jueves, 15 de junio de 2017
La lucha en la huerta
Las piernas del espantapájaros eran un viejo pantalón de pana marrón llenó de remiendos; su cuerpo una camisa a cuadros rojos y azules, rellena de paja por dentro, que estaba cubierta con una chaqueta raída por el tiempo; sus manos eran un par de guantes rosa de goma, de los que se usan para fregar; y su cabeza estaba echa de un saco de esparto, cubriéndole su calva una boina negra descolorida. Vestido de esta manera, Manolo el espantapájaros había desempeñado distintos papeles de villanos en la huerta: había sido un hombre con una escalera, que había reñido a Elisardito por jugar con su caja de herramientas; el hermano mayor de su mejor amigo, que había aparecido a socorrer a su hermano, cuando tenían una riña entre los dos; el nuevo panadero, un joven pecoso y desconsiderado, que había roto con la tradición de regalarle una galleta cuando salía a por el pan con la abuela... pero el papel que más había desempeñado manolo era el de bárbaro germánico que atraído por las riquezas de la civilización romana, quería escapar de la huerta e invadir el patio del cobertizo.
Elisardo se puso en guardia a la entrada de la huerta; de un momento a otro esperaba la aparición de su enemigo y él estaba dispuesto a medirle las costillas con su espada tutora de las tomateras
La batalla comenzó de improviso. Elisardo se defendió del ataque y comenzó a rechazar el asalto de las tropas germánicas, una a una, según se le echaban encima.
-
Ahora vas a ver
toma, y toma y toma ...
regresa a tu campo
o morirás
Tu eliges
no tienes nada que hacer
y poco a poco Elisardo fue avanzando en el interior de la huerta, repeliendo en su ataque la avalancha invisible, hasta que llegado un momento se encontró frente a frente con el que comandaba las fuerzas invasoras
El espantapájaros, aguantaba los golpes que recibía sin echarse para atrás; la lucha estaba bastante equilibrada y llegado un momento pareció que Elisardo iba ser derrotado y abandonaría por cansancio, pero finalmente el espantapájaros no pudo más con la lluvia de palos que le caía y fue el quien no pudo soportar la fiereza del contrataque y cedió, cayendo al suelo, rendido a los pies de Elisardo.
Roma, la civilización, el patio de tierra y el cobertizo, estaban a salvo. El bien había vencido y el mal sucumbido.
Nuestro héroe escupió sobre su derrotado enemigo y dando saltos de alegría, regresó triunfante a su trono bajo la sombra del nogal, sentándose sobre una piedra de granito larga y grande donde se le echaba el grano a los animales. Desde allí, sentado en el comedero de las gallinas, quedó mirando en silencio su victoria imaginaría mientras se recuperaba de las heridas de cansancio.
Terminado el combate, el cuervo regresó desde el tejado del cobertizo, donde había estado contemplando la reyerta, hasta el lugar donde yacía su desventurado amigo de paja, y saltando sobre el cuerpo de su amigo tirado en el suelo, protestó con unos graznidos por lo ocurrido.
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