sábado, 1 de julio de 2017

la huerta de elisardo



Sentado encima de la piedra de las gallinas, Elisardo tuvo una idea: lo siguiente que haría sería sacar el cerdo de la cuadra para cabalgar encima de el. 
El cerdo al ver la puerta abierta de su engordadero salió para el patio. Detrás de él iba Elisardo que lo agarraba por su rabo retorcido.
 - ¡Para. No corras. No vayas a la huerta!

Era un imponente animal de piel rosada; tenía una cabeza grande, con enormes orejas, que le caían tapando los ojos, y un cuerpo alargado y redondo, que al caminar se abaneaba de un lado al otro; sus extremidades eran largas y fuertes, y sus pezuñas blancas, y mientras corría, arrastrando trás el a Elisardo, gruñia moviendo orgulloso su hocico.

- ¡ Cocho; para, para...! - gritaba Elisardo

Finalmente paró.

- ¡Acuéstate!- gritó el niño y el cerdo, siguiéndole el juego, se tiró en el suelo.

Entonces,  Elisardo, se echó sobre el animal abrazándose a su cuerpo peludo.

Con el niño encima de su panza dándole caricias, el cerdo se rascaba su espalda contra la tierra y esbozaba en su cara una sonrisa de placer.

-¡Ahora levántate!- el animal se levantó y volvieron a empezar a correr el uno detrás del otro.


 Elisardo lo perseguía de nuevo y gritaba detrás de él con el palo en la mano porque ahora quería ser un domador de fieras.

- ¡Salta, salta, salta, salta!

Y el animal trotaba por la huerta, abaneando su cuerpo de un lado al otro.

- ¡Corre, corre, corre...!

Obediente como un perro de más de doscientos kilos de peso, el animal hizo todo lo que le mandaba el niño hasta que llegado un momento, extenuado y sin apenas fuelle para respirar, decidió que ya era hora de cambiar de juego y para no hacer más ejercicio se tiró en el suelo patas arriba, haciéndose el muerto.

El niño, al verlo tirado con la boca abierta, se acercó junto a el sorprendido.

- ¡Cocho, levantate!

El animal, con los ojos cerrados, permaneció inmóvil.

Elisardo zarandeó al cerdo y lo golpeó con sus manos para que se levantara; pero el animal seguía sin responder y sin hacer ningún movimiento, riéndose para sus adentros mientras simulaba, con la boca abierta y los ojos cerrados, su defunción.

- ¡Venga, levantate. Cocho, levantate ya!


Llegado un momento, el niño, al ver que el cerdo permanecía inmóvil en el suelo, sin dar señales de vida, y que no obtenía ninguna respuesta, se creyó el teatro que hacía el animal y pensando en la riña y el castigo que iba recibir de sus padres, por sacar el animal de la cuadra y haber provocado su muerte, decidió ocultarlo; y con unos plásticos que trajo del cobertizo tapó el cuerpo para que no se descubriese lo ocurrido
"Todo el mundo creería que el establo había quedado abierto y el cerdo, al verse libre, habría escapado".

Elisardo regresó a la casa y se puso a hacer todas las cosas que habitualmente le mandaban hacer y que no hacía sin hacer antes debidamente el remolón: limpió la mesa donde había desayunado, dejando fregada la loza de su desayuno; subió a su habitación para hacer la cama y bajó con su ropa sucia para la lavadora; recogió sus libretas y los lapices, y lo dejó metido en la cartera del colegio ... finalmente, cuando hubo hecho todo se sentó delante de la tele esperando a que regresase su abuela, como si nada hubiera pasado.
 Fuera, su amigo porcino, por el cansancio del ejercicio, se había quedado dormido pensando en los repollos de la huerta.


mvf.




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