Al llegar a la feria de Chantada, Romero y sus hombres, se separaron para tener más posibilidades de obtener un buen botín. La intención era mezclarse entre la multitud y vigilar los tratos que se hacían con el ganado, hasta dar con un bolsillo lleno de dinero de alguna buena venta para robarle.
Elegida la victima, la seguían con disimulo esperando la ocasión, y la mayoría de las veces, sin usar la fuerza, simulando un empujón la manos hábiles del gitano vaciaba cualquier bolsillo que se pusiera delante.
Después de dar varias vueltas por la feria el zamorano descubrió la venta de una buena yunta de bueyes: eran dos machos castrados que por su corpulencia y musculatura podían arrastrar una piedra de más cinco mil kilos cada uno. El hombre después de cerrar el trato marchó a comer el pulpo con el tratante de ganado, y cuando se despidieron, al marchar este para llevar los animales recién comprados, continuó bebiendo celebrando de manera innecesaria la buena venta.
Cuando salió de la feria, el gaitero y el zamorano, fueron detrás de él, siguiéndole disimuladamente; el hombre tomó la dirección hacia el río, donde la gente, después de beber copiosamente, bajaba para orinar a escondidas entre los árboles, y cuando estaban lo suficiente mente alejados de la multitud, se aproximaron junto a él y rodeándolo por los dos lados le empujaron hacía un lugar donde no podían ser vistos; entonces, el zamorano que era el más fuerte de los dos asaltantes, lo arrimó dejándolo, con la espalda pegada contra el grueso tronco de un árbol, y poniéndole una navaja en el cuello le amenazó con degollarlo allí mismo si hacía el más mínimo movimiento; mientras que el gaitero, el otro asaltante, comenzaba a cachear los bolsillos hasta que le sacó la abultada cartera y una navaja que tenía para defenderse y que afortunadamente, dado la rapidez del asalto, no tuvo tiempo de sacarla, pues sin vacilar lo más mínimo, le habrían dado muerte para robarle.
Al terminar el cacheo, el zamorano, que mantenía a la victima contra el árbol, le puso la mano en la boca para que no chillase y después de mostrarle la hoja de la navaja delante de sus ojos, le dio un certero golpe, con ella en una pierna, hiriéndole para que no les pudiera perseguir mientras huían; al caer el hombre al suelo, dolorido por la cuchillada recibida, los asaltantes se dieron a la fuga.
Ya más tarde, cuando estuvieron seguros, detrás de los puestos de pulpo, el gaitero sacó la cartera robada, para ver entre los dos el botín conseguido, pero al abrirla no encontraron el fajo de billetes esperados, solo había unas cartas y algo de dinero: un billetes de peseta, algunos reales y varias perras* céntimos.
Seguramente la victima llevaba el dinero de la venta de los bueyes en algún bolsillo secreto del forro de la chaqueta o del pantalón, que no supieron encontrar cuando le cachearon.
En un ataque de rabia, el zamorano arrancó la cartera de la mano del gaitero y después de meterse en el bolsillo, el escaso dinero que tenía, maldiciendo la suerte que tuvieron, la tiró lejos de donde estaban; y aunque el primer impulso era ir a ajustar las cuentas con la victima, al final decidieron que ya era tarde para volver al lugar del robo; después de darse a la fuga la victima, habría gritado pidiendo ayuda y a estas horas ya habría sido socorrido por cualquiera y estarían siendo buscados por la guardia civil.
Después de su fracaso, no les quedaba más remedio que ocultarse y esperar hasta que apareciesen los demás.
mvf.
domingo, 23 de diciembre de 2018
domingo, 2 de diciembre de 2018
con una holgaza de pan y un trozo de salchichón
Al llegar la noche
los miembros de la banda se reunieron alrededor de una pequeña hoguera y se repartieron alimentos para cenar cada uno. Entonces el
bandido que lo trajo al refugio se acercó junto a Max con una hogaza de pan y un trozo de salchichón; después de entregárselo se sentó a su lado y se presentó: se llamaba Alonso, aunque todos le apodaban el
zamorano, y mientras devoraban la porción de alimento que les había tocado, le fue contando como se llamaban los demás;
aunque la mayoría llevaban nombres que no eran como habían sido
bautizados sino motes o alias que podían cambiar en cualquier
momento para dificultar que los encontrase la justicia.
El gaitero, que ya conocía de la romería, se llamaba Melias y como pudo enterarse era de Celanova. El gitano era de un pueblo del Norte de Lugo; le llamaban así a pesar de que todas las trazas de su fisonomía: su nariz aguileña, ojos negros y piel morena, apuntaban a que entre sus antepasados había tenido sangre árabe. El hombre que salió de la casa, cuando el zamorano fue visto por los suyos al llegar, diera la señal de la banda con dos fuertes silbidos, de que todo estaba bien, le apodaban el abuelo; no tendría más de cuarenta años pero la dura vida del campo y la miseria de la posguerra le hacia aparentar bastante más edad. Mucha gente del campo no llegaba a vivir más allá de los cincuenta años de edad. El cojo era conocido por ese nombre por la secuela que tenía en una pierna de un accidente ocurrido en su juventud, cuando trabajaba para los alemanes en las minas de Freixo. Los hermanos, Mateo y Martín, eran de la coruña y estaban perseguidos por la justicia por prender fuego al pazo de uno de los señores de las tierras de Vimianzo, y por asesinos.
Por último, el jefe de la banda era de Asturias y se llamaba Romero. Romero era hijo de un alcalde republicano fusilado tras la victoria de Franco, y para no sufrir la represión franquista, antes de que fueran a buscarlo a su casa para darle el mismo destino que su padre, se echó al monte. Fiel en sus convicciones familiares, reunió otra gente otra gente perseguida como él y formó una banda para mantener la resistencia antifascista. Durante más de una década pudieron vivir, escondiéndose por los montes de León y Asturias, protegidos por la gente de los pueblos que les daban comida y les alertaban de las patrullas que andaban buscándolos, mientras ellos, dando pequeños golpes, mantenían la lucha anti-franquista; hasta que una vez, la guardia civil dio con la amante de uno de la banda y después de violarla y someterla a todo tipo de vejaciones, consiguieron saber el paradero de la banda y tenderles una trampa, de la que apenas pudieron escapar con vida un puñado de hombres. Uno de ellos Romero, mal herido, consiguió huir a los montes de Galicia; y de nuevo, ocultándose de la justicia en el monte, conoció a los hermanos, Mateo y Martín, y volvió a dar múltiples robos, formando la banda que tenían ahora. Romero, mantenía orgulloso su nombre sin tomar ninguna prudencia en ocultarlo; y junto a los hermanos, estaba buscado y era perseguido con ahínco por la guardia civil, por criminal y por rojo.
Después de varios días dedicados a haraganear y a beber terminaron agotando los víveres que tenían y entonces no les quedaba más remedio que abandonar el refugio, donde estaban a salvo, para volver a sus fechorías.
Romero reunió a sus hombres y les dijo que partirían al día siguiente, antes de que amaneciese, para llegar antes del mediodía a la feria de Chantada. Después de deliberar entre ellos, pues todos querían salir del escondite para ir de tropelías, acordaron que solo quedase en el refugio uno de ellos y el nuevo; el abuelo permanecería en el puesto de vigía y Max se encargaría de un par de mulas que quedaban en el corral y que guardaban de repuesto.
mvf.
El gaitero, que ya conocía de la romería, se llamaba Melias y como pudo enterarse era de Celanova. El gitano era de un pueblo del Norte de Lugo; le llamaban así a pesar de que todas las trazas de su fisonomía: su nariz aguileña, ojos negros y piel morena, apuntaban a que entre sus antepasados había tenido sangre árabe. El hombre que salió de la casa, cuando el zamorano fue visto por los suyos al llegar, diera la señal de la banda con dos fuertes silbidos, de que todo estaba bien, le apodaban el abuelo; no tendría más de cuarenta años pero la dura vida del campo y la miseria de la posguerra le hacia aparentar bastante más edad. Mucha gente del campo no llegaba a vivir más allá de los cincuenta años de edad. El cojo era conocido por ese nombre por la secuela que tenía en una pierna de un accidente ocurrido en su juventud, cuando trabajaba para los alemanes en las minas de Freixo. Los hermanos, Mateo y Martín, eran de la coruña y estaban perseguidos por la justicia por prender fuego al pazo de uno de los señores de las tierras de Vimianzo, y por asesinos.
Por último, el jefe de la banda era de Asturias y se llamaba Romero. Romero era hijo de un alcalde republicano fusilado tras la victoria de Franco, y para no sufrir la represión franquista, antes de que fueran a buscarlo a su casa para darle el mismo destino que su padre, se echó al monte. Fiel en sus convicciones familiares, reunió otra gente otra gente perseguida como él y formó una banda para mantener la resistencia antifascista. Durante más de una década pudieron vivir, escondiéndose por los montes de León y Asturias, protegidos por la gente de los pueblos que les daban comida y les alertaban de las patrullas que andaban buscándolos, mientras ellos, dando pequeños golpes, mantenían la lucha anti-franquista; hasta que una vez, la guardia civil dio con la amante de uno de la banda y después de violarla y someterla a todo tipo de vejaciones, consiguieron saber el paradero de la banda y tenderles una trampa, de la que apenas pudieron escapar con vida un puñado de hombres. Uno de ellos Romero, mal herido, consiguió huir a los montes de Galicia; y de nuevo, ocultándose de la justicia en el monte, conoció a los hermanos, Mateo y Martín, y volvió a dar múltiples robos, formando la banda que tenían ahora. Romero, mantenía orgulloso su nombre sin tomar ninguna prudencia en ocultarlo; y junto a los hermanos, estaba buscado y era perseguido con ahínco por la guardia civil, por criminal y por rojo.
Después de varios días dedicados a haraganear y a beber terminaron agotando los víveres que tenían y entonces no les quedaba más remedio que abandonar el refugio, donde estaban a salvo, para volver a sus fechorías.
Romero reunió a sus hombres y les dijo que partirían al día siguiente, antes de que amaneciese, para llegar antes del mediodía a la feria de Chantada. Después de deliberar entre ellos, pues todos querían salir del escondite para ir de tropelías, acordaron que solo quedase en el refugio uno de ellos y el nuevo; el abuelo permanecería en el puesto de vigía y Max se encargaría de un par de mulas que quedaban en el corral y que guardaban de repuesto.
mvf.
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