Siete y media de la tarde ¡BUFF. Que calor hace!, en este día sofocante de junio.
Durante la tarde he limpiado el polvo de los muebles, el baño, puesto la lavadora ... ya no sé que hacer para entretenerme y aún sigo en casa sin atreverme a salir.
Miro por entre las cortinas blancas de
las ventanas de la sala. El sol no quiere aflojar y apenas aún circula gente en la calle.
Voy a la cocina a ponerme una taza de café y acabo mirando en el interior de los muebles. Tal vez haya algo que comprar urgentemente, antes de que cierren las tiendas, para salir ya y terracita; pero solo encuentro cosas de la compra de la mañana en el supermercado.
- ¡O salgo o reviento!
Regreso a la sala para tirarme en el sofá. Cojo el mando, enciendo la tele y comienzo a zapear... y con la desesperación se hizo la luz: - ¡Tengo que comprar una lata de fresas en conserva para astronautas!. Las fresas para astronautas van compensar sufrir en la calle lo que queda de calor. Además en la tienda tendrán aire acondicionado.
Salí, justo, para llegar a la tienda en el bullicio de la hora del cierre, cuando nadie quiere marchar, ni quedarse dentro y la megafonía te dice que el establecimiento va cerrar sus puertas dentro de unos instantes.
-Perdón, se me olvidó ... - me dicen, propinandome un empujón para que me aparte- . Acto seguido me cruzo con alguien que conozco; se dirige a la salida; termina de echarse la colonia de prueba que ayer le había dicho a la dependienta que iba comprar mañana; y en un despiste de la chica evitó despedirse de ella para volver a decir lo mismo: la colonia no la va comprar, ni mañana, ni pasado, porque según le ha dicho a sus amigas, se la trajo de regalo su hijo cuando vino de ese país del extranjero ... al que fue con el programa Erasmus, a comprar colonia.
En el pasillo alguien espera detrás mía con su carrito y su mirada - ¿Acabas o qué?- clavada en mi. Quiere pasar y yo me había atascado en los expositores de la pasta de dientes. Los pasillos son estrechos y el carrito anchote, para que vaya tropezando con las estanterías y vayan cayendo dentro los productos de las estanterías a su paso; y los clientes sin carrito estorbamos mirando en las estanterías a los lados del pasillo.
Deje paso y continué perdida entre las pastas de dientes hasta que caí en la cuenta de que me había olvidado lo que venía a buscar; y antes de que cerrase la tienda salí de compras sin comprar.
Sentada en la terracita
Llegué, me senté y me atendieron.
Era una de las terracitas, de sillas de mimbre y corralito, de la calle del paseo. El corralito, un cercado de metacrilato y hierro cromado, rodeaba las mesas y las sillas con sus clientes, para evitar que nos mezclásemos con los de las otras terracitas. O tan solo para que no escapáramos dios sabe donde montados en las sillas.
Aún no había mucha gente y el calor empezaba a aflojar un poco.
Hola - escuche detrás de mi.
-¡Natalia!- exclamé mostrándome lo mejor sorprendida que pude.
La vi llegar desde lejos pero me hice la disimulada por si pasaba de largo.
Me anticipe unos instantes en el tiempo.
-¿Natalia siéntate por favor, quieres tomar algo?
Evitando las perdidas de tiempo se puede ganar muchos días de vida. Y la experiencia me decía que que podía ahorrar pretextos para evitar que Natalia se sentase conmigo. La experiencia, claro.
NATALIA.
Natalia se sentó estresadisima. Su gato se había escapado de casa y hacia varios días que no sabía nada de el.
No tardó en contarlo.
- Estoy desesperada y no se que hacer. Se me escapó el gato y me temo que haya pasado algo malo.
-¿Y no pusiste unas fotos por ahí a ver si lo ve alguien y te llama?
- Es que no tengo ninguna foto.
Abrí los ojos sorprendida.
Acostumbrados a vivir con el móvil, se me ocurrió enseguida la solución:
- Podemos buscar un en internet carteles de gatos desaparecidos, alguno habrá que se le parezca. Lo descargamos y hacemos fotocopias
Empezamos a mirar en nuestros móviles.
- ¿Como es tu gato?
- Es un lindo gato atigrado de ojos rasgados.
- Mira este cartel: gato sociable, lleva una semana perdido.
- Para mi que no pega. Sigue buscando.
- Este - juguetón y cariñoso...
-Tampoco
- ... gato asustadizo, si lo ves llama antes al teléfono ....
- Este pone: la última vez que estuvo en casa ...
- ¿Que te parece este cartel; lleva muchos días perdido y tendrá mas ganas de volver a casa?
- No. Si es tu gato; me extraña - pensé para mis adentros, sin decir nada que incluyese el moño de Natalia.
- Y este: - gato siamés...
- Si, ese esta bien, me gusta..
Descargamos el cartel, y en el mismo móvil cambiamos el numero de teléfono y la dirección por los datos de Natalia.
- ¿Queda bien?
Natalia, asintió con la cabeza.
Nos levantamos, pagamos y después de obligar a moverse tres mesas y diecisiete sillas, con el permiso de los presentes salimos del corralito.
En el estanco ya querían cerrar pero cuando escucharon que era una urgencia y que solo queríamos hacer unas fotocopias del cartel del gato extraviado de Natalia, les convencimos por lo que cobran por cada fotocopia.
Impresión diez fotocopias y celo para pegar, total doce euros con cincuenta.
El estanquero se despidió de nosotras cuando sonó la maquina registradora..
- ¡A ver si hay suerte!
- Si. Gracias. A ver si hay suerte - respondió Natalia, con una enorme sonrisa.
De nuevo estábamos en la calle, pero ahora teníamos los carteles de de un precioso gato siamés, de ojos rasgados, que se había extraviado y respondía al nombre de minino.
Tras nosotras el estanco terminaba de colgar el cartel de cerrado.
- ¿Natalia, tu no dijiste que tu gato era atigrado?
- !Ya puestas a ver si hay suerte¡
Fuimos a poner carteles en las paradas del autobús y también en algunos árboles de la vía publica.
- ¿Tu crees que al cura le importará que pongamos la foto del gato en la puerta de la iglesia?
- ¡Yo creo que no!
- ¡Pues vamos y acabamos!
Ya solo quedaba una fotocopia del gato de Natalia, de las diez que habíamos hecho en el estanco, y cuando nos disponíamos a pegarla con celo en la puerta de la iglesia, oímos voces en el interior.
-¡Calla. Escucha! ¿Oyes esas voces? ¡ Hay gente dentro hablando!
Las puertas de la iglesia estaban cerrada.
- ¡Estarán robando en la iglesia. Tenemos que llamar al Cura!
Entrada la noche llegó el cura de trece parroquias, con su tartana de coche con el que atendía las trece parroquias que tenía a su cargo. Abrió con su llave forjada de hierro y empujó una de las dos hojas del portón de la iglesia, que se movió produciendo un sonoro ruido.
Con el haz de luz de una vieja linterna cuadrada, de petaca, ilumino en el interior de la iglesia.
- ¿ Hay alguien dentro? - preguntó con voz baja.
Como nadie respondía entró en la iglesia y preguntó de nuevo si había alguien, esta vez fue con voz mas fuerte. Pero obtuvo la misma respuesta. Entonces se dirigió al altar. En el retablo del altar, estaba disimulada la puertecilla del sagrario. Abrió con una llave pequeña que llevaba colgada de su cuello, con una cadenita de plata y comprobó que el copón y los objetos litúrgicos de algún valor estaban como los había dejado la última vez. Después, entró en la sacristía por una de las puertas laterales del altar. Allí tampoco había nadie y la puerta del exterior de entrada a la iglesia por la sacristía, estaba cerrada; y no mostraba ningún signo de haber sido forzada. Exploró de cabo a rabo, sin encontrar pista de nada, ni de nadie que en algún momento hubiera estado en el interior de la iglesia.
La tarde había dado paso a una noche cálida, estrellada y con una enorme Luna llena.
Se escuchó el portazo que dieron las macizas puertas de madera de la iglesia al cerrar; sonó el ruido de la cerradura al pasar la vieja llave de forja y cuando el cura de trece parroquias montó en su coche, arrancó y desapareció, dejó tras si el silencio en el lugar.
Al cabo un rato de silencio en la noche estrellada el aire despertó en las ramas de los enebros; le siguió una rana que empezó a croar en una charca cercana, al que no tardaron en responder las voces que dieron sus congeneres, al sentirse seguras; desde los campos los grillos lanzaron sus agudos chirridos; y un ave nocturna, que vivía escondida en el campanario de la iglesia, advirtió a todos con su ulular que allí moraba la reina del campo santo.
Y cuando la vida volvió a mostrarse en los alrededores de la iglesia y el campo santo, en el interior de la iglesia las imágenes reanudaron su conversación.
- Francisco, si me dieran un céntimo por cada rosario que me rezan íbamos ir juntos de compras a comprar ropa nueva, que estos hábitos que tenemos están llenos de polvo y son viejos y anticuados.
- Calla María , no digas tonterías, que iban a decir los feligreses si se enterasen que escapamos los dos a la ciudad de compras, al vernos con ropa nueva en la iglesia.
- ¿Y que iban a decir Francisco?
- María piensa si se enterase por las habladurías tu marido que salimos de la iglesia para ir a la ciudad de compras, ya te perdonó una falta...
- Francisco ¿y como no me iba perdonar mi Jose, si yo no disfrute de nada?, tu no pongas más excusas que escondiéndote detrás de tus pajaritos y de tus animalitos del campo, siempre fuiste un cobardica.
Siete días después de que todo esto ocurrió, me encontré a Natalia en el ambulatorio. Me dijo que era su mejor amiga y me dio las gracias. Le pregunté el motivo y me respondió que le habían devuelto de la calle un precioso gato de Angola, tuerto.
mvf.