En el local la escasa luz lo llena penumbra; suena un blues lento y grave, y la poca gente que había eramos nosotros dos y el camarero.
Levanto mi copa y deslizo entre los labios un trago frio y picante de alcohol, en la boca; después paladeo su sabor mientras doy vueltas con el hielo, dentro del liquido cristalino y amarillo, en el vaso.
La música.
Una trompeta chillona, sobrevuela el ritmo de la canción que se escucha, construido por el bajo y la batería; lo hace como si fuera una gaviota que vuela solitaria sobre el atlántico. El piano, escuchaba en silencio pero llegó su momento y echa a volar tras ella; remarcando la estela de notas de la trompeta que se escucha sobre el aire marino, pero la trompeta le ignora; es una dama solitaria. Él la quiere cortejar, pero esta hace burla de él. Después de una larga voluta de notas la trompeta calla: el piano abatido lamenta su ausencia; él es el rey de la noche ahora y llora con notas cristalinas expresando su amor no correspondido. Sigue la música, mientras que las notas del piano llenan de estrellas un cielo sin Luna sobre la noche del atlántico. El piano cesa su canto y las estrellas caen sobre el agua del océano; solo se escuchan en unisona hermandad al bajo y la batería, que alternan con sus solos, conservando viva una noche solitaria sobre el atlántico. Entonces la trompeta, que permaneció callada hasta ahora, bostezó su aburrimiento y empezó a hablar en una sexualidad distinta; hasta quedar todo en silencio.
¿Bueno, y ahora que podemos a hacer?
- Es muy tarde. Parece que estos quieren cerrar
- ¿Quien te espera en casa?
- Ya es muy tarde
- ¿Donde podemos ir?
- No creo que encontremos ya nada abierto. Mejor nos vamos a casa.
Dejaron sus sillas, que estaban pegadas cerca de la barra.
Una gata de color chocolate saltó encima del mostrador y se paseó ronroneando. mientras uno de ellos pedía la cuenta para pagar.
Había estado durmiendo encima del cojín de uno de los sillones pegados a la pared, detrás, de ellos; o eso parecía que había estado haciendo mientras ellos bebían.
Con el ruido del cierre de la caja, que estaba detrás de dos grifos surtidores de cerveza, alargados como el cuello de una oca, de cerámica blanca llena de tatuajes de color azul de prusia; la gata saltó hacia la puerta para asomar la cabeza a la calle.
No había ningún movimiento en la noche de la ciudad.
Cuando se encaminaron a la puerta, la gata se apartó para dejarles salir.
Salieron a la calle. Hacia frio y soledad, y el aire marino llegaba hasta ellos.
Levantaron los cuellos de sus chaquetas y miraron para atrás.
La gata ya había desaparecido corriendo, hacia el interior del local.