lunes, 12 de abril de 2021

la barbería. - La teologia de la liberacion.

Dan las doce en la barbería. Las manos temblorosas del barbero mueven el peine y las tijeras, por encima de la cabeza del raposo. Toman un respiro y dejó de oirse su tris tras cuando el barbero se echó un paso para atrás, para ver como iba quedando el corte de pelo. 

Vió y volvió de nuevo a su trabajo, para con el siguiente tris tras, dejar igualadas las patillas del raposo.

Sentados en una esquina de la barbería, esperaban Garbancito y la abuela de los labrada.

Garbancito ojeaba una de las revistas, apiladas en una pequeña mesa frente a él.

La abuela de los labrada había llegado hacia un momento.

-¿Puedo pasar ... ? - preguntó asomando la cabeza por la puerta de la barbería  - ... Si me quisieras arreglar el pelo … que la peluquería está cerrada ...

- ¡Ehmmm... Si a los presentes no les importa. Si! - respondió el barbero, sin detenerse.

No hubo que esperar el consenso.

- ¡Buenas! - dijo al entrar - es que aprovecho cuando vengo al pueblo a hacer la compra para arreglarme el pelo, y acaba de dar a luz la peluquera ... , y yo llevó pelo corto; si no les importa...

 Venía cargada con dos bolsas. Las bolsas quedaron en el suelo a lado de la silla en la que se sentó discretamente, junto a Garbancito y su revista.

- Pero como me cortes un pelo de más ....  - remató.

Tris tras, el corte de pelo del raposo seguía su avance

- El cura no sabe donde se fue a meter con su teología de la liberación- dijo el barbero - porque en Galicia no caben las ideas nuevas.

Dan las doce y quince. Las manecillas silenciosas del reloj se han movido un cuarto en la esfera del reloj que cuelga en la pared por encima del espejo.

La abuela de los labrada estaba ensimismada, repasando mentalmente la compra que llevaba en las bolsas, por si acaso había alguna cosa que no cayese en la cuenta de llevar; pero al oir las últimas palabras del barbero miró para ellos. 

- Tu amigo, el cura, se le ocurrió decir que había que hacer sitio en la iglesia a un tal San Arnulfo Romero y eso después de contar en la homilía, con su acento latino, el homicidio cometido por los sicarios que lo mataron por defender a los pobres, como si la iglesia fuera una pelicula de gansters.
- Yo sé algo más de ese asunto - dijo Garbancito, que apartó la vista de la revista que leía - todo el lio vino porque la tia la rica llegó a un acuerdo con el San Antonio: si el santo le cancelaba la deuda que había acumulado a lo largo de los últimos años, de todas las oraciones que le había prometido, ella no iba a dejar entrar en la iglesia a San Romero para que se quedase con las oraciones de sus feligreses. 

El barbero se detuvo  al oirlo.

- ¡Y a ti que más te da si no vas a misa! 

- Yo tengo que hablar bien del cura pues cuando vino quiso que fuera a la misa, como todos los del pueblo - respondió Garbancito.

Garbancito no podía entrar en la iglesia, ni arrodillarse en la misa, porque era de la familia de los de la bruja.  

 - No voy porque no puedo ir - le dije cuando vino a preguntarme porque no iba a misa-  y que no podia arrodillarme frente al altar sin que hubiese alguna advertencia.

Pero él insitió; diciendo que en la teologia de la liberación había un lugar para todos en la iglesia. Hasta que en la homilía se le escapó el pulpito y al caer de bruces en el suelo abrió la cabeza.

El raposo, que hasta ahora permanecía impasible, mientras se dejaba cortar su pelo, intervino para dar un giro a la conversación

- ¿Y si la hija de la campanera no quiere ser campanera, quien tocara las campanas?

pero justo en ese momento el barbero remató el corte de pelo.

- ¡Bueno, terminamos!

Al erguirse del sillón de la peluquería, el barbero aprovechó para pasar un cepillo por detras del raposo, para quitarle los restos de cabello cortado que podían quedar por encima de los hombros. Cuando acabó, mientras el raposo se fue a recoger su chaqueta, colgada de un perchero antiguo de doce brazos, señal de que en la barbería hubo tiempos mejores, el barbero se colocó detras de un pequeño mostrador, al lado de la puerta, en el que había una pequeña caja registradora para cobrar a sus clientes al salir.

Se despidieron, y después el barbero cogió una escoba y un recogedor y barrio alrededor del sillón, donde atendía a sus clientes.

- El siguiente.

Garbancito ocupó el sitio vacante.

El barbero cogió su peine y sus tijeras y comenzó un nuevo corte de pelo.

-¿Garbancito, tu crees que el chino querra ser el campanero?

 

mvf.