viernes, 24 de diciembre de 2021

El santo tonto

La puerta del autobús azul se abrió después de detenerse.

En la parada esperaba un hombre de estatura mediana y complexión fuerte; su cara mostraba una barba escasa con pelos blancos de pocos días.

- ¡Alto!- dijo el conductor señalando con su dedo indice, a su lado, un letrero con enormes letras, cuando el hombre trató de subir:



                          En el autobús es obligatorio
                                        SIEMPRE
                              llevar mascarilla puesta
 

- ¡No puede subir sin mascarilla!

El hombre se paró sorprendido y reaccionó quejándose de su olvido.

-¡Siempre me pasa lo mismo, al salir de casa olvido la mascarillas! ¿Por favor podrías esperar un segundo, que entre en casa y coja una mascarilla? Vivo aquí mismo y no puedo esperar para coger el siguiente autobús.

El conductor conocía al hombre que vivía en la casa de planta de baja que estaba justo a la altura de la parada del autobús,
y sabía que iba al hospital.
- ¡Vaya. Apúrese y regrese con la mascarilla; que voy unos minutos adelantado! - le respondió el conductor – Si tarda no le espero.

En el interior del autobús no se oyó ninguna protesta. Nadie tenía prisa pues la prisa cada cual se la reservaba para cuando bajase en su parada.

En los primeros asientos del autobús iba sentada una señora de pelo cano, trenzado; vestía un traje negro y llevaba sobre sus piernas un bolso de piel del mismo color. Desde la parada del supermercado, donde había subido al autobús, sin saberse como había comenzado venía narrando las cuitas desafortunadas que en los últimos años de su vida, le habían comenzado a ocurrir. Era un monótono monologo entremezclado con el run run del autobús, durante el trayecto, al que nadie prestaba atención; ni siquiera la joven acompañante, sentada a su lado, abstraída con la mirada perdida a través de la ventanilla.

Ahora era diferente, era el momento de la charla entre los pasajeros del autobús.para hacer más amena la espera.

Comenzó primero una de las pasajeras, a quien el conductor se dirigió a ella, en algún momento, por el nombre de la cubana,

y con su acento, dijo:

- Señora, eso es mal de ojo. Allá en mi país nos ponemos un trapo rojo, para espantar la mala suerte. Pruebe a ponerse algo rojo cuando se vista y después, cuando nos volvamos a ver, ya me dice como le fue.

- Yo llevo una cruz de semillas de trigo cosida en un trapo, en la cartera - añadió su acompañante, un hombre delgado y moreno, demostrando con su acento, que también era de Cuba.


- Pues yo siempre llevo conmigo un diente de ajo - saltó una de las viajeras, de los asientos del medio - y abriendo su bolso, sacó para que se viese, un ajo que llevaba en su interior -

-¿Si quiere le doy mi ajo?

- Gracias - dijo la mujer de los primeros asientos, que extendió la mano para coger el ajo que le ofrecían, después de pasar por varias manos en el pasillo, hasta llegar a ella.

- Tengo una amiga que le ocurrían infortunios como a usted y así que le regalé un diente de ajo le cambió la suerte. Yo siempre llevo un diente de ajo dentro de mi bolso. Los ajos, claro, se secan, y cuando se le secó el ajo que le diera, como no coincidía vernos que estamos hartas de vernos todos los días, y estaba muy contenta de llevar un ajo con ella, mi amiga vino a casa para que le diese otro ajo. Yo tengo huerta y para mi no es ningún problema. Todos los años planto ajos en la huerta.

- Cuando era pequeña buscábamos tréboles de cuatro hojas en el colegio y a mi no había quien me ganase a quien encontrase más - Soltó alguien de los asientos, del lado de las ventanilla.

- Yo compré un amuleto de azabache en una de las tiendas que hay al lado de las escalinatas de la plaza de Obradoiro, una vez que fui a Santiago - dijo una señora de los asientos de la mitad del autobús, y sacando del pecho una pequeña pieza negra que llevaba colgada con una cadena alrededor del cuello, mostró su amuleto  para que se viese
en el pasillo del autobus.

Es una mano cerrada en forma de puño, y que saca la puntas de su dedo pulgar, entre los dedos índice y medio.

- ¡Ah, que lindo! ¿y como se llama?- se oyó preguntar con curiosidad a la cubana.

- En gallego se llama figa.

Una joven que escuchaba sin levantar la vista de la pantalla de su teléfono, intervino después

- Hay un amuleto con forma de ojo – y mostró la pantalla de su móvil, para que se viese - No sabía que era un amuleto pero lo he visto muchas veces en las revista de moda..

Garbancito oía en silencio lo que se decía, sentado en la parte de atrás del autobús. Cuando subió se había sentado en el final del autobús porque las últimas paradas del trayecto eran el cementerio y la iglesia y el iba a la casa de la campanera para dar el recado de su difunta madre.

- Os voy a contar la historia que contaba mi bisabuela. Mi bisabuela decía que las desgracias que le pasa a la gente buena es porque se ríe de ellos un santo tonto.

Los viajeros se quedaron calculando la edad que tendría Garbancito para estimar la de su bisabuela. No sé.

-¡Un santo tonto! - exclamó alguien con estupor.

- ¡Un santo tonto! - volvió a repetir - es por culpa del santo tonto que a uno le pasan muchas desgracias, una detrás de otra - volvió a decir.

Los viajeros asomaron sus cabezas en el pasillo con la vista puesta en la parte trasera del autobús para escuchar a Garbancito, quien arrancó a contar su historia ante las mascarillas azuladas pendientes de él.

- Al lado derecho de Dios a veces se sienta un santo tonto que se desternilla de risa como un niño cuando a alguien le pasa una desgracia, y Dios como le hace gracia verlo tan tonto y tan feliz le deja que siga haciendo sus travesuras. Solo San Pedro, cuando se entera que el santo tonto está molestando a Dios con sus tonterías, va por allí y de una patada le echa del sitio y de esa manera deja tranquila a la persona que está padeciendo sus travesuras.

Garbancito después de hacer un alto en su conversación para respirar continuó diciendo - así que cuando a una persona no hace más que ocurrirle desgracias de manera inexplicable, no debe pensar en mal de ojo alguno sino pedir a San Pedro que vaya poner orden en el cielo para que cesen.

-¡Yo tengo una mascarilla! - dijo alguien.

Al oír esto, el conductor salió del autobús en busca del hombre que esperábamos y regresó con él cogido de un brazo, sin darle más tiempo a buscar su mascarilla.

- ¡Hay una señora que le da una mascarilla!

- Es que cuando buscas una cosa, nunca la encuentras.

- ¡Ya. Pero si hacemos siempre lo mismo... !

El hombre se puso la mascarilla que le ofrecían.

- ¡Esto no pasa en los autobuses de Orense! - grito alguien.

-¡Ni en los autobuses de Lugo! - le respondió otro.

Y el autobús arrancó.



mvf.




Feliz Navidad, o lo que sea.

un abrazo