En sus buenos años el barbero jugó en segunda división, como defensa del levante o algo así, y con frecuencia contaba a sus clientes como su equipo de futbol estuvo a punto de chafarle la liga al equipo ganador de aquel año si no fuera por que la pelota por arte de magia, cuando todo el mundo cantaba el gol, se encontró de repente con el marco de la portería para impedirle marcar el punto fatídico.
Cuando había publico suficiente que caldease el ambiente arrancaba a contar alguna jugada, y contaba como le había driblado la pelota a aquel jugador famoso de su época y echó a correr con ella hasta el medio del campo, y después de un pase largo su compañero de equipo recogía la pelota y burlando la defensa del contrario encajaba la pelota en el fondo de la portería, sin saber el portero por donde se la había colado.
¡Gol!
Gritaba. Contagiando de su fervor a los presentes, haciendo aspavientos en el local de la barbería con sus brazos levantados y sus manos
temblorosas en el aire, y después de escuchar los aplausos
imaginarios de su publico se abalanzaba de nuevo con su peine y
tijera hacía el esférico piloso que sentado en el sillón de la barbería esperaba con paciencia el
regreso del guardameta.
Las mayorías de las veces el cliente, al regresar las manos temblorosas de parkinson del guardameta, agachaba la cabeza. Gol repetía este, dando un pequeño toque con la punta de los dedos de su mano en la frente del esférico, para volver la cabeza a la posición adecuada, y reanudaba el corte de pelo
Con peine y tijera había sido guardameta del levante o un equipo así.
Había sido un día muy
intenso.
Muchas veces, al cerrar la barbería, paraba en el bar de la milagros para tomar un chato antes de regresar a su casa. Pero está vez se sentía indispuesto. Había sido un día muy intenso y sentía un fuerte dolor en el pecho
Ya había recorrido casi todo el camino de regreso a casa cuando escuchó el taca-taca-taca de las hélices de un helicóptero que se acercaba.
Se acordó cuando era
pequeño, y los helicópteros solo veían en las
películas de cine americanas.
Se acordó del primer helicóptero que vio. Era joven todavía y fue antes de que volvieran a regresar las primeras cigüeñas.
Los golpes en el aire aumentaban y a medida que se aproximaban más empezaban a sonar como los latidos de su corazón.
Cuando el helicóptero parecía estar encima de él vio que las helices eran de color blanco y tenían luces irisadas y ya más de cerca las hélices ya no eran aspas sino unas enormes alas blancas que empezaban a cubrir todo el cielo y que venían a buscarle.
Bribón corrió saltando junto al barbero, al ver tirado en el suelo el cuerpo del vecino canoso que pasaba todos los días frente a su casa; y cuando llegó junto a él le ladró varias veces y le empujó con su hocicó.
Como no se movía, Bribón se dio medía vuelta y desapareció corriendo y al cabo de un buen rato regresó con la pelota que días atrás había enterrado junto al rio.
La puso encima del vecino canoso, sobre su pecho, y le ladró fuertemente para que le tirase la pelota para ir a recogerla; pero el barbero continuó sin abrir los ojos y sin despertarse para levantarse y tirarle la pelota y que fuera a correr por ella.
Estuvo ladrando sin que nadie le hiciera caso. Hasta que alguien que escuchó sus ladridos se acercó para descubrir que ese día de otoño había muerto el guardameta de los esféricos pilosos del pueblo.
mvf.
No hay comentarios:
Publicar un comentario