Cuando se descubrió la preñez de Abelarda en casa de don Sebastian; a través de terceras personas recibió una ayuda misteriosa para que marchase en barco al otro lado del mundo. La niña, ignorante de todo cuanto acontecía a su alrededor, vio esto como una salvación a su situación y aceptó a pesar de todos los miedos que pudiera tener una jovencita, que nada conocía del mundo, a realizar un cambió tan drástico de su vida y marchar sola para las americas. Porque de aquellas el cruzar el charco en busca de nuevas oportunidades se veía como una salvación a las penurias que vivían la gente humilde.
Entre las personas, apenas se podía seguir la pista del misterioso benefactor, pero nosotros sabemos que Elisa, la mujer de don Sebastián, al enterarse de la falta de su marido, montó en una cólera silenciosa de mujer estéril, que la tuvo postrada en la cama varias semanas, sin que ningún medico de los que vinieron a visitarla diera con saber que le pasaba. Finalmente la enferma, una mañana se levantó; había decidido alejar a Abelarda de su marido. Tan bien fue tramada la cosa que don Sebastián no se enteró de nada hasta que desapareció de la casa la criada y fue demasiado tarde para que pudiera hacer cualquier cosa por impedirlo. Solo le quedó su ira y su maldad.
Ya era pasada la media noche cuando, al lugar donde estaban las casas de los caseros de las tierras, que ahora habían pasado a mano de don Sebastián, llegó un coche negro acompañado de un camión; la parte trasera del camión venía oculta por unas enorme lonas, lo que le daba un aspecto lúgubre y siniestro.
Aunque al oír el ruido de los coches en la noche, que vino en aumento desde la lejanía, los perros habían empezado a ladrar dando la alarma de los extraños; al parar los vehículos y bajar aquellas personas siniestras, algunas vestidas con uniforme negro y botas de cuero; se hizo el silencio en el lugar.
Así que los extraños bajaron de los vehículos fueron directamente a casa del ovejero, el padre de Abelarda, a buscarlo.
Esa no era hora de buscar a un cristiano así que todos los vecinos, en sus casas, al oír los ruidos cerraron a cal y canto las puertas y las ventanas; y sus oídos se volvieron sordos a todo cuanto ocurría o pudiera ocurrir. Aún así la vida en las escasas viviendas destinadas a los labradores se delataba por el llanto de las mujeres y algún niño, que no podían ocultar sus llantos amedrentados.
Cuando zarandearon al ovejero en su cama para que se levantase el hombre despertó y al ver desconocidos en su habitación, sin mediar palabra se levantó, se puso su pantalón raído y sus alpargatas.
Encima de la mesilla estaba el reloj de piedra, el ovejero lo cogió y lo puso en su oído para escucharlo, después lo envolvió en su pañuelo y antes de salir de la vivienda, escoltado por sus acompañantes, lo dejó puesto encima de una tabla que hacía de mesa en la cocina.
Fuera, fueron recibidos por las luces de los coches que alumbraban el lugar .
El ovejero salió de la casa. El frío de la noche congelaba los cuerpos.
- ¿ Que queréis? - preguntó
Ven con nosotros, y no digas nada. que tenemos que esconderte - le respondió una voz
Empujado por el golpe de la culata de una escopeta le mandaron subir a la parte trasera del camión. Con el subieron dos hombres armados con escopeta. Al terminar los restantes hombres subieron a los coches y los vehículos arrancaron en medio de la noche. No tardó en ahogar la lejanía el ruido de los motores .
La luna estaba llena y ahora en el silencio de la noche se oía el ulular de un búho.
Yendo para la cima del monte, donde están las piedras que hablan, los vehículos se detuvieron en una explanada que hay en el camino. Allí bajaron sus ocupantes.
Al ovejero le tiraron a sus pies un saco que contenía una pala y un pico para cavar en el suelo, y le mandaron hacer un agujero en el suelo donde se pudiera meter él.
El hombre extrajo las herramientas y alumbrado por las luces de unas linternas de esas antiguas con pila de ZINC que tenían forma de petaca, pacientemente excavó un agujero con sus dimensiones.
Al terminar, recogió la pala el pico y después de limpiarlos entre la hierba próxima, los guardó de nuevo en el sacó. Después se metió dentro del hoyo.
Se hizo un silencio mientras los hombres sorprendidos permanecieron callados al ver el aplomo del ovejero.
Entonces al ovejero le enfocó la luz de una de las linternas en la cara cegándolo, y oyó una voz que le dijo:
- ¡Esto por lo de tu hija !- que se convirtió en un estruendo en su cabeza.
mvf.
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