No tardó en ocurrir lo que la madre fingía ignorar delante de su hijo y una mañana Max regresó al pueblo para enterarse de quien era la joven que había visto el día de la procesión y que se había adueñado de su pensamiento.
La joven se llamaba Laura y vivía a solas con su madre, en una de las casas a las afueras del pueblo, pues su padre había desaparecido sin dejar rastro cuando los republicanos habían perdido la guerra.
Trás enterarse del paradero de la joven Max estuvo merodeando por las inmediaciones del pueblo, esperando que anocheciera, y entonces se dirigió a la casa de la joven con la intención de tocar bajo su habitación y hacerla asomar a la ventana para volverla a ver.
La casa estaba próxima al rio y era una vivienda de dos plantas, de paredes blancas, encalada, con algunos desconchones por el que se entreveían las piedras de la construcción de sus muros. Tenía un balcón de madera, a lo largo de su fachada, desde donde se podía ver, después del cruzar el puente que había a doscientos metros de la casa, a la gente que pasaba por el camino para ir al pueblo, o la gente que pasaba de regreso para sus casas, en dirección al otro lado del rio; delante de la casa se erguía un viejo roble centenario que daba sombra durante el día a la vivienda, bajo el que se habían puesto dos bancos de madera y una pequeña mesa de piedra para merendar en las tardes de verano, próximo a ellos y pegado a los lados del portón que cerraba la entrada de la casa, tenían modesto jardincillo, que se veía cuidado con esmero, lleno de geranios y malvas reales. Por la parte de atras, la casa tenía una huerta donde se cultivaban hortalizas, y una finca con árboles frutales, que se extendía hasta alcanzar la orilla del rio.
Llegada la noche, amparandose en la obscuridad Max, se había acercado por la parte de atrás de la casa y escondido trás uno de los árboles cercanos a la a las ventanas de las habitaciones donde suponía que dormía la joven; para desde allí tocar la gaita y esperar que al oirle, la joven que le tenía hechizado, asomará a una de las ventanas de las habitaciones.
Cuando se apagaron las luces de la casa, Max sacó la gaita de su petate y cuando la Luna llena iluminaba la noche estrellada empezó a tocar una dulce melodía que había inventado mientras suspiraba por la joven.
No pasó inadvertido el embeleso de su gaita enamorada, tras sonar las primeras notas, y la ventana como había previsto se abrió al oirse la musica, pero en vez de asomar la joven, como esperaba, asomó la silueta negra, recortada en el fondo de luz de la habitación, de un hombre armado con una escopeta de perdigones, preguntando quien era el que entrada la noche tocaba en la oscuridad despertando a los de la casa.
Y dicho esto, sin mediar más palabra, el hombre disparó dos cartuchazos en la obscuridad para amedrentar a quien fuese que estaba tocando la gaita.
Al oir los tiros y los golpes que los perdigones dieron en las ramas de los árboles, por encima de su cabeza, Max se asustó e instintivamente cogió una piedra en el suelo, para defenderse, lanzandosela al hombre con tal buena puntería y mala fortuna que la piedra, después de volar en el aire, terminó dando de lleno contra la frente de este, produciendo un ruido sordo en ella. El hombre después de recibir la pedrada, se balanceo de pie unos instantes y finalmente su cuerpo cayó en el suelo de la habitación.
Al empezar a oirse los gritos que daban las mujeres en el interior de la casa Max supo que algo tragico había ocurrido y que le perseguiría la justicia por ello.
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