La
campanera tenía una cabra, con manchas negras y rojas, mal
acostumbrada, que escapaba a la huertas de los vecinos y
devoraba a su antojo los brotes que
hubiese, sin hacerle ascos a ningún tipo de planta del sembrado. Los hortelanos que la padecían
estaban muy molestos por este hecho, pero nadie se atrevía a dar
queja a la campanera: no fuera que esta, contrariada, cuando
tocaba para llamar a las
misas que se pagaban para los difuntos, se vengara delatando en su
tañir, que este o cual difunto no había realizado ninguna de las
buenas obras que decía el cura en la misa; preferían que el tañir
de las campanas acompañasen las
buenas obras por las que se había pagado para que se dijeran sobre
el difunto en el responso, y no
mostrasen alegría como cuando falleció don Sebastián el cacique
que no se quería morir.
Una
tarde en que el rebaño de la mujer del herrero y las ovejas de los
de la labrada fueron llevadas a pastar en prados vecinos; melquiades y su
hermano pastor, después de darse unos saludos, oliendose y dando
vueltas alrededor uno del otro, decidieron ir a beber y mojarse, en
el agua fresca y cristalina del rio, mientras los rebaños comían
libremente, la hierba.
Viniendo de regreso del rio, descubrieron a la cabra de la campanera, que había escapado y estaba devorando en
la huerta de una de las zarzas, y como sabían de las andanzas del
animal caprino; porque tambíen la habían padecido en sus feudos y fueron reñidos por ello, acusandolos injustamente de no haber cuidado debidamente los sembrados de sus amos; los perros decidieron
aprovechar la ocasión para enseñar buenos modales a la cabra. Cuando
la cabra vió que se dirigían hacia ella, intuyendo
que la cosa iba para disgusto, se puso en fuga y saltando la valla de
la huerta fue a parar a la carretera. Los
perros, al ver el peligro que corría, decidieron
aparcar para otro momento la lección que pretendían darle, y
sacarla de la carretera antes de que fuera atropellada por algún
vehiculo.
En
un instantes los dos estaban ladrando alrededor de la cabra, para que
saliese de la carretera; pero esta, sin entender que los perros, con sus ladridos, querían decirle que saliese de la carretera antes de que viniese cualquier vehiculo, trató de defenderse propinando un cabezazo a quien pillase. Pero los dos corrían dando circulos, y cuando enfilaba a
uno, el compañero aparecía por el otro lado. Después de varios
intentos fallidos, la cabra decidió echar a correr hacía un tractor
próximo, aparcado en el arcén de la carretera, y de
dos saltós se encaramó encima del techo de metal, que protege el
asiento del conductor de la lluvía y el sol; desde allí, al sentirse segura, mirando
con sus ojos rectangulares a los dos perros, que daban vueltas
alrededor del tractor esperando que bajase, comenzó a burlarse de
ellos, con sus balidos, por haber conseguido escaparse.
mvf.
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