡Vamos primero a sacar el boleto del tren de juguete  !
 Mientras todos permanecían expectantes que se sacase el boleto; el niño se aproximo a la mesa e introduciendo la mano en el saquito de trapo, sacó una papeleta que entregó al padre para que lo leyese. Y este, mirando sin perder de vista al graderío, vio el numero que había salido y  dijo en voz alta:
- ¡ El 101 !.
Se hizo un silencio en la sala .
El 101 volaba sobre sus cabezas, mientras el silencio se prolongaba.
El padre prefecto preguntó de nuevo para cerciorarse de que todos habían oído el numero: - ¿ Ninguno de los presentes tiene el 101 ?
El silencio comenzaba a llenar de incertidumbre a los presentes,  cuando de repente una voz  rompió el silencio gritando: -  ¡Padre. Ese es mi número!
 Era el sisa que estaba de pie.
- Pues venga. A que esperas - dijo el padre prefecto - Sube a recoger el juguete.
 - ¡ Pero es que no lo encuentro! - exclamó el sisa apurado
- Pues búscalo bien – Le dijo el padre prefecto desde el alto del escenario
 -Ya. En tal caso que no haya mirado bien en los bolsillos - respondió el sisa
Y mientras se continuaron sorteando los otros juguetes el sisa buscaba y rebuscaba por sus bolsillo. 
Al terminar todos los sorteos el sisa apesadumbrado permanecía inmóvil en su asiento sin encontrar el boleto.
 El padre prefecto dijo entonces desde el escenario: - Ahora, como no aparece el boleto 101, vamos a sortear de nuevo el tren de juguete.
La mano se metió otra vez dentro de la bolsa y sacó otro boleto que correspondió a otro niño



Está historia va dedicada a todos los niños españoles que este año no han tenido juguetes .
http://lodijomarise.blogspot.com.es/
 mvf.