domingo, 2 de diciembre de 2018

con una holgaza de pan y un trozo de salchichón

Al llegar la noche los miembros de la banda se reunieron alrededor de una pequeña hoguera y se repartieron alimentos para cenar cada uno. Entonces el bandido que lo trajo al refugio se acercó junto a Max con una hogaza de pan y un trozo de salchichón; después de entregárselo se sentó a su lado y se presentó: se llamaba Alonso, aunque todos le apodaban el zamorano, y mientras devoraban la porción de alimento que les había tocado, le fue contando como se llamaban los demás; aunque la mayoría llevaban nombres que no eran como habían sido bautizados sino motes o alias que podían cambiar en cualquier momento para dificultar que los encontrase la justicia.

El gaitero, que ya conocía de la romería, se llamaba Melias y como pudo enterarse era de Celanova. El gitano era de un pueblo del Norte de Lugo; le llamaban así a pesar de que todas las trazas de su fisonomía: su nariz aguileña, ojos negros y piel morena, apuntaban a que entre sus antepasados había tenido sangre árabe. El hombre que salió de la casa, cuando el zamorano fue visto por los suyos al llegar diera la señal de la banda con dos fuertes silbidos, de que todo estaba bien, le apodaban el abuelo; no tendría más de cuarenta años pero la dura vida del campo y la miseria de la posguerra le hacia aparentar bastante más edad. Mucha gente del campo no llegaba a vivir más allá de los cincuenta años de edad. El cojo era conocido por ese nombre por la secuela que tenía en una pierna de un accidente ocurrido en su juventud, cuando trabajaba para los alemanes en las minas de Freixo. Los hermanos, Mateo y Martín, eran de la coruña y estaban perseguidos por la justicia por prender fuego al pazo de uno de los señores de las tierras de Vimianzo, y por asesinos.
Por último, el jefe de la banda era de Asturias y se llamaba Romero. Romero era hijo de un alcalde republicano fusilado tras la victoria de Franco, y para no sufrir la represión franquista, antes de que fueran a buscarlo a su casa para darle el mismo destino que su padre, se echó al monte. Fiel en sus convicciones familiares, reunió otra gente otra gente perseguida como él y formó una banda para mantener la resistencia antifascista. Durante más de una década pudieron vivir, escondiéndose por los montes de León y Asturias, protegidos por la gente de los pueblos que les daban comida y les alertaban de las patrullas que andaban buscándolos, mientras ellos, dando pequeños golpes, mantenían la lucha anti-franquista; hasta que una vez, la guardia civil dio con la amante de uno de la banda y después de violarla y someterla a todo tipo de vejaciones, consiguieron saber el paradero de la banda y tenderles una trampa, de la que apenas pudieron escapar con vida un puñado de hombres. Uno de ellos Romero, mal herido, consiguió huir a los montes de Galicia; y de nuevo, ocultándose de la justicia en el monte, conoció a los hermanos, Mateo y Martín, y volvió a dar múltiples robos, formando la banda que tenían ahora. Romero, mantenía orgulloso su nombre sin tomar ninguna prudencia en ocultarlo; y junto a los hermanos, estaba buscado y era perseguido con ahínco por la guardia civil, por criminal y por rojo. 

Después de varios días dedicados a haraganear y a beber terminaron agotando los víveres que tenían y entonces no les quedaba más remedio que abandonar el refugio, donde estaban a salvo, para volver a sus fechorías. 
Romero reunió a sus hombres y les dijo que partirían al día siguiente, antes de que amaneciese, para llegar antes del mediodía a la feria de Chantada. Después de deliberar entre ellos, pues todos querían salir del escondite para ir de tropelías, acordaron que solo quedase en el refugio uno de ellos y el nuevo; el abuelo permanecería en el puesto de vigía y Max se encargaría de un par de mulas que quedaban en el corral y que guardaban de repuesto.

mvf.

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