viernes, 9 de diciembre de 2022
No todos los días van a ser igual, actualizado.
Bueno que un buen día te armas de valor y después de tenerlo todo preparado, te pones en la carretera con una bici y un carrito sobre ruedas, cargado de cosas, detrás. Empiezas a pedalear y hasta donde llegues.
Lo peor, dejar una nota en la puerta de la nevera.
No se si leí o escuche en alguna parte, que en Villaviciosa una mujer tuvo la misma idea, se cogió una bicia y ya lleva media España recorrida; claro que teniendo vicio es más fácil. Pero yo no soy como la asturiana, porque lo mio es viajar sin prisas; encontrar enseguida un banquito bajo un árbol, con una buena sombra y tener el tiempo para leer un libro o para escribir a mis amigas las aventuras que vayan sucediendo; quizás hasta tenga aventuras para escribir un libro, a escasos metros de mi casa:
Guía de banquitos en el mundo para escribir una carta.
En el mismo edificio en el que vivo, tres plantas más arriba, la vecina le dijo a su marido que bajaba al supermercado a comprar un paquete de arroz y no regresó a casa, y lo que es peor dejó sin lavar todos los platos en el fregadero.
Que no ha salvado vidas humanas el fregar los platos.
Eso, el crimen o el suicidio.
Con esta nota seguro que la mujer regresa a los tres días;
… te dejo la comida hecha y la camisa planchada y no olvides cambiarle la arena al gato.
Lo mejor es una simple y tranquila nota en la nevera:
No todos los días van a ser igual
Bueno, que tengo que salir.
mvf
viernes, 2 de diciembre de 2022
El barbero .
En sus buenos años el barbero jugó en segunda división, como defensa del levante o algo así, y con frecuencia contaba a sus clientes como su equipo de futbol estuvo a punto de chafarle la liga al equipo ganador de aquel año si no fuera por que la pelota por arte de magia, cuando todo el mundo cantaba el gol, se encontró de repente con el marco de la portería para impedirle marcar el punto fatídico.
Cuando había publico suficiente que caldease el ambiente arrancaba a contar alguna jugada, y contaba como le había driblado la pelota a aquel jugador famoso de su época y echó a correr con ella hasta el medio del campo, y después de un pase largo su compañero de equipo recogía la pelota y burlando la defensa del contrario encajaba la pelota en el fondo de la portería, sin saber el portero por donde se la había colado.
¡Gol!
Gritaba. Contagiando de su fervor a los presentes, haciendo aspavientos en el local de la barbería con sus brazos levantados y sus manos
temblorosas en el aire, y después de escuchar los aplausos
imaginarios de su publico se abalanzaba de nuevo con su peine y
tijera hacía el esférico piloso que sentado en el sillón de la barbería esperaba con paciencia el
regreso del guardameta.
Las mayorías de las veces el cliente, al regresar las manos temblorosas de parkinson del guardameta, agachaba la cabeza. Gol repetía este, dando un pequeño toque con la punta de los dedos de su mano en la frente del esférico, para volver la cabeza a la posición adecuada, y reanudaba el corte de pelo
Con peine y tijera había sido guardameta del levante o un equipo así.
Había sido un día muy
intenso.
Muchas veces, al cerrar la barbería, paraba en el bar de la milagros para tomar un chato antes de regresar a su casa. Pero está vez se sentía indispuesto. Había sido un día muy intenso y sentía un fuerte dolor en el pecho
Ya había recorrido casi todo el camino de regreso a casa cuando escuchó el taca-taca-taca de las hélices de un helicóptero que se acercaba.
Se acordó cuando era
pequeño, y los helicópteros solo veían en las
películas de cine americanas.
Se acordó del primer helicóptero que vio. Era joven todavía y fue antes de que volvieran a regresar las primeras cigüeñas.
Los golpes en el aire aumentaban y a medida que se aproximaban más empezaban a sonar como los latidos de su corazón.
Cuando el helicóptero parecía estar encima de él vio que las helices eran de color blanco y tenían luces irisadas y ya más de cerca las hélices ya no eran aspas sino unas enormes alas blancas que empezaban a cubrir todo el cielo y que venían a buscarle.
Bribón corrió saltando junto al barbero, al ver tirado en el suelo el cuerpo del vecino canoso que pasaba todos los días frente a su casa; y cuando llegó junto a él le ladró varias veces y le empujó con su hocicó.
Como no se movía, Bribón se dio medía vuelta y desapareció corriendo y al cabo de un buen rato regresó con la pelota que días atrás había enterrado junto al rio.
La puso encima del vecino canoso, sobre su pecho, y le ladró fuertemente para que le tirase la pelota para ir a recogerla; pero el barbero continuó sin abrir los ojos y sin despertarse para levantarse y tirarle la pelota y que fuera a correr por ella.
Estuvo ladrando sin que nadie le hiciera caso. Hasta que alguien que escuchó sus ladridos se acercó para descubrir que ese día de otoño había muerto el guardameta de los esféricos pilosos del pueblo.
mvf.
martes, 15 de noviembre de 2022
La bruja va al medico 2
Todo empezó el día en que la hija de la bruja se encontró con su primo Garbancito. Como siempre que se veían y no andaban apurados, se paraban un rato para contarse cosas que les ocurrieran a cada uno, desde la última vez que se encontraron, y este le contó lo del accidente en el que murió el Berrocán, un vecino del pueblo, y como dias antes fuera a visitar a la tía, la bruja, para que le leyera la mano y le había vaticinado una vida muy larga.
Al día siguiente del encuentro, la hija de la bruja se acercó a casa de su madre para hacerle una visita, después de dejar a su hijo en el colegió.
La casa, como siempre, estaba desordenada y llena de mugre.
Mientras se preparaban el café de puchero para
tomar juntas, Cenizo, el gato negro de la bruja apareció maullando en la cocina y empezó a
dar vueltas alrededor de las dos ronroneando a sus pies.
La bruja hacia tiempo que no había visto a su nieto y preguntó a su hija por él y cuando lo traía a casa para que lo viese.
- Te voy a mandar a alguien que te haga la limpieza- le respondió la hija.
- No quiero que venga nadie a limpiar. Si mandas a alguien la echaré a patadas de la casa.
La bruja no quería que su hija se diera cuenta de que ya apenas veía con las cataratas que tenía en los ojos pero no lo pudo ocultar y se delató cuando confundió la sal con el azúcar y saló el café.
-
¿Madre, sabias que el Berrocán cayó con el coche por un barranco y se mató? - Soltó de repente la hija, posando el pocillo en la mesa, después de sorber el
café salado.
- Que extraño - le respondió sorprendida, a su hija - hace un par de semanas que vino a hacerme una visita para que le leyese la mano y vi que tenía muy larga la linea de la vida.
- Mama, ya es hora de ir al medico para pedir cita en el oculista.
- Hija, en noventa años que tengo no fui una sola vez al medico y no pienso ir ahora- dijo, espigando su cuerpo huesudo, para mostrar que estaba sana.
A pesar de su edad la bruja estaba más fuerte que una vara de tejo y aunque no
paraba de quejarse de todo tipo de achaques estos no eran más que
triquiñuelas para
que su hija estuviese pendiente de ella por teléfono y fuera a casa a visitarla con frecuencia.
- Tienes que ir al medico para pedir un volante e ir al oculista y de paso te viene bien que te hagan una revisión de salud.
- Nunca tuve problemas de salud y cuando hubo alguna cosa, como bien sabes, no salen de la familia - respondió de nuevo la bruja.
Se pusieron otro café, pero esta vez le echaron azucar, hablaron de cosas mientras lo tomaban, y al terminar se dieron un beso al despedirse.
La consulta tenía dos sillas delante de la mesa del medico y vieron que la doctora que les iba a atender era una mujer no mayor de treinta y cinco año, de pelo castaño, con una bata blanca en la que asomaban una serie de lapices y un termómetro en el bolsillo a la altura del pecho.
La doctora les miró con unas gafas de pasta negra, cabalgando por encima de sus narices, detrás del
monitor de un ordenador colocado encima de su mesa, mientras entraban.
- ¿A ver. Que le
pasa?- preguntó cuando se sentaron frente a ella.
- Es mi madre.
- Es Ud. Ursulina Expósito?
Si- asintió la bruja.
- Bueno y que le pasa a su madre.- preguntó pasando la vista sobre las dos.
- ¡Yo no tengo nada!- dijo la bruja.
La doctora ya estaba experimentada con gente mayor que no quería ir al medico, tal vez porque tomar esa decisión cuestiona la seguridad que tenemos de que todo está bien y no nos pasa nada, y finalmente cuando acuden al medico por una tirita hay que coser.
- ¡Pues vamos a ver si es verdad!- soltó la doctora
- La tuve que traer para que la hicieran una revisión, que ella no quería. Además está perdiendo la vista; que es por lo que vinimos principalmente, para que nos hiciera un volante y llevarla al especialista - dijo la hija poniendola en antecedentes
- ¡A ver Ursulina váyase junto a la camilla y desabotonose la camisa!
La bruja se sentó encima de la camilla y mientras se desabrochaba la blusa, se fijo en el monitor donde leía la doctora.
La bruja aprendió a leer en un libro sin letras; cuando de niña le llevaron al bosque a casa de una tatarabuela, y esta le enseñó a leer los signos garabateados en un viejo libro apergaminado, que contenía la historia de la familia, las plantas y seres vivos que les rodeaban, como hacer todo tipo de medicinas para curar sus dolencias y los conjuros de la familia.
Su hija en cambio, aprendió en un colegio de monjas recomendada por don Sebastián el cacique que no se quería morir. por que estaba en deuda con ella. por las infusiones que le preparaba para que sus criadas no engendrasen sus hijos bastardos.
La doctora abandonó la luz del monitor y fue tras ella .
-¡ Diga treinta y
tres!
La anciana repitió el numero de muy mala gana mientras la doctora presionaba el frio estetoscopio en su espalda, escuchando como sonaban los ecos dentro de su pequeño pecho.
- ¿Y eso para que es?
Preguntó la bruja cuando sacó un otoscopio que llevaba en el bolsillo de la bata.
- ¡Para ver como tiene los oídos!
Mientras
se dejaba tirar de las orejas y la doctora miraba en el interior de sus oídos, la
bruja pensaba si por los oídos la doctora pudiese saber lo que estaba
pensando de ella en ese momento.
Los oídos estaban llenos de cera y pelos
¿Oye bien?
- ¡Oigo perfectamente!
- Después de limpiar el estetoscopio, la doctora cogió una lengüeta de madera para bajar la lengua y mirar dentro de la garganta de la bruja.
- ¡A ver. Abra la boca!.
- ¡Ah …! - dijo la anciana.
-
Vale. Vístase- y la doctora regresó a su mesa para escribir en su libro de luz. Al terminar salieron unos papeles de
una impresora que tenía detrás de ella. La doctora se giró
para recogerlos y se los entregó a la mano extendida de la hija de la bruja, que los recogió.
- ¿Como dice? ¡ No me van a quitar ni una gota de sangre! -exclamó la anciana, con los ojos, al oir lo que dijo la doctora.
Pero la doctora continuó impasible
- Después de que se deje hacer la extracción de sangre, pidan cita, el mismo día, para una semana después, para venir a ver los resultados. Y cuando venga miramos de quitar esa verruga que tiene en la cara, que tanto le afea.
La
bruja sintió que se desmayaba y se tuvo que agarrar al brazo de su hija para no caerse de la silla, y cuando lo hizo, echó en voz baja una maldición a la doctora:
- "que se ponga a hablar el monitor que tienes encima de la mesa y te echen a la calle".
¿Y quien se acordará de las palabras cuando el monitor hable?
Ya fuera de la consulta, se dirigieron a pedir la cita para enfermería, para extracción de sangre, para la analítica, y la cita del oculista. La bruja, aún no se había repuesto de la visita al medico y caminaba apoyada en
su hija.
- ¿Pregunta cómo se llama la doctora?
El hombre del mostrador, cuando les entregaba la cita para enfermería y el volante para el oculista, les respondió:
- su medica se llama Grimelda Belladona.
-Mama. Estarás contenta. La doctora se llama Grimelda como la madrastra de Blancanieves.
- ¡Hija, hiciste bien en
traerme al centro de Salud. Esta doctora es más mala
que la lana de gato!
mvf
martes, 25 de octubre de 2022
la visita del medico
El día estaba nuboso cuando salieron de casa.
- ¡Date prisa madre. Vamos llegar tarde! - le dijo cuando esta escondía la llave entre las raíces de una planta de ruda.
Cuando llegaron al centro de salud ya se había levantado un fuerte viento amenazando con llover de un momento a otro. Entraron y preguntaron donde estaba la medica de cabecera que les tocaba. Les indicaron la consulta que le correspondía y marcharon para la sala de espera para sentarse frente a la puerta de la consulta que les indicaron.
El día anterior la bruja le dijo a su hija que no quería ir al medico pero al final la convenció con la amenaza de que la iba ir a buscar por la mañana y si al final no iba ella no le haría caso a ninguno de los infinitos consejos que su madre le daba sobre la mejor educación para su nieto.
Era última hora de la mañana y apenas quedaba ya gente. Solo dos mujeres y una de ellas estaba con su nieta para la consulta del pediatra. Al verlas llegar dejaron de hablar entre ellas y la sala quedó en silencio.
Saludaron sin obtener respuesta y una vez tomaron asiento, en el exterior empezó a oírse el ruido de la lluvia al caer.
Después de un rato de espera, se abrió la puerta de la consulta de la doctora para dejar salir una señora entrada en años, de pelo blanco y que llevaba puestas una viejas gafas negras; en sus tiempos había sido la cartera. La mujer que tenía su turno antes que ellas se levantó, se saludaron las dos al cruzarse y desapareció cerrándose la puerta. Ahora solo quedaban en la sala de espera ellas y la mujer con su nieta; esta última jugaba viendo los dibujos de un cuento abierto encima de la silla pegada al lado de su abuela.
- ¡Hola. Que niña más bonita! ¿Qué estás leyendo?
La niña se volvió para ver quien le hablaba y al ver la anciana vestida de negro, que le había dirigido la palabra, se refugió entre las piernas de su abuela y levantó con una mano la tapa del libro para que pudiera leerse el titulo del cuento que destacaba en letras grandes: Blancanieves y los siete enanitos
- ¡Que libro más bonito! - dijo la hija de la bruja, consciente del temor que su madre suscitaba en la niña.
- ¿Sabes que le hicieron por mala a la madrastra de Blancanieves? Le pusieron unos zapatos de hierro incandescente y la hicieron bailar hasta la muerte - dijo la anciana vestida de negro.
Al escuchar esto, la abuela de la niña se levantó del sitio, donde estaba sentada con su nieta, y sin mediar palabra se colocaron de espaldas a ellas, y la sala de espera volvió a quedar en silencio.
Se oyó el ruido del trueno y el abundante repiquetear de la lluvia en la calle.
La mujer y su nieta se levantaron de nuevo cuando las llamó la enfermera y la niña, sin apartar la vista de ellas, cogida de la mano de su abuela y con el cuento bajo el otro brazo desapareció tras la puerta del pediatra.
- ¿Por que dijiste eso mama?
- Hija - respondió la anciana - ya sabes que estúpidos son los hombres con las lagrimitas. Si la madrastra hubiera hablado con alguna amiga de confianza... A buena hora Blancanieves se salvaba por hacer pucheros como hizo con el cazador.
¡No me mates. No me mates. Señor cazador!
Si la muerte de Blancanieves se le encargara a una ninfa de los pozos. Otra cosa sería. Hasta le habría mandado a la madrastra una tarta con las partes mas blandas de Blancanieves, para celebrar la noche del 31 de octubre.
- ¡Pero es un cuento muy lindo mama!
- Hija, digo yo que el único momento lindo es cuando el príncipe azul se aprovecha de que la princesa está drogada, y le da un beso sin su consentimiento. ¿Porque no le cuentan a los niños el final de Blancanieves cuando a la madrastra le calzan unos zapatos de hierro incandescentes y la hacen bailar hasta la muerte?
- ¡Pero esas cosas no se les puede contar a los niños. Mama! - exclamó la hija, exasperada con su madre.
- ¡Cá!. Lo que no se puede hacer es contar mentiras a los niños desde tan pequeños. ¡Todo el mundo sabe que la cigarra vive mejor que la hormiga! - terminó diciendo la anciana, esquivando la mirada de desaprobación de su hija.
mvf.
lunes, 1 de agosto de 2022
¿Y don Aurelio?
Todos los días aparecen cosas nuevas y todos los días desaparecen otras.
-¡Hola, soy la nueva profesora de lengua castellana!
-¿Y don Aurelio?
Don Aurelio se había ido para un instituto en Salvatierra, porque cuando nadie lo esperaba se había enamorado, casado y pedido traslado para irse a Salvatierra, donde daba clases su reciente esposa y todo ello fue de repente.
Y ENTONCES EMPEZAMOS A DESCUBRIR LAS DIFERENCIAS
Don Aurelio echaba la siesta en clases; doña laura no pegaba ojo.
Don Aurelio tenía voz ronca y grave y estaba de nuestra parte. Y con frecuencia se le oía decir - "es que yo no entiendo a esos profesores que no aprueban a nadie, si les pagan por enseñar deberían preguntarle porque suspenden la mayoría de sus alumnos"
Doña Laura tenía una voz aguda y chillona con la que nos azuzaba desde el comienzo hasta el final de su clase. Y nos descontaba tantos puntos que para aprobar habría que recurrir a las notas sacadas en los exámenes de otras asignaturas.
- Marise con este punto que te voy a restar, vas tener que recurrir a las notas del examen de lengua gallega, si quieres aprobar mi asignatura, y aún así la nota del examen de castellano te va quedar en un tres.
A don Aurelio lo recibíamos con el libro encima del pupitre de madera y así que tomaba posesión de su atalaya nos mandaba abrir el libro por la pagina en la que habíamos quedado en la anterior clase, para continuar su lectura, y entonces decía: fulanito empieza a leer desde el segundo párrafo y fulanito, después de aclarar su voz, empezaba a leer en voz alta navegando sobre los bisbiseos que acompañaban su lectura.
Doña Laura se hacía oír
con sus gritos sobre el griterío de indiferencia que trajo a su
clase y nos mandaba libros para leer en casa que teníamos que
comentar en el aula.
- Para la próxima semana leéis el libro de Armando Palacios Valdes: La hermana San sulpicio.
- Marise, te toca a ti hacer un resumen de la novela de esta semana y un pequeño comentario.
Resumen de la novela
Ceferino Sanjurjo, hizo su carrera de medicina en Santiago de Compostela y al terminar sus estudios se fue a Madrid a darse la vidorra con la pasta de su padre, que era el farmacéutico de Viana do Bolo; de tal suerte y tantas fiestas que terminó enfermando del estomago y para curarse, nada mejor que irse a tomar unas aguas al balneario de Marmolejo, en Sierra Morena. Alli conoce a una monjita que se llama Gloria y se enamora de ella. Y de Marmolejo sigue a la monjinta hasta Sevilla, donde la trama nos desvela que la monjita no quería ser monjita sino que quería ser sevillana casadera ... y al final de la novela la familia le concede la mano de Gloria a Ceferino, para que puedan casarse antes de que renueve sus votos.
Comentario de la novela
El problema de las historias no es que sean rocambolescas sino que sean creíbles.
En la novela podemos entender o no el tipo de vida de Ceferino Sanjurjo ¿Pero siendo de Orense por que no va a reponer su salud estomacal al balneario de Baños de Molgas, a Caldas del rey o a Mondariz?. Por que estamos hablando que su padre era farmacéutico de Viana do Bolo y no farmacéutico en Vigo.
¿ De donde salía el dinero para vivir en Madrid el principal personaje de la novela? porque a mi me pega que los vecinos de Viana do Bolo pagaban más con gallinas y huevos que con billetes colorados.
En cuanto al personaje femenino a mi no me la pegan, porque eso de que una sevillana se casé con un gallego no cuadra, aunque lo disimule el autor, es que Gloria se casa como sea, antes que renovar los votos de monjita. Y eso esta claro porque lo importante en la vida no es ser sevillana sino evitar acabar siendo monja y quedarte para vestir santos. A pesar de que tengas que abandonar Sevilla para irte a vivir a Viana do Bolo.
Doña Laura, tuvo la suerte de salir de la universidad y el mismo año que obtuvo el titulo de magisterio, venir a ocupar la plaza vacante de don Aurelio. Era una joven que los primeros días de clases cayó bien a todo el mundo; pero pasadas unas semanas empezó a pensar que nos reíamos de ella a sus espaldas y relacionó nuestra difícil edad como adolescentes con que nos comportábamos mal en clases para acosarla.
Doña Laura quería que sus alumnas le llamasen Lauriña y por más que lo pidió nuestra venganza fue llamarla Doña Laura.
mvf.
domingo, 26 de junio de 2022
un gato tuerto.
Siete y media de la tarde ¡BUFF. Que calor hace!, en este día sofocante de junio.
Durante la tarde he limpiado el polvo de los muebles, el baño, puesto la lavadora ... ya no sé que hacer para entretenerme y aún sigo en casa sin atreverme a salir.
Miro por entre las cortinas blancas de
las ventanas de la sala. El sol no quiere aflojar y apenas aún circula gente en la calle.
Voy a la cocina a ponerme una taza de café y acabo mirando en el interior de los muebles. Tal vez haya algo que comprar urgentemente, antes de que cierren las tiendas, para salir ya y terracita; pero solo encuentro cosas de la compra de la mañana en el supermercado.
- ¡O salgo o reviento!
Regreso a la sala para tirarme en el sofá. Cojo el mando, enciendo la tele y comienzo a zapear... y con la desesperación se hizo la luz: - ¡Tengo que comprar una lata de fresas en conserva para astronautas!. Las fresas para astronautas van compensar sufrir en la calle lo que queda de calor. Además en la tienda tendrán aire acondicionado.
Salí, justo, para llegar a la tienda en el bullicio de la hora del cierre, cuando nadie quiere marchar, ni quedarse dentro y la megafonía te dice que el establecimiento va cerrar sus puertas dentro de unos instantes.
-Perdón, se me olvidó ... - me dicen, propinandome un empujón para que me aparte- . Acto seguido me cruzo con alguien que conozco; se dirige a la salida; termina de echarse la colonia de prueba que ayer le había dicho a la dependienta que iba comprar mañana; y en un despiste de la chica evitó despedirse de ella para volver a decir lo mismo: la colonia no la va comprar, ni mañana, ni pasado, porque según le ha dicho a sus amigas, se la trajo de regalo su hijo cuando vino de ese país del extranjero ... al que fue con el programa Erasmus, a comprar colonia.
En el pasillo alguien espera detrás mía con su carrito y su mirada - ¿Acabas o qué?- clavada en mi. Quiere pasar y yo me había atascado en los expositores de la pasta de dientes. Los pasillos son estrechos y el carrito anchote, para que vaya tropezando con las estanterías y vayan cayendo dentro los productos de las estanterías a su paso; y los clientes sin carrito estorbamos mirando en las estanterías a los lados del pasillo.
Deje paso y continué perdida entre las pastas de dientes hasta que caí en la cuenta de que me había olvidado lo que venía a buscar; y antes de que cerrase la tienda salí de compras sin comprar.
Sentada en la terracita
Llegué, me senté y me atendieron.
Era una de las terracitas, de sillas de mimbre y corralito, de la calle del paseo. El corralito, un cercado de metacrilato y hierro cromado, rodeaba las mesas y las sillas con sus clientes, para evitar que nos mezclásemos con los de las otras terracitas. O tan solo para que no escapáramos dios sabe donde montados en las sillas.
Aún no había mucha gente y el calor empezaba a aflojar un poco.
Hola - escuche detrás de mi.
-¡Natalia!- exclamé mostrándome lo mejor sorprendida que pude.
La vi llegar desde lejos pero me hice la disimulada por si pasaba de largo.
Me anticipe unos instantes en el tiempo.
-¿Natalia siéntate por favor, quieres tomar algo?
Evitando las perdidas de tiempo se puede ganar muchos días de vida. Y la experiencia me decía que que podía ahorrar pretextos para evitar que Natalia se sentase conmigo. La experiencia, claro.
NATALIA.
Natalia se sentó estresadisima. Su gato se había escapado de casa y hacia varios días que no sabía nada de el.
No tardó en contarlo.
- Estoy desesperada y no se que hacer. Se me escapó el gato y me temo que haya pasado algo malo.
-¿Y no pusiste unas fotos por ahí a ver si lo ve alguien y te llama?
- Es que no tengo ninguna foto.
Abrí los ojos sorprendida.
Acostumbrados a vivir con el móvil, se me ocurrió enseguida la solución:
- Podemos buscar un en internet carteles de gatos desaparecidos, alguno habrá que se le parezca. Lo descargamos y hacemos fotocopias
Empezamos a mirar en nuestros móviles.
- ¿Como es tu gato?
- Es un lindo gato atigrado de ojos rasgados.
- Mira este cartel: gato sociable, lleva una semana perdido.
- Para mi que no pega. Sigue buscando.
- Este - juguetón y cariñoso...
-Tampoco
- ... gato asustadizo, si lo ves llama antes al teléfono ....
- Este pone: la última vez que estuvo en casa ...
- ¿Que te parece este cartel; lleva muchos días perdido y tendrá mas ganas de volver a casa?
- No. Si es tu gato; me extraña - pensé para mis adentros, sin decir nada que incluyese el moño de Natalia.
- Y este: - gato siamés...
- Si, ese esta bien, me gusta..
Descargamos el cartel, y en el mismo móvil cambiamos el numero de teléfono y la dirección por los datos de Natalia.
- ¿Queda bien?
Natalia, asintió con la cabeza.
Nos levantamos, pagamos y después de obligar a moverse tres mesas y diecisiete sillas, con el permiso de los presentes salimos del corralito.
En el estanco ya querían cerrar pero cuando escucharon que era una urgencia y que solo queríamos hacer unas fotocopias del cartel del gato extraviado de Natalia, les convencimos por lo que cobran por cada fotocopia.
Impresión diez fotocopias y celo para pegar, total doce euros con cincuenta.
El estanquero se despidió de nosotras cuando sonó la maquina registradora..
- ¡A ver si hay suerte!
- Si. Gracias. A ver si hay suerte - respondió Natalia, con una enorme sonrisa.
De nuevo estábamos en la calle, pero ahora teníamos los carteles de de un precioso gato siamés, de ojos rasgados, que se había extraviado y respondía al nombre de minino.
Tras nosotras el estanco terminaba de colgar el cartel de cerrado.
- ¿Natalia, tu no dijiste que tu gato era atigrado?
- !Ya puestas a ver si hay suerte¡
Fuimos a poner carteles en las paradas del autobús y también en algunos árboles de la vía publica.
- ¿Tu crees que al cura le importará que pongamos la foto del gato en la puerta de la iglesia?
- ¡Yo creo que no!
- ¡Pues vamos y acabamos!
Ya solo quedaba una fotocopia del gato de Natalia, de las diez que habíamos hecho en el estanco, y cuando nos disponíamos a pegarla con celo en la puerta de la iglesia, oímos voces en el interior.
-¡Calla. Escucha! ¿Oyes esas voces? ¡ Hay gente dentro hablando!
Las puertas de la iglesia estaban cerrada.
- ¡Estarán robando en la iglesia. Tenemos que llamar al Cura!
Entrada la noche llegó el cura de trece parroquias, con su tartana de coche con el que atendía las trece parroquias que tenía a su cargo. Abrió con su llave forjada de hierro y empujó una de las dos hojas del portón de la iglesia, que se movió produciendo un sonoro ruido.
Con el haz de luz de una vieja linterna cuadrada, de petaca, ilumino en el interior de la iglesia.
- ¿ Hay alguien dentro? - preguntó con voz baja.
Como nadie respondía entró en la iglesia y preguntó de nuevo si había alguien, esta vez fue con voz mas fuerte. Pero obtuvo la misma respuesta. Entonces se dirigió al altar. En el retablo del altar, estaba disimulada la puertecilla del sagrario. Abrió con una llave pequeña que llevaba colgada de su cuello, con una cadenita de plata y comprobó que el copón y los objetos litúrgicos de algún valor estaban como los había dejado la última vez. Después, entró en la sacristía por una de las puertas laterales del altar. Allí tampoco había nadie y la puerta del exterior de entrada a la iglesia por la sacristía, estaba cerrada; y no mostraba ningún signo de haber sido forzada. Exploró de cabo a rabo, sin encontrar pista de nada, ni de nadie que en algún momento hubiera estado en el interior de la iglesia.
La tarde había dado paso a una noche cálida, estrellada y con una enorme Luna llena.
Se escuchó el portazo que dieron las macizas puertas de madera de la iglesia al cerrar; sonó el ruido de la cerradura al pasar la vieja llave de forja y cuando el cura de trece parroquias montó en su coche, arrancó y desapareció, dejó tras si el silencio en el lugar.
Al cabo un rato de silencio en la noche estrellada el aire despertó en las ramas de los enebros; le siguió una rana que empezó a croar en una charca cercana, al que no tardaron en responder las voces que dieron sus congeneres, al sentirse seguras; desde los campos los grillos lanzaron sus agudos chirridos; y un ave nocturna, que vivía escondida en el campanario de la iglesia, advirtió a todos con su ulular que allí moraba la reina del campo santo.
Y cuando la vida volvió a mostrarse en los alrededores de la iglesia y el campo santo, en el interior de la iglesia las imágenes reanudaron su conversación.
- Francisco, si me dieran un céntimo por cada rosario que me rezan íbamos ir juntos de compras a comprar ropa nueva, que estos hábitos que tenemos están llenos de polvo y son viejos y anticuados.
- Calla María , no digas tonterías, que iban a decir los feligreses si se enterasen que escapamos los dos a la ciudad de compras, al vernos con ropa nueva en la iglesia.
- ¿Y que iban a decir Francisco?
- María piensa si se enterase por las habladurías tu marido que salimos de la iglesia para ir a la ciudad de compras, ya te perdonó una falta...
- Francisco ¿y como no me iba perdonar mi Jose, si yo no disfrute de nada?, tu no pongas más excusas que escondiéndote detrás de tus pajaritos y de tus animalitos del campo, siempre fuiste un cobardica.
Siete días después de que todo esto ocurrió, me encontré a Natalia en el ambulatorio. Me dijo que era su mejor amiga y me dio las gracias. Le pregunté el motivo y me respondió que le habían devuelto de la calle un precioso gato de Angola, tuerto.
mvf.
sábado, 7 de mayo de 2022
La visita de Garbancito
Garbancito estuvo dando vueltas bajo las sabanas, durante más de media hora, pero al ver que ya no iba conseguir dormir más se levantó, se puso encima de sus zapatillas y sus tripas le dirigieron a la cocina con un largo gruñido.
Entró en el desorden de la cocina.
Cogió la vieja cafetera italiana llena de hollín que estaba encima de la mesa y vació los posos del día anterior en el fregadero; la cargó de nuevo de agua y café, encendió uno de los cuatro fuegos que tenía el fogón y la depositó sobre la llama.
Se sentó perezosamente al lado de la ventana, estirando sus piernas bajo la mesa, se abrigó con la bata de casa y mientras esperaba que hirviese el café se puso a mirar para el exterior. La cocina daba a un pequeño jardín desaliñado en el que destacaban las rosas negras de mayo que habían brotado en los rosales. Entonces sintió una pesadez en los ojos que le obligó a cerrar sus parpados y en un instante, mirándole fijamente, apareció sentada frente a él la campanera.
- Garbancito - le dijo - me has de llevar a casa a ver a mi hija - y cuando empezó a silbar la cafetera echando borbotones, ya había desaparecido.
Se levantó apurado para que no escapase el café vertiéndose por encima de la cocina. Apagó la llama y retiró la cafetera para servirse el desayuno.
Habían pasado dos días desde la visita de la campanera en la cocina; y hoy después de ir en autobús hasta la parada de la iglesia, Garbancito se acercó andando hasta la casa de la campanera. Tocó el pulsador de la puerta con uno de su dedos gordos y esperó.
Al abrirse la puerta, la hija de la campanera se encontró a un hombre alto y corpulento, con pelo ondulado y pelirrojo que tornaba a ocre rosado a los lados de su cabeza por las canas, y de una palidez que le confería un aspecto singular; y que se dirigió a ella con una enorme sonrisa de niño.
-¡Hola! ¿Sabes quién soy?
- Tengo oido a mi madre hablar de ti. Tu eres de la familia de la bruja - le respondió la campanera- Eres Garbancito.
-Vaya cosas que tienen en los pueblos, ¿verdad?, aún siguen creyendo en la brujas. ¿Puedo pasar?
- Estaba recogiendo la casa. Han sido unos días muy complicados con la muerte de mi madre y me quería marchar mañana.
-Tu madre me dijo que viniera a darte un recado.
Por un instante se quedó pensativa con lo que acababa de oír, pero decidió darle paso para que entrara en la casa y escuchar lo que venía a decirle; dando por hecho que sería alguna encomienda, que en vida, su madre le había encargado que hiciera cuando estuviese muerta o algo así.
- Ya sabrás que mi madre está muerta Garbancito - respondió con sequedad, la hija de la campanera.
Tenía una taza de café encima del recibidor, donde la había dejado cuando abrió la puerta, y al recogerla le ofreció otra a Garbancito, y se sentaron los dos alrededor de una pequeña mesa camilla que había en la sala de la casa.
- Bueno y entonces que recado tenías que darme- le preguntó
Garbancito se echó hacía atrás, tornando su mirada al techo y le habló con la voz de su madre.
- Hola mi niña - le dijo - Ya sé que estás muy triste y apenada por morir sin habernos despedidos.
- ¡Mama!- exclamó al oírla
Ahora antes los ojos de la hija de la campanera Garbancito ya no era Garbancito sino que tenía ante ella a su madre
- Ya sé cuantas lagrimas has vertido por mi estos días. Pero aquí estoy ahora contigo para pedirte que dejes de llorar y que no tengas más pena porque me haya ido. He venido a decirte que estaré a tu lado si me sientes como viva pero no si me lloras como muerta, Si no lo haces así, el dolor de tus lagrimas nos volverá muy infelices y acabará haciéndome desaparecer en ti.
Durante el poco tiempo que duró la visión, la hija de la campanera fue llevada por su madre a distintos tiempos vividos juntas, para encontrarse de nuevo con su abuela, y otras personas queridas que habían sido olvidadas y que la saludaron de nuevo al verla.
En ese viaje comprendió que su madre estaba ahora en un mundo sin tiempo, donde podía, en una fracción de un instante, sin siquiera limite de espacio revivir cualquier momento ocurrido pasado y futuro. Y estaba viva a su lado.
Cuando Garbancito despertó, la hija de la
campanera estaba abrazaba a él, rodeando con sus brazos su corto y rollizo cuello de piel pálida, y dándole
un beso en la mejilla, le dijo:
- Gracias garbancito.
Garbancito, le respondió aún con la voz de la campanera
- Amalia ¿sacaste la tarta del horno?
- ¿La tarta. Que tarta?
En
ese
momento empezaron a desaparecer las sombras que habían tomado la casa
con el luto de los días pasados y a hacerse un placido silencio en el
que solo se oía el tic tac de un
reloj de pared.
Amalia se dirigió a la cocina para mirar en el interior del horno del fogón y descubrió que todos estos días, sin que nadie hubiese reparado en ella, había estado allí la tarta que le había hecho su madre.
Quitó la tarta del horno y como aún se conservaba bien, regresó con ella junto a Garbancito y le ofreció un trozo a probar.
- Si. Está buena - le dijo - Cortame un trozo para el café.
y se acompañaron el café con la tarta que la campanera había hecho para la hija, cuando murió.
- ¿Garbancito si los muertos viven en la memoria de los vivos, los vivos viven en la memoria de los muertos?
- No sé, Amalia. Cortame otro trozo de tarta, por favor.
y ...
mvf.
sábado, 9 de abril de 2022
El mundo de los seres conscientes.
Cuando regresaban del campo, se encontraron una burra en el camino. Era un hermoso animal de color marrón cobrizo y hocico blanco, orejas largas y puntiagudas y una mirada inteligente que desmentía la fama de sus congéneres. La dueña era una profesora de matemáticas que al jubilarse vino a vivir al pueblo; porque siempre quiso olvidarse de todo y comprar una casa con terreno donde tener una huerta y criar sus animales, y cuando llevaba algún tiempo viviendo aquí se compró en la feria esta burra, cuando era pollina joven, para madrugar y llevarla al campo con los primeros rayos del sol naciente; y por las tardes ir a buscarla para venir de regreso antes de que asomaran las estrellas en el cielo.
La burra de alguna manera se había soltado y conseguido escaparse del prado donde quedaba atada por las
mañanas, con una larga cuerda para que pudiese moverse y comer, y ahora deambulaba por el camino arrastrando la cuerda que llevaba atada alrededor de
su cuello.
Al ver la burra suelta, el perro intercambió
una mirada con la vaca sorda para entenderse y así que esta comprendió que debía esperar a
su compañero en lo que iba a hacer, se apartó del camino y se
puso a devorar pacientemente los tallos jóvenes y apetitosos
de las ramas de las zarzamoras que crecían al lado del camino.
Entonces el perro asió la cuerda de la burra, mordiéndola con la
boca, y empezó a tirar de ella con fuerza. La burra no quería
dejarse llevar y le largaba miradas furibundas, amenazándole con
darle coces, si trataba de interrumpir el disfrute de su inesperada
libertad. Pero el perro no dejó de forcejear hasta que cansada la burra
consiguió llevarla de muy mala gana al lugar de donde se había
escapado; recibiendo por ello toda clase de insultos en
la lengua estridente de los borricos, gritados
para que todo el mundo lo oyese, diciendo
que más que de perro
pastor en su familia eran
todos de raza policía.
Antes de la casa de los labrada aparecía la casa de los vecinos de Barcelona y al pasar por delante de
ella de regreso vieron como Andrés y su perro bribón
jugaban a lanzar la pelota uno y recogerla el otro.
La vaca
sorda pasó de largo continuando de regreso para su cobertizo en la
casa de los labrada, pues ya iban para la seis de la tarde y llevaba en el interior de su estomago comida para rumiar un rato en
su establo; pero el perro, que ya tenía terminada su tarea de custodia, decidió acostarse un rato a un lado de la carretera para ver el juego. Bribón iba tras la pelota dando saltos y regresaba ufano con ella en la boca y la soltaba dejándola
a los pies de su amo. Fue lo mismo una vez, dos y tres... ; la pelota
volaba por el aire en un arco parabólico y bribón regresaba con ella,
la dejaba a los pies de su amo y corría saltando a
su alrededor, pidiendo suplicante con sus ladridos que se la volviesen
a tirar.
En un instante los dos perros se intercambiaron sus
miradas.
La pelota volvió a
describir un arco en aire. Bribón dudó un momento pero al oir el ruido secó que hacía la pelota al golpear contra la hierba en su caida, echó a correr en su busqueda, la atrapó con su boca, pero en lugar de dejarla en los pies de su amo se puso a correr a su alrededor sin soltarla. Cuando Andres le quitó la pelota la volvió a lanzar, pero esta vez fue a parar más lejos, y cayó
apenas a unos metros de la arboleda que se extendía por la parte de atrás de la
casa.
Bribón echó a correr de nuevo a buscar la pelota pero para sorpresa de Andrés, cuando la cogió, en vez de regresar con ella, desapareció internándose dentro de la arboleda, alejándose de los gritos que
sorprendido daba su amo llamándole; y no dejó de correr hasta
encontrarse con el curso del rio, que pasaba por allí. Obligado por el agua a
detenerse, miró para los lados para ver el lugar donde se encontraba y
vio que al otro lado de la orilla, sobre el sombrío de loas arboles destacaba
la claridad de un pequeño campo verde. Sin dudarlo, saltó sobre
tres piedras que sobresalían en el agua, limpia y cristalina, y se encontró en la otra orilla y en el pequeño campillo que había visto; donde la verde hierba crecía
allí bajo el desorden y la anarquía del ramaje con que los
arboles protegían el lugar del calor de los rayos del sol. Entre los arboles que bebían al pie de la orilla del rio sobresalía
un viejo, alto y centenario, chopo, con tenía un tronco tan grueso que
harían falta bien dos hombres para abrazarlo. Bribón se acercó a el y junto a
sus pies empezó a escarbar en la tierra un hoyo de suficiente
tamaño para meter dentro la pelota. Cuando lo hubo terminado la depositó en el interior del hoyo y empujando la tierra con su hocico
la hizo desaparecer cubriéndola de tierra.
Al llegar de regreso a su
casa, su amo esperaba sentado en el banco blanco que había frente a
la casa. Se levantó al verle llegar sin la pelota.
- ¿Bribón
y la pelota?. ¡Vete buscar la pelota. Corre!
Pero Bribón no
fue a buscar la pelota.
-¡Vete buscar la pelota. Corre! -
insistió su amo de nuevo sin que este le hiciera caso.
El pastor, al ver esto, se
levantó de donde estaba, tumbado al lado de la carretera, y
después de cruzarse unas miradas de despedida con Bribón continuó
el regreso para su casa. La casa de los labrada.
Ese día
de rebelión Bribón acababa de nacer en el mundo de los seres conscientes.
mvf.
miércoles, 9 de febrero de 2022
Separados por apenas metro y medio de distancia.
El perro de los labrada y la vaca sorda caminaban por una senda estrecha marcada en la tierra por el paso continuo de las personas y los seres vivos del campo. Marchaban en dirección al prado de los robles centenarios, que en los días de sol daban buen cobijo con su sombra.
El perro se paró un momento para olisquear la hierba pisada al lado del camino. Buscaba en ella el olor de la manada de jabalíes de la zona, que dejaban de regreso a su cobijo diurno. Después de descubrir, uno a uno, que todos los miembros de la manada de jabalíes, una pareja de jabalíes y sus cuatro lobatos, habían pasado por allí antes del amanecer, volvieron a reanudar su marcha. Y rectos por la senda llegaron al prado donde se levantaban dos corpulentos robles centenarios, con sus gruesos troncos agrietados y sus copas majestuosas de hojas de color verde oscuro, recortadas en el cielo. Tras los robles había un pinar que ascendía por la ladera del monte.
Era una mañana cálida y el verde de la hierba brillaba con la luz del sol.
La vaca sorda continuó su andar hasta pararse frente a uno de los pequeños montículos de verde hierba que sobresalían en el prado; por su parte, su acompañante comenzó su ronda habitual olisqueando los alrededores para descubrir cambios imperceptibles, a la naturaleza humana.
Todo estaba en su lugar. La cabeza azulada de un lagarto verde que asomaba en el agujero de su escondite; bajo las acederas de la piedras blancas, a donde había corrido a refugiarse tras oír sus pisadas al llegar. El pasadizo bajo las zarzas, de un erizo que dormía en su madriguera; en la parte del muro donde crecían las silvas más abundantemente, porque allí daba el sol desde el amanecer. La telaraña de una rechoncha araña verde y amarilla del campo, que vigilante esperaba cualquier presa que se enredase en su tela para atraparla. En la parte mas sombría del cierre, donde el olor mohoso de la tierra húmeda era más intenso, crecían los diminutos y elegantes helechos de la
botica y las primaveras en flor alrededor de la charca de un pequeño manantial en el que iban a beber los pajaros.
Era su costumbre cerciorarse de todas las cosas importantes y pequeñas del lugar, antes de ir a tumbarse en el hoyo hecho restregándose con su cuerpo en el suelo, bajo la sombra naciente de los robles; allí permanecía acostado, el resto de la mañana, con sus ojos peludos semiabiertos, vigilando el ir y venir de las abejas en dirección a las flores de las retamas del monte y el deambular de la vaca en su pastoreo por el prado.
Ya el sol estaba en la mitad del cielo y como tenía por costumbre cuando empezaba a apretar más el calor, la vaca sorda se dirigió a la sombra bajo los robles.
Se miraron entre
ellos cuando sus ojos se encontraron. Bastaba con sus miradas, sin necesitar palabras, para entenderse el uno con el otro pues entre ellos se había establecido una fuerte relación de amistad hecha durante cuatro años que llevaban juntos, desde que el perro pastor llegará a casa de los labradas, con apenas siete meses de edad. Y la vaca se recostó en otro hoyo cercano; este era más grande, conforme al tamaño de su cuerpo.
Estuvieron bajo la sombra una hora lenta; la vaca rumiando la hierba pastada, que volvia a su boca para ser masticada con parsimonia por sus potentes muelas, y el perro pastor, más confiado ahora que estaba su amiga a su lado, se adormecía; solo daba señales de vida con el tic de alguna de sus orejas, acaso por que en algún sueño parecía interrumpirle la placidez de la mañana o tan solo por oir crotear una cigueña lejana o la voz que daba algún vencejo en la altura.
mvf