viernes, 28 de julio de 2017

La abuela de Elisardo



Cuando llegó la abuela de Elisardo de regreso a casa, la abuela de Elisardo se fijó enseguida en los trabajos que había hecho su nieto durante su ausencia: había recogido la loza de su desayuno y la había fregado; había hecho su cama, dejado recogida su habitación y había bajado su ropa sucia dejándola metida dentro de la lavadora;  y su nieto, al terminar, se había puesto a ver tranquilamente la televisión esperando su regreso a casa como se le había dicho mil veces y nunca había hecho.
 A la anciana, al ver tan buena disposición que había tenido su nieto durante su ausencia, le entró la mosca.
-¿Elisardo que estuviste haciendo mientras estuve fuera?
-¡Nada, nada!- respondió el niño sin apartar la vista de la televisión.
La abuela para nada creyó lo que le decía su nieto; distribuyó la compra por los distintos lugares de los muebles de la cocina y al terminar salió al patio de la parte de atrás de la casa para ver si descubría que había podido hacer su nieto durante su ausencia.
Miró en el patio, entró en la casa vieja, revisó el cobertizo ...  y no encontró nada; pero cuando ya iba volver a la casa oyó desde la huerta el graznido del cuervo, que en venganza de lo que Elisardo había hecho al inocente espantapájaros, llamaba la atención a la anciana, saltando y picoteando encima de los plásticos, para delatar donde había ocultado al cerdo su nieto.
El animal, con los picotazos y los saltos que daba el cuervo encima de él, despertó, pero al oír los pasos que se acercaban en la huerta reconoció el andar de la vieja y sin hacer ningún movimiento se dijo para si: 
 -Esta es peor que el niño y cuando descubra que me hice el muerto, como es muy retorcida, va suponer que quería comerme los repollos de la huerta e igual me hace estar corriendo toda la mañana. Y decidió continuar sin dar señales de vida. 

Al levantar los plásticos y encontrarse el animal haciéndose el finado, la abuela se echó las manos a la cabeza, lamentándose y sintiéndose culpable de la muerte del gorrino por dejar solo en casa a su nieto. Al cabo de unos instantes reaccionó y se dijo para si que la mejor solución sería deshacerse del cuerpo y dejar que se pensara que el animal, sin saber como, se había escapado. Entonces, desde donde estaba, hizo señales al tractorista, que continuaba trabajando en un campo cercano, para pedirle ayuda.
El hombre con cara de fastidio, por tener que parar de trabajar, se acercó para ver lo que le pasaba a la anciana, y así que escuchó de que se trataba el asunto y viendo lo apurada que estaba, entró con el tractor al interior del patio de la casa y a continuación, guiado por la anciana se dirigió con la maquina al lugar donde estaba el cerdo cubierto con el plástico. Sin destapar el animal metió la pala por debajo de su cuerpo, y sin que este diera ninguna señal de vida, lo izó con la pala por encima de la cabina del tractor y arrancó con la carga al monte del lobo, que era el lugar donde llevaban antiguamente a los animales de la casa que morían de muerte natural para alimentar con sus despojos a las alimañas.
Cuando llegaron al monte el tractorista bajó la pala, y el cuerpo del animal, cubierto con los plásticos, se deslizó hacía el suelo quedando tumbado en la tierra. Hecha esta operación y sin ninguna perdida de tiempo, se puso a excavar con la pala del tractor un hueco en la tierra para meter dentro el cuerpo del cerdo y enterrarlo, pues quería regresar rápidamente para rematar la labores de campo que estaba realizando.
Y entonces, al ver las dimensiones del agujero que se estaba abriendo, fue cuando le entró mala espina al cerdo y juzgó oportuno que ya era el momento de resucitar discretamente y desaparecer. 
Sin levantar su enorme panza del suelo, se alejó arrastrandose con su cuerpo hasta una distancia prudente y desde ahí se marchó con prisa monte abajo.

mvf.

sábado, 1 de julio de 2017

la huerta de elisardo



Sentado encima de la piedra de las gallinas, Elisardo tuvo una idea: lo siguiente que haría sería sacar el cerdo de la cuadra para cabalgar encima de el. 
El cerdo al ver la puerta abierta de su engordadero salió para el patio. Detrás de él iba Elisardo que lo agarraba por su rabo retorcido.
 - ¡Para. No corras. No vayas a la huerta!

Era un imponente animal de piel rosada; tenía una cabeza grande, con enormes orejas, que le caían tapando los ojos, y un cuerpo alargado y redondo, que al caminar se abaneaba de un lado al otro; sus extremidades eran largas y fuertes, y sus pezuñas blancas, y mientras corría, arrastrando trás el a Elisardo, gruñia moviendo orgulloso su hocico.

- ¡ Cocho; para, para...! - gritaba Elisardo

Finalmente paró.

- ¡Acuéstate!- gritó el niño y el cerdo, siguiéndole el juego, se tiró en el suelo.

Entonces,  Elisardo, se echó sobre el animal abrazándose a su cuerpo peludo.

Con el niño encima de su panza dándole caricias, el cerdo se rascaba su espalda contra la tierra y esbozaba en su cara una sonrisa de placer.

-¡Ahora levántate!- el animal se levantó y volvieron a empezar a correr el uno detrás del otro.


 Elisardo lo perseguía de nuevo y gritaba detrás de él con el palo en la mano porque ahora quería ser un domador de fieras.

- ¡Salta, salta, salta, salta!

Y el animal trotaba por la huerta, abaneando su cuerpo de un lado al otro.

- ¡Corre, corre, corre...!

Obediente como un perro de más de doscientos kilos de peso, el animal hizo todo lo que le mandaba el niño hasta que llegado un momento, extenuado y sin apenas fuelle para respirar, decidió que ya era hora de cambiar de juego y para no hacer más ejercicio se tiró en el suelo patas arriba, haciéndose el muerto.

El niño, al verlo tirado con la boca abierta, se acercó junto a el sorprendido.

- ¡Cocho, levantate!

El animal, con los ojos cerrados, permaneció inmóvil.

Elisardo zarandeó al cerdo y lo golpeó con sus manos para que se levantara; pero el animal seguía sin responder y sin hacer ningún movimiento, riéndose para sus adentros mientras simulaba, con la boca abierta y los ojos cerrados, su defunción.

- ¡Venga, levantate. Cocho, levantate ya!


Llegado un momento, el niño, al ver que el cerdo permanecía inmóvil en el suelo, sin dar señales de vida, y que no obtenía ninguna respuesta, se creyó el teatro que hacía el animal y pensando en la riña y el castigo que iba recibir de sus padres, por sacar el animal de la cuadra y haber provocado su muerte, decidió ocultarlo; y con unos plásticos que trajo del cobertizo tapó el cuerpo para que no se descubriese lo ocurrido
"Todo el mundo creería que el establo había quedado abierto y el cerdo, al verse libre, habría escapado".

Elisardo regresó a la casa y se puso a hacer todas las cosas que habitualmente le mandaban hacer y que no hacía sin hacer antes debidamente el remolón: limpió la mesa donde había desayunado, dejando fregada la loza de su desayuno; subió a su habitación para hacer la cama y bajó con su ropa sucia para la lavadora; recogió sus libretas y los lapices, y lo dejó metido en la cartera del colegio ... finalmente, cuando hubo hecho todo se sentó delante de la tele esperando a que regresase su abuela, como si nada hubiera pasado.
 Fuera, su amigo porcino, por el cansancio del ejercicio, se había quedado dormido pensando en los repollos de la huerta.


mvf.